lunes, 4 de mayo de 2009

Melanie Klein por Hanna Segal parte II

2. Los primeros años
Melanie Klein nació en Viena en 1882. Su padre, el doctor Moriz Reizes, provenía de una familia judía estrictamente ortodoxa; como sus padres lo consideraban en extremo brillante, lo destinaron a seguir la carrera de Rabino. Fue obligado a casarse con una muchacha a quien no había visto nunca. Pero el joven se rebeló contra la ortodoxia.
Estudió en secreto, completó el bachillerato alemán (Matura) y siguió la carrera de medicina a pesar de la oposición de sus padres. Se independizó de su familia, pero nunca rompió del todo con ella. Al alcanzar su padre una edad muy avanzada, los restantes hijos se negaron a hacerse cargo de él, siendo el Dr. Reizes, el rebelde, quien lo cuidó hasta el final. Después de independizarse, el Dr. Reizes se divorció de su primera esposa y, pasados ya los cuarenta, se enamoró perdidamente de Libusa Deutsch, una joven de veinticinco años a quien amaría siempre con devoción. Cuatro hijos nacieron de este matrimonio; Melanie fue la hija pequeña. El Dr. Reizes no tuvo mucho éxito en su profesión y para ayudar a la economía familiar su esposa abrió una tienda de plantas y animales exóticos.
Pero cuando Melanie tenía cinco años, el Dr. Reizes heredó una suma de dinero que le permitió adquirir una clínica dental; con la práctica de la odontología, Reizes alcanzó mayor prosperidad; Melanie recordaba muy bien su deleite ante la nueva y espaciosa vivienda y el bienestar económico. La relación que mantenía con su padre no era muy íntima; el Dr. Reizes había rebasado hacía tiempo los cincuenta años cuando nació
Melanie y tenía poca paciencia con la pequeña. Además, solía hacer ostensible su preferencia por la hija mayor, lo que provocaba un natural y profundo resentimiento en
Melanie, quien, no obstante, admiraba enormemente las realizaciones intelectuales de su padre y se sentía estimulada por ellas. El Dr. Reizes, por ejemplo, había aprendido por sí mismo diez lenguas extranjeras, leía mucho y, a medida que Melanie se hizo mayor, siempre estuvo dispuesto a responder a sus preguntas. Falleció cuando ella tenía dieciocho años.
La relación con su madre fue bastante más íntima; Melanie la recordaba como una mujer mucho más joven que el padre, muy hermosa, cálida, valiente y dinámica. No sólo llevaba una tienda —algo inusual en la mujer de un médico en esa época—, sino que más tarde, cuando Melanie estaba terminando la escuela y el doctor Reizes se había convertido en un hombre achacoso y algo senil, fue ella quien sustentó económicamente a la familia y la mantuvo unida. Vivió sus últimos años junto a Melanie Klein, lo cual le sirvió a ésta de gran consuelo en una época muy amarga de su vida. La señora Reizes murió en 1914: la serenidad y el valor con que afrontó la muerte, después de una larga y agotadora enfermedad, impresionaron de manera profunda a Melanie, quien, en su vejez, hablaba de ello con frecuencia.
La educación de Melanie fue liberal, permisiva, y su infancia le dejó el recuerdo de un tiempo feliz y sereno. La religión cumplió un papel de poca importancia en la vida familiar. Reizes, después de rebelarse contra sus padres, se volvió más bien anticlerical; y a la propia Melanie le disgustaban los parientes ortodoxos de su progenitor, vestidos con el caftán tradicional. Su madre provenía también de una familia de rabinos, pero con un estilo totalmente distinto. Eran liberales ilustrados, conocedores de la filosofía y las humanidades. A diferencia del padre, la madre mantenía algunos vínculos con la religión judía e incluso intentó introducir en su hogar, sin demasiada convicción ni éxito, la cocina
kosher. Observaba la festividad del año nuevo y su ayuno y acudía a la sinagoga una vez al año.
