jueves, 18 de diciembre de 2008

Pedagogía del oprimido de Paulo Freire (Resumen)

Escrito durante su exilio en Chile, el libro seminal de Paulo Freire, Pedagogía del oprimido (1970), presenta lo que no es meramente una nueva pedagogía, sino un plan para la liberación auténtica del hombre, sea opresor u oprimido. En este libro Paulo Freire critica el sistema tradicional de la educación (lo que él llama “la educación bancaria”) y presenta una nueva pedagogía donde los educadores y los educandos trabajan juntos para desarrollar una visión crítica del mundo en que viven.


En su introducción al libro, “Primeras palabras” (páginas 21-27), Freire advierte que su libro “probablemente provocará” reacciones “sectarias” en algunos lectores (23), pero se debe evitar este sectarismo porque “es un obstáculo para la emancipación de los hombres” y “provoca el surgimiento de su contrario, cual es la radicalización del revolucionario” (24).


El primer capítulo (páginas 29-69) contiene cinco partes (“Justificación de la pedagogía del oprimido”; “La contradicción opresores-oprimidos, su superación”; La situación concreta de opresión y los opresores”; “La situación concreta de opresión y los oprimidos”; y “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión”). Freire empieza escribiendo sobre la búsqueda de las raíces de los problemas que la humanidad enfrentaba a fines de los sesenta y sugiere que el hombre es un “ser inconcluso”, y que la deshumanización existente en el mundo “es distorsión de la vocación de SER MÁS” (32). Esta distorsión conduce a los oprimidos a “luchar contra quien los minimizó” (33). Su lucha sólo tiene sentido cuando los oprimidos no se transforman en opresores de sus opresores, “sino en restauradores de la humanidad de ambos” (33). Esta restauración solamente puede venir de los oprimidos porque son ellos los que entienden la necesidad de la liberación: “¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará preparado para entender el significado terrible de una sociedad opresora?” pregunta Freire (34).


El oprimido tiene que liberarse psicológicamente para no convertirse en opresor porque ellos tienden a “identificarse con su contrario” (36). Como ejemplo concreto, Freire menciona el caso de los oprimidos que quieren la reforma agraria, “no para liberarse, sino para poseer tierras y, con éstas, transformarse en propietarios o, en forma más precisa, en patrones de nuevos empleados” (36). Ambos los opresores y los oprimidos, temen a la libertad, pero por razones diferentes. “En los oprimidos el miedo a la libertad es el miedo de asumirla. En los opresores el miedo de perder la “libertad” de oprimir” (37).


Freire reconoce que la liberación de la opresión no vendrá fácilmente. “La liberación es un parto doloroso”, nos dice, pero el hombre nuevo que nace de este parto será capaz de superar la dinámica opresor-oprimido y crear una sociedad donde el bienestar de su gente no está basado en la explotación de algunos hombres por otros (39).


Freire propone que el acto de solidarizarse con los oprimidos es necesario para construir el camino hacia el hombre nuevo. Pero este camino no puede resultar de acciones paternalistas hacia los oprimidos, pues terminaría “manteniéndolos atados a la misma posición de dependencia” (40). Continua Freire:


El opresor sólo se solidariza con los oprimidos cuando su gesto deja de ser un gesto ingenuo y sentimental de carácter individual, y pasa a ser un acto de amor hacia aquellos; cuando, para él, los oprimidos dejan de ser una designación abstracta y devienen hombres concretos, despojados y en una situación de injusticia: despojados de su palabra, y por esto comprados en su trabajo, lo que significa la venta de la persona misma. Sólo en la plenitud de este acto de amar, en su dar vida, en su praxis, se constituye la solidaridad verdadera. (41)


Freire afirma fuertemente la relación entre la solidaridad y la liberación, y que los oprimidos tienen que ser agentes activos en el proceso de liberarse. El líder revolucionario no puede dictar mandatos en una manera paternalista a los oprimidos. “Para nosotros el problema no radica solamente en explicar a las masas sino en dialogar con ellas sobre su acción. Ninguna pedagogía realmente liberadora puede mantenerse distante de los oprimidos” (46).


Lo que la sociedad piensa que son actos de generosidad hacia los oprimidos muchas veces no lo son: “por el contrario, la pedagogía que, partiendo de los intereses egoístas de los opresores, egoísmo camuflado de falsa generosidad, hace de los oprimidos objeto de su humanitarismo, mantiene y encarna la propia opresión. Es el instrumento de la deshumanización” (47).


La práctica de esta nueva pedagogía implica el poder político para que se pueda implementarla, pero Freire explica que hay mucho que se puede hacer antes de transformar la realidad opresora. Estos “trabajos educativos” buscan que el oprimido tome conciencia de su situación de opresión y se comprometa, en la praxis, con su transformación (47). Durante esta transformación, el aspecto fundamental “será siempre la acción profunda a través de la cual se enfrentará, culturalmente, la cultura de la dominación” (48).


No es ajeno a una sociedad opresora enfocarse en la violencia manifestada por los revolucionarios, pero Freire señala que “es en la respuesta de los oprimidos a la violencia de los opresores donde encontraremos el gesto de amor” (48), porque “les restauran la humanidad que habían perdido en el uso de la opresión” (49). Sin embargo, cuando el opresor obstaculiza al oprimido en su “búsqueda de afirmación como persona”, comete un acto de violencia porque “hiere la vocación ontológica e histórica de los hombres: la de ser más” (48). Aquí Freire enfatiza que esta lucha no tiene sentido si es solamente para cambiar de lugar con los opresores: “lo importante es que la lucha de los oprimidos se haga para superar la contradicción en que se encuentran; que esta superación sea el surgimiento del hombre nuevo, no ya opresor, no ya oprimido sino hombre liberándose” (50).


A los opresores no les será fácil aceptar la caída de su posición de poder, porque indoctrinados en una cultura de dominación, se sentirán oprimidos afuera de ella. “Todo lo que no sea su derecho antiguo de oprimir significa la opresión” (51). La raíz de su problema es su percepción de los oprimidos como “objetos, cosas” (52). La violencia opresora “pasa de una generación de opresores a otra”, enraizada en una cultura de dinero y posesiones con una concepción materialista de la existencia humana.


Es por esto por lo que, para los opresores, el valor máximo radica en el tener más y cada vez más, a costa, inclusive del hecho del tener menos o simplemente no tener nada de los oprimidos. Ser, para ellos, es equivalente a tener y tener como clase poseedora. (53)


Ahogarse en su propia riqueza es “un derecho inalienable” de la clase dominante, escribe Freire, y lo justifica con decir que los pobres “son incapaces y perezosos” (54). En este contexto cita al psicoanalista y escritor Eric Fromm para señalar el estado enfermo de la clase dominante en su necesidad de controlar a los oprimidos constantemente: “el placer del dominio completo sobre otra persona es la esencia misma del impulso sádico” (54). Freire sugiere que las innovaciones científicas y tecnológicas sirven para “mantener el orden opresor, con el cual manipulan y aplastan” (55).


Un cambio revolucionario exige lo que los dominadores no tienen: confianza en el pueblo. El mismo pueblo oprimido carece de esta cualidad, debido al hecho de que se identifica con su opresor. Este fatalismo se entiende como “la voluntad de Dios” como si fuese el orden natural del mundo. Freire provee el ejemplo del campesino que él entrevistó, “que comienza a tener ánimo para superar su dependencia cuando se da cuenta de ella. Antes de esto, obedece al patrón y dice casi siempre: ¿Qué puedo hacer si soy campesino?” (57). Esta “autodesvalorización” es característica de los oprimidos.


No son pocos los campesinos que conocemos de nuestra experiencia educativa que, después de algunos momentos de discusión viva en torno de un tema que se les plantea como problema, se detienen de repente y dicen al educador: “Disculpe, nosotros deberíamos estar callados y usted, señor, hablando. Usted es el que sabe, nosotros lo que no sabemos. (59)


Para invertir este proceso de autodesvalorización y no hospedar el opresor “dentro” de sí mismo, el oprimido tiene que ver la vulnerabilidad del opresor:


Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en sí mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor. Este descubrimiento, sin embargo, no puede ser hecho a un nivel meramente intelectual, sino que debe estar asociado a un intento serio de reflexión, a fin de que sea praxis. (61)


Liberarse de un estado oprimido exige la acción, pero Freire indica que la acción liberadora sin una verdadera reflexión crítica “se vuelve mero activismo”(62). Sin embargo, esta reflexión no significa que el líder revolucionario les impone una “propaganda liberadora” a los oprimidos (63): esto significaría usar los métodos educativos del opresor. “Es necesario que se inserten críticamente en la situación en que se encuentran y por la cual están marcados. Y esto no lo hace la propaganda” (64). Freire señala que la liberación de los oprimidos, en todas sus formas, debe empezar ahora, no después de la revolución, y por ende, el líder necesita la confianza en el pueblo como seres capaces de formular sus propias conclusiones y planes. “No pueden comparecer a la lucha como ‘cosas’ para transformarse después en hombres” (65). Freire concluye el primer capítulo con énfasis en la unión entre el liderazgo y el pueblo:


Educadores y educandos, liderazgo y masas, cointencionados hacia la realidad, se encuentran en una tarea en que ambos son sujetos en el acto, no sólo de descubrirla y así conocerla críticamente, sino también en el acto de recrear este conocimiento. (67)


El segundo capítulo (páginas 71-95) tiene cinco partes: “La concepción bancaria de la educación como instrumento de opresión. Sus supuestos. Su crítica”; “La concepción problematizadora de la educación y la liberación. Sus supuestos”; La concepción bancaria y la contradicción educador-educando”; “La concepción problematizadora y la superación de la contradicción educador-educando: nadie educa a nadie –nadie se educa a sí mismo–, los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo” y “El hombre como ser inconcluso y consciente de su inconclusión y su permanente movimiento tras la búsqueda del SER MÁS”.


En este capítulo, Freire señala las faltas en el sistema tradicional de educación y cómo sirve a los opresores. En él, las relaciones entre el educador y los educandos son de naturaleza “fundamentalmente, narrativa, discursiva” y “disertadora” (71): “El educador aparece como su agente indiscutible, como su sujeto real, cuya tarea indeclinable es ‘llenar’ a los educandos con los contenidos de su narración” (71). Clasificando este sistema como una concepción “bancaria” de la educación, Freire señala que “cuando más vaya llenando los recipientes con sus ‘depósitos’, tanto mejor educador será. Cuanto más se dejen ‘llenar’ dócilmente, tanto mejor educandos serán” (72). Los estudiantes en tal sistema pedagógico son tan pasivos que “el único margen de acción que se ofrece” a ellos “es el de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos” (72). Como el dueño exclusivo de la información que será “depositada”, el educador siempre va a ser “él que sabe, en tanto los educandos serán siempre los que no saben” (73).


Freire opina que la educación debe superar esta dinámica, para que los educadores y los educandos se compartan el rol del otro. El sistema bancario no llegó a ser por casualidad: en entrenar a los educandos a ser agentes dóciles que pasivamente reciben la información dictada por un superior, está preparándolos para una vida bajo el control de sus opresores. La educación bancaria “sólo puede interesar a los opresores que estarán tanto más tranquilos cuanto más adecuados sean los hombres al mundo. Y tanto más preocupados cuanto más cuestionen los hombres el mundo” (79). Para los dominadores, “el problema radica en que pensar auténticamente es peligroso” (76), y, por ende, “uno de sus objetivos fundamentales, aunque no sea éste advertido por muchos de los que la llevan a cabo, sea dificultar al máximo el pensamiento auténtico” (80). Freire cita de nuevo a Fromm, para señalar el estado enfermo de los opresores y el sistema educativo implementado por ellos: “mientras la vida se caracteriza por el crecimiento de una manera estructurada, funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico”, añadiendo que tal persona “ama el control y, en el acto de controlar, mata la vida” (81).


La liberación no puede resultar de una educación bancaria según Freire. “La liberación auténtica es la humanización en el proceso” y “no es cosa que se deposita en los hombres” (84). Usar el sistema de la educación bancaria demuestra una falta de confianza en las habilidades del pueblo en no dejarlo tomar una función más activa.


En el método propuesto por Freire, el educador se transforma en educador-educando y los educandos en educando-educador. En esta nueva dinámica, los educandos son agentes activos en el proceso educativo y, al superar sus estados pasivos, ya no son herramientas que sirven a los opresores. “Éstos, en vez de ser dóciles receptores de los depósitos, se transforman ahora en investigadores críticos en diálogo con el educador, quien a su vez es también un investigador crítico” (87). Esta “educación problematizadora” exige la reflexión ausente en la educación bancaria, e “implica un acto permanente de descubrimiento de la realidad” (88).


Hasta el final del capítulo Freire sigue señalando como la educación bancaria sirve a la clase dominante y deja a los oprimidos en la oscuridad: “La ‘bancaria’ insiste en mantener ocultas ciertas razones que explican la manera como están siendo los hombres en el mundo y, para esto, mitifican la realidad” (91). Sin embargo, la pedagogía problematizadora de Freire “se empeña en la desmitificación” (91). Él añade que “la primera niega el diálogo en tanto que la segunda tiene en él la relación indispensable con el acto cognoscente, descubridor de la realidad” (91):


La concepción y la práctica “bancarias” terminan por desconocer a los hombres como seres históricos, en tanto que la problematizadora parte, precisamente, del carácter histórico y de la historicidad de los hombres. Es por esto por lo que los reconoce como seres que están siendo, como seres inacabados, inconclusos, en y con una realidad que siendo histórica es también tan inacabada como ellos. (91)


En las últimas páginas del segundo capítulo, Freire enfatiza que esta transformación educativa no tiene sentido si los oprimidos quieren meramente asumir el puesto ocupado previamente por sus dominadores: “Este movimiento de búsqueda sólo se justifica en la medida en que se dirige al ser más, a la humanización de los hombres” (94). Tampoco es un trabajo que se puede hacer de una manera individualista:


Esta búsqueda de ser más no puede realizarse en el asilamiento, en el individualismo, sino en la comunión, en la solidaridad de los que existen y de ahí que sea imposible que se dé en las relaciones antagónicas entre opresores y oprimidos. La búsqueda del ser más a través del individualismo conduce al egoísta tener más, una forma de ser menos. (94)


El tercer capítulo (páginas 99-154) tiene seis partes: “La dialogicidad: Esencia de la educación como práctica de la libertad”; “Dialogicidad y diálogo”; El diálogo empieza en la búsqueda del contenido programático”; “Las relaciones hombres-mundo, los temas generadores y el contenido programático de la educación”; “La investigación de los temas generadores y su metodología”; “La significación concienciadora de la investigación de los temas generadores” y “Los momentos de la investigación”. Ya desarrollada su crítica de la educación bancaria, en este capítulo Freire presenta lo que debe ser el trabajo del educador en esta nueva pedagogía del oprimido.


Freire empieza con el concepto de que la existencia humana significa una transformación del mundo. Participar en esta transformación no es un privilegio de una cierta clase, “sino derecho de todos los hombres” (101). En el capítulo anterior indicó ya que no se trata de un trabajo que se pueda hacer de una manera individualista, pues se necesita el diálogo entre los hombres para poder “pronunciar” el mundo. En este capítulo Freire escribe de los requisitos necesarios para tener un diálogo verdadero, y, antes de todo, señala la importancia del amor: “No hay diálogo si no hay un profundo amor al mundo y a los hombres” nos dice, añadiendo que la revolución misma es un acto de amor:


Cada vez nos convencemos más de la necesidad de que los verdaderos revolucionarios reconozcan en la revolución un acto de amor, en tanto es un acto creador y humanizador. Para nosotros, la revolución que no se hace sin una teoría de la revolución y por lo tanto sin conciencia, no tiene en ésta algo irreconciliable con el amor. Por el contrario, la revolución que es hecha por los hombres es hecha en nombre de su humanización. (102)


Tampoco hay diálogo sin la humildad: “la pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante” (103). Esto implica una fe en el pueblo: “fe en su poder de hacer y rehacer. De crear y recrear. Fe en su vocación de ser más” (104). Pasando de la fe, Freire muestra la importancia de la confianza y la esperanza. De lo primero, él sugiere que “la confianza va haciendo que los sujetos dialógicos se vayan sintiendo cada vez más compañeros en su pronunciación del mundo” (105). Lo segundo “está en la raíz de la inconclusión de los hombres, a partir de la cual se mueven éstos en permanente búsqueda” (105). El último criterio para el diálogo es un pensar verdadero. “Este es un pensar que percibe la realidad como un proceso, que la capta en constante devenir y no como algo estático” (106).


Freire observa los errores hechos por líderes revolucionarios por no tener estas necesidades inherentes en el diálogo verdadero. En no tener el amor, la fe y confianza en el pueblo, ellos acaban actuándose como el educador de la educación bancaria, depositando sus pensamientos y metas en el pueblo. “En el trabajo con las masas es preciso partir de éstas, y no de nuestros propios deseos, por buenos que fueren”, escribe Mao Tse Tung (109), y Freire añade que actuarse en tal manera acaba siendo más un dominador del pueblo. “Nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra visión del mundo, o intentar imponerla a él, sino dialogar con él sobre su visión y la nuestra” (111).


Este diálogo con el pueblo no debe ser con lenguaje demasiado intelectual que cree una barrera lingüística entre el líder y el pueblo. Es preciso que el educador sea capaz de “conocer las condiciones estructurales en que el pensamiento y el lenguaje del pueblo se constituyen dialécticamente” (112).


