viernes, 6 de febrero de 2009

Melanie Klein por Hanna Segal

Introducción

Melanie Klein fue discípula y continuadora de Freud. A través de su trabajo, realizado en sus inicios principalmente con niños, expandió el campo de conocimiento y comprensión abierto por Freud y dio con nuevas formulaciones que, en ciertos aspectos, desarrollaron las ideas freudianas y, en otros, se apartaron de ellas. Me es imposible presentar su obra sin trazar al menos un esbozo de alguna de las ideas psicoanalíticas en las que basó su tarea.

Hacia 1919, cuando Melanie Klein inició su obra, la teoría psicoanalítica había evolucionado ya considerablemente y la teoría freudiana del desarrollo psíquico se hallaba, en algunos aspectos, completa. Sin embargo, quedaban por aparecer dos nuevas formulaciones teóricas fundamentales. La década de 1920 constituyó un momento decisivo para la teoría psicoanalítica. En 1920 Freud expuso en «Más allá del principio del placer» [SE, XVIII, 7-64 (S. Freud, Obras Completas, Madrid, 1967, volumen I, pp. 1907-1126).] su teoría sobre la dualidad de las pulsiones de vida y muerte y en 1923, en «El Yo y el ello» [2 SE, XIX, 12-66 (obra cit., vol. II, pp. 9-30).], elaboró en profundidad la teoría estructural de la mente en términos del ello, el yo y el superyó, avances que también condujeron a un cambio en su visión de la naturaleza del conflicto psíquico, la ansiedad y la culpa. Melanie Klein, quien a través de su trabajo con niños se había convencido de la importancia de la agresión innata, fue, entre los principales continuadores de Freud, la única en adoptar íntegramente su teoría de la pulsión de muerte y elaborar sus implicaciones clínicas. Desarrolló asimismo la teoría estructural, arrojando nueva luz sobre el origen, composición y funcionamiento del superyó. Su enfoque de la ansiedad y la culpa concuerda más con las formulaciones tardías de Freud que con sus ideas más tempranas.

Podría decirse que el psicoanálisis comienza cuando Freud descubre, trabajando con pacientes histéricas, que los síntomas tienen un significado. Esto condujo al descubrimiento de los procesos inconscientes, la represión y el simbolismo, siendo ambos descubrimientos inseparables el uno del otro. Podría resumirse el punto de vista de Freud en el siguiente esquema: el recuerdo, impulso o fantasía de carácter doloroso o prohibido tiene vedado el acceso a la conciencia; es reprimido pero permanece dinámico en el inconsciente de la persona y lucha por expresarse; encuentra su expresión simbólica en el síntoma. El síntoma es un compromiso entre las ideas y los sentimientos reprimidos y las fuerzas represoras. Freud pronto observó que los conflictos intrapsíquicos y las soluciones de compromiso no residen únicamente en el terreno de la patología. Descubrió que los sueños, fenómeno humano universal, tienen una estructura similar a la de los síntomas neuróticos y que la represión y las soluciones de compromiso son parte de la naturaleza y la evolución humanas. Desde una simple aplicación de la hipnosis desarrolló de modo gradual la técnica psicoanalítica de asociación libre e interpretación, que le permitió estudiar los pensamientos y sentimientos reprimidos, las razones de su represión y los diversos mecanismos mentales para tratarlos. Descubrió que el material reprimido es predominantemente de naturaleza sexual (Freud jamás sostuvo que lo fuera con exclusividad, contrariamente a lo que supone la opinión popular). Esta sexualidad reprimida es distinta de aquella que se considera normal (es decir genital y heterosexual).

Es bisexual y de un género polimórfico marcadamente perverso, con inclusión de impulsos sadomasoquistas, orales, anales, uretrales, «voyerísticos» o exhibicionistas que corresponden a lo que, en la actividad sexual adulta, serían perversiones. Esto es así incluso en personas consideradas sexualmente normales en sus vidas conscientes. Freud llegó a la conclusión de que no hay una pulsión sexual simple, sino que la sexualidad es un compuesto formado por componentes pulsionales que proceden de distintas zonas del cuerpo y que tienden a diversos fines. En la sexualidad adulta normal predominan la pulsión y el fin genitales. Estos componentes pulsionales polimórficos se originan en la temprana infancia y en la niñez. El descubrimiento de la sexualidad infantil fue revolucionario, porque la sexualidad infantil es el origen de los conflictos y conduce a la represión y a otras defensas, descubiertas por Freud y sus continuadores con posterioridad. Los síntomas del neurótico o el simbolismo de los sueños no surgen sencillamente de la represión de un conflicto adulto contemporáneo. Son los elementos de la sexualidad infantil inconsciente, expresados en el problema actual, los que movilizan los conflictos infantiles y dan origen a la represión.