Melanie Klein, por su parte, no era religiosa. A la edad de nueve o diez años se sintió atraída por la religión católica, por la influencia de una gobernanta francesa a la que profesaba gran afecto. Durante algún tiempo se sintió torturada por la idea de una posible conversión al catolicismo, sabiendo el disgusto que causaría a sus padres. Pero a excepción de este episodio de su juventud, se mantuvo bastante libre de todo sentimiento religioso o antirreligioso. Era atea y, dado que detestaba la hipocresía, tomó medidas para impedir que por razones de conveniencias sociales se celebraran servicios religiosos en su funeral. Asimismo se oponía a que padres no creyentes enseñaran religión a los niños «por su propio bien»; y sostenía con firmeza que a los niños no debe inculcárseles convicciones en las que uno mismo no cree. Por otra parte, era muy consciente de sus raíces judías, le gustaban algunas tradiciones hebreas y sentía escaso respeto por quienes renegaban de sus orígenes judíos.
La hermana mayor de Melanie, Emily, le llevaba seis años; Emmanuel, su único hermano varón, cinco; y Sidonie, aproximadamente cuatro. La relación con Emmanuel y Sidonie, que murieron muy jóvenes, dejó una huella profunda en Melanie. A Sidonie, quien, enferma de escrófula, permaneció buena parte de su niñez en el hospital, la conoció poco; a pesar de eso, guardaba un recuerdo muy vivo de los últimos meses de la vida de su hermana, transcurridos en el hogar. Melanie, por ser la hermana pequeña, se convertía con frecuencia en objeto de las bromas de sus hermanos, y Sidonie la tomó bajo su protección y le enseñó a leer y escribir. La enferma, de ocho años de edad, tenía plena conciencia de su muerte y expresó a Melanie el deseo de transmitirle todos sus conocimientos antes de morir; falleció a los nueve años de edad, cuando Melanie tenía cinco. La relación con Emmanuel fue más duradera y Melanie consideraba que había intervenido decisivamente en su formación. Aquel joven de talento excepcional, que tocaba el piano y escribía ensayo y poesía, comenzó a estudiar la carrera de Medicina, pero abandonó los estudios debido a su mala salud. Cuando Melanie tenía nueve o diez años, Emmanuel leyó un poema de ella que le pareció bueno; desde entonces mantuvieron la estrecha amistad que duró hasta la muerte del muchacho, acaecida a la edad de veinticinco años. A los catorce, Melanie decidió que quería ir a la universidad y estudiar medicina, por lo que tuvo que abandonar el Lyceum, que sólo brindaba una educación superficial, y asistir al Gymnasium, que preparaba para el examen de Matura y la Universidad. Su hermano la preparó en griego y en latín para el examen de ingreso.
Cuando ella se hizo algo mayor, Emmanuel la presentó a su círculo de amigos, un grupo intelectual muy animado, en el que Melanie floreció. Emmanuel era algo rebelde y tenía continuas rencillas con su padre. El peor enfrentamiento que Melanie recordaba entre su padre y su hermano expresaba bien la atmósfera intelectual que se vivía en el hogar; a causa de un desacuerdo sobre los méritos relativos de Goethe y de Schiller, su padre gritó
Con furia que Goethe era un charlatán con pretensiones científicas.
Emmanuel sufría de reumatismo cardíaco y, al igual que Sidonie, sabía que su muerte estaba próxima. Expresó una vez a Melanie, por escrito, el deseo de que el destino le deparara a ella tantos años felices como le eran negados a él. Tenía gran confianza en el talento de la joven y siempre le auguraba un porvenir brillante. Ella, a su vez, le profesaba una admiración profunda a su hermano. Cuando Emmanuel falleció de forma repentina, en el extranjero, Melanie, que para entonces ya estaba casada y vivía en Silesia, regresó a
Viena, a pesar de su embarazo, y se abocó a la tarea de hacer publicar sus ensayos y poemas. El proyecto no prosperó, en primer lugar a causa de la quiebra de la compañía editora y, en segundo, por el comienzo de la guerra.
La muerte de sus dos hermanos, quizá la de Emmanuel en mayor medida, contribuyó no poco al constante estado de depresión que fue parte integrante de la personalidad de Melanie. Al mismo tiempo, ambos estimularon sus intereses intelectuales y le inculcaron un sentimiento casi de deber con respecto al desarrollo intelectual y a la realización de una obra.
A través de su hermano, Melanie conoció a su futuro marido, Arthur Stephen Klein.
Posiblemente el hecho de ser amigo de Emmanuel añadió atractivo al joven Klein.