Al hablar de los temas que sirvan para generar un diálogo verdadero, Freire primero escribe de las “situaciones límites”. Citando al profesor brasileño, Álvaro Vieira Pinto, Freire las define como “el margen real donde empiezan todas las posibilidades; la frontera entre el ser y el ser más” (116). El ambiente de esperanza y confianza creado por el líder y el pueblo conduce a los hombres a “empeñarse en la superación” de estas situaciones y “surgirán situaciones nuevas que provoquen otros ‘actos límites’ de los hombres” (117). Es solamente con la praxis, la reflexión y la acción, que el hombre llega a superar las situaciones límites, que “implican la existencia de aquellos a quienes directa o indirectamente sirven y de aquellos a quines niegan y frenan” (121). En referencia a los países latinoamericanos, Freire observa:


La situación límite del subdesarrollo al cual está ligado el problema de la dependencia, como tanto otros, es una connotación característica del “Tercer Mundo” y tiene, como tarea, la superación de la “situación límite”, que es una totalidad, mediante la creación de otra totalidad: la del desarrollo. (122)


La búsqueda por un tema generador “envuelve la investigación del propio pensar del pueblo”, escribe Freire. “Cuanto más investigo el pensar del pueblo con él, tanto más nos educamos juntos” (131). Para conseguir una visión clara de sus vidas, tal investigación incluye todas las facetas de su vida cotidiana.


Es necesario que lo visiten en horas de trabajo en el campo; que asistan a reuniones de alguna asociación popular, observando el comportamiento de sus participantes, el lenguaje usado, las relaciones entre directorio y socios; el papel que desempeñan las mujeres, los jóvenes. Es indispensable que la visiten en horas de descanso, que presencien a sus habitantes en actividades deportivas; que conversen con las personas en sus casas, registrando manifestaciones en torno a las relaciones marido-mujer, padres-hijos; en fin, que ninguna actividad, en esta etapa, se pierda en esta primera comprensión del área. (135-36)


Al concluir esta fase inicial del estudio, los investigadores, juntos con representantes del pueblo, deben reunirse para evaluar los resultados. En la pedagogía de Freire, no existe un momento donde el pueblo no participe activamente en el proceso.


La segunda etapa de la investigación se enfoca en lo que el sociólogo Lucien Goldman llama la “conciencia real” y la “conciencia máxima posible” (138). Lo primero se refiere a los obstáculos percibidos por el pueblo que no le permiten ir más allá en cuanto a sus percepciones de posibles recursos en el mejoramiento de una situación. La “conciencia máxima posible” pertenece a las acciones posibles, pero no percibidas en la conciencia real del pueblo.


De sus observaciones del pueblo en todos los aspectos de su vida, los investigadores preparan imágenes visuales (“la codificación”), para empezar el diálogo con el pueblo y “descodificar” las imágenes. Freire cita el trabajo del chileno Gabriel Brode en cuanto al contenido de la codificación: “los campesinos solamente se interesaban por la discusión cuando la codificación se refería, directamente, a dimensiones concretas de sus necesidades sentidas” (142). El papel del investigador auxiliar al presentar estas codificaciones al pueblo es “no sólo escuchar a los individuos, sino desafiarlos cada vez más, problematizando, por un lado, la situación existencial codificada y, por otro, las propias respuestas que van dando aquéllos a lo largo del diálogo” (145).


En la última etapa de la investigación, los investigadores escuchan las grabaciones hechas del pueblo descodificando las imágenes y estudiando sus comentarios. Ellos van arrojando “los temas explícitos o implícitos” en los comentarios y observaciones con la libertad de añadir “temas bisagras”, cuales son temas no mencionados por el pueblo pero observados por los investigadores (149). Después de extraer los temas inherentes en los comentarios del pueblo, estos son presentados de nuevo al pueblo. En esta reunión las personas del pueblo están invitadas a introducir otros temas sobre los que les gustaría hablar. Por medio de este sistema “horizontal” de la educación, los hombres se sienten “sujetos de su pensar, discutiendo su pensar, su propia visión del mundo, manifestada, implícita o explícitamente, en sus sugerencias y en las de sus compañeros” (154).


El último capítulo del libro (páginas 157-240) hace un resumen de las ideas propuestas en los capítulos anteriores, señalando como la pedagogía liberadora propuesta por Freire sirve a la liberación, contrastándola con la pedagogía bancaria que sirve a la opresión. El capítulo tiene tres partes: “La antidialogicidad y la dialogicidad como matrices de teorías de acción cultural antagónicas: la primera sirve a la opresión; la segunda, a la liberación”; “La teoría de la acción antidialógica y sus características: la conquista, la división, la manipulación, la invasión cultural”, y “La teoría de la acción dialógica y sus características: la colaboración, la unión, la organización y la síntesis cultural”.


Freire escribe que los hombres “son seres del quehacer” y “que su hacer es acción y reflexión” (157). Este quehacer de los hombres no puede florecer en el sistema tradicional educativo. “El esfuerzo revolucionario de transformación radical de estas estructuras no puede tener en el liderazgo a los hombres del quehacer y en las masas oprimidas hombres reducidos al mero hacer” (158). Para dominar a las masas, los dominadores les niegan la praxis verdadera. El diálogo verdadero es el único camino hacia la liberación de todos los hombres: “Nuestra convicción es aquella que dice que cuanto más pronto se inicie el diálogo, más revolución será” (162). Al prohibir a las masas la participación como sujetos de la historia el pueblo “se encuentran dominadas y alienadas” (165). En el sistema dominador los pensamientos vienen de un “señor”, mientras la pedagogía del oprimido ofrece los de un “compañero” (168). La función del liderazgo revolucionario, en el sistema horizontal de Freire, es “problematizar a los oprimidos” y denunciar el mito de la “absolutización de la ignorancia de las masas” (171). Este diálogo debe ser un “encuentro de los hombres para la pronunciación del mundo” (174).


Freire hace un análisis detallado a propósito de las teorías de la acción antidialógica / dialógica. El primer tema que trata es él de la “conquista”. Por medio del sistema tradicional de la educación (“bancaria”), los opresores “se esfuerzan por impedir a los hombres del desarrollo de su condición de admiradores del mundo. Dado que no pueden conseguirlo en su totalidad se impone la necesidad de mitificar el mundo” (177). Debido a esta mitificación del mundo, no visto en su totalidad y como problema a resolver, los hombres “se ajustan” a él sin la esperanza de transformarlo. Freire lanza su ataque más directo del libro contra los mitos propuestos por los dominadores del mundo y generalmente aceptados por la sociedad como hechos:


El mito, por ejemplo, de que el orden opresor es un orden de libertad. De que todos son libres para trabajar donde quieren. Si no les agrada el patrón, pueden dejarlo y buscar otro empleo. El mito de que este “orden” respeta los derechos de la persona humana y que, por lo tanto, es digno de todo aprecio. El mito de que todos pueden llegar a ser empresarios siempre que no sean perezosos y, más aun, el mito de que el hombre que vende por las calles, gritando: “dulce de banana y guayaba” es un empresario tanto cuanto lo es el dueño de una gran fábrica. El mito del derecho de todos a la educación cuando, en Latinoamérica, existe un contraste irrisorio entre la totalidad de los alumnos que se matriculan en las escuelas primarias de cada país y aquellos que logran el acceso a las universidades. El mito de la igualdad de clases cuando el “¿sabe usted con quién está hablando?” es aún una pregunta de nuestros días. El mito del heroísmo de las clases opresoras, como guardianas del orden que encarna la “civilización occidental y cristiana”, a la cual defienden de la “barbarie materialista”. El mito de su caridad, de su generosidad, cuando lo que hacen, en cuanto clase, es un mero asistencialismo, que se desdobla en el mito de la falsa ayuda, el cual, a su vez, en el plano de las naciones, mereció una severa crítica de Juan XXIII. El mito de que las élites dominadoras, “en el reconocimiento de sus deberes”, son las promotoras del pueblo, debiendo éste, en un gesto de gratitud, aceptar su palabra y conformarse con ella. El mito de que la rebelión del pueblo es un pecado en contra de Dios. El mito de la propiedad privada como fundamento del desarrollo de la persona humana, en tanto se considere como personas humanas sólo a los opresores. El mito de la dinamicidad de los opresores y el de la pereza y falta de honradez de los oprimidos. El mito de la inferioridad “ontológica” de éstos y el de la superioridad de aquéllos. (178-79)


La función de estos mitos es para asegurar la conquista de los oprimidos y para garantizar el mantenimiento de la situación de opresor/oprimidos.


Luego Freire pasa a la táctica de “dividir para oprimir”: “En la medida que las minorías, sometiendo a su dominio a las mayorías, las oprimen, [para] dividirlas y mantenerlas divididas son condiciones indispensables para la continuidad de su poder” (180). La visión focalista planteada por los dominadores prohíbe la visión de una sociedad, o el mundo, en su totalidad (181).


Cuanto más se pulverice la totalidad de una región o de un área en “comunidades locales”, en los trabajos de “desarrollo de comunidad”, sin que estas comunidades sean estudiadas como totalidades en sí, siendo a la vez parcialidades de una totalidad mayor (área, región, etc.) que es a su vez parcialidad de otra totalidad (el país, como parcialidad de la totalidad continental), tanto más se intensifica la alienación. Y, cuanto más alienados, más fácil será dividirlos y mantenerlos divididos. (181)


Freire argumenta que esta división para mantener el orden existente es “un objetivo fundamental de la teoría de la acción dominadora antidialógica” (186).


Otra característica de la antidialogicidad es la manipulación del pueblo. La inmadurez política de las masas permite la manipulación de ellas, según Freire, y por medio de los mitos ya expuestos aquí los dominadores manejan la conciencia de la gente. Entre los mitos empleados en la manipulación, señala el autor, se encuentra “el modelo que la burguesía hace de sí misma y presenta a las masas como su posibilidad de ascenso, instaurando la convicción de una supuesta movilidad social” (188).


La manipulación es aparece como una necesidad imperiosa de las élites dominadoras con el objetivo de conseguir a través de ella un tipo inauténtico de “organización”, con la cual llegue a evitar su contrario, que es la verdadera organización de las masas populares emersas y en emersión. (189-90)


Otra característica de la acción antidialógica es la invasión cultural. “La invasión cultural consiste en la penetración que hacen los invasores en el contexto cultural de los invadidos, imponiendo a éstos su visión del mundo, en la medida misma en que frenan su creatividad, inhibiendo su expansión” (195). Este acto de violencia hacia el pueblo requiere que el pueblo se sienta inferior y que la gente reconozca “la superioridad de los invasores” (196). El estado de pasividad e inseguridad necesario para realizar este ambiente de superioridad/inferioridad recibe apoyo por las estructuras sociales de la sociedad y penetra hasta el hogar.


Los hogares y las escuelas, primarias, medias y universitarias, que no existen en el aire, sino en el tiempo y en el espacio, no pueden escapar a las influencias de las condiciones estructurales objetivas. Funcionan, en gran medida, en las estructuras dominadoras, como agencias formadoras de futuros “invasores”. Las relaciones padres-hijos, en los hogares, reflejan de modo general las condiciones objetivo-culturales de la totalidad de que participan. Y si éstas son condiciones autoritarias, rígidas, dominadoras, penetran en los hogares que incrementan el clima de opresión. (198)


La dinámica opresor/oprimido empieza en el hogar y se prolonga en las escuelas resultando en la producción de jóvenes que saben muy bien como adaptarse a la sociedad en que viven, pero sin el pensamiento crítico necesario para transformarla. El miedo a la libertad que tienen ellos por ser meros depositarios de información, con una visión limitada del mundo en que viven, los llevan a racionalizar este miedo (201). En la pedagogía de Freire, una de las tareas de los investigadores es permitir a los oprimidos enfrentar estos miedos y racionalizaciones.


En la medida en que la concienciación, en y por la “revolución cultural”, se va profundizando, en la praxis creadora de la sociedad nueva, los hombres van descubriendo las razones de las “supervivencias” míticas, que en el fondo no son sino las realidades forjadas en la vieja sociedad. (204-5)


En la segunda mitad del capítulo, Freire escribe sobre las tareas del liderazgo revolucionario. Según él, estos líderes vienen de la clase dominante pero la han rechazado y han optado solidarizarse con la clase oprimida (210). El camino hacia los oprimidos debe ser “espontáneamente dialógico”(211), con el líder buscando “los verdaderos caminos por los cuales pueda llegar a la comunión” con la gente. “Comunión en el sentido de ayudarlo a que se ayude en la visualización crítica de la realidad opresora que lo torna oprimido” (214).


Freire sugiere una colaboración entre el líder y el pueblo. “Lo que exige la teoría de la acción dialógica es que, cualquiera que sea el momento de la acción revolucionaria, ésta no puede prescindir de la comunión con las masas populares” (221). El esfuerzo por una unión con el pueblo “no puede ser un trabajo de mera esloganización ideológica” (224), sino el resultado de la acción dialógica con él.


Una verdadera revolución social exige organización, pero no en la forma vertical de los opresores. “Si para la élite dominadora la organización es la de sí misma, para el liderazgo revolucionario la organización es de él con las masas populares” (230).


La organización de las masas populares en clases es el proceso a través del cual el liderazgo revolucionario, a quienes, como a las masas, se les ha prohibido decir su palabra, instauran el aprendizaje de la pronunciación del mundo. Aprendizaje que por ser verdadero es dialógico. (231)


Al reflexionar sobre esta síntesis cultural, Freire rechaza la situación de la cultura dominante, donde los privilegiados son los actores y los demás son meramente espectadores. “En la síntesis cultural, donde no existen espectadores, la realidad que debe transformarse para la liberación de los hombres es la incidencia de la acción de los actores” (235). Y prosigue señalando que “la invasión cultural, en la teoría antidialógica de la acción, sirve a la manipulación que, a su vez, sirve a la conquista y ésta a la dominación, en tanto la síntesis sirve a la organización y ésta a la liberación” (239).


En conclusión, Freire admite que no tiene mucha experiencia en “el campo revolucionario”, pero ello no le “imposibilita reflexionar sobre el tema” (240); y termina señalando que “si nada queda de estas páginas, esperamos que por los menos algo permanezca: nuestra confianza en el pueblo. Nuestra fe en los hombres y en la creación de un mundo en el que sea menos difícil amar” (240). El hecho de que este libro siga siendo estudiado treinta y cinco años después de su primera publicación prueba que nos quedó mucho más de lo que Freire esperaba.








Fuente: mapuexpress

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domingo, 14 de diciembre de 2008

Psicoanálisis de la Adolescencia. Peter Blos. (Parte 5)

5. La adolescencia propiamente tal
La pubertad en forma implacable empuja al joven adolescente hacia adelante. Su búsqueda de relaciones de objeto o, por el contrario, el evitarlos, ilumina el desarrollo psicológico que está ocurriendo durante esta fase.
Durante la adolescencia propiamente, la búsqueda de relaciones de objeto asume aspectos nuevos, diferentes de aquellos que predominaron en la fase preadolescente y en la adolescencia temprana. El hallazgo de un objeto heterosexual se hace posible por el abandono de las posiciones bisexual y narcisista, lo que caracteriza el desarrollo psicológico de la adolescencia. en forma más precisa debemos hablar de una afirmación gradual del impulso sexual adecuado que gana ascendencia y que produce una angustia conflictiva en el yo. Los mecanismos defensivos y adaptativos en toda su compleja variedad pasan a primer plano en la vida mental. El complejo desenvolvimiento de los procesos mentales durante esta fase, hace imposible una presentación comprensiva de todos los aspectos más importantes que en ella ocurren. Es necesario dividir la complejidad del desarrollo mental en sus componentes y poner más atención a la enorme variabilidad del desarrollo.

El curso de la adolescencia propiamente tal, a menudo conocida como adolescencia media, es de finalidad inminente y cambios decisivos; en comparación con las fases anteriores, la vida emocional es más intensa, más profunda, y con mayores horizontes. El adolescente por fin se desprende de los objetos infantiles de amor, lo que con anterioridad ha tratado de hacer muchas veces, los deseos edípicos y sus conflictos surgen nuevamente. La finalidad de esta ruptura interna con el pasado agita y centra la vida emocional del adolescente; al mismo tiempo esta separación o rompimiento abre nuevos horizontes, nuevas esperanzas y también nuevos miedos.

La fase de la adolescencia que ahora vamos a explorar corresponde al segundo acto del drama clásico. Los personajes dramáticos han llegado a un momento donde irrevocablemente están metidos en el drama; el espectador se ha dado cuenta de que no puede haber un retorno a las situaciones de las escenas primeras y reconoce que los conflictos implacablemente conducirán a un final climático. Después del segundo acto los eventos han tomado un cambio decisivo, pero el resultado final es desconocido y solamente el último acto del drama nos podrá informar sobre esto. en forma semejante, durante la adolescencia propiamente tal los conflictos internos han alcanzado un punto de envolvimiento irrevocable, pero el final aún no puede predecirse, no podemos sino suponer y hacer pronósticos correctos en ocasiones y otras veces equivocados; solamente la adolescencia tardía nos podrá decir si vislumbramos correctamente el resultado.
Helene Deutsch (1944), resume su opinión sobre este problema diciendo: "Solamente el desarrollo subsiguiente puede mostrarnos si el fenómeno patológico está comprendido en tales casos o si simplemente son dificultades intensificadas de la adolescencia". Los estudios sobre predicción nos pueden ayudar a comprender y evaluar los aspectos no patológicos de esta fase del desarrollo, durante el cual la personalidad muestra normalmente muchos aspectos aparentemente patognomónicos. la investigación sobre la adolescencia puede ser estimulada por los estudios de predicción que han sido llevados a cabo sobre infancia y niñez temprana (M. Kris, 1957), así como la crítica de Anna Freud (1958) sobre esta investigación.