En el lapso relativamente reducido que transcurre entre los descubrimientos de Freud sobre la naturaleza de la histeria y los hallazgos fundamentales de la década de 1920, Freud, Ferenczi, Abraham, Jones y otros avanzaron de forma considerable en el trazado del desarrollo psicosexual del niño y en el sondeo de sus efectos sobre la personalidad adulta. Aunque es imposible, en una breve introducción, conceder la debida importancia a la suma de los trabajos psicoanalíticos en los que Melanie Klein basó suobra, intentaré señalar el contexto en que ésta evolucionó y volveré sobre algunos de los puntos ya mencionados cuando examine con mayor detalle de qué manera se valió ella de las referidas ideas y, especialmente, cómo las desarrolló o partió de ellas.

Al ordenar históricamente los componentes pulsionales, Freud estableció que su origen se remonta a distintos períodos de la vida del niño. Denominó libido a la energía sexual total y describió las sucesivas fases del desarrollo libidinal. En su opinión, toda pulsión tiene una fuente, un fin y un objeto. La fuente es siempre una parte del cuerpo, la zona erógena. El fin es la descarga de una tensión sexual. El objeto es el adecuado para proporcionar esta satisfacción. Las zonas erógenas se hallan conectadas con funciones vitales. Así, el componente pulsional oral surge de la función vital de comer; el anal y el uretral, de defecar y orinar; y el genital, de la función reproductora. La satisfacción de la necesidad vital produce un estímulo erótico y placer, que pasa a ser buscado por sí mismo.

La primera necesidad pulsional vital del bebé es la alimentación, por lo que el componente pulsional oral es el primero en despertar y la boca es la zona erógena inicial. El punto de partida de toda la vida sexual es la succión del pecho materno: «el ideal, jamás alcanzado, de toda satisfacción sexual ulterior, fantasía a la que a menudo se recurre en momentos de privación» [«Introductory Lectures on Psycho-Analysis», SE, XVI, 314 (ídem ant., «Introducción al psicoanálisis», p. 313)]. La pulsión oral cede la primacía a la anal cuando el niño comienza a desarrollar el control de esfínteres. Expeler las heces, retenerlas, desear la penetración anal, se convierte en el centro de la experiencia sexual infantil. En un principio, Freud consideró que la fase genital sucedía directamente a la anal, pero con posterioridad añadió entre ambas la etapa fálica, que se extiende entre las edades de tres y seis años.

En esa fase el niño varón descubre su pene como foco de tensión y placer. Considera el falo como único órgano sexual existente y, al no tener conciencia de los genitales femeninos, en su fantasía concibe a su madre en posesión de un pene, como su padre y él mismo: la «mujer fálica». Por tanto, en la descripción de Freud el desarrollo de la libido infantil atraviesa tres fases: la oral, la anal y la fálica. La fase genital, en la que se alcanza la diferenciación normal de los sexos, no entra en total funcionamiento hasta la pubertad. Al hablar de la organización de la libido en fases, Freud no sólo piensa que en cada una de ellas predomina un determinado componente pulsional, sino que éste va asociado con los fines y objetos que le corresponden. Así, el fin de la pulsión oral es succionar o devorar, siendo el pecho el objeto apropiado. El componente pulsional anal tiende a expeler o retener, y su objeto adecuado son las heces. La pulsión fálica tiene como fin la penetración, pero es más complejo determinar su objeto ya que, según Freud, la relación con este último se halla sujeta a una larga evolución antes de descubrir el objeto adecuado (la vagina). La frustración de estas tendencias da lugar a la agresión, que busca igualmente manifestarse en modos de expresión adecuados a las distintas fases. Así, a la agresión oral corresponde el deseo de morder o devorar en forma caníbal; a la agresión anal, el deseo de expeler, quemar o envenenar con heces; a la agresión fálica, el deseo de cortar, penetrar o rasgar.

Una característica de la libido es su plasticidad, pudiendo moverse de un fin a otro y de un objeto a otro distinto. Un órgano puede ser sustituido por otro que asuma sus funciones. En la fantasía, el ano puede ocupar el lugar de la boca; el pene puede reemplazar al pecho como objeto del deseo oral; las heces, sustituir al pene o al niño; el niño, representar al pene, etcétera.

Normalmente la libido progresa de la fase oral a la anal, después a la fálica y finalmente a la fase genital. Pero una experiencia insatisfactoria puede provocar un fenómeno que Freud denominó fijación. Una parte de la libido queda fijada en una fase pregenital y unida a los fines y objetos propios de la misma. Cuando esto ocurre, la organización de la etapa genital es débil e insegura y genera fácilmente una regresión a la fase anterior: el punto de fijación. Este retorno a una organización propia de una etapa pregenital es, según Freud, el factor determinante de la neurosis adulta.

Las pulsiones sexuales están sujetas a evolución: las pulsiones pregenitales son reprimidas de modo gradual, a medida que aumenta el predominio de la genitalidad, pero nunca pierden por completo su poder. Permanecen en el inconsciente y experimentan vicisitudes que generan síntomas, sublimaciones o rasgos de carácter; por ejemplo, la oralidad puede expresarse en voracidad o en hambre de conocimiento.

La analidad puede dar origen a rasgos obsesivos o, por el contrario, a logros positivos, como el orden y la limpieza. Freud dio una descripción de los caracteres oral y anal, ampliada considerablemente por Abraham y Jones. Cuando el fin sexual de una pulsión es inhibido de tal manera que pierde su carácter sexual, puede dar origen a una sublimación, que consiste en el desplazamiento de un fin sexual a otro no sexual. De esta forma Freud describe una evolución compleja de las pulsiones sexuales que preceden a la organización genital última.

También el objeto de los deseos sexuales experimenta una evolución. En opinión de Freud, un objeto sexual adecuado no surge en la vida psíquica hasta la etapa tardía de las fases anal y fálica. En un principio la pulsión oral toma el pecho como objeto sexual, pero después lo abandona, porque, posiblemente, no siempre lo halla disponible, y el bebé se vuelve autoerótico. Busca satisfacción en su propio cuerpo, en actividades tales como la succión de sus dedos o de sus labios. La pulsión encuentra satisfacción, pero parece carecer de objeto. El autoerotismo evoluciona en forma gradual hacia el narcisismo.

Aunque la fuente de satisfacción del bebé o del niño continúa siendo el propio cuerpo, en el narcisismo —a diferencia del autoerotismo— el propio cuerpo es vivido como un objeto. Si bien puede parecer ésta una distinción sin diferencia, en términos psicológicos no lo es. El narcisismo es una transición entre el autoerotismo y la relación con un objeto externo. En la fantasía, el niño puede proyectar su propio cuerpo sobre su objeto, con lo cual el objeto se convierte en un objeto de deseo, es decir, es catectizado. Una fijación narcisista puede motivar, en etapas vitales más tardías, la elección de un objeto narcisístico. La persona narcisista busca en su pareja una representación de sí misma y en ella se ama.

Los padres sólo se convierten en objetos de deseo sexual en la fase fálica, marcando el comienzo del complejo de Edipo que, como es bien sabido, constituye un componente esencial de la teoría psicoanalítica. El niño comienza a desear como objeto sexual a su madre, quien ha sido siempre la fuente de su bienestar, placeres y satisfacciones. Empieza a tomar conciencia de la relación sexual existente entre sus padres, y el deseo por su madre lo lleva a experimentar celos violentos hacia su padre, que le hacen odiarlo y desear su muerte: al igual que Edipo, ansia matar a su padre para poseer a su madre. Tales deseos entran en conflicto con el miedo y el amor que siente por su padre, y su temor fundamental es que el padre lo castre para castigar sus deseos sexuales. El temor a la castración es la causa principal de que el niño reprima la sexualidad hacia su madre y la agresión hacia el padre.

El amor al padre también tiene en esa etapa un componente sexual importante. Uno de los descubrimientos de Freud fue la bisexualidad, es decir, la coexistencia en todo ser humano de tendencias sexuales masculinas y femeninas. O sea que al complejo de Edipo positivo se añade otro negativo; el niño desea sexualmente a su padre y su madre se convierte en su rival. Desea ser penetrado y poseído por su padre, pero tales deseos homosexuales también deben ser reprimidos, ya que realizarlos conduciría a la castración.

En el desarrollo normal, la represión de los deseos homosexuales es más completa y permanente que la de los heterosexuales.

La niña también atraviesa una etapa fálica; según Freud, carece de conciencia de su vagina y el clítoris es para ella la zona erógena fundamental, equivalente al pene. Freud considera que el complejo de Edipo de la niña difiere en muchos aspectos del que es propio del niño y sobre ello volveré con mayor detalle, cuando me ocupe de las divergencias entre sus puntos de vista y los de Melanie Klein.

El complejo de Edipo constituye un hecho fundamental en la evolución del individuo. Es en relación con este complejo que se establece la represión y como defensa contra las ansiedades edípicas tiene lugar la regresión a fases pregenitales. En esta etapa todos los niños atraviesan una neurosis transitoria, la neurosis infantil. Como respuesta a la situación edípica desarrollan defensas generadoras de fobias, obsesiones y otros síntomas. La neurosis adulta es una regresión a esta neurosis infantil.

Asimismo, tanto la formación del superyó como, en gran parte, la conformación de la estructura mental básica del individuo son consecuencia de la disolución del complejo de Edipo. El niño intenta resolver su ambivalencia hacia el padre internalizándolo y convirtiéndolo en parte de sí mismo. El padre se afirma en la realidad intrapsíquica como una figura que actúa a modo de conciencia y también como alguien con quien identificarse.

En 1923 Freud llamó superyó a esta figura interna, pero la había descrito ya antes en el mundo interno. En Duelo y melancolía (1917) había demostrado que los autorreproches de los melancólicos son, en realidad, reproches mutuos entre el self y un padre internalizado. Además, el melancólico se identifica con esta figura interna: «La sombra del objeto cayó así sobre el yo» [ «Mourning and Melancholia», SE, XIV. 249 fobra cit., volumen I, «Duelo y melancolía», p. 1078)]. Pero en esa época Freud creía que tales internalizaciones e identificaciones pertenecían al terreno de lo patológico. Más tarde llegó a la conclusión de que este proceso forma parte del desarrollo normal. La patología del mundo interno del melancólico reside en el odio excesivo de su ambivalencia. El superyó, según describiera

Freud con posterioridad, cumple tres funciones: autoobservación y crítica, castigo y determinación de metas ideales. Este último aspecto del superyó procede de lo que Freud antes había descrito como «el ideal del yo». El origen del ideal del yo es narcisista:
«Aquello que proyecta ante sí como su ideal es la sustitución del perdido narcisismo de su niñez, en el cual era él mismo su propio ideal» [«On Narcissism: An Introduction», SE, XIV 94 (id. ant., «Introducción al narcisismo», p. 1092)]. En El yo y el ello [ SE, XIX (obra cit., vol. II).]

Freud considera que el ideal del yo es algo indistinguible del superyó, atribuyendo también a éste funciones propias del ideal del yo. El fin narcisista de ser amado y aprobado por el propio self se funde con el deseo de ser amado y aprobado por el padre interno ideal, el superyó. El yo puede someterse a las exigencias del superyó tanto por temor al castigo como por necesidad de afecto. Al igual que el padre, la madre interviene en la conformación final del superyó. Sus conceptos del superyó y de la dualidad de las pulsiones de vida y de muerte permitieron a Freud formular la teoría estructural de la mente; en la descripción de Freud, la mente se compone de tres estructuras. El ello es la dotación pulsional y funciona de acuerdo con el principio de placer-dolor. Su único objetivo es, por tanto, evitar el dolor y buscar el placer; no toma en cuenta la realidad y hace frente a la frustración mediante la fantasía de la satisfacción alucinatoria omnipotente de deseos. Del ello, y a través del contacto con la realidad, surge el yo que media entre aquél y esta última, desarrollando un principio de realidad. El yo es la corteza exterior del ello; es el aparato perceptivo, que también controla las funciones motrices: aprende dolorosamente la realidad de las frustraciones, trata de evaluar la realidad y de hallar medios de satisfacción reales. Es también una estructura psíquica y actúa como órgano de percepción de los estados internos. Una vez formado el superyó, el yo debe mediar nos sólo entre el ello y la realidad, sino además entre el ello y el superyó. El yo debe hacerse cargo de la realidad tanto externa como interna.