Además, por esa época Melanie era muy sensible a los logros intelectuales y la brillantez de él la deslumbró. Se comprometieron cuando ella tenía diecinueve años, lo cual fue un estorbo para sus planes de estudiar medicina, ya que su futuro marido tenía que visitar continuamente fábricas y no podía permanecer en Viena. Durante los dos años de su compromiso, Melanie estudió Humanidades en la Universidad de Viena. Toda su vida lamentó no haber estudiado Medicina, convencida de que un título de médico habría deparado a sus ideas una acogida más respetuosa. Este sentimiento se vio muy agudizado en la época de su controversia con Edward Glover, un eminente psicoanalista británico. En un principio Glover apoyó su trabajo con niños, considerándolo una importante contribución al psicoanálisis, pero cuando Melanie elaboró sus teorías acerca del origen de la psicosis, Glover se opuso de modo violento a que una persona sin conocimientos médicos pudiera siquiera hablar de la psicosis.
Melanie contrajo matrimonio a los veintiún años de edad y, durante varios años, vivió con su marido en ciudades pequeñas, primero en Eslovaquia y después en Silesia.
Fueron tiempos aciagos. Echaba de menos la compañía y el estímulo intelectual de que gozaba en Viena: desde un principio el matrimonio tuvo que hacer frente a numerosos problemas. Melanie se dedicó a la lectura y al aprendizaje de idiomas, pero encontró su única y verdadera felicidad en sus dos hijos: Hans, nacido en 1907, y Melitta, nacida en
1910.
Su vida cambió de manera considerable cuando, en 1910, su marido halló trabajo en
Budapest. Allí tuvo la compañía intelectual que deseaba y, lo que fue más importante aún, tomó contacto por primera vez con la obra de Freud. Nunca había oído hablar de Freud en
Viena, a pesar de moverse en los círculos artísticos y literarios. Más tarde lamentó profundamente las ocasiones que había perdido. Por haber vivido en la misma ciudad, podría haber intentado conocerlo e incluso estudiar con él. En Budapest tuvo la oportunidad de leer un libro de Freud del que mucho se hablaba: Los sueños (1901) [SE, V (obra dt., vol. I)]. Así nació un interés por el psicoanálisis que mantendría a lo largo de toda su vida. Estudiar esta ciencia y practicarla, contribuir a su enriquecimiento, se convirtió en la pasión fundamental de sus horas. Se analizó con Ferenczi y, estimulada por él, comenzó a analizar niños. En 1917 fue presentada a Freud, en el transcurso de un congreso que reunía a las sociedades psicoanalíticas de Austria y Hungría. En 1919 leyó ante la Sociedad Húngara su primer trabajo, El desarrollo de un niño [«The Development of a Child» (1921), part. I, Writings, I. (Melaine Klein, «El desarrollo de un niño», I parte, Obras completas, tomo 2, Buenos Aires, Paidós-Hormé, 1975)].; la calidad de este artículo le permitió convertirse en un miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Budapest. Permaneció en esta ciudad hasta 1919, cuando su tercer hijo, Eric, contaba cinco años de edad. Se separó entonces de su marido, quien marchó a trabajar a Suecia, mientras ella permanecía en
Eslovaquia durante un año, en casa de sus suegros. Esta separación fue un preludio del divorcio, que se produjo en 1922. En 1920, Melanie Klein había conocido a Karl Abraham en un congreso psicoanalítico celebrado en La Haya. Abraham le produjo una impresión profunda y él mismo tuvo palabras de estímulo para el trabajo de Melanie en psicoanálisis infantil, cosa que la hizo decidirse a trasladar su residencia a Berlín, en 1921. En esta ciudad abrió una consutla psicoanalítica para adultos, además de para niños. No estaba satisfecha de los resultados de su análisis con Ferenczi y en 1924 convenció a Abraham para que la tomara como paciente. Abraham se oponía, en general, a analizar a colegas residentes en Berlín, pero se convenció de la importancia de la contribución potencial de
Melanie al psicoanálisis. En el Primer Congreso de Analistas Alemanes de 1924, al resumir el trabajo de Melanie Klein sobre el caso de Erna [Writings, II, 35-37 (obra dt., vol. I, pp. 165-185).], dijo Abraham: «El futuro del psicoanálisis reside en la técnica del juego.» Aceptó, pues, hacer una excepción y la admitió como paciente. Este análisis quedó interrumpido por la muerte inesperada de Abraham, sobrevenida nueve meses más tarde.