Durante la adolescencia propiamente tal, el adolescente gradualmente cambia hacia el amor heterosexual, y ahora expondré los cambios internos que son esenciales y en verdad precondicionales para el avance hacia la heterosexualidad. Este desarrollo comprende muchos procesos diferentes, y es su integración la que produce la maduración emocional esencialmente, los adolescentes, que en esta fase entran rápidamente en una actividad heterosexual, no alcanzan, por virtud de esta experiencia, la precondiciones para el amor heterosexual, y a medida que uno investiga los matrimonios de adolescentes puede darse cuenta de la forma tan lenta en que se desarrolla la capacidad para un amor heterosexual maduro. Desde el punto de vista psicoanalítico el problema principal reside en la naturaleza de los cambios catécticos relacionados a los objetos internos y al ser, más bien que en expresiones en la conducta por ejemplo: tener un empleo, o relaciones sexuales), como índices importantes del cambio o de la progresión psicológica.

El retiro de la catexis hacia los padres, o más bien de la representación de los objetos en el yo, produce una disminución de los objetos en el yo, produce una disminución de la energía catéctica en el ser. En el muchacho, tal como lo hemos visto, este cambio lleva a una elección narcisista de objeto basada en el yo ideal; podemos discernir en esta constelación libidinal los nuevos intentos de resolución de los aspectos remanentes reactivados del complejo de Edipo, positivo o negativo. En la muchacha, observamos una perseverancia del componente fálico. Una detención seria en el desarrollo de los impulsos aparece si este componente no es concedido al amor heterosexual en el tiempo adecuado. Es decir, que la formación de la identidad sexual es el logro final de la diferenciación del impulso adolescente durante esta fase.

En ambos sexos puede observarse un aumento en el narcisismo. Este hecho debe enfatizarse porque produce una gran variedad de estadios en el yo que son característicos de la adolescencia propiamente tal. Este aumento precede a la consolidación del amor heterosexual; para ser más exacto, está íntimamente ligado con los procesos de la búsqueda de objetos no incestuosos. Fácilmente puede observarse cómo los adolescentes abandonan su gran autosuficiencia y actividades autoeróticas, tan pronto como, por ejemplo, tienen sentimientos de ternura por una muchacha. El cambio de catexis del ser a un nuevo objeto altera la economía libidinal pues la gratificación se busca ahora en un objeto en lugar de en uno mismo. Tal como lo expresó un muchacho de 15 años: "Tan pronto como tengo una muchacha en la mente no tengo que comer como marrano o masturbarme todo el tiempo", la protección en contra de las desilusiones, los rechazos y los fracasos en el juego del amor, está asegurada por todas las formas de engrandecimiento narcisista. Además, este estadio permite la preocupación mental con ideas que llevan a selecciones inventivas o a construcciones mentales útiles, que a su vez derivan su fascinación del desplazamiento de los impulsos inhibidos, como la intelectualización. Sandy, un muchacho adolescente de 14 años, muy tímido y temeroso del rechazo, decidió invitar a una muchacha a salir con él. Al mismo tiempo Sandy dijo en su análisis que había pasado muchas horas del día pensando cómo "controlar la tierra". dos inventos, dice, son necesarios: "un productor de energía y un duplicador de la materia" (es decir, en el control del hombre y de la mujer). Con estas invenciones dijo, se podría controlar la tierra. El analista comentó también a "Jane". Sandy contestó: "Cuando marqué anoche el teléfono de jane estaba pensando en un sistema de control monetario en el mundo. Tartamudeé cuando contestó el teléfono, pero fingí que esto era nada más algo que yo estaba actuando".

La cualidad narcisista de la personalidad adolescente es bien conocida. El retiro de la catexis de objeto lleva a una sobrevaloración del ser, a un aumento de la autopercepción a expensas de la percepción de la realidad, a una sensibilidad extraordinaria, a una autoabsorción general, a un engrandecimiento. En el adolescente el retiro de la catexis de los objetos del mundo externo puede llevar a un retiro narcisista y a una pérdida de contacto con la realidad. Esto fue descrito primeramente por Bernfeld (1923), que señaló la semejanza de este estado a las psicosis incipientes. El empobrecimiento del yo se debe a dos cosas: 1) a la represión de los impulsos instintivos, y 2) a la incapacidad de extender la libido a los objetos infantiles de amor, así como el aceptar las emociones que esto representa. Esta última fuente puede también verse como una resistencia en contra de la regresión.

Las defensas narcisistas, tan características de la adolescencia, son ocasionadas por la inhabilidad de dejar al padre gratificante, en cuya omnipotencia el niño llega a depender, más que en el desarrollo de sus propias facultades; tal niño, al entrar en la adolescencia temprana se encuentra totalmente incapacitado para enfrentarse a la desilusión de sí mismo, por su logro real y limitado en la realidad. Esta condición, en su forma típica, será descrita en el Capítulo VII; es el problema central del atolladero patológico de la adolescencia prolongada. Debemos diferenciar la elección de objeto narcisista, de las defensas narcisistas y de la etapa narcisista transitoria que normalmente precede al encuentro de objeto heterosexual. Esta etapa transitoria, que discutiremos ampliamente, es la consecuencia de la catexis del padre o madre internalizado o, para ser más exactos, de sus representaciones de objeto. Esto resulta en procesos de identificación primitivos y transitorios que sirven a necesidades narcisistas y necesidades relativas al objeto.
El alejamiento que experimenta el adolescente en relación a los objetos familiares de su infancia es una consecuencia más de la "deslibidinización del mundo externo" (A. Freud, 1936). La difusión de los instintos en relación con representaciones de objeto influye en el comportamiento manifiesto del adolescente hacia sus padres o sustitutos a través de mecanismos proyectivos. Los introyectos "bueno" y "malo" se confunden con los padres actuales y su conducta real. La catexis de las representaciones de objeto los elimina como fuente de gratificación libidinal; consecuentemente, se observa en el adolescente un hambre de objeto, un deseo avaro que le lleva a uniones e identificaciones superficiales y constantemente variantes. Las relaciones de objeto en esta etapa llevan automáticamente a identificaciones transitorias, y esto previene a la libido objetal de ser totalmente agotada por deflexión en el ser. El hambre de objetos de esta fase puede asumir proporciones abrumadoras; un objeto, real o imaginario, puede servir como sostén en el mundo objetal. La identidad del objeto real de este hombre, sin embargo, es negada; es el padre del mismo sexo. La identificación, positiva o negativa, con el padre del mismo sexo tiene que llevarse a cabo antes de que pueda existir amor heterosexual. Los nuevos objetos no son sólo pantallas en contra de antiguas introyecciones, sino que son también intentos de neutralizar las "malas" introyecciones con "nuevas" introyecciones "buenas" (Grehson, 1954). Este concepto arroja luz en la función económica del flechazo. Las sensaciones de hambre y la tendencia a engullir comida están sólo parcialmente condicionadas por las necesidades físicas de crecimiento del adolescente; puede observarse que fluctúan significativamente con el surgimiento y la declinación de hambre primitiva de objeto, que es la función incorporativa. He observado en varios adolescentes de esta fase que las sensaciones de hambre o la necesidad de comida disminuyen claramente al tiempo que un objeto heterosexual significativo y gratificante entraba en su vida. El rol significativo que la oralidad juega en el proceso de separación, que envuelve intensificados anhelos orales, también explica la frecuencia de estados de ánimo depresivos en la adolescencia como una "regresión transitoria a la fase oral-incorporativa (alimenticia) del desarrollo" (Benedeck, 1956, a).

La etapa narcisista no es sólo una acción demoradora o apoyadora causada por repugnancia para renunciar definitivamente a los objetos tempranos de amor, sino que también representa una etapa positiva en el proceso de desprendimiento. Mientras que previamente los padres eran sobrevalorados, considerados con temor y no valorados realistamente, ahora se vuelven devaluados y son vistos con las ruines proporciones de un ídolo caído. La autoinflación narcisista surge en la arrogancia y la rebeldía del adolescente, en su desafío de las reglas, y en su burla de la autoridad de los padres. Una vez que la fuente de gratificación narcisista derivada del amor paternal ha cesado de fluir, el yo se cubre con una libido narcisista que es retirada del padre internalizado. El resultado final de este último cambio catéctico debe ser que el yo desarrolla la capacidad de asegurar, sobre la base de una ejecución realista, esa cantidad de abastecimiento narcisista que es esencial para el mantenimiento de la autoestima. Así vemos que la etapa narcisista opera al servicio del desarrollo progresivo, y está habitualmente entremezclada con la lenta ascendencia de hallazgos de objeto heterosexual. "Donde la formación del yo está envuelta, el narcisismo ... es un rasgo progresivo...hasta donde el desarrollo de la libido está en cuestión, este narcisismo es, por el contrario, obstructivo y regresivo." (Deutsch, 1944.) Esta etapa de narcisismo transitorio, se vuelve un nefasto rompimiento del desarrollo progresivo, sólo cuando el narcisismo es estructurado en una operación defensiva de sostén y así inhibe en vez de promover el proceso de desprendimiento. El proceso de separación y su facilitación son los que dan a la etapa narcisista su calidad positiva y progresiva. En cuanto a la regresión llevada a cabo bajo estos auspicios, el aforismo de Nietzche viene a la mente. "Dicen que está yendo hacia atrás, y desde luego; lo está porque intenta dar el gran salto". se podría también hablar de una "regresión al servicio del yo" que normalmente sucede en ese trance particular del desarrollo adolescente.

El aislamiento narcisista del adolescente es contrarrestado en muchas formas, que llevan a mantener su sujeción sobre las relaciones de objeto y sobre límites firmes del yo. Ambos sostenes están constantemente en peligro y la amenaza de tales pérdidas ocasiona ansiedad y pánico; también inicia procesos regresivos restitutivos que van desde leves sentimientos de despersonalización hasta estados psicóticos. Un territorio intermedio en el que el tirón de la regresión narcisista es contrarrestado por la ideación relacionada al objeto y a la aguda percepción de impulsos instintivos, existe en la vida de fantasía y sueños diurnos extraordinariamente ricos en el adolescente. Estas fantasías implementan los cambios catécticos por "acción de ensayo" y ayudan al adolescente a asimilar en pequeñas dosis las experiencias afectivas hacia las que se está moviendo su desarrollo progresivo. la vida de fantasía y la creatividad están en la cúspide en esta etapa; expresiones artísticas e ideacionales hacen posible la comunicación entre experiencias altamente personales que, como tales, se vuelven un vehículo para la participación social. El componente narcisista permanece obvio y, desde luego, la gratificación narcisista derivada de tales creaciones es legítima. Las fantasías privadas pueden ser comparadas a "un ensayo", porque muy frecuentemente son funciones preparatorias para iniciar transacciones interpersonales.

El siguiente pasaje de un cuento de George Baker (1951) expresa bien los singulares sentimientos del adolescente que está de paso a través de este territorio intermedio:
Esas tardes exquisitamente melancólicas de mi adolescencia cuando solía caminar con la abstracción de un sonámbulo a través de las húmedas avenidas de Richmond Park, pensando que yo nunca participaría activamente en la vida; preguntándome por qué el fuego contenido de mis esperanzas, ardiendo en mi vientre peor que alcohol puro, parecía no enseñar a los extraños que yo vagaba en los jardines. Y frecuentemente se me aparecía la frustración bajo el disfraz de una alucinación; mirando por entre los árboles que escurrían rocío colgante, algunas veces vi estatuas clásicas cobrar vida instantáneamente volviendo su belleza desnuda hacia mí; o escuchaba una voz salir de entre un arbusto: "Todos será contestado con tal de que no veas a tu derredor".

Y estoy parado aguardando, sin atreverme a ver hacia atrás, esperando una mano sobre mi hombro que me brinde una tarea, pero solamente hay el rumor del viento y una hoja de periódico que la brisa arrastra hacia abajo y que me roza como una interjección sucia. O un ciclista pasa veloz ofreciendo posibilidades hasta el momento en que llega a mí, posibilidades que desaparecen cuando él ha pasado. Aun así, estaba sufriendo de una simple pero devastadora propensión: esperaba vivir.

Es interesante notar cómo esta descripción indudablemente autobiográfica enfatiza la realzada agudeza de los órganos de los sentidos, el ojo y el oído especialmente. .Un cambio catéctico dota a los órganos de los sentidos de una percepción hiperaguda que obtiene su contenido especial y calidad de la proyección; los acontecimientos internos son ahora experimentados como percepciones externas, y su calidad frecuentemente se aproxima a las alucinaciones. Debe ser recordado que la vista, el oído y el tacto juegan un papel principal en el establecimiento de relaciones de objeto tempranas, en una época en que la diferenciación entre "yo" y "no yo" existe, pero que está siendo introducida por procesos introyectivos y proyectivos. Acaso esta hipercatexis adolescente de los sentidos ayuda al yo a agarrarse al mundo de los objetos que está constantemente en peligro de perder. En verdad, ¿no es esta propensión a proyectar procesos internos y experimentarlos como realidad externa la que da a la adolescencia su rasgo característico de funcionamiento seudopsicótico? Sentimientos de alejamiento, de irrealidad y despersonalización amenazan con romper la continuidad de los sentimientos del yo, y aunque éstas son condiciones extremas, persiste el hecho de que el adolescente experimente el mundo externo con una singular calidad sensitiva que él piensa que no es compartida por otros: "Nunca nadie ha sentido como yo", "Nadie ve el mundo como yo". La madre naturaleza se convierte en un corresponsal personal para el adolescente; la belleza de la naturaleza es descubierta y se experimentan estados emocionales exaltados.
Esta hipersensibilidad está particularmente presente en relación con el abrumado anhelo de amor. Un joven de 16 años describe su primera experiencia de tierno amor con una referencia particular a sensaciones táctiles: "Es una emoción amorfa -se puede convertir en cualquier cosa caminando descalzo en el pasto, caminando en el aire con los ojos cerrados y diciendo Eileen. Simplemente es querer amar a alguien. Cuando llueve tengo la ventana abierta y me empapo con el aire. Si acaso hay un ambiente primaveral me siento exuberante -Ahora yo vivo enteramente con el cambio de clima."
El papel normal de las fantasías y experiencias alucinatorias durante la adolescencia ha sido descrito por Landauer (1935): "La percepción constituye la internalización de la realidad externa y normalmente es preservada como objeto de amor y odio; el adolescente que está impulsado por la necesidad de amar regresa a la costumbre infantil de incorporar objetos por destrucción, para reproducirlos en alucinaciones o (menos drásticamente) en fantasías como una realidad externa que ahora es idéntica a su yo. Este fenómeno es parte de la doctrina del adolescente, que sostiene que el yo es el único existente".

Debe mencionarse que el descubrimiento de la naturaleza y la belleza es representativo para un grupo social y educativo en particular, que más o menos coincide con la clase media y baja. Pero aunque el contenido de las fantasías varía mucho, el principio descrito se observa a través de esta fase. El aspecto más cambiante de un impulso es su objetivo, y el componente más variable de una fantasía es su contenido manifiesto. Esta variedad, que depende de la clase, región y tiempo histórico, no debe opacar el papel de la fantasía en la adolescencia, como un fenómeno transitorio interpuesto entre las etapas del narcisismo y del encuentro de un objeto heterosexual.
Típico de esta etapa intermedia es el hecho de llevar un diario. Escribir u diario es más frecuente actualmente en EE.UU., entre las jóvenes que entre los muchachos; posiblemente siempre haya sido así. La autoconcentración emocional que implica llevar un diario se ve fácilmente obstruida en un joven por connotaciones de pasividad; su necesidad de reafirmación física tanto agresiva como defensiva, desvían su atención de la introspección. Esto no siempre ha sido verdad; parece que con el advenimiento del cliché único de comportamiento, los tabúes más rígidos contra el así llamado "comportamiento inapropiado para el sexo" han sido derribados. Como quiera que sea, la diarista femenina comparte sus secretos con su diario como con un confidente íntimo. La necesidad de llevar un diario es proporcionalmente inversa a la oportunidad que tiene el adolescente de compartir sus necesidades emocionales con el medio ambiente. El soñar despierto, los acontecimientos y las emociones que no pueden ser compartidas con las personas reales, se confiesan al diario con desahogo. De este modo el diario asume una calidad de objeto. Esto es obvio si se leen los títulos, "Querido diario" o, como en el diario de Anna Frank (1947), "Querida Kitty". El diario de una joven es siempre su confidente femenino y ocupa un lugar entre el soñar despierto y el mundo de los objetos, entre la fantasía y la realidad, y su contenido y forma cambian con las diferentes épocas; porque el material que antes era ansiosamente guardado en secreto ahora se expresa abiertamente.
El adolescente contemporáneo, más sofisticado, ya no lleva un diario, registra las cosas, sin embargo, con miras a la posteridad y lo que dichos documentos ganan en calidad literaria generalmente lo pierden en autocrítica y espontaneidad. Actualmente, los diarios son más frecuentemente llevados por adolescentes de familias de clase media, donde los esfuerzos literarios son valorados y la facilidad de la palabra escrita no es poco común. Los temas que alguna vez fueron predominantes en los diarios -los conflictos instintivos acompañados de un humor depresivo, familiarmente conocido como Weltschmerz, una aflicción melancólica cósmica-, han dado lugar a diferentes temas, que pueden ser resumidos como una ansiedad difusa sobre la vida: Lebbensangst (Abegg, 1954). Así también la ingenuidad acerca de la política y el provisionalismo de días pasados han sido dramáticamente reemplazados por un conocimiento de la mayoría de los adolescentes acerca de los conflictos sociopolíticos de todo el mundo. Esta sofisticación no anula el hecho de que el diario aún tiene el mismo propósito psicológico, y que consiste en llenar el vacío emocional sentido cuando los nuevos impulsos instintivos de la pubertad no pueden estar por más tiempo unidos a objetos, así, la fantasía asume una función de lo más importante y esencial. Volcarse en el diario mantiene la fantasía, por lo menos parcialmente relacionada a un objeto y el hecho de escribir sus pensamientos mantiene las actividades mentales del adolescente más cerca de la realidad, ya sea que estas actividades impliquen afectos o deseos, fantasías, aspiraciones o esperanzas, o exceso de arrogancia o desesperación. Una chica reportó en su diario que en cuanto solía escribir sus fantasías sadomasoquistas éstas se volvían más excitantes y reales para ella. se volvían más efectivas al ser escritas de lo que eran tan solo como fantasía. La realización acerca siempre el contenido mental a la calidad de realidad. Viviendo experiencias y emociones a través de la escritura cierra la puerta por lo menos parcial y temporalmente a la actuación.

