jueves, 5 de marzo de 2009

Las causas de la Histeria (Parte 7). Juan D. Nasio

7-NUESTRA LECTURA DE LA SEGUNDA TEORÍA DE FREUD: EL ORIGEN DE LA HISTERIA ES UN FANTASMA INCONSCIENTE
El interés del que estudia la histeria no tarda en apartarse de los síntomas para dirigirse a los fantasmas que los producen.
S.Freud
Antes de continuar, preguntémonos lo siguiente: esta teoría que acabamos de exponer y que se basaba en nuestra lectura de las primeras formulaciones de Freud, ¿mantiene su actualidad? ¿Sigue siéndonos útil en el trabajo con nuestros pacientes? Cuando un psicoanalista se encuentra hoy ante un síntoma histérico de conversión un problema somático como los que suelen presentarse en el curso del análisis: crisis de urticaria, por ejemplo, o vértigos en el niño—, ¿piensa este psicoanalista en los términos que acabamos de emplear? Respondo, sin vacilar, por la afirmativa. A nuestro juicio, la teoría de la conversión, según la hemos interpretado, sigue siendo extremadamente actual. Más actual todavía si tenemos en cuenta la modificación que Freud le introdujo en 1900: el origen de la histeria es un fantasma inconsciente, no una representación. Y lo que se convierte es una angustia fantasmática, no una sobrecarga de la representación.
Freud considera que. para explicar la aparición de un síntoma de conversión, ya no es necesario descubrir un acontecimiento traumático real en la historia del paciente. La representación penosa no necesita surgir de una remota seducción sexual cometida por un adulto. Ahora basta pensar en nuestra infancia, imaginar el desarrollo de nuestro cuerpo pulsional, y comprender que cada experiencia vivida en nuestra niñez, en el nivel de las diferentes zonas erógenas —boca, ano, músculos, piel, ojos— tiene el exacto valor de un trauma. A lo largo de su maduración sexual, el yo infantil mismo, sin tener que padecer una experiencia traumática real desencadenada por un agente exterior, es el asiento natural de la eclosión espontánea y violenta de una tensión excesiva llamada deseo.
¿Pero dónde localizar entonces, en la evolución normal de nuestro cuerpo libidinal, esa eclosión espontánea de un trauma producido sin intervención exterior? Para Freud —y en el presente para nosotros— el vocablo trauma ya no se refiere esencialmente a la idea de un acontecimiento exterior, sino que designa un acontecimiento psíquico cargado de afecto, verdadero microtrauma local, centrado en torno a una región erógena del cuerpo y consistente en la ficción de una escena traumática que el psicoanálisis llama fantasma. Que el fantasma sea un trauma no quiere decir, por supuesto, que todos los traumas sean fantasmas. En la vida cotidiana del niño pueden producirse choques traumáticos reales provocados por agentes exteriores; estos choques existen y son frecuente motivo de consulta en psicoanálisis de niños. En este caso, el afecto provocado por el trauma real es un sentimiento de pavor que, sin ser reprimido, quedará inscrito no obstante, de una u otra manera, en la vida fantasmática de la psique infantil. Digámoslo, pues, con claridad: es cierto que hay traumas que no son fantasmas, pero todos los traumas, sean reales o psíquicos, se inscriben necesariamente en la vida de los fantasmas.
Pero sigamos. ¿Por qué decir que los fantasmas equivalen a traumas? Porque en ese foco del fantasma que es el lugar erógeno, brota una sexualidad excesiva, no genital (autoerótica), sometida automáticamente a la presión de la represión. La sexualidad infantil nace siempre mal, pues es siempre exorbitante y extrema. Este fue el gran descubrimiento que hizo abandonar a Freud la teoría del trauma real como origen de la histeria. La sexualidad infantil es un foco inconsciente de sufrimiento, pues es siempre desmesurada en relación con los limitados recursos, físicos y psíquicos, del niño. El niño será siempre inevitablemente prematuro, no preparado en relación con la tensión que aflora en su cuerpo; y, a la inversa, esta tensión libidinal