Melanie Klein mantuvo relaciones muy distintas con sus dos analistas.
Experimentaba agradecimiento hacia Ferenczi por el estímulo que había dado a su trabajo y consideraba que debía al análisis con él la convicción de la importancia de los procesos inconscientes. Pero Ferenczi no analizaba la transferencia negativa (sentimientos hostiles hacia el analista) y Klein vio en ello un obstáculo para obtener un insight duradero.
Además Ferenczi abandonó gradualmente la técnica analítica y desarrolló «técnicas activas». Desechó el papel de intérprete neutro y asumió una actitud activa, animando, tranquilizando o dirigiendo al paciente. Todo ello condujo con el tiempo a una ruptura con
Freud. Klein se opuso desde un principio a estos cambios que consideraba contrarios a los principios psicoanalíticos y sintió pena por Ferenczi. Hacia Abraham, en cambio, experimentaba un agradecimiento y una admiración sin límites; además, pensaba que los nueve meses de análisis con él le habían permitido adquirir una verdadera comprensión del psicoanálisis. La muerte prematura de Abraham fue una de las grandes pérdidas de su vida. Decidida a continuar la obra de su maestro, emprendió y prosiguió durante muchos años un intenso y regular autoanálisis. Aunque tomó de Ferenczi el concepto de introyección, fue Abraham, y en especial su trabajo acerca de la melancolía, quien ejerció la mayor influencia sobre ella. Klein se consideraba discípula suya y conceptuaba su propio trabajo como una continuación de la obra de Freud y de Abraham y un aporte a la misma.
Después de la muerte de Abraham, la vida en Berlín se hizo difícil para Melanie
Klein. A la pérdida de su maestro y a la interrupción de su análisis se sumaron los constantes ataques a su tarea, que ya no contaba con el apoyo de aquél. Anna Freud había comenzado a trabajar con niños aproximadamente por la misma época que Melanie
Klein, pero con un enfoque distinto, lo que dio lugar a bastantes controversias y conflictos entre ambas. La Sociedad de Berlín seguía mayoritariamente a Anna Freud y consideraba que la obra de Melanie Klein «no era ortodoxa». En 1925, Klein conoció a Ernest Jones en
Salzburgo, en ocasión de una conferencia donde ella leyó su primer ensayo, muy controvertido [Publicado en 1926 bajo el título «The Psychological Principles of Early Analysis», Writings, I, 128-138 (obra cit., tomo 2. páginas 127-136).] , acerca de la técnica del psicoanálisis infantil.
Su ponencia impresionó a Jones, quien coincidió con la opinión de Abraham de que en el análisis infantil se hallaba el futuro del psicoanálisis. Alentado por las opiniones de Alick Strachey, antiguo paciente de Abraham en Berlín, y de Joan Rivière, quien desde el principio se interesara por el trabajo de M. Klein, Jones invitó a ésta a dar conferencias sobre psicoanálisis infantil en Inglaterra. En 1925, en casa del Dr. Adrián Stephen, Melanie dictó seis conferencias que constituyeron la base de la primera parte de El psicoanálisis de niños, su primer libro. Esas tres semanas fueron para ella uno de los momentos más felices de su vida.
En 1926 Melanie Klein se estableció en Inglaterra, donde permanecería hasta su muerte. Fue una decisión de la que jamás se arrepintió; aunque tuvo que afrontar dificultades y se produjeron polémicas en la Sociedad Psicoanalítica Británica, inevitables dado el carácter revolucionario de su obra, Klein sentía que en ningún otro lugar le hubieran deparado mejor acogida y un apoyo mayor. Llegó a sentir gran afecto por Inglaterra, a la que consideraba su patria adoptiva. Se llevó consigo a Eric, su hijo menor, que tenía entonces trece años. Poco después se reunió con ellos en Londres Melitta, que había contraído matrimonio con el Dr. Walter Schmideberg: ambos eran médicos y practicaban el psicoanálisis. El hijo mayor de Melanie, Hans, siguiendo los pasos de su padre, estudió ingeniería y se estableció en Berlín.





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