Debido a que normalmente la niña está más preparada para la heterosexualidad, su diario tiene la función de prevenir una actuación heterosexual prematura a través de la experimentación y la actuación de un papel en la fantasía. De este modo el diario llena más de una función: permite actuar un rol sin envolver la acción en la realidad; según Bernfeld (1931) el diario está primero al servicio del proceso de identificación; y finalmente el diario proporciona un mayor conocimiento de la vida interna, un proceso que por sí mismo da al yo más eficacia en sus funciones de conocimiento y síntesis.

El uso de los diarios de los adolescentes para el estudio sistemático de la psicología del adolescente fue introducido a la literatura psicoanalítica por Bernfeld (1927, 1931), quien desarrolló una metodología para su uso científico. Desafortunadamente, sus estudios acerca de los diarios de adolescentes fueron interrumpidos; de cualquier modo, algunas de sus observaciones merecen ser recordadas: "Los diarios de los adolescentes no ofrecen una fuente de marterial en el sentido de los datos históricos, por lo que se diría que la verosimílitud de sus autores está fuera de lugar. No se les puede usar para probar hechos, quizá únicamente con una precaución crítica y metodológica. Los diarios son representaciones deformadas por tendencias conscientes e inconscientes, exactamente como los sueños, fantasías y producciones poéticas de adolescentes. se pueden utilizar para 1) darnos conocimiento de sentimientos manifiestos (deformados por diversas tendencias ) de deseos y experiencias de la adolescencia; 2) son fuente para la interpretación de aquellas tendencias y del material psíquico que es deformado por ellas. Este tipo de interpretación requiere puntos de referencia. Ésta es la razón de por qué un diario, tal cual, sin más datos acerca del autor, tendrá un valor limitado desde el punto de vista del conocimiento psicológico del autor. Generalmente hay que estar satisfecho con el enriquecimiento fenomenológico que se pueda obtener."
Desde los estudios de Bernfeld, una extensa experiencia psicoanalítica con adolescentes ha establecido ciertas líneas de desarrollo que pueden ser consideradas como típicas para esta edad. Con creciente confiabilidad y desde luego con la precaución crítica metódica ya recomendada por Bernfeld, podemos reinstalar la producción verbal de los adolescentes en un plan de desarrollo del proceso del adolescente como un todo. En comparación con observaciones directas en niños, ya no aparece como no científico reconocer en un pequeño de cuatro años intolerancia a que se le toquen los dedos de los pies, como una manifestación de ansiedad de castración; ciertamente el rol que esta ansiedad asume en el funcionamiento total del niño es muy difícil de inferir a partir de la observación. la variedad de temas que aparecen en un diario comparada paralelamente con líneas de desarrollo clínico de funcionamiento psíquico ofrece datos fenomenológicos significativos. pero aparte de esto, y de mayor significado, el material del diario puede ser usado para verificar secuencias típicas que pueden permitir un conocimiento más detallado de la adolescencia. por esta razón, el estudio de los diarios de los adolescentes es de gran interés, aun en el caso de no tener más conocimientos del diarista, excepto sexo, edad, medio ambiente, y datos históricos. La mayoría de estos datos generalmente se manifiestan en el mismo diario.

El primer diario no expurgado de un adolescente publicado por un analista fue considerado en la época de su publicación como espantoso, y fue tildado de fraude. Hoy en día, a la luz de nuestro mayor conocimiento acerca de la vida mental del adolescente, la autenticidad del Diary of a Young Girl (Hug-Hellmuth, 1919) está fuera de duda. Desde luego, los mismos argumentos usados por Cyril Burt en contra de la verosimilitud del diario podrían, con igual lógica, aplicarse contra el Diario de Anna Frank (1947), y éste último no necesita defensa en este aspecto. Estos dos documentos y otros (Golan, 1954) ilustran dramáticamente la secuencia de las fases descritas en este libro, los diarios también son capaces de comunicar los sentimientos que acompañan los cambios tanto físicos como emocionales en tal forma que ninguna presentación teórica puede pretender igualar.

La propensión del adolescente a usar personas en presuntas relaciones esta muy ligada a la fantasía, especialmente para dotarla con cualidades con las que el adolescente intenta ejercitare sus propias necesidades libidinales y agresivas, estas relaciones carecen de una calidad genuina, constituyen experiencias creadas con el propósito de desligarse de objetos tempranos de amor. El autointerés complementario en tales relaciones entre dos adolescente, especialmente niño y niña, es rememorativo de una folie aux deux transitoria. El hecho de que esta relación con frecuencia es disuelta sin pena, sin dolor subsecuente, ni secuela de identificación, confirma su carácter. "La necesidad de reaseguramiento en contra de las ansiedades por los nuevos impulsos, le pueden dar a todas las relaciones de objeto un carácter no genuino; están mezcladas con identificaciones, y las personas son percibidas más como representaciones de imágenes que como personas, los caracteres neuróticos que tienen miedo de sus impulsos a lo largo de la vida frecuentemente dan una impresión de adolescentes". (Fenichel, 1945).

Anna Freud (1936) describió el rol que juega la identificación en la vida amorosa del adolescente, es usada para preservar el dominio sobre las relaciones de objeto en el tiempo del retiro al narcisismo. "Estas apasionadas y evanescentes fijaciones de amor, no son en lo absoluto relaciones de objeto, en el sentido en que usamos el término hablando de adultos. Son identificaciones de lo más primitivas, tales como las que encontramos en nuestro estudio sobre el temprano desenvolvimiento infantil antes de que algún objeto amoroso haya existido. Los siempre cambiantes encariñamientos y enamoramientos, las amistades devotas y apasionadas que son defendidas por el adolescente en contra de cualquier interferencia, como si la vida misma dependiese de ellas, pueden ser entendidos como un fenómeno de restitución. Previenen una regresión libidinal total al narcisismo, por medio de la asimilación del objeto en términos del modelo descrito por Helene Deutsch como el tipo de relación "como si", el adolescente enriquece su propio yo empobrecido. Todas estas relaciones ocasionan una sobreevaluación del amigo para gratificar necesidades narcisistas; pero aparte de este aspecto podemos reconocer un rol experimental, jugando con pequeñas cantidades de libido de objeto; un estado que ciertamente se continúa sobreponiendo por algún tiempo con el uso esencialmente narcisista del objeto. El componente experimental es un reforzamiento del yo, representa el aspecto del proceso total que se podría llamar adaptativo, puesto que funciona de acuerdo con un desarrollo progresivo.
Antes de que nuevos objetos amorosos puedan tomar el lugar de aquellos abandonados, existe un periodo durante el cual el yo e encuentra empobrecido por el retiro de los padres actuales y el alejamiento del superyo; en las palabras de Anna Freud (1936): "El yo se aleja del superyo", la unión del yo en el control instintivo ha dejado de funcionar en la forma dependiente acostumbrada, y además la decatexis de las representaciones de los padres se ha añadido al empobrecimiento del yo. Este estado de cosas no solamente está contrariado por un proceso transitorio de identificación, sino también por la creación de estados voluntariosos del yo, de una conmovedora percepción interna del ser. Landauer (1935) se refiere a este fenómeno adolescente como "experiencia exaltada del yo" (ërhöhtes Ich-Erlebnis). Este fenómeno de restitución puede ser visto en relación al yo corporal, al yo experimentador, al yo autoobservador. En la esfera del cuerpo es esfuerzo, dolor y excesiva movilidad, en el yo experimentador es la abrumadora carga afectiva y su explosiva descarga; en el yo autoobservador es la aguda percepción de la vida interna la que caracteriza la condición de un adolescente relegable al mecanismo de defensa. De hecho, estos estados del yo son importantes para formar la variante específica y egosintónica individual de la organización de los impulsos en el adulto.

Esta cuestión ocupará largamente nuestra discusión sobre la adolescencia tardía; aquí la ilustraré con algunos extractos del análisis de dos jóvenes de catorce años:
John entró en una nueva fase de su análisis hasta que finalmente venció la fijación que tenía en la madre fálica. Tuvo que afrontar la dócil sumisión de su padre mientras no era aún capaz de transferir sus necesidades libidinales a nuevos objetos. En este estado de aislamiento y de empobrecimiento afectivo de repente dio con la idea de hacer cosas que estaban fuera de lo común, y que le darían una desconocida y poco usual sensación de audacia, libertad y descubrimiento. Así, se levantó a las dos de la mañana, cuando todos estaban dormidos, fue a la sala y se sentó en "la silla de papá" a leer; en la escuela se especializa en hacer bromas para sorpresa de sus compañeros y maestros; empezó a usar una chistosa gorra y a observar sus propios sentimientos cuando otros le miraban. Alan, otro muchacho de la misma edad, usó mecanismos similares; siempre estaba cansado y excitado por el apuro, la tardanza y la carencia de tiempo. Llegó a darse cuenta de que la sensación de apuro era un estado autoinducido de tensión, por decirlo así, un estimulante autoadministrado para continuar sintiéndose vivo. Él dijo "He descubierto que la agitación en que me meto cuando intento hacer la tarea es autoimpuesta. Realmente yo provoco mi estado de ansiedad y tensión. Es lo mismo cuando de repente parezco muy interesado en baseball, en la serie mundial; de hecho, no me importa." Ambos muchachos reconocieron únicamente durante el curso de su análisis que los estados del yo eran autoinducidos a propósito, parcialmente defensivos, parcialmente libidinales y agresivos, parcialmente adaptativos y experimentales; y que fueron sentidos como egosintónicos. Si los estados del yo adolescente giran hacia gratificaciones masoquistas, o hacia la desesperación, expresada en llanto, sufrimiento, autocastigo, entonces, de acuerdo con Helene Deutsch (1944), estas gratificaciones narcisistas a través del sufrimiento usualmente tienden a un estado de ánimo depresivo conectado con sentimientos de inferioridad, y pueden cristalizar en una depresión real, que puede desencadenar una severa neurosis de adolescencia.
A esta categoría de sentimiento de exaltación del yo pertenecen los estados autoprovocados de esfuerzo, dolor y agotamiento que son típicos del adolescente, aparte de los aspectos defensivos, la importancia del sentimiento del yo corporal exaltado no debe ser menospreciada. No necesitamos tomar en cuenta más que un ejemplo de este bien sabido fenómeno, aquel tomado de la biografía de Gerald Manley Hopkins (Warren 1945). "En el internado se autonegó el uso de la sal por una semana; en otra ocasión, hizo una apuesta de no tomar agua u otros líquidos por una semana, apuesta que ganó aunque al final cayó desfallecido".

Los estados del yo autoinducidos de intensidad afectiva y sensorial, permiten al yo experimentar un autosentimiento y, así, protegen la integridad de sus límites de cohesión; es más, estos estados promueven la vigilancia del yo sobre la tensión instintiva. estas tensiones instintivas son parcialmente aliviadas por procesos de descarga al exterior, vía expresión motora; también son parcialmente descargadas hacia el interior y son la causa de tantos problemas fisiológicos (de funcionamiento en este período, se mantienen bajo control, en parte, por los mecanismos de defensa. de hecho, la oscilación entre las formas en que el yo y el impulso instintivo llegan a un entendimiento o modus vivendi, es la regla, más que la excepción, durante esta fase de la adolescencia. Siempre que este modus vivendi enfatiza la moderación, el idealismo o el repudio instintivo, recibe mucho encomio del medio ambiente; si los impulsos instintivos llevan la de ganar, entonces el adolescente puede entrar en conflicto abierto con la sociedad. Así, normalmente oscila entre ambas posiciones, su tumulto se aplaca con el aumento gradual de principio de control inhibitorios de guía y evaluativos, que rinden deseos, acción, pensamientos y valores egosintónicos orientados hacia la realidad. Esto, por supuesto, puede ser logrado sólo después de que estos principios se han desconectado de los objetos de amor y odio -las imágenes de los padres, hermanos y otras- que originalmente los provocaran. Como una etapa intermedia, el yo se convierte en el recipiente de la líbido separado de representaciones de objeto; todas las funciones del yo, no solamente el ser, pueden ser catequizadas en el proceso. esta circunstancia le da al individuo un falso sentido de poder, que a su vez implica su juicio en situaciones críticas, casi siempre con consecuencias catastróficas. Un buen ejemplo son los frecuentes accidentes automovilísticos de los jóvenes.

La debilidad relativa del yo en contra de las demandas del instinto mejora durante esta fase adolescente, cuando el yo cede en su aceptación de los impulsos. Este progreso es paralelo al aumento de los recursos del yo al canalizar la descarga de los impulsos por una pauta altamente diferenciada y organizada. Sin embargo, este paso no puede darse mientras los objetos de amor de la temprana infancia continúan luchando por su supervivencia, mientras el complejo de Edipo continúa afirmándose. La fase de la adolescencia propiamente tiene dos temas dominantes: el revivir del complejo de Edipo y la desconexión de los primeros objetos de amor: Este proceso constituye una secuencia de renunciación de objetos y de encontrar objetos, que promueven ambos el establecimiento de la organización de impulsos adultos. Se puede describir esta fase de la adolescencia en términos de dos amplios estados afectivos: "duelo" y "estar enamorado". el adolescente sufre una perdida verdadera con la renunciación de sus padres edípicos, y experimenta un vacío interno, pena y tristeza que son parte de todo luto. "El trabajo de estar de luto... es una tarea psicológica importante en el período de la adolescencia" (Root 1957). La elaboración del proceso de duelo es esencial para el logro gradual de la liberación del objeto periodo; requiere tiempo y repetición. Similarmente en la adolescencia la separación de los padres edípicos es un proceso doloroso que únicamente puede lograrse gradualmente.
El aspecto de "estar enamorado" es un componente más familiar de la vida del adolescente, señala el acercamiento de la libido a nuevos objetos; este estado se caracteriza por un sentimiento de estar completo, acoplado con un singular abandono. El amor heterosexual a un objeto implica el fin de la posición bisexual de fases previas en las cuales las tendencias ajenas al sexo necesitaban constante carga contracatéctica, ya que amenazaban constantemente con hacerse presentes, dividiendo la unidad del yo ("autoimagen"). Estas tendencias pueden satisfacerse sin restricción en el amor heterosexual sólo concediendo al compañero el componente del impulso ajeno al sexo. Es re modelo fue descrito por Weiss (1950), quien le llamó "fenómeno de resonancia". Aparece primeramente en la adolescencia y juega un papel importante en la resolución de las tendencias bisexuales. en la adolescencia se puede observar fácilmente cómo el hecho de enamorarse o de adquirir un novio o novia hace que se aumenten marcadamente rasgos masculinos o femeninos, este cambio significa que las tendencias ajenas al sexo han sido concedidas al sexo opuesto y pueden ser compartidas en el mutuo pertenecer de los compañeros. En otras palabras, el componente sexual en propiedad del objeto de amor que a su vez es catectizado con libido de objeto.


A la adolescencia en sí pertenece esta experiencia única, el amor tierno. El amor tierno comúnmente precede a la experimentación heterosexual, que no debe confundirse con el juego sexual más inocente de etapas anteriores -aunque este juego a veces se extiende a la adolescencia en sí en el espíritu competitivo de los muchachos para la conquista de las muchachas, y la forma deseada de intimida física (que es dictada en gran parte por el medio y el grupo al cual pertenece el adolescente). El acercamiento ruidoso y voraz de los muchachos llega a una cima en esta fase pero, antes o después, estos bruscos intentos son interrumpidos de repente por un sentimiento erótico que inhibe y extasía al joven macho. Se percata de que el sentimiento que ha entrado en su vida es nuevo en un aspecto; es decir, que su actitud hacia la muchacha implica también un sentimiento de ternura y devoción. Predominan la preocupación por preservar el objeto de amor, y el deseo de pertenecerse exclusivamente -aunque sólo sea espiritualmente-el uno al otro. La pareja no representa solamente una fuente de placer sexual (juego sexual); más bien, ella significa un conglomerado de atributos sagrados y preciosos, que llenan al joven de admiración. No debe omitirse que este nuevo sentimiento es experimentado por el muchacho al principio como la amenaza de una nueva dependencia, así que la unión en sí despierta miedo de sumisión y de rendición emocional. Esta reacción apareció claramente en el análisis de un joven de 15 años, cuando hizo su aparición el amor tierno. El miedo de dependencia de la madre fálica había ocupado hasta entonces gran parte del trabajo analítico. El joven describió su torbellino emocional como sigue: "Hay algo raro en mi vida sexual con las muchachas. Varias muchachas me siguen, hay una que me gusta más que las otras, pero casi no le presté atención en la fiesta de la semana pasada: el modo en que me comporto es loco. Tengo miedo. o algo así, de hacerle saber que me gusta. a estas alturas sentía yo que tenía el control de la situación, que estaba en la cumbre y que no corría ya ningún peligro... Todo este asunto es tonto o anormal. Tengo miedo de que ella conozca mis sentimientos de que ella realmente me quiera y que yo sea un objeto en sus manos. Entonces no podré estar yo encima."