será siempre demasiado intensa para su yo. Origen de futuros síntomas, la sexualidad infantil es traumática y patógena porque es excesiva y desbordante. Según la primera teoría, el incidente traumático real de la histeria consistía en la acción perversa de un adulto sobre un niño pasivo; en el presente, la perspectiva ha dado un vuelco total: el propio cuerpo erógeno del niño produce el acontecimiento psíquico, pues es foco de una sexualidad rebosante, asiento del deseo. Un deseo que entraña la idea de que algún día podría realizarse en la satisfacción de un goce ilimitado y absoluto. Lo insoportable para el sujeto es, justamente, esta posibilidad de un absoluto cumplimiento de deseo. Lo habíamos dicho en las primeras páginas: para el sujeto el goce es insoportable porque, si lo viviera, pondría en peligro la integridad de todo su ser. Es tan intenso el surgimiento de este exceso de sexualidad llamado deseo, con la eventualidad de su cumplimiento, llamado goce, que, para atemperarse, necesita la creación inconsciente de fabulaciones, escenas y fantasmas protectores.
Estas formaciones fantasmáticas producidas inconscientemente, es decir, ignorándolas el sujeto, son la respuesta psíquica obligada para contener el exceso de energía que el empuje del deseo implica. Una escena fantasmática tan "verdadera" como la antigua escena traumática ocurrida en la realidad, dará entonces forma y figura dramáticas a la tensión deseante. Esta tensión, una vez fantasmatizada, es decir, atemperada por el fantasma, sigue siendo una tensión igualmente insoportable, pero ahora está integrada en la escena del fantasma y a ella se circunscribe. Ahora la llamamos angustia fantasmática. La angustia es el nombre que adoptan el deseo y el goce una vez inscritos en el marco del fantasma.
Sin embargo, se entienda el exceso de energía como una demasía de afecto resultante de un choque traumático (primera teoría), o como una angustia fantasmática respondiendo al despertar espontáneo y prematuro de la sexualidad infantil (nueva teoría del fantasma), invariablemente seguimos sosteniendo la tesis de que la causa principal de la histeria reside en la actividad inconsciente de una representación sobreinvestida. Con la salvedad de que el contenido de esta representación ya no se reduce a la imagen delimitada de una parte del cuerpo (primera teoría), sino que se despliega respondiendo a un libreto dramático llamado fantasma. Este fantasma se desarrolla en una breve secuencia escénica que comprende siempre los elementos siguientes: una acción principal, protagonista, y una zona corporal excesivamente investida, fuente de angustia. En esta nueva teoría, el fantasma así construido es tan inconsciente y está tan sometido a la represión como la representación intolerable de la primera teoría; y también es portador de un exceso insoportable de afecto, exceso que ahora denominamos angustia. Angustia que. al desbaratar la acción de la represión, hallará su expresión final en un trastorno del cuerpo. De ahora en adelante, de acuerdo con esta segunda teoría freudiana que sitúa al fantasma en el origen de la histeria, el psicoanalista ya no deberá buscar detrás del síntoma un acontecimiento traumático fechable y real, sino el "traumatismo" de un fantasma angustiante.

Organización del material:

1-Nuestra lectura de la primera teoría de Freud: el origen de la histeria es la huella psíquica de un trauma

2-La histeria es provocada por una defensa inadecuada del yo: la represión

3-La histeria es provocada por el fracaso de la represión la conversión

4-El sufrimiento del síntoma de conversión es el equivalente de una satisfacción masturbatoria

5-La elección de órgano, asiento de la conversión

6-El síntoma de conversión desaparece si cobra un valor simbólico, el que produce la escucha del psicoanalista

7-Nuestra lectura de la segunda teoría de Freud: el origen de la histeria es un fantasma inconsciente


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