La idea esencial del pensamiento psicoanalítico es que debemos tratar tanto con la realidad y con el conflicto psíquico como con el mundo externo; Freud investigó permanentemente las raíces de este conflicto interno. En un principio pensó que las pulsiones sexuales se hallaban en conflicto con la realidad y con la autoconservación, es decir, con lo que él denominara los instintos del yo, que tendían a la autoconservación.

Pero a medida que progresó en su trabajo, descubrió que esta hipótesis no abarcaba los aspectos clínicos. En especial parecía inexplicable la compulsión a la repetición (la necesidad, típica de los neuróticos de repetir una y otra vez experiencias dolorosas y traumáticas) en términos de un conflicto entre el principio del placer y el de realidad.

Igualmente difíciles de explicar eran el sadismo y el masoquismo, componentes importantes de la estructura neurótica. En 1920, en Más allá del principio del placer, [SE, XVIII (obra cit., vol. I).] propuso otra hipótesis: la de la dualidad de los instintos de vida y muerte. La libido, lejos de hallarse en conflicto con la pulsión de vida, forma parte de ella y es su expresión sexual. En oposición a ella se halla la pulsión de muerte, que surge de la necesidad biológica del organismo de regresar a su estado anterior más antiguo, el inorgánico. Su contrapartida psíquica es un anhelo de retorno a un estado sin dolor, el principio del nirvana. Pero el organismo se siente amenazado por la pulsión de muerte y la desvía hacia el exterior. (Como Freud había subrayado con anterioridad, una pulsión puede modificar su fin y su dirección.) Cuando se desvía hacia un objeto exterior, la pulsión de muerte se convierte en agresión: «yo no moriré, morirás tú». En lugar de morir, matar. En un principio, Freud mismo trató esta hipótesis como una especulación biológico-filosófica, pero a medida que avanzó en su trabajo vio que la manifestación de la pulsión de muerte como agresión tenía una importancia fundamental. En origen, Freud consideró la agresión como una pulsión de autoconservación del yo inducida por la frustración, pero de un modo paulatino llegó a convencerse de la existencia de un impulso destructivo innato y fundamental. La desviación de la pulsión de muerte, tan importante como la pulsión de vida y la libido, podía explicar la importancia de la agresión en la vida psíquica. El conflicto fundamental entre Eros —vida, incluyendo la sexualidad— y Tánatos —autodestrucción y destrucción— es la fuente más profunda de ambivalencia, ansiedad y culpa. Pero aunque las dos pulsiones básicas se hallan en conflicto, también se fusionan. Cuando en esta fusión predomina la pulsión de muerte, surgen el sadismo y el masoquismo; cuando predomina la pulsión de vida, la agresión está al servicio de las fuerzas vitales y se vuelve ego-sintónica, es decir, que está al servicio del yo.

La descripción definitiva que da Freud del ello, del yo y del superyó toma en cuenta su nueva teoría de la pulsión. La agresión, intolerable al yo, es transferida al superyó: de ahí su carácter salvaje. En una etapa primera Freud pensaba que los sentimientos de culpa tenían origen en la sexualidad infantil, pero con posterioridad a 1920 se convenció de que era la agresión su principal fuente. Dice Freud: «...después de todo, es sólo la agresión la que se transforma en sentimiento de culpabilidad, al ser suprimida y derivada al superyó.

Estoy convencido de que podremos concebir con mayor sencillez y claridad muchos procesos psíquicos si limitamos únicamente a las pulsiones agresivas los hallazgos del psicoanálisis en torno a la génesis del sentimiento de culpabilidad» [«Civilization and its Discontents», SE, XXV, 138 (obra citada, «El malestar en la cultura», vol. III, p. 59)]. La pulsión de muerte es lo que explica «el carácter totalmente inevitable del sentimiento de culpabilidad» [Id. ant., 132 (id. ant., p. 54)].

Freud considera que el superyó del melancólico es «un puro cultivo de la pulsión de muerte» [«The Ego and the Id», SE, XIX, 53 (obra cit., «El yo y el ello», vol. II, p. 28)]. Las ideas de Freud sobre la ansiedad se vieron también influidas por su nueva concepción sobre la dualidad de las pulsiones y la estructura de la mente. En un primer momento, Freud pensaba que la angustia era una transformación biológica directa de la libido bloqueada y frustrada por la represión; en la relación concebida por él, la ansiedad era a la libido lo que el vinagre al vino. Pero la abundante evidencia clínica pronto lo convenció de lo contrario. No es la represión la causante de la ansiedad, sino a la inversa, la ansiedad es la que necesita de la represión. Pero, en tal caso, ¿cuál es el origen de la ansiedad? Según Freud, cuando el complejo de Edipo está activo, la ansiedad dominante es la ansiedad de castración. El niño fantasea y teme ser castrado por su padre como castigo de sus deseos sexuales. El descubrimiento de la genitalidad femenina refuerza esta ansiedad. La carencia de pene por parte de la mujer es vista por el niño como un testimonio de que la castración es posible. La ansiedad de castración es el factor principal en la resolución del complejo de Edipo y se expresa de modo simbólico en múltiples temores, incluyendo el temor a la muerte. En 1926, en Inhibición, síntoma y angustia [SE, XX (obra cit., vol. II)].

Freud da una explicación más completa de la ansiedad. El miedo a la realidad es una respuesta a un peligro externo. La ansiedad, que encuentra su prototipo en el trauma del nacimiento, es una respuesta al desamparo frente a necesidades e impulsos internos; dicha ansiedad vuelve a despertar en diferentes etapas del desarrollo, incitada por diversas situaciones de peligro. Freud describe cuatro amenazas fundamentales, correspondientes a distintas fases: la pérdida del objeto, el miedo a la castración, la angustia frente al superyó y la pérdida del amor del objeto. En el caso de la pérdida del objeto o de su amor, o en el caso de la castración, se trata del miedo a ser desbordado por demandas instintivas, motivadas por las pulsiones de vida y muerte que no tienen posibilidad de descarga.

En el caso del superyó, la angustia es el temor a encontrarse indefenso frente a los ataques de aquél. Freud distingue entre la «angustia traumática», en la que el yo es desbordado, y la «angustia señal», que advierte sobre la amenaza de un peligro de angustia traumática. Cuando el miedo es real, es decir, cuando señala la amenaza de un peligro real, el yo puede emprender acciones realistas. Cuando aparece la «angustia señal», que indica una amenaza de peligro interior, el yo desarrolla mecanismos psíquicos de defensa.

Freud descubrió la represión al estudiar la histeria y la describió como una defensa; sin embargo, mientras estudiaba la neurosis obsesiva encontró que existían también otros mecanismos de defensa. En uno de éstos, por ejemplo, el afecto es separado de la idea de forma tal que en la persona obsesiva (a diferencia de la histérica) la idea que produce ansiedad puede permanecer consciente, pero se reprime el afecto. A medida que la ciencia psicoanalítica progresó, se descubrieron y describieron otros mecanismos de defensa.

Cuatro de ellos, que reseñaré brevemente, revistieron especial importancia para la obra de Melanie Klein: la proyección, la introyección, la identificación y la escisión. La proyección y la introyección tienen origen en el yo-placer puro, a medida que éste se desarrolla desde el ello y permanece bajo la influencia del principio del placer-dolor: «El yo placer primitivo (...) quiere introyectar todo lo bueno y expulsar de sí todo lo malo» [«Negation», SE, XIX, 237 (obra cit., vol. II, «La negación», pp. 1134-1135)].

La proyección como mecanismo de defensa es característica de la paranoia. El sujeto desconoce su propio impulso y lo atribuye a su objeto. «No lo odio, él me odia a mí.» La introyección, término utilizado por primera vez por Ferenczi, es el opuesto de la proyección. Basada en la más primitiva pulsión oral, que tiende a devorar el objeto, tiene una contrapartida psíquica, que consiste en introyectar las características del objeto. En una primera descripción, Freud relacionó la introyección con la melancolía; más tarde llegó a la conclusión de que forma parte del desarrollo normal y que el yo no puede abandonar su objeto sin introyectarlo. En El yo y el ello, Freud dice que el yo es «un residuo de las cargas de objeto abandonadas» [SE, XIX, 29 (obra cit., val. II, p. 17).]

Aunque la introyección se halla enraizada en el mecanismo oral y, por consiguiente, debe ser activa desde el principio, Freud considera que en el momento del complejo de Edipo las introyecciones son tan masivas y dinámicas, que las que se producen con anterioridad a esta etapa no tienen la misma influencia o importancia.

Freud descubrió la identificación antes que la introyección, y a veces ambos conceptos no se diferencian entre sí con claridad; además describió varios tipos de identificación. Uno de ellos es la identificación del self con el objeto como modelo. El sujeto asimila las características del objeto, en cuyo caso la identificación puede ser una defensa contra la pérdida del objeto o la rivalidad con él. Una identificación de este tipo con los padres forma parte de la resolución del complejo de Edipo. Otro tipo de identificación es la elección narcisista de objeto.

En este caso el sujeto es el modelo y se buscan en el objeto las propias características de uno mismo. Las identificaciones pueden ser pre-edípicas o edípicas. Como Freud describió la identificación antes que la introyección, no está claro si considera que las identificaciones pre-edípicas están basadas en la introyección o son independientes de ésta, pero la identificación introyectiva con los padres es característica del complejo de Edipo.

La escisión del yo es un mecanismo observado por Freud en casos de fetichismo y en la psicosis. En un principio lo aplicó exclusivamente a las perturbaciones producidas en relación con la realidad. El yo se escinde de forma que una parte, el yo normal, toma en cuenta la realidad y otra parte, bajo la influencia de los instintos, se separa de aquélla.

Pero en sus últimos escritos [«An Outline of Psycho-Analysis», SE, XXIII, 202-204 (obra citada, vol. III, «Esquema del psicoanálisis», p. 361); «Splitting of the Ego in the Process of Defence», id. ant., 275-278 (obra citada, id. ant., «Escisión del yo en el proceso de defensa», página 389-392).], Freud señala que la utilización de cualquier mecanismo de defensa requiere algún tipo de escisión del yo y que, por lo tanto, un uso excesivo de las defensas entraña siempre un debilitamiento del yo.

Entre los psicoanalistas que contribuyeron a enriquecer el cuerpo de conocimientos psicoanalíticos figura en lugar destacado Karl Abraham, quien ejerció una influencia primordial sobre Melanie Klein. Su contribución abarca todos los aspectos de la teoría psicoanalítica, pero su principal y más original aporte lo hizo en el área de las fases pregenitales del desarrollo K. Abraham, [«A Short Study of the Development of the Libido, Viewed in the Light of Mental Disorders» (1924), en Selected Papers of Karl Abraham.]

Abraham subdividió las fases oral y anal en dos etapas. En la fase oral distinguió una primera etapa de succión y una segunda etapa sádica. La primera es preambivalente: el fin del bebé es la succión, pero no hay amor ni odio en ello. En la segunda etapa el bebé se relaciona de forma ambivalente con el pecho, al que desea morder y devorar de un modo canibalístico. La primera etapa anal es sádica y de expulsión; continúa el sadismo de la segunda etapa oral y el objeto devorado, convertido en heces, es expelido. La segunda fase anal es de retención; en este momento aparece la preocupación por el objeto, y aunque éste (las heces) es controlado aún de forma sádica, existe igualmente un deseo de preservarlo. El objeto en la fase pregenital es un «objeto parcial», término propuesto por Abraham para designar la relación con partes anatómicas de los padres, como el pecho o el pene, distinta de la relación con los padres como personas. Freud describe algunas relaciones con objetos parciales, como por ejemplo el deseo primario del bebé por el pecho. También habla de la regresión a una relación de objeto parcial —por ejemplo, la regresión que experimenta una mujer desde el deseo del hombre al deseo del pene, un objeto parcial—, pero no concedió mayor importancica a tales fijaciones pregenitales. Abraham, por el contrario, estudió en detalle las relaciones oral y anal con objetos parciales, como el objeto parcial pecho y su transformación en el objeto parcial heces. Fue el primero en describir la pérdida de un objeto interno en este proceso, donde la expulsión de las heces es vivida como pérdida de un objeto interno. Sus investigaciones sobre las fases orales del desarrollo le llevaron asimismo a conceder una importancia mayor que la que Freud había concedido a la relación ambivalente del bebé con la madre. En concreto, Abraham descubrió que el odio hacia la madre juega un papel fundamental en la melancolía.