La idealización del objeto de amor inicia el refinamiento y enriquecimiento de la vida sentimental en el muchacho, deriva su intensidad y calidad de un grado normal de fijación materna. El sentimiento de amor tierno en la relación heterosexual puede lograrse probablemente sólo cuando las posiciones narcisistas y bisexuales son cambiadas hacia la rendición final del componente dominante sexual a un miembro del sexo opuesto. La catexis del objeto de amor con la libido narcisista es responsable de su idealización. En caso de infatuación extrema la catexis deja al yo agotado; el resultado es que frecuentemente se ignoran la protección esencial de la salud tanto física como mental con peligrosas consecuencias. De cualquier modo, el aparecer de este tierno sentimiento marca en el joven un punto cambiante: las primeras señales de heterosexualidad se manifiestan y se empieza a llevar a cabo la elaboración adolescente de masculinidad. Sin embargo sólo cuando progresa desde esta etapa primaria de infatuación hacia la fusión del amor tierno y sexual, se hace aparente lo genuino de este desarrollo previo. No debe olvidarse que la masculinidad del joven, incluyendo la del joven pasivo es poderosamente reforzada por la maduración de la pubertad en sí. Esta ganancia aparente muchas veces cubre un pasividad continuada, que nuevamente se presenta cuando el surgimiento púber de la sexualidad masculina ha bajado de intensidad.
Típicamente el desarrollo sigue el esquema de acuerdo con el cual el componente pasivo femenino del macho se rinde a la pareja heterosexual; un sentimiento de estar completo se deriva de su polarización. En su primera etapa la unión con el ser amado se experimenta en parte en fantasía; por ej., sólo un pequeño estímulo tal como el recuerdo de una muchacha conocida con anterioridad o una muchacha desconocida vista por un momento o a distancia, puede hacer que surjan fuertes manifestaciones de afecto. A esta última categoría pertenece la experiencia del primer amor que describe Thomas Mann (1914) en Tonio Kröger.
La rubia Inge, Ingeborg Holm, hija del doctor del mismo apellido, que vivía en la Plaza del Mercado, donde se erigía, puntiaguda, la gran fuente gótica, era la joven a quien amaba Tonio Kröger cuando frisaba en los diecisiete años.

¿Cómo se produjo aquello? La había visto otras mil veces; pero una noche determinada la vio bajo una luz muy particular hablando con una amiga de una manera muy animada, riéndose a su manera peculiar, ladeando un poco la cabeza, llevando de una manera muy graciosa la mano a la nuca -una mano pequeña que no era ni muy delgada ni muy fina- mientras su blanca manga de gasa se deslizaba más arriba del codo; oyó cómo acentuaba una palabra, una palabra completamente anodina, en un tono muy dulce y agradable, poniendo en la voz sonoridades insospechadas, e invadió su corazón un encanto muchpisimo más intenso que el que sentía tiempo atrás al conversar con Hans Hansen, en auqellos días lejanos en los que no era más que un muchacho pequeño y tonto.
Aquella noche grabó en su mente la imagen de Inge; con el minúsculo y apretado mopo rubio, los ojos rasgados y azules llenos de risa y la sombra de algunas pecas que hacían su rostro más atractivo. No pudo conciliar el sueño, pues aún le parecía oír el sonido de su voz; intentaba en silencio imitar su acento, aquel acento con el que había pronunciado la anodina palabra, y al hacerlo se estremecía todo su cuerpo. La experiencia le enseñaba que aquello era el amor. Y si bien sabía exactamente que l amor le tenía que acarrear mucho daño, disgusto y humillaciones, y que además de todo ello destruía su paz y le llenaba hasta el borde el corazón con nuevas melodías, sin que le fuera dable recobrar la tranquilidad en el futuro para dar forma definitiva a la amada ni fin a ninguna empresa...,no obstante eso, acogió con alegría aquel amor, se entregó a él por completo y lo cuidaba con ternura infinita, pues sabía que le haría fuerte y dichoso, y él ¡anhelaba tanto ser fuerte y dichoso, en vez de dedicarse a forjar quimeras y ensueños nunca realizados!...
La primera elección de un objeto de amor heterosexual está comúnmente determinada por algún parecido físico o mental con el padre del sexo opuesto, o por algunas disimilitudes chocantes. En el caso de Tonio el contraste entre la chica teutónica, rubia, regordeta y prosaica y su madre exótica, morena, poética y delicada no puede menos de impresionar al lector. Por supuesto que dichos primeros amores no son relaciones maduras, sino intentos rudimentarios de desplazamiento que adquirirían madurez amorosa sólo con la solución progresiva del complejo de Edipo revivido. El fracaso final de Tonio de alcanzar una relación amorosa estable puede ser descrito aquí, aunque va más allá de la fase que se discute. En la primera etapa de su madurez tomó como pareja amorosa a una mujer que era el extremo opuesto de la joven Inge: "Su pelo castaño, con un peinado apretado, algo gris en las sienes, rodeaba un rostro sensitivo, simpático, de tez oscura, de características eslavas por sus altos pómulos y pequeños ojos brillantes". Aparentemente la madre había sido descartada al elegir su primer amor adolescente se había convertido en el conflicto de su vida amorosa posterior. Tonio se aleja de la casa paterna y se convierte en artista, pero nunca encuentra como hombre a la mujer con la cual casarse. Eventualmente Tonio encuentra a Hans e Inge, quienes se han casado. Los dos primeros amores de Tonio estaban hechos el uno para el otro; los dos fueron decididos en un intento de complacer al padre; un muchacho como Hans hubiese sido amado por el padre de Tonio como un hijo y, escogiendo una chica como Inge, eliminaba Tonio el deseo conflictivo de poseer a la madre o a alguien que se le pareciese. Sentimientos positivos y negativos hacia sus padres estaban así articulados en la elección que el joven hizo de su primer amor homosexual y su primer amor heterosexual.

Un joven de 15 años describió su primera experiencia de amor tierno con estas palabras: "Fue el sentimiento más raro que había experimentado hacia una muchacha. íbamos juntos en el tren hacia un campo de veraneo; amaba yo a la muchacha, pero no podía tocarla o besarla. Esto duró casi todo el verano. Siempre pensé, 'Sería demasiado para ella; si la toco podría arruinar nuestra relación'. ¡Que esto me tenga que suceder a mí! Yo que siempre creí ser tan audaz con cualquier muchacha en cualquier momento, me tomaba 20 minutos llegar al primer beso. Esta vez era diferente, al pensar en las anteriores conquistas rápidas me decía: 'Caray, ¿qué importa un beso de aquellos?'." Este joven altamente egocéntrico y fijado oralmente pudo sobreponerse por medio de la terapia a su dependencia pasiva por la identificación con la madre activa. En vez de ser el objeto de amor protector y el cuidado excesivo de su madre , los volcó en la joven amada. Al hacer eso podía tolerar las tensiones crecientes del trabajo y la abstinencia. Logró un grado de masculinidad al conceder la modalidad del impulso receptivo femenino a su pareja heterosexual; de este modo podría por reflejo compartir el componente del impulso repudiado.

El progreso del joven a la heterosexualidad es propiciado en gran parte por la ayuda de una unión emocional profunda con una pareja amorosa que lleve, por decirlo así, la mitad de la carga del proceso de polarización. Siempre que no pueda ser abandonada la organización de impulsos de la primera adolescencia, puede ocurrir la precipitación hacia un matrimonio prematuro o a relaciones sexuales transitorias, como un intento de saltarse una fase específica de la adolescencia en sí. Cuando esto ocurre en el hombre, podemos discernir una unión insuperable a la madre amamantadora, por ej., la madre activa, esta fijación durante la adolescencia toma la forma de esfuerzos homosexuales pasivos que casi siempre están latentes en actuaciones heterosexuales. Frecuentemente ocurren en esta fase episodios homosexuales en muchachas y muchachos, y no hay modo de predecir la duración de su efecto en la formación de la masculinidad o feminidad, sin saber qué organización de impulsos específicos se refuerzan a través de estas experiencias que se comparan, patológicamente, con la maduración del púber. En la joven dos predicciones favorecen la elección de objeto homosexual. Una es la envidia del pene, que se compensa con desdén por el macho; en estos casos la joven misma actúa como muchacho en relación con otras jóvenes. La segunda precondición es una fijación temprana en la madre; en estos casos la joven actúa como una niña dependiente, extremadamente obediente y confiada, sobrecogida por sentimientos de felicidad y contento en su presencia de la madre. Algunos problemas de alimentación (gula) frecuentemente acompañan este último síndrome clínico.

En el joven, tres precondiciones favorecen la canalización de la sexualidad genital hacia la relación homosexual en la pubertad. Uno es el miedo a la vagina como órgano devorador y castrante. En este concepto inconsciente reconocemos derivados del sadismo oral proyectado. la segunda precondición reside en la identificación del joven con su madre, una condición que ocurre comúnmente cuando la madre fue inconsistente o frustrante mientras que el padre fue maternal o rechazante. Una tercera condición se ramifica del complejo de Edipo que asume la forma de una inhibición o restricción en que equipara a todas las mujeres con su madre, y considera que la introyección es una prerrogativa del padre. Todas estas etapas pueden observarse latentes o manifiestas durante la adolescencia en sí, cuando la resurrección de las tempranas relaciones de objeto pasan a primer plano. Las manifestaciones edípicas de la adolescencia muestran las visicitudes específicas que el complejo de Edipo ha sufrido durante la vida del individuo.
La lucha de los instintos, que ocurre al terminar la primera infancia, logra una tregua con la adquisición de relaciones de objeto relativamente estables dentro de la familia, con el establecimiento del superyo y con la elaboración preliminar de la identidad sexual. Esta tregua abre la puerta a la experiencia exclusivamente humana del periodo de latencia. La adolescencia en sí logra tareas similares dentro de un cuerpo que ha llegado a la madurez física sexual. Consecuentemente el desarrollo emocional debe tender en dirección a relaciones de objeto estables con ambos sexos, fuera de la familia y hacia la formación d una identidad sexual irreversible. A la luz de estas adquisiciones, el hombre no puede menos de embonar activamente en las organizaciones sociales e instituciones de su mundo inmediato. Sólo a través de la adaptación aloplástica puede procurarse satisfacción a sus necesidades instintivas, y además dar expresión a esas energías libidinales y agresivas que trascienden la realización instintiva y aparecen en una forma altamente compleja, cuya meta se encuentra inhibida. Una forma sublimada, la elaboración del rol social y privado, es un proceso que empieza a formarse durante la adolescencia en sí, pero que de ningún modo termina en esta fase.
Volvamos al padre edípico. De los historiales clínicos pertenecientes a esta fase, resulta bastante claro que es imprescindible el alejamiento decisivo del padre antes de que pueda hacerse la elección de un objeto no incestuoso. Durante las etapas previas a este alejamiento decisivo hay rasgos de venganza y rencor que son destinados a herir al padre, que no puede satisfacer por más tiempo las necesidades del niño. Estas acciones significan que aún prevalece el status de infancia. Podemos presenciar en muchachos y muchachas el resurgimiento de la conciencia de la vida íntima de los padres; a esta curiosidad de imaginación se añaden sentimientos de culpa y vergüenza. Esta relación edípica se hace presente en la actitud crítica del adolescente hacia uno de sus padres; en la joven, casi siempre es la madre el blanco de reproches y acusaciones; más de una joven está convencida de que ella comprende mejor a su padre que a su misma madre. Ella (según un pensamiento muy típico), nunca lo molestaría con las trivialidades con que su madre lo recibe a la puerta después de un día de pesado trabajo; la joven generalmente se da cuenta del aspecto negativo de sus sentimientos hacia su madre; el lado positivo está disfrazado en fantasías, sueños diurnos, o lo experimenta en forma desplazada con mucha dramatización y fantasía. Esto nos recuerda a la joven que "se enamora" de un joven cuya máxima distinción es el ser incomprendido por los demás. Dependiendo de la clase social y casta a la que pertenece la joven, el muchacho puede ser de raza, color o religión especial, o simplemente "bueno para nada", un paria de la sociedad. Esta elección de objeto sigue el patrón edípico de competencia y venganza. los sentimientos de culpa que siguen son aplacados con autocastigo, ascetismo y estados de depresión.

Un episodio de la psicoterapia de una joven de 17 años ilustra lo anterior. Mary había empezado una relación con un joven psicótico que, en la opinión de ella, era incomprendido por su familia, su doctor y el mundo en general. En su casa ella peleaba con su familia por el derecho de salir con Fred, su novio, esta relación tenía todas las características de una actuación; esto es, la descarga de una tensión conflictiva o impulsiva en interacción con el mundo externo, en vez de experimentarla como una crisis egosintónica. Mary se aferraba a esta relación que aparentemente no le traía felicidad, pero causaba a sus padres gran angustia. Un día, madre e hija tuvieron una violenta pelea por responsabilidades en el trabajo de la casa, hacia el cual la hija era remisa. Mary se sentía maltratada, rechazada e incomprendida por su madre y en el apogeo de la discusión, le hice esta observación: "Yo sé qué es lo que pensaste cuando dejaste a tu madre hablando sola."
"¿Qué?" "Que te acostarás con Fred este fin de semana." "¿Cómo lo supo usted?", fue la respuesta. Este efecto sorpresivo hizo que Mary comprendiera que cuando buscaba el amor de Fred le impulsaba una profunda decepción de su madre. La relación con Fred era para tomar represalias, competitiva y vengativa; podía ser parafraseada: "¿Conque no me amas? ¡Otra persona lo hará!" Desde este momento la chica perdió el interés en Fred, y en el tratamiento surgió material de contenido edípico, material que por primera vez puso ser recordado y comunicado en palabras en vez de acciones. Actuando "esta forma especial de recordatorio en la que un viejo recuerdo es reestablecido" (Fenichel 1945) se evita que la memoria esté alerta y se hace inaccesible a intervenciones transformantes que emanen del exterior o el interior. para hacer justicia a la complejidad del caso de Mary, debemos añadir que el reto de la joven a su madre sirvió también otro propósito, el de resistencia ante la regresión; el problema del negativismo como una forma de contrarrestar el tirón regresivo es de gran importancia para el adolescente. parece ser teóricamente convincente y clínicamente demostrable que el "negativismo al por mayor" del adolescente disminuye en proporción directa al yo, según éste domina el tirón regresivo por medidas adaptativas o defensivas, pero primordialmente por un movimientos progresivo de la libido hacia relaciones de objeto heterosexuales, extrafamiliares y no ambivalentes.

Como señalamos anteriormente los caminos que un joven y una muchacha siguen para la resolución de un conflicto edípico son diferentes. Lo que cierra la fase edípica para un joven, a saber, la ansiedad de castración, abre a su vez la fase edípica para una muchacha. La resolución de la fase edípica nunca es llevada a cabo por una joven con la misma rigidez y severidad con que lo hace un muchacho. El cambio de la joven hacia la heterosexualidad en la adolescencia en sí, y su uso defensivo en la preadolescencia se efectúa sólo con sus ansias edípicas ligeramente reprimidas; como la represión de las ansias edípicas del joven es más severa, su resurgimiento es lento y resistente a la estimulación puberal. La resolución del complejo de Edipo se deja inconclusa cuando la inmadurez del niño necesita del abandono de las ansias edípicas; la renunciación de éstas asume la forma de represión; por el contrario, la joven continúa tejiendo la hebra de la alfombra edípica a través de su periodo de latencia. Este hecho subraya por un lado su conflicto edípico y lo conduce por el campo amplificado der experiencias latentes; por otro lado contribuye al enriquecimiento de la vida interna de la joven. Ésta, consecuentemente, llega a la adolescencia en sí con un amplio precedente emocional expresado en fantasía, intuiciones y empatía, muy bien descritos por Helen Deutsch (1944). estos ricos orígenes de la vida interna permiten a la joven tolerar el aplazamiento de la gratificación genital. Se ha mencionado muchas veces que la joven fácilmente disocia la urgencia sexual y su gratificación masturbadora, tanto de la acción pensada como de la consciente, por la localización anatómica de su órgano excitable el clítoris y a veces la vagina. la anatomía de la joven permite la estimulación y excitación por medio de presión ,muscular y posiciones posturales, resultantes en descargas tensionales que van desde el orgasmo hasta simples sensaciones. En el joven, al contrario, el órgano sexual es exterior, visible y palpable, y cualquier excitación sexual es muy perceptible; es más, la masturbación masculina es físicamente eyaculación (orgástica) y su naturaleza sexual no puede escapar a la vista.

