martes, 2 de septiembre de 2008

Psicoanálisis de la Adolescencia. Peter Blos. (Parte 2)

2. Preadolescencia
Durante la fase preadolescente un aumento cuantitativo de la presión instintiva conduce a una catexis indiscriminada de todas aquellas metas libidinales y agresivas de gratificación que han servido al niño durante los años tempranos de su vida. No se puede distinguir un objeto amoroso nuevo y una meta instintiva nueva. Cualquier experiencia puede transformarse en estímulo sexual -incluso aquellos pensamientos, fantasías y actividades que están desprovistos de connotaciones eróticas obvias-. Por ejemplo, el estímulo al cual el muchacho preadolescente reacciona con una erección; no es específica ni necesariamente un estímulo erótico lo que causa la excitación genital, sino que ésta puede ser provocada por miedo, coraje, o por una excitación general. Las primeras emisiones durante la vigilia a menudo se deben a estos afectivos como éste, más bien que a estímulos eróticos específicos. Entre los muchachos más maduros físicamente, las situaciones competitivas, como la lucha, han sido reportados como provocadoras de emisiones espontáneas. Este estado de cosas en el muchacho que entra a la pubertad es una muestra de que la función genital actúa como descarga no específica de tensión; esto es característico de la niñez hasta la época de la adolescencia cuando el órgano gradualmente adquiere la sensibilidad exclusiva al estímulo heterosexual.

El resurgimiento de los impulsos genitales no se manifiesta uniformemente entre los muchachos y las muchachas debido a que cada sexo se enfrenta a los impulsos puberales en aumento en una forma distinta. Erickson (1951), describió la diferencia tan clara en las construcciones de juego de los adolescentes. es aparente a partir de su material que el tema de la masculinidad y de la feminidad conduce a diferentes configuraciones en el juego del muchacho y de la muchacha. Es la preocupación (consciente y preconsciente) con los órganos sexuales, su función, integridad y protección, y no la relación de éstos con situaciones amorosas y su satisfacción lo que sobresale en las construcciones de juego en los preadolescente. Erickson comenta:"Las diferencias sexuales más significativas en el juego nos dan el siguiente cuadro: en los muchachos las variables más sobresalientes son altura, caída y movimiento y su canalización o arresto (policía), en las muchachas, los interiores estáticos que están abiertos, simplemente encerrados o bloqueados y que son violados."

En términos generales podemos decir que un aumento cuantitativo en los impulsos caracteriza la preadolescencia y que esta condición lleva a un resurgimiento de la pregenitalidad (A. Freud, 1936). esta innovación lleva al periodo de latencia a su terminación, el niño es más inaccesible, más difícil de enseñar y controlar. Todo lo que se ha obtenido a través de la educación en los años anteriores en términos de control instintivo y conformidad social parece que está camino de la destrucción.

Gessel (1956) dice que las muchachas a los 10 años se dedican a hacer chistes que están relacionados con las nalgas más bien que con el sexo, mientras que los muchachos prefieren cuentos colorados especialmente relacionados con la eliminación; también afirma que las muchachas se dan cuenta con mayor claridad de la separación entre el sistema de reproducción y la eliminación, aunque todavía muestran una tendencia a confundirlos. La curiosidad sexual en los muchachos y las muchachas cambia de la anatomía y contenido a la función y al proceso. Saben de dónde vienen los niños pero la relación con su propio cuerpo está un tanto mistificada. entre las muchachas la curiosidad manifiesta es reemplazada por el cuchicheo y el secreto: compartir un secreto cuyo contenido, habitualmente de naturaleza sexual, permanece como una forma de intimidad y conspiración. Esta situación difiere del periodo de latencia en donde el hecho de poseer un secreto como éste -sobre cualquier tópico- es fuente de gusto y excitación.

El siguiente ejemplo de un muchacho preadolescente con dificultades en el aprendizaje debido a un control instintivo defectuoso, ilustra cómo la revivencia de los impulsos pregenitales sufre una represión y transformación gradual antes de que se restablezca la sublimación.

Se trata de un muchacho de 12 años que luchaba con el resurgimiento de la pregenitalidad y que repentinamente provocaba situaciones dolorosas con las autoridades de la casa y con las de la escuela, hasta que finalmente fue capaz de ayudarse en su control instintivo y protegerse en contra de la angustia y la culpa. Consideraba los chistes y las palabras anales, que lo habían puesto en dificultades, como un pecado y se recordaba asimismo del castigo que podría caerle encima por pecar; precisamente, que lo expulsaran de la escuela y que lo castigara Dios. Se imaginó a un muchacho que los expulsaron de la escuela (desde luego que estaba hablando de sí mismo), por decir el siguiente chiste: "La Sra. Hershy puso sus nueces en su chocolate". Según su explicación, "nueces" tiene tres significados: comer, estar loco y pene; el chocolate se refiere a la cloaca. pero ahora este joven, asegura al analista que ya no piensa en estos chistes cochinos o se ríe del "agujero apestoso"; en la actualidad sólo hace palabras y frases que no tienen sentido; solamente el pensar en estas cosas lo hace reír. Da un ejemplo de esto: "George Washingmachine se fue en bicicleta en el río Misisipí y firmó la declaración de indigestión". Es una forma de disfrazar no muy buena, ya que la situación derivada de estas palabras sin sentido que se expresaban con risa, se ve traicionada por el significado inconsciente. El muchacho era capaz ahora de atraer a una audiencia con sus chistes y además sentir alivio por su culpa que se originaba en sus impulsos no aceptables (Blos, 1941). Después de un tiempo de invención compulsiva y de recitación de chistes "limpios", este muchacho abandonó en forma progresiva su coraje contrafóbico y se pudo concentrar en sus tareas escolares con mucho vigor.