Estas subdivisiones no constituyen un mero ejercicio académico. Abraham las fundamentó en su trabajo clínico y logró demostrar que el punto de fijación de las enfermedades maníaco-depresivas reside en la segunda fase oral y en la primera anal, y el correspondiente a las neurosis obsesivas, en la segunda fase anal. Pudo analizar con eficacia tanto a pacientes que sufrían de psicosis maníaco-depresiva como a neuróticos obsesivos, lo que le permitió estudiar la interrelación existente entre la depresión, la manía y la neurosis obsesiva y, asimismo, enriquecer nuestros conocimientos sobre las fases oral y anal del desarrollo.

Melanie Klein comenzó a trabajar poco antes de 1920, momento en que el psicoanálisis experimentaba uno de sus vuelcos decisivos y las nuevas ideas de Freud daban estímulo a nuevos enfoques. Desarrollando los conceptos de Freud en la dirección señalada por Abraham, Melanie Klein aportó al psicoanálisis nuevas y estimulantes ideas y perspectivas. Pero su obra suscitó también enérgicos antagonismos y dio origen a controversias que aún siguen vigentes.

Antes de presentar la obra de Melanie Klein, es importante hacer referencia a la técnica psicoanalítica, ya que, en el psicoanálisis, teoría y técnica se hallan íntimamente relacionadas.

Freud desarrolló la técnica psicoanalítica partiendo de la simple aplicación de la hipnosis. Los elementos esenciales del encuadre (setting) y la técnica psicoanalíticos, según fueran concebidos por Freud, pueden resumirse de la siguiente manera. El analista propone al paciente una hora regular cada día de la semana. Lo invita a recostarse en el diván y a relatar sus pensamientos de forma tan libre como pueda: es decir a asociar libremente. El analista adopta una actitud receptiva hacia lo que dice el paciente, prescindiendo de toda reacción personal, tal como crítica, aprobación, manifestación o expresión de sus sentimientos. En tal encuadre, del que la neutralidad del analista constituye un ingrediente principal, el paciente puede asociar con mayor libertad que en cualquier otra situación; de forma paulatina se van expresando sus conflictos inconscientes de manera tal que pueden ser percibidos por el analista; éste puede entonces comunicar a su paciente el significado oculto de sus asociaciones, es decir, interpretar. Sin embargo, el paciente se resiste a este proceso psicoanalítico de asociación libre e interpretación. Las defensas que, en un principio, desarrollara para combatir el dolor causado por el conflicto son puestas de nuevo en acción para oponer resistencia al insight; tal resistencia debe ser comprendida y analizada. En un primer momento, el paciente acude al analista por necesidad y coopera con él mediante la libre asociación y el esfuerzo por comprender y vencer su propia resistencia. En la situación analítica, el paciente no sólo toma conciencia de sus deseos y conflictos infantiles, sino que vuelve a vivirlos.

Transfiere al analista los impulsos, esperanzas y fantasías que depositara en el pasado en sus objetos significativos: padres, hermanos y demás. Esta transferencia, considerada en un principio como una resistencica a recordar el pasado, se convirtió de manera gradual en el eje central del tratamiento psicoanalítico. A la capacidad de volver a vivir viejos conflictos más abiertamente y en un nuevo encuadre, debe el paciente la posibilidad de encontrar soluciones nuevas y menos neuróticas. Una transferencia positiva (amor) facilita igualmente la cooperación.
Klein nunca se apartó de la técnica y el encuadre fundamentales del psicoanálisis y en muchos aspectos su técnica fue especialmente rigurosa.

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