En lo que respecta a la resolución del complejo edípico, debemos recordar nuevamente que ni en el joven ni en la muchacha encontraremos soluciones ideales. En ambos sexos quedan residuos de ansias edípicas positivas y negativas; es decir en el joven quedan remanencias de ansias femeninas y la muchacha mantiene por un largo tiempo fantasías de naturaleza fálica. El análisis de muchachas adolescentes ha mostrado que la resolución de conflictos edípicos las prepara para el amor heterosexual, y el sometimiento del ""complejo de masculinidad" produce sentimientos maternales, por ejemplo: el deseo de tener un niño. Helene Deutsch (1944) descubrió este desarrollo en una joven: "De cualquier modo, la joven reprime la realización consciente del deseo instintivo directo por un tiempo más largo y de un modo más exitoso que el joven. Este deseo se manifiesta indirectamente en sus ansias amorosas intensas y en la orientación erótica de sus fantasías -en suma, con dotar a su vida interna con esas cualidades emocionales que reconocemos como específicamente femeninas". La polaridad de "masculino" y "femenino" recibe su fijación final e irreversible durante esta fase de la adolescencia en sí. La menarca inicia y enfatiza esta polaridad. La reacción emocional en la joven normal para este acontecimiento, envuelve dos procesos psíquicos esenciales. Por un lado la renunciación y por otro lado la identificación con su madre como prototipo reproductor. Benedek (1959) ha dicho que "la madurez hacia la meta reproductiva femenina depende de la identificación de desarrollo previo con la madre. Si la identificación no está cargada de hostilidad, la joven puede aceptar sus deseos heterosexuales sin ansiedad y la maternidad como una meta deseada. Esto, a su vez, determina la reacción de la joven hacia la menstruación".

El muchacho, al sobreponerse a los restos femeninos de su oposición edípica negativa, se vuelve hacia artificios sobrecompensatorios que le hacen aparecer beligerantemente afirmativo de sus poderes y prerrogativas masculinas. Es más, se une a grupos masculinos o se afilia a pandillas ("callejeras", "escolares", de la "baja sociedad" o de la "alta sociedad") que permiten que sus tendencias inhibidas en busca de la mujer encuentren un escape y, al mismo tiempo, inician al adolescente en un códice colectivo de virilidad.
Estas soluciones pueden ser consideradas como estaciones o posiciones tomadas en el desarrollo progresivo. Por sí mismas, no indican el logro de esos cambios internos catécticos e identificativos a los que puede uno referirse en su totalidad como identidad sexual. De hecho, la sumisión sin reservas a las presiones sociales que fuerzan al individuo a actuar en cierta forma, a pesar de la capacidad interna correspondiente para integrar la experiencia a la continuidad de su yo, comúnmente produce un estado de confusión interna. Como resultado, se manifiesta clínicamente la ruptura de las funciones del yo; esto se presenta en las fallas típicas del adolescente para sobrellevar las demandas normativas de su vida, tales como el estudio, cumplir con un horario, autoorientarse para el futuro, juzgar las consecuencias de la acción, etc. Estos estados de confusión y colapso indican frecuentemente un esfuerzo patognómico para evadir los procesos de transformación internos de la adolescencia en sí, por medio del comportamiento que simule sus logros. Este intento es universal y generalmente pasajero. La tendencia a preservar los privilegios de la infancia y a gozar simultáneamente de las prerrogativas de la madurez es casi un sinónimo de la adolescencia misma. Todo adolescente tiene que atravesar por esta paradoja; aquellos que se hallan fijados en esta etapa tienen un desenvolvimiento desviado.

El declinamiento del complejo de Edipo en la adolescencia es un proceso lento, y llega hasta la adolescencia tardía. Se completa probablemente sólo cuando, durante el curso natural de los hechos, el individuo se restablece en una nueva familia; entonces las fantasías edípicas pueden ser desechadas para siempre. Más cautelosamente -y quizá más correctamente- se puede decir que a través de la formación de una familia nueva el joven adulto crea una constelación emocional con la ayuda de la cual él espera dominar cualquier remanente edípico que amenace con reaparecer.
Existen dos fuentes de peligro interno durante la adolescencia que requieren de medidas preventivas, tanto auto como aloplásticas, para impedir un estado de pánico. Una es el empobrecimiento del yo, que lleva a los estados anormales del yo que ya han sido descritos en conexión con los esfuerzos físicos respecto al mantenimiento del contacto con la realidad y continuidad en los sentimientos del yo. La otra fuente es la ansiedad instintiva despertada durante el movimiento progresivo de la libido hacia la heterosexualidad. Esta ansiedad pone en juego los mecanismos defensivos típicos de esta fase. Desde luego, durante todos los años de adolescencia, las reacciones defensivas juegan un papel importante, y realmente algunas fases han sido definidas por su uso de defensas específicas (por ej., la regresión en la fase específica para el muchacho durante la preadolescencia). Comoquiera que sea, parece que en la adolescencia escogen defensas propias con una mayor discreción idiosincrática. se podría decir que la elección de defensa está de acuerdo con el surgimiento progresivo del carácter. La formación del carácter en sus aspectos positivos y negativos, en su liberación y restricción del yo bajo circunstancias normales, deriva su calidad y estructura de las actividades del yo que empiezan casi siempre como medidas defensivas y gradualmente asumen una fijación adaptativa.
Los mecanismos de defensa que parecen ser entidades dinámicas en esta fase de la adolescencia, revelan ser en una observación más detallada un compuesto de procesos componentes divergentes. "Observación más detallada" se refiere aquí a observaciones longitudinales que se extiende más allá de la fase en cuestión para estudiar el destino último de la defensa; es decir, ver cómo se separa en componentes distintos que sirven a funciones diferentes como, por ej., funciones defensivas, adaptativas y restitutivas. El retiro de la libido de los objetos infantiles de amor, que es una condición indispensable para la progresión adecuada de la fase hacia la elección de objeto no incestuosa, no es consecuentemente una defensa en el sentido propio de este término. Se vuelve una defensa sólo si reprime la posición inalterada de la libido y así se retira de movimientos progresivos y transformaciones.

Ciertos esfuerzos característicos realizados por el yo para contrarrestar su emprobrecimiento y su débil sostén en la realidad, llevan los signos del fenómeno de restitución. La integridad del yo -su cohesión y continuidad- está amenazada por la decatexis de objetos de amor infantil; para arreglar este daño intrapsíquico se inician procesos restitutivos. La decatexis de objetos infantiles origina un aumento en el narcisismo que no implica una regresión a la fase narcisista o indiferenciada; en cambio, puede ser entendido como la consecuencia de un cambio catéctico dentro del yo al servicio de un desarrollo progresivo. Secundariamente, podemos entonces aislar, de acuerdo con Anna Freud (1958), "defensas en contra de las ataduras infantiles de objeto" de las que el "desplazamiento" y la "reversión de afecto" son las más prominentes. Estas defensas eventualmente abrirán camino a procesos adaptativos (Hartmann, 1939,a). Sabemos por la observación que la transición de procesos restitutivos a defensivos y adaptativos es intrincada y requiere estudio. Este problema, desde luego, va hacia el fondo del proceso del adolescente en sí, en términos de diferenciación y maduración. El concepto d defensa es por supuesto muy limitado para hacer justicia a la complejidad de la adolescencia; un énfasis demasiado grande en él ha oscurecido otros temas igualmente significativos de este periodo.

Los mecanismos de defensa de la adolescencia fueron descritos por Anna Freud (1936). El ascetismo y la intelectualización han sido particularmente bien estudiados. Ambos aparecen ampliamente en una clase social en la que un estado prolongado de la adolescencia se ve favorecido por demandas especiales de la educación. El ascetismo prohíbe la expresión del instinto; fácilmente cae en tendencias masoquistas. "La tendencia de la intelectualización es la de vincular los procesos instintivos con los contenidos ideacionales y así hacerlos accesibles a la conciencia y sujetos a control"(Anna Freud, 1936). La intelectualización favorece al conocimiento activo y permite la descarga de la agresión en forma desplazada. "Un juicio negativo", de acuerdo con Spitz (1957), "es el sustituto intelectual para la represión". Ambas defensas , ascetismo e intelectualización, que son tan características de la crisis de la adolescencia, demuestran bien el papel de los mecanismos de defensa en la lucha del yo en contra de los instintos. Además en cierto modo, anuncian el surgimiento del carácter y de interés especiales, de preferencia talento y elecciones vocacionales definitivas. Aparentemente la intelectualización contiene más potencial positivo, mientras el ascetismo es esencialmente restrictivo del yo; sirve como una acción de posesión y tiene poco esfuerzo afectivo con el cual comunicarse y relacionarse con el mundo exterior.

En el Retrato del artista adolescente (1916) James Joyce, minuciosa y conmovedoramente, describe su lucha juvenil contra el deseo carnal. En las medidas que Stephen Dedalus emplea para controlar sus impulsos a partir de su primera experiencia sexual en un encuentro con una prostituta, podemos reconocer dos defensas clásicas, intelectualización y ascetismo.
La descripción de Joyce acerca de estas defensas indica la enormidad de la lucha que este joven sostuvo. primero Stephen intentó dominar sus impulsos sexuales por simple represión, por una ferviente desaprobación de su rebeldía y urgencia con la esperanza de encontrar paz interna. Se pueden apreciar sentimientos edípicos inconscientes por el sentimiento culpable del muchacho al alejarse de su familia:
¡Cuán necio había sido su intento! Había tratado de construir un dique de orden y elegancia contra la sórdida marea de la vida que le rodeaba y de contener el poderoso empuje de su marejada interior por medio de reglas de conducta y activos intereses y nuevas relaciones filiales. Todo inútil. Las aguas habían saltado por encima de sus barreras lo mismo por fuera que por dentro. Y las aguas continuaban su empuje furioso por encima del malecón derruido.

Y vio también claramente su inútil aislamiento. No se había acercado ni un solo paso a aquellas vidas a las cuales había logrado echar un puente sobre el abismo de vergüenza y de rencor que lo separaba de su madre y de sus hermanos. Apenas si sentía la comunidad de sangre con ellos, apenas si sentía la comunidad de sangre con ellos más que por una especie de misterioso parentesco adoptivo: hijo adoptivo y hermano adoptivo. (El artista adolescente, Madrid, Biblioteca Nueva, 1963).

El bastión temporal de Stephen contra sus impulso sexuales falló en su intento de establecer nuevas relaciones filiales desprovistas del componente del impulso púber, y representaba la solución regresiva del conflicto edípico revivido; pero no le llevaba a nada. Debía primero completar el alejamiento de sus objetos tempranos de amor y odio dentro de la familia, antes de poder sacudirse la culpa edípica, "el pecado mortal" de su educación religiosa, y encontrar aquella libertad de alma que ansiaba tan fervientemente. La resolución de las fijaciones edípicas produce crudas fantasías sexuales y acciones que son compulsivas y desafiantes, al igual que sentimientos sublimes de amor tierno.
Por lo general, existe una disociación durante la etapa de experimentación por un lado y, por otro, el contenido ideacional -la reexperimentación sexual, si no es indebidamente prolongada de modo que los aspectos del placer anticipado estén dotados de cualidades permanentemente saciantes, sirve como introducción a las sensaciones sexuales de la pubertad; el acto de disociación les permite estar menos cargados de culpa edípica. Estas preetapas en el avance a la heterosexualidad demandan lo suyo antes de que se pueda obtener la etapa de consolidación y unificación de emociones irreconciliables en la postadolescencia.

Cuando Stephen Dedalus finalmente supo quién era y qué quería, pudo exclamar "bienvenida, oh vida, por la millonésima vez voy al encuentro de la realidad de la experiencia y a forjar en el yunque de mi alma la conciencia aún no creada de mi raza". pero antes de llegar a esta meta de la liberación tuvo que sobreponerse a los conflictos y tumultos emocionales de la adolescencia misma. El siguiente extracto describe la lucha masturbatoria de Stephen y los consiguientes conflictos emocionales de Stephen y los consiguientes conflictos emocionales que finalmente le llevan a aceptar la invitación de una prostituta.
Se dedicó a aplacar los monstruosos deseos de su corazón ante los cuales todas las demás cosas le resultaban vacías y extrañas. Se le importaba poco de estar en pecado mortal, de que su vida se hubiera convertido en un tejido de subterfugios y falsedades. Nada había sagrado para el salvaje deseo de realizar las enormidades que le preocupaban. Soportaba cínicamente los pormenores de sus orgías secretas, en las cuales se complacía en profanar pacientemente cualquier imagen que hubiera atraído sus ojos. Día y noche se movía entre falseadas imágenes del mundo externo. Tal figura que durante el día le había parecido inexpresiva e inocente, se le acercaba luego por la noche entre las espirales sombrías del sueño con una malicia lasciva, brillantes los ojos de goce sexual. Sólo el despertar le atormentaba con sus confusos recuerdos del orgiástico desenfreno, con el sentido agudo y humillante de la trasgresión.
Y volvió a sus correrías. Los atardeceres velados del otoño le invitaban a andar de calle en calle como lo habían hecho antes por las apacibles avenidas de Blackrock. Pero faltaba ahora la visión de los jardines recortados y de las acogedoras luces de las ventanas, que hubiera podido ejercer una influencia calmante sobre él. Sólo a veces, en las pausas del deseo, cuando la lujuria que le estaba consumiendo dejaba espacio para una languidez más suave, la imagen de Mercedes atravesaba por el fondo de su memoria.
Y volvía a ver la casita blanca y el jardín lleno de rosales en el camino que lleva a las montañas y recordaba el orgulloso gesto de desaire que había de hacer allí, de pie, en el jardín bañado en luz lunar, tras muchos años de extrañamiento y aventura. En estos momentos, las dulces palabras de Claude Melnotte subían hasta sus labios y aplacaban su intranquilidad.

Sentía un vago presentimiento de aquella cita que había estado buscando, y a pesar de la horrible realidad interpuesta entre su esperanza de entonces y lo presente, preveía aquel sagrado encuentro que en otro tiempo había imaginado y en el cual habían de desprenderse de él la debilidad, la timidez y la inexperiencia.
Tales momentos pasaban pronto, y las devoradoras llamas de la lujuria brotaban de nuevo. los versos se borraban de sus labios y los gritos inarticulados y las palabras bestiales nunca pronunciadas, brotaban ahora de si cerebro tratando de buscar salida. Su sangre estaba alborotada. Erraba arriba y abajo por calles oscuras y fangosas, escudriñando en la sombra de las callejuelas y de las puertas, escuchando ávidamente cualquier sonido. Gemía como una bestia fracasada en su rapiña. Necesitaba pecar con otro ser de su misma naturaleza, forzar a otro ser a pecar con él, regocijarse con una mujer en el pecado. Sentía una presencia oscura que venía hacia él de entre las sombras, una presencia sutil y susurrante como una riada que le fuera anegando completamente. Era un murmullo que le cercaba los oídos: tal el murmullo de una multitud dormida. Ondas sutiles penetraban todo su ser. Las manos se le crispaban convulsivamente y apretaba los dientes como si sufriera la agonía de aquella penetración. En la calle extendía los brazos para alcanzar la forma huidiza y frágil que se le escapaba incitándole... Hasta que, por fin, el grito que había ahogado tanto tiempo en su garganta brotó ahora de sus labios. Brotó d él como un gemido de desesperación de un infierno de condenados y se desvaneció en un furioso gemido de súplica, como un lamento por un inocuo abandono, un lamento que era sólo el eco de una inscripción obscena que había leído en la rezumante pared de un urinario.

Había estado errando por el laberinto de calles estrechas y sucias. De las malolientes callejuelas venían tumultos de voces roncas y de disputas, lentas tonadas de cantores borrachos...
Estaba aún en mitad del arroyo sintiendo que el corazón le clamaba tumultuosamente en el pecho. Una mujer joven, vestida con un largo traje color rosa, le puso la mano en el brazo para detenerle y le miró a la cara. (ibid).
El encuentro con la prostituta no fue para el joven Stephen una solución de su conflicto emocional, no lo es para la mayoría de los jóvenes; es un acto de afirmación de la sexualidad masculina, pero no rompe por sí mismo ataduras de objeto infantiles. El progreso a nuevos objetos de amor no sigue comúnmente a la experiencia sexual. Por el contrario, la lucha interna se intensifica y el levantamiento agresivo contra la figura de autoridad masculina (padre) resalta a primer plano. Stephen recurrió a medidas defensivas para prevenir el surgimiento del impulso agresivo a pensamiento consciente; es decir, usó la defensa de la intelectualización. Buscando esta meta, él usó -como siempre se da el caso- el sistema de ideas que se origina en el medio ambiente del adolescente y que adquiere por lo tanto importancia de valencia negativa o positiva. Fácilmente reconocemos el desplazamiento de afecto de objetos de amor y odio a controversia ideacional, y la dominación del conflicto psíquico por métodos dialécticos. Joyce, el alumno de siempre de una escuela jesuita, necesariamente articula el mecanismo de defensa de intelectualización en términos de las ambigüedades en el dogma religioso.

Cuando sentado en su pupitre contemplaba fijamente la cara astuta y enérgica del rector, la mente de Stephen se deslizaba sinuosamente a través de aquellas peregrinas dificultades que le eran propuestas. Si un hombre hubiera robado una libra esterlina en su juventud y con aquella libra hubiera amasado luego una enorme fortuna, ¿qué era lo que estaba obligado a devolver, sólo la libra que había robado, o la libra con todos los intereses acumulados, o el total de su inmensa fortuna? Si un seglar al administrar el bautismo, vierte agua antes de pronunciar las palabras rituales, ¿queda el niño bautizado? ¿Es válido el bautismo con agua mineral? ¡Cómo puede ser que mientras la primera bienaventuranza promete el reino de los cielos a los pobres de corazón, la segunda promete a los mansos la posesión de la tierra? ¿Por qué fue el sacramento de la Eucaristía instituido bajo las especies de pan y vino, siendo así que Jesucristo está presente en cuerpo y sangre, alma y divinidad en el pan solo y en el vino solo? ¿Contiene una pequeña partícula del pan consagrado todo el cuerpo y la sangre de Jesucristo, o sólo una parte de ellos? Si el vino se agria y la hostia se corrompe y se desmenuza, ¿continua Jesucristo estando presente bajo las especies como Dios y como hombre? (ibid)
Un posible surgimiento del impulso sexual no puede controlarse seguramente por la defensa de la intelectualización. Los sentidos y la sensualidad en general deben ser escudriñados de cerca. La defensa del ascetismo, que Joyce describe en el siguiente pasaje, opera sin duda con más cercanía al cuerpo y sus necesidades; permite la gratificación de instintos componente, específicamente el sadomasoquismo. El ascetismo, como defensa del adolescente, permite la descarga de impulsos libidinales y agresivos en relación al ser y a su cuerpo. Esta condición favorece una fijación de esta modalidad de impulso siempre que prevalezca una fuerte tendencia masoquista; es más, da a la ambivalencia en las relaciones de objeto un nuevo vigor a través de refuerzos sadomasoquistas. El ascetismo de Stephen Dedalus no le evita por completo las manifestaciones impulsivas como el enojo y la irritación, sino sólo el impulso sexual, la "tentación de pecar mortalmente". Esta defensa, le protege contra su "enojo al oír a su madre estornudar". Es contra su madre, como objeto de amor, que la defensa opera en el caso de Stephen; su contacto con ella pude continuarse sin peligro, sólo mientras tenga aspectos negativos. Joyce describe el elaborado régimen ascético de Stephen como sigue:

Pero había sido prevenido contra los peligros de la exaltación espiritual y no se permitió, por tanto, cejar en la más nimia o insignificante de sus devociones, tendía también por medio de una constante mortificación más a borrar su pasado pecaminoso que a adquirir una santidad llena de peligros. Cada uno de sus sentidos estaba sometido a una rigurosa disciplina. Con objeto de mortificar el sentido de la vista, se puso como norma de conducta el caminar por la calle con los ojos bajos, sin mirar ni a derecha ni a izquierda y ni por asomo hacia atrás. Sus ojos evitaban todo encuentro con ojos de mujer. Y de vez en cuando los refrenaba mediante un repentino esfuerzo de voluntad, dejando a medio leer una frase comenzada y cerrando de golpe el libro. Para mortificar el oído dejaba en libertad su voz, que estaba entonces cambiando, no cantaba ni silbaba nunca y no hacia lo más mínimo para huir de algunos ruidos que le causaban una penosa irritación de los nervios como el oír afilar cuchillos en la plancha de la cocina, el ruido de recoger la ceniza con el cogedor o el varear de una alfombra. Mortificar el olfato le resultaba más difícil, porque no sentía la menor repugnancia instintiva de los malos olores, ya fueran exteriores, como los del estiércol o el alquitrán, ya fueran de su propia persona. Entre todos ellos había hecho muchas comparaciones y experimentos, hasta que decidió que el único olor contra el cual su olfato se rebelaba, era una especie de hedor como a pescado podrido o como orines viejos y descompuestos; y cada vez que le era posible, se sometía por mortificación a este olor desagradable. para mortificar el gusto se sujetaba a normas estrictas en la mesa; observaba a la letra los ayunos de la iglesia y procuraba distrayéndose apartar la imaginación del gusto de los diferentes platos. Pero era en la mortificación del tacto donde su inventiva y su ingenuidad trabajaron más infatigablemente. No cambiaba nunca conscientemente de posición en la cama, se sentaba en las posturas menos cómodas, sufría pacientemente todo picor o dolor, se separaba del fuego, estaba de rodillas toda la misa, excepto durante los evangelios, dejaba parte de la cara y del cuello sin secar para que se le cortaran con el aire y, cuando no estaba rezando el rosario, llevaba los brazos rígidos, colgando a los costados como un corredor, y nunca metía las manos en los bolsillos ni se las echaba a la espalda.
No tenía tentaciones de pecar mortalmente. Pero le sorprendía, sin embargo, el ver que después de todo aquel complicado curso d piedad y de propia contención, se hallaba a merced de las más pueriles e insignificantes imperfecciones. Todos sus ayunos y oraciones le servían de poco para llegar a suplir el movimiento de cólera que experimentaba al oír estornudar a su madre o al ser interrumpido en sus devociones. Y necesitaba un inmenso esfuerzo de su voluntad para dominar el impulso que le excitaba a dar salida a su irritación. (ibid).

Lo que el artista tan lúcidamente describe es recordado vagamente por el adulto promedio; más frecuentemente, las extravagancias emocionales de la mente y cuerpo jóvenes se pierden para la conciencia. Sólo el artista mantiene abierta a la preconciencia todo el recorrido y la profundidad de las experiencias afectivas y verdaderas de su existencia total. Habitualmente, los recuerdos del periodo de la adolescencia se vuelven vagos al final de ésta, enterrados bajo un velo de amnesia. Los hechos son bien recordados, pero la parte afectiva de la experiencia no pude ser claramente recordada. La represión toma cargo a la declinación del complejo de Edipo, resucitado como ya se había hecho antes cuando se erró la fase edípica. Sin embargo, al acabarse la fase edípica el recuerdo de hechos -el concretismo del dónde, cuándo, cómo y quién-, es de preferencia borrado o se le da un frente falso, en la forma de recuerdos velados, mientras los estados sentimentales son más fácilmente accesibles al recuerdo. Al final de la adolescencia, lo opuesto es verdad: el recuerdo de los afectos es obstruido, caen en una prisión amnésica, mientras los hechos permanecen accesibles a la conciencia. Volveremos a este punto en la discusión del yo en la adolescencia.
Parece ser que las defensas de ascetismo e intelectualización son particularmente típicas de la juventud europea, donde fueron originalmente estudiadas. Este hecho es un ejemplo del modo en que la cultura influye en la formación de defensas, especialmente durante la adolescencia, cuando el individuo se aleja de la familia para encontrar su lugar en la sociedad. La clase media educada de Europa, por ejemplo, siempre ha puesto un interés enfático en esfuerzo intelectuales de una naturaleza filosófica, especulativa, analítica y teorética; ninguno de los compañeros y adultos se ve con buenos ojos, tales esfuerzos los dota por así decirlo con valor preferente. Lo mismo puede ser dicho del ascetismo. Estas dos defensas son determinadas por las experiencias educacionales del niño y la influencia sugestiva del medio ambiente. Como estas dos defensas representan un compuesto de mecanismos de defensa, no nos debería sorprender que el arreglo particular de compuestos sea flexible y susceptible a influencias del medio ambiente. El psicoanalista norteamericano no encuentra una prevalencia de estas defensas en las formas clásicas en el adolescente norteamericano.
De mi propia experiencia, con adolescentes norteamericanos he reconocido otra defensa bastante común, que sin duda tiene sus raíces en la estructura de la familia norteamericana y, en particular, en las actitudes sociales favorecidas por la sociedad norteamericana. Me refiero a la tendencia del adolescente a recurrir a aceptar un código de comportamiento, en forma tal que le permite divorciar los sentimientos de la acción en la lucha del yo en contra de los impulsos y en contra de ataduras infantiles de objeto. El impulso sexual no es negado en esta maniobra defensiva; por el contrario, es afirmado, pero se codifica a través de acciones que llevan la marcha del comportamiento medio del compañero. Bajo una presión copada hacia el conformismo, se ensancha la división hacia la emoción genuina y el comportamiento medio socialmente permitido; el resultado es que la percepción interna de lo que constituye los estímulos manejables se ve embotada. La motivación reside en ser igual en la conducta externa con los demás, o en llenar los requisitos de la norma de un grupo. Esto va más allá de la imitación; su resultado eventual es la superficialidad emocional o el sentimentalismo debido al sobre énfasis excesivo del componente de la acción en el interjuego entre el ser y el medio ambiente. El impulso parece perder su peligro al ser desviado en una ejecución competitiva y uniforme, que favorece al narcisismo debido al fluir de libido objetal. La formación del grupo es constreñida por el hecho de que la mayor fuente de seguridad está en el código compartido de lo que constituye una conducta adecuada y en la dependencia del mutuo reconocimiento de igualdad.
Llamo a esta defensa tan prevalente en la juventud norteamericana: uniformismo. es un fenómeno de grupo, que protege al individuo dentro del grupo en contra de la ansiedad proveniente de cualquier lado. El joven o la joven que no encaja dentro del uniformismo particular que ha sido establecido por un grupo determinado es generalmente considerado como una amenaza; y como tal es evitado, ridiculizado, desterrado o tolerado condescendientemente.

Varios mecanismos de defensa son fácilmente reconocibles en el uniformismo tales como la identificación, la negación y el aislamiento; también tiene una calidad contrafóbica, que aparece como en busca de peligro con la predicción triunfante. "No tiene la menor importancia" esta defensa parece ser responsable de la reacción de jóvenes visitantes europeos que adquieren la impresión de que el joven adolescente norteamericano es altamente regulado en sus formas sociales por una conducta obligatoria y sigue el código del comportamiento adolescente por un tiempo excepcionalmente largo. El uniformismo es condicionado por una importancia válida que se modela de este modo: "cuanto más pronto mejor, cuanto más grande mejor, cuánto más rápido mejor".
Las diferencia individuales y la buena disposición emocional son en gran parte ignoradas en la carrera hacia la autoafirmación e igualamiento, que dan la falsa impresión de una madurez temprana. Esta carrera hacia el comportamiento precoz estandarizado hace corto circuito con la diferenciación de individualidad, y prepara así el terreno para los problemas de identidad. Esta condición es adversa al idealismo de la juventud, a su dedicación al conocimiento e investigación, a su espíritu revolucionario que espera cambiar y mejorar al mundo, todo lo contrario, el formalismo se considera como el guardaespaldas de la seguridad, esto es en parte, la respuesta a la pregunta de (Spiegel, 1958): "...Acaso hay fuerzas culturales en nuestro país que tienden a interferir con el proceso de la adolescencia, con el establecimiento de la primacía genital, amor de objeto y un fuerte sentido del ser."

Ilustraré ahora la transformación ahora de un proceso defensivo en uno adaptativo durante el curso del análisis de un joven de 14 años. El resumen del caso muestra el uso simultáneo de varios mecanismos de defensa poco o muy amalgamado, pero todos dirigidos hacia un mismo propósito, atar la ansiedad. Generalmente hablando analizaremos en este caso el surgimiento de un interés, el interés en la historia, y demostraremos cómo esta meta intelectual tomó su tenacidad de una fijación infantil; es más, este interés tenía relación con la lucha púber contra los instintos y ataduras de un objeto infantiles y, por último pero no menos importante era usado para dominar la ansiedad y establecer continuidad en la experiencia del yo. Este fragmento de un análisis sirve para ilustrar cómo más de un mecanismo de defensa -en este caso la regresión y la negación- se entretejen en el esfuerzo mental total y son reconocibles en la intensidad y calidad de un interés intelectual, el cual sirve a necesidades infantiles y debido a esta fijación duradera, no rinde ninguna satisfacción genuina, por ej., egosintónica.
Tom, de inteligencia poco común, era inhibido, deprimido y obeso; le gustaba rumiar mentalmente y tenía intereses solitarios; pasaba las horas jugando solo a un intrincado juego de guerra con fichas de póker, o moneditas, en el cual el más débil de los contendientes, después de haber estado a punto de ser derrotado muchas veces emergía siempre como vencedor. Desarrolló muchas versiones de este juego; por ejemplo, la conquista de un archipiélago por un bravo héroe de cuyo pueblo había sido exiliado por un malvado jefe a una pequeña isla, desde la cual al fin se lanzaba a una invasión audaz que resultaba en la destrucción del enemigo; este juego le daba alivio a sus aprensiones y ansiedades; a que el débil pudiese ser destruido; siempre había esperanzas. El origen de estos juegos provenía de la fase de preadolescencia cuando representaba el tema de la ansiedad de castración con la madre preedípica. El análisis de su interés en la historia como defensa se inició cuado Tom leyó un libro sobre historia griega en la escuela. Se quejó enojado sobre lo incompleto de la información que contenía. Lo que el deseaba saber era "¿Qué sucedió después de la destrucción de una civilización. ¿Dónde quedó? ¿Qué pasó con su gente? ¿Desaparecieron simplemente? Por supuesto que no." La historia nunca nos da una respuesta completa. El esfuerzo por penetrar y entender el pasado fue fútil; Tom descubrió que los libros de historia nunca lo decían todo y eso tornó su lectura en decepcionante e irritante. El pasatiempo de los crucigramas no alivió la tensión del joven por mucho tiempo, de repente quería comprar algo grande, pero al final terminaba jugando con su viejo tren eléctrico que no había usado por años. Este pasatiempo resultó agradable pues la idea de que estaba “perdiendo tiempo” invadía su mente. A esta altura se volvió en contra de la humanidad y en contra de sus maestros en particular, a todos los declaró estúpidos. Tom odiaba a todas las gentes, pero especialmente a su amigo “que sirve sólo para hablar especialmente de muchachas y sexo”. Un humor depresivo se posesionó de él nuevamente, y retornó a sus viejos y solitarios juegos de guerra. Pero tampoco estos juegos le satisfacían ya. El arreglo simétrico de las fichas, la ejecución ordenada y metódica de la batalla le irritaban contra sí mismo y exclamaba desesperado: “Oh, soy tan ordenado que es nauseante.”

Al fin Tom volvió al tema de la historia: “¿Qué sucedió en Atenas y Babilonia después de la invasión? Me he preguntado lo mismo desde cuarto año, ya sé que Babilonia se localiza entre el Eufrates y el Tigris, pero, ¿dónde exactamente? ¿Por qué no nos lo dicen?, por cierto Babilonia siempre me ha hecho pensar en `Baby´.” El analista: “Alone Baby (un bebé solitario).” “Bueno, tenía yo 5 años cuando mi nana me dejó.” De niño se había sentido muy unido a su nana, y después de la separación se le declaró una tos nerviosa que le despertaba a media noche. Iba entonces a la recámara de sus padres donde su madre le servía chocolate caliente que aliviaba su tos. Finalmente, el niño se dormía en medio de sus padres. Esto nos recuerda de Baby-lon (niño solitario), entre dos ríos protectores. Tom se embarcó en un resumen de su historia personal. Desde su punto de vista, en su vida había tres fases, separados por dos barrancos cataclísmicos. Actualmente vivía en su tercera fase, la adolescencia. El primer quiebre ocurrió cuando tenía 5 años y su nana se fue; este hecho dio un fin traumático a su temprana infancia. El siguiente quiebre ocurrió cuando su familia se mudó de Baltimore a Nueva York, cuando tenía 8 años. “Este cambio fue la mayor catástrofe; fue la declinación y caída de Roma. Todas mis cosas de bebé habían desaparecido.”Procedió a enumerar todos sus juguetes y objetos perdidos, acusando a su madre de haber robado sus posesiones. Su enojo era grande y con celo de arqueólogo reconstruyó el contenido de su juguetero, hasta “un pequeño soldado de juguete o un indio que había perdido un brazo”. Reconstruyó en mente el librero de su cuarto infantil y recordó la apariencia y las descomposturas de cada precioso artículo. Esta empecinada búsqueda del pasado á la recherche du temps perdu, es un intento de revivir el pasado, de reconstruir su historia personal para penetrar en los lapsos oscuros del tiempo. La corriente ascendente de los impulsos libidinales y agresivos dirigidos hacia sus padres edípicos eran dominados, en el caso de Tom, por los procesos de pensamiento. La curiosidad infantil fue desviada hacia la investigación histórica. Esta actividad intelectual, sin embargo, sólo podía por cortos lapsos de tiempo evitar el retorno de los estados de ánimo depresivos y de enojo y de los afectos que había experimentado en su infancia, y que hoy, en la pubertad, se adherían a la defensa de la intelectualización con un rendimiento sólo parcialmente exitoso.
Tom atacó el problema histórico con nuevas fuerzas, quería trazar ahora todo el panorama de la migración humana, las conquistas y aniquilaciones de naciones, y la destrucción de imperios. Lo que todo eso tenía en común era que estas violentas dislocaciones habían llevado a “mezclas entre conquistador y conquistados, culminando en el nacimiento de una nueva tribu”.

Tom se embarcó en un ambicioso proyecto al hacer un esquema a gran escala de la “cuna de la civilización” del Mediterráneo. Colocó a varios pueblos en el mapa representando a cada “tribu” con un pedazo de cartón. Repasó entonces diversas etapas históricas, haciendo di versos movimientos con los pueblos. Como se concentraba demasiado y se excitaba con este proyecto, se sentía culpable y se acusaba a sí mismo: “no debería yo estar haciendo esto”- es decir, ser testigo de batallas entre contendientes y el nacimiento de nuevas tribus. Sin embargo, continuaba con el proyecto. Cuando llegaba a la historia contemporánea mezclaba a soldados americanos de la segunda Guerra Mundial con mujeres “sexy2 de Italia y daba nacimiento a nuevas tribus. Las asociaciones sexuales se hicieron mas recuentes hasta que el vacío en la historia personal, era llenado. Esto se hacía o por medio de la reconstrucción con material primordial de escenas fantasiosas, conceptos sadomasoquistas sobre el acto sexual, culpa edípica, identificación ambivalente con ambos padres, miedo a la madre fálica, la depresión que siguió a la separación de su nana. finalmente, la historia había contado todo.

Los temas de historia personales dieron a la historia mundial una persistencia decisiva y fascinaron a Tom. También eran culpables por la satisfacción que acompañaba su estudio. La disforia, insatisfacción, futilidad, enojo y depresión se rindieron al análisis de la lucha defensiva, pero el interés en la historia sobrevivió; más ahora, su estudio resulto comprensible y libre de conflictos. el interés histórico se desconectó de la fijación institintiva, y le fue dada avanzar de status, al de una actividad autónoma intelectual. Debe mencionarse que cuando el análisis de Tom trató su intelectualización, él se había convertido ya en un buen historiador, con un amplio conocimiento de hechos. Estos hechos, a decir verdad, generalmente representaban ejercicios mentales sin significado aparente; por ejemplo la memorización pedante del linaje completo de los reyes de Francia. Esta preocupación defensiva por simples hechos dio paso a un entendimiento y apreciación de valores humanos mayores que el estudio de la historia implica. Un interés que operaba al servicio de la defensa se había convertido en una actividad adaptable, compensatoria y llena de significado social y personal, que no requería más el gasto de energía contracatéctica. Esta trasformación promovió, en el caso de Tom, un movimiento de libido hacia delante.

La economía del yo se vio afectada en términos de un vigoroso a la realidad, al pensamiento racional, y a la observación objetiva. La autoestimación creció con la habilidad de dominar el conocimiento sin culpa. En la fase de la adolescencia en sí, cuando el conflicto edípico se mueve hacia su solución, la retracción de la libido, de los padres “puede vincularse sólo con el cuerpo del adolescente y dar lugar allí a sensaciones hipocondríacas y sentimientos de cambios corporales que son clínicamente conocidos por las etapas iniciales de la enfermedad psicótica”. A. Freud (1958, a.). Helene Deutsch (1944) enfatiza la importancia de la fantasía en el proceso adolescente de la joven y describe las condiciones en las que la imaginación es experimentada c0omo realidad. Si la vinculación libidinal a un objeto incestuoso es nuevamente experimentada, no en relación a un nuevo objeto sino sólo en fantasía, de modo que el adolescente permanece inconscientemente fiel al objeto anterior, entonces la primera realidad dotara a la presente fantasía de amor con un carácter de realidad. “Durante la pubertad cualquier realidad que pudiera gratificar los deseos sexuales puede parecer peligrosa, y se lleva acabo una agresión a la fantasía y la pseudología. La pseudología es usada como defensa; la joven adolescente toma su fantasía por realidad, para renunciar a una realidad que considera quizá más peligrosa.” (Deutsch, 1944).
Los niños que durante su crecimiento desarrollan una grave ansiedad del superyo son propensos a mofarse de todas las reglas durante una fase de su adolescencia; no transigen en nada para evitar que la debilidad o la sumisión se declaren nuevamente. Éste es el adolescente “, que no se compromete a nada”, descrito por Anna Freud (1958, a). El adolescente más moderado conserva adhesión al código moral, mientras sea que él mismo escoge y hace. Los viejos odres se llenan con vino nuevo. Las normas de conducta que son escogidas por él mismo significan alejamiento de la disciplina de los padres, pero, de todos modos, preservan la modalidad de disciplina en las innovaciones frecuentemente revolucionarias en la moralidad y en la ética.

Un ejemplo de esta etapa en la transformación del superyo ocurrió en un joven de quince años con controles obsesivo-compulsivos, quien había logrado una aceptación más tolerante de sus impulsos sexuales y, principalmente agresivos, durante el análisis. Un día dijo que había desarrollado una nueva filosofía: “soy un muchacho cambiado”. Su filosofía estaba compuesta de “axiomas” basados en la siguiente proposición: “Puesto que tengo que seguir viviendo será mejor que lo disfrute”. Seis axiomas regularon la conducta de su vida “1)Si tengo miedo de alguien digo ‘al diablo contigo’ y hago lo que me place; 2) No te jactes tanto; 3) No comas tanto; 4) No te masturbes tanto; los números 2, 3, 4 no tienen importancia cuando tengo una novia; 5) Haz cosas inesperadas en tiempos no habituales; 6) Soporta los sermones de mamá y no la dejes que te haga perder el control.” Después de recitar los axiomas agregó: “Por favor date cuenta que mis axiomas, por lo menos los más importantes, no dicen ‘haz esto y no hagas el otro’; sino que dicen ‘no hagas esto en demasía, o haz esto más’. Mientras que la abstinencia es buena para mí, ningún axioma la recomienda. ¿Te das cuenta de la diferencia?”.Concluyó con una observación de autoironía jocosa: “Desde luego, yo no sé cuánto va a durar todo esto. Pero me hace sentirme muy bien”.
Las diferentes medidas defensivas empleadas durante la adolescencia en sí, son en circunstancias normales medidas temporales de emergencia. Son desechadas tan pronto como el yo ha ganado resistencia al unir sus fuerzas con el movimiento progresivo de la libido hacia la heterosexualidad, tan pronto como la ansiedad y la culpa han disminuido a través de cambios catéticos internos. Desde un punto de vista social o de comportamiento este desenvolvimiento puede ser descrito en términos de un ajuste adaptativo en consonancia o correspondencia con instituciones sociales existentes. En la sociedad contemporánea este proceso requiere tiempo y es necesariamente lento. Sabemos que una consumación cronológicamente más temprana del estado adulto ocurrió en un pasado no muy lejano, pero hay dificultades intrínsecas en la interpretación de estos hechos, puesto que las medias sociales que permiten al proceso del adolescente desenvolverse por experiencias de transacción, toma diferentes matices en diferentes tiempos históricos (Erikson, 1946). No podemos decir con certeza qué ocurrió en la adolescencia tradicionalista estructurada sobre diferentes clases sociales hace cien años, cuando se acostumbraba el matrimonio a temprana edad, y el proceso adolescente evolucionaba parcialmente dentro de los limites de esa institución. Se explorará este punto más adelante en una discusión sobre determinantes del medio ambiente en los que las diferentes “estaciones”, como sea, son vistas en términos de la interrelación entre desarrollo individual y cultural. En el mundo occidental contemporáneo, hay dos peligros en la adolescencia, a saber, la precipitación a la heterosexualidad a expensas de la diferenciación de personalidad, y la expresión masiva de impulsos sexuales con una consecuente deformación de carácter y un desarrollo emocional desviado.

Este progreso decisivo en el desenvolvimiento emocional durante la adolescencia reside en el progreso hacia la heterosexualidad. Este estado sólo puede ser alcanzado después de que los impulsos pregenitales han sido relegados a un rol iniciativo y subordinado a favor de la sexualidad genital o potencial orgásmica.
El placer previo es una innovación de la pubertad envuelve un arreglo jerárquico de impulsos genitales y pregenitales. Como sucedió anteriormente en el desarrollo psicosexual, el yo obtiene otra vez su pista de la organización dominante de los impulsos; y durante la adolescencia en sí aparece paralelamente una organización jerárquica de funciones del yo. Aparece un ordenamiento superior de pensamiento, reconocible en el desarrollo de teorías y sistemas; consecuentemente, un orden más discernible se asigna a los preceptos. Es más, hay una conciencia progresiva de la relevancia que tienen las propias acciones el papel y el lugar presente y futuro en la sociedad. La selección vocacional –bien sea ingeniería o maternidad- requiere el relego de algunos modelos yoicos, ideales, posibles seres, para subordinar posiciones. La adolescencia es la fase durante la cual estos procesos estratificatorios son iniciados. Durante la adolescencia tardía asumen una estructura definitiva. Cuando ocurre una tardanza o una falla en la organización jerárquica de los impulsos sexuales, hay un retraso o falla en la correspondiente fase adecuada del desarrollo del yo.
Alteraciones autoplásticas tales como “la división del yo”, o “deformaciones yoicas” frecuentemente fallan en esta temprana para relevar la extensión a la cual se ha desviado la fase de la organización del impulso de la adolescencia.

Inhelder y Piaget (1958) estudiaron el pensamiento adolescente en su forma típica; sus resultados ostentan este desarrollo correlativo de “vida afectiva” y “procesos cognoscitivos”, o impulso y yo, a los que me refiere. Para Inhelder y Piaget es el “asumir roles de adulto” lo que “implica una total reestructuración de la personalidad en la que las transformaciones intelectuales son paralelas o complementarias a las trasformaciones afectivas”. Algunos de estos resultados están muy ligados a mi concepto de un arreglo jerárquico de las funciones del yo en la adolescencia. El adolescente “comienza a considerarse igual a los adultos y a juzgarlos”; “comienza a pensar en el futuro –por ejemplo, en su trabajo y futuro en la sociedad”, también tiene la idea de cambiar esta sociedad”. “El adolescente difiere del niño, sobre todo, en que piensa más allá del presente”; “se confía a las posibilidades”.
“El adolescente es el individuo que empieza a construir ‘sistemas’ o ‘teorías’ en el sentido más amplio de la palabra. El niño no construye sistemas...el niño no tiene ese poder de reflexión: por ejemplo, no tiene pensamientos de segundo orden que critiquen a su propio pensamiento. Ninguna teoría puede ser construida sin esa reflexión. En contraste, el adolescente es capaz de analizar su propio pensamiento y construir teorías.” Esto corresponde a la formulación de que el pensamiento, como acción de juicio, se convierte en la adolescencia en un modo de trato con la interacción entre el individuo y su medio ambiente, el presente y el futuro. Como acción de juicio, en la adolescencia, el pensa- miento es constantemente interferido por la propensión a la acción y al acting out (actuación), el alcance del ensayo y error se amplifica en el pensamiento abstracto, que eventualmente se formaliza en sistemas y teorías. Estas ideaciones sirven el propósito de proporcionar “bases cognoscitivas y evaluativas para asumir roles de adulto... Son vitales en la asimilación de los valores que definen a las sociedades o clases sociales como entidades en contraste con relaciones simples interindividuales “. Spiegel (1958) ha demostrado que “un tipo de pensamiento conceptual, por ejemplo, la estética se desarrolla en esta etapa”.

Inhelder y Piaget (1958) hacen hincapié que en el desarrollo del pensamiento, el adolescente recapitula los diferentes estadios del desarrollo infantil “en los planos de pensamiento y realidad que son nuevos para las operaciones formales”. Como siempre, van del egocentrismo hacia el descentramiento. El egocentrismo que es observado en el proceso de pensamiento del adolescente ha sido descrito como narcisismo adolescente. Precede en turno a nuevas relaciones de objeto, correspondiendo al concepto de descentramiento de Piaget. El descentramiento promueve “objetividad”, el descentramiento es “continuo reenfoque de prospectiva”. En el proceso de descentramiento la entrada del adolescente en el mundo ocupacional representa el punto principal. “El trabajo conduce al pensamiento lejos de los peligros del formalismo hasta regresar a la realidad.” “El descentramiento se lleva a cabo simultáneamente en los procesos de pensamiento y en relaciones sociales”. Lo que ha sido referido como el arreglo jerárquico de funciones yoicas puede ser descrito en relación a funciones cognitivas como una progresión de estructuras formales en el pensamiento adolescente que son parte de su egocentrismo hacia una objetividad del pensamiento que promueve el descentramiento especialmente en el análisis de los hechos. “La observación lo laboriosa y lenta que puede ser esta reconciliación de pensamiento y experiencias. “En conclusión –dicen Inhelder y Piaget-: las adquisiciones fundamentales afectivas de la adolescencia igualan las adquisiciones intelectuales. Para entender el rol de estructuras formales de pensamiento en la vida adolescente, encontramos que en el ultimo análisis tuvimos que situarlas en su personalidad total.”

La notable realización del adolescente en el reino del pensamiento y su creatividad artística también poco común han sido documentadas y estudiadas hace algunos años (Bernfeld, 1924). La notable declinación de esta actividad, frecuentemente sorprendente, al final de la adolescencia hace aparente que es una función del proceso adolescencia. La alta introspección o la intimidad psicológica hacia los procesos internos en conjunción con la distancia hacia los objetivos externos, permiten al adolescente una libertad de experiencias y un acceso hacia sus sentimientos que promueven un estado de delicada sensibilidad y percepción. Las producciones artísticas de los adolescentes son frecuencia francamente autobiográficas y alcanzan su altura durante fases de retraimiento libidinal del mundo objetal, o en tiempos de amor sin objeto definido ya se homosexual o heterosexual. La productividad creativa representa así un esfuerzo para completar tareas urgentes de trasformaciones internas. La catexis de pensamientos e introspección permite una concentración y dedicación al proceso creativo de pensamiento e imaginación que es casi desconocido antes o después en la vida del individuo promedio. El proceso creatividad en la adolescencia acrecienta la infatuación con el ser; frecuentemente se ve acompañado por la emoción y lleva a la convicción de ser una persona escogida y especial.

La actividad creadora sublimada puede ser descrita en estos términos esenciales: 1) es altamente autocentrada; esto es, narcisista; 2) está subordinada a las limitaciones de un medio artístico y, en consecuencia, orientada parcialmente a la realidad; 3) funciona dentro de la modalidad de “dar vida a una nueva existencia”al ser; 4) constituye una comunidad con el medio ambiente y está, por lo tanto, parcialmente relacionada con objetos. La actitud creadora del adolescente es un proceso complejo, cuyas partes componentes pueden trabajar en conjunto en relativa armonía o ser dominadas completamente por un componente creativo. De este modo, la creatividad puede gratificar necesidades narcisistas, puede alcanzar un apoyo en la realidad, puede remplazar objetos de amor o puede preparar la canalización de un don innato en un modo de vida perdurable. La observación ha demostrado que el florecer la productividad creativa está restringido al adolescente de las clases educadas; pero debe enfatizarse que el adolescente que rehuye el retraso de la educación y que se esfuerza por alcanzar la adultez por la ruta más corta no obstante participa en este proceso creativo tomando prestadas fantasías prefabricadas y emociones estereotipadas del medio masivo, como películas y revistas. Estos estereotipos complacen sus propósitos seguramente a un nivel muy primitivo, pero son similares en funcionamiento a los actos creativos observados en adolescentes más sofisticados y diferenciados. Spiegel (1958) expreso la opinión de que la creatividad de la adolescencia puede estar vinculada indirectamente a oscilaciones catécticas, “es decir, a la fluidez del desplazamiento catéctico del ser a representaciones del objeto... A través de la creación artística, lo que es ser puede volverse objeto y luego externalizarse y así puede ayudar a establecer un balance de catexis narcisista y objetal”.

La descripción de la adolescencia en sí envuelve una consideración detallada de tantos aspectos separados que resumen puede ser útil en este punto. Es aparente que, en términos de organización de impulsos, la adolescencia en sí marca un avance hacia la posición heterosexual, o más bien esta organización, mientras está incompleta, gana en claridad e irreversibilidad. Hacia este fin, la libido objetal se externa otra vez, ahora hacia objetos no incestuosos del sexo opuesto; concomitantemente declina el narcisismo. La vuelta hacia nuevos objetos de amor reactiva fijaciones edípicas, positivas y negativas. El proceso de desligamiento del padre especial le da a esta fase de la adolescencia su aspecto especial. La labor adecuada del sexo de esta fase reside en la elaboración de la feminidad y masculinidad; nuevamente vemos que este proceso no queda completo, sino que guarda a fases subsecuentes para su confrontación final. Sin embargo, el modo especial en que la pregenitalidad queda relegada al placer previo, y el modo particular en que los conflictos edípicos llegan a una resolución o compromiso, crean una organización de impulsos que operará dentro de confines altamente idiosincrásicos.

El yo, durante la adolescencia en sí, inicia medidas defensivas procesos y acomodos adaptativas. Su elección muestra mayor variación individual de la que fue discernible en fases previas, un hecho que anuncia su influencia selectiva definitiva en la formación del carácter. Es más, los arreglos jerárquicos de las funciones yoicas hacen su aparición, modeladas tras el surgimiento de la organización de impulso. Los procesos se hacen más objetivos y analíticos; el reinado del principio de la realidad se inicia. La innovación jerárquica por sí misma hace que sobresalgan diferentes intereses, capacidades, habilidades y talentos, que son probados experimentalmente por el uso y apoyo en el mantenimiento de la autoestimación; de este modo la elección vocacional se solidifica o, cuando menos, hace oír su voz. El final de la adolescencia trae una nueva calidad a este reinado de anhelos hacia posibles seres; en términos generales podemos decir que la adolescencia en sí a su fin delineación de un conflicto idiosincrásico y la constelación de impulso que durante el final de adolescencia se trasforma en un sistema unido e integrado. La adolescencia en sí elabora un centro de lucha interna que resiste las trasformaciones del adolescente; los conflictos y las fuerzas desequilibradas se mueven en un ángulo agudo. Es la labor del fin de la adolescencia llegar a un arreglo que la persona joven subjetivamente siente como “mi modo de vida”. La inquietante pregunta que tanto se hacen los adolescentes “¿Quién soy yo?” retrocede lentamente al olvido. Durante el final de la adolescencia emerge una claridad de propósitos autoevidente, y un conocimiento del ser que se describe mejor con las palabras “éste soy yo”. Esta frase declaratoria rara vez se pronuncia en voz alta, pero está expresada por la vida particular que lleva el individuo, o que da por sentada, cuando la adolescencia llega a su fin. A continuación discutiremos este periodo que lleva a su culminación a los procesos adolescentes.

Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6


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