La gratificación instintiva directa habitualmente se enfrenta a un superyo reprobatorio. En este conflicto el yo recurre a soluciones bien conocidas: defensas como la represión, la formación reactiva y el desplazamiento. Esto le permite al niño desarrollar habilidades e intereses que son aprobados por sus compañeros de juego y además el dedicarse a muchas actitudes sobrecompensatorias en conductas compulsivas y en pensamientos obsesivos para aliviar su angustia. Aspectos típicos de esta edad son el interés del coleccionista en timbres postales, en monedas, en cajetillas de cerillos, en distintivos y en otros objetos que se prestan para tal actividad. Una situación nueva para el servicio de la gratificación instintiva que aparece durante la preadolescencia es la socialización de la culpa. Este nuevo instrumento para evitar el conflicto con el superyo proviene de la madurez social lograda durante el desarrollo de la latencia; el niño utiliza esto para descargar su culpa en el grupo o más específicamente en el líder como instigador de actos no permitidos. La socialización de la culpa crea temporalmente defensas autoplásticas que son en cierto grado formas de disculpa. El fenómeno de compartir o proyectar los sentimientos de culpa es una razón para el aumento de la significación de la creación de grupos en este estadio del desarrollo.

Naturalmente no todas estas defensas son suficientes para enfrentarse a las demandas instintivas, ya que los miedos, las fobias, tics nerviosos, pueden aparecer como síntomas transitorios. La psicología del desarrollo descriptivo habla de descargas tensionales en esta etapa: frecuentes dolores de cabeza y de estómago, el comerse las uñas, taparse los labios, tartamudeo, el taparse la boca con la mano, el jugar con sus cabellos, estar tocando constantemente todas las cosas; algunos niños todavía se chupan el pulgar (Gessel, 1956).
En esta etapa, dos formas típicas de conducta preadolescente tanto en los muchachos como en las muchachas, nos dan cierta luz en el conflicto central en los dos sexos. Los muchachos son hostiles con las muchachas, las atacan, tratan de evitarlas, cuando están en compañía de ellas se vuelven presumidos y burlones. En realidad trataba de negar su angustia en lugar de establecer una relación con ellas. La angustia de castración que lleva la fase edípica a su declinación reaparece y conduce al muchacho a llevarse exclusivamente con compañeros de su propio sexo,. En la niña esta fase está caracterizada por una actividad intensa donde la actuación y el portarse como marimacha alcanza su clímax (Deutsch, 1944). n esta negación muy clara e la feminidad puede descubrirse el conflicto no resuelto en la niñez sobre la envidia del pene, que es el conflicto central de la joven preadolescente, un conflicto que encuentra una dramática suspensión temporal, mientras las fantasías fálicas tienen sus últimas apariciones antes que se establezca la feminidad.
Una chica de 17 años describió su preadolescencia de la manera siguiente: "La transición por la que pasé a los 11 años, cuando era tan sociable como a los 5 años y quería ser tan sociable como a los 14, está acompañada de una serie de factores. De estos problemas el más importante y el más difícil de entender era mi propia maduración. Gradualmente me deshice de la idea que tenía mi hermano, que mantuvo hasta los 16 años, sobre la inferioridad de las muchachas. Dejé de asociarme con grupos de muchachos que no me aceptaban y me uní con mis compañeras que sí lo hacían; fue aquí en donde las muchachas exploradoras fueron una guía en mi vida. Diariamente realizaba mis buenas acciones. La jefe de las exploradoras era una mujer muy activa a quien yo admiraba, ya que era totalmente distinta a mis maestros y a mis padres."

En otro estudio (More, 1953) se mencionan los deseos de la joven a diferentes niveles de edad como "la persona que quisiera ser" cuando crezca. la propia imagen proyectada en el futuro daba cierta luz en la convergencia del yo y el desarrollo psicosexual. A los 11 años una joven deseaba ser una wave* (Wave: cuerpo de mujeres militarizadas del Ejército Norteamericano), "usar uniforme y ser como mi mamá". Además deseaba "volar aeroplanos y aprender a volar". A los 12 años quería ser una enfermera, porque las enfermeras "ayudan a la gente y se visten cuidadosamente". A los 16 años quería ser una modelo o una taquígrafa, medir 1.60 y pesar 50 kilos. En forma nostálgica agregó: "Quise ingresar a las waves pero no pude y creo que me tuve que satisfacer con otros trabajos. Ésta era mi ambición secreta".

Es un hecho bien sabido que el desarrollo psicológico en la preadolescencia es diferente en las muchachas y en los muchachos. las diferencias entre los sexos son muy significativas; la psicología descriptiva ha puesto gran atención a este periodo y ha acumulado gran cantidad de observaciones. El muchacho toma una ruta hacia la orientación genital a través de la catexis de sus impulsos pregenitales; por el contrario, la muchacha se dirige en forma más directa hacia el sexo opuesto.

Solamente con referencia al muchacho es correcto hablar de un aumento cuantitativo de los impulsos instintivos durante la preadolescencia que conducen a una catexis indiscriminada de la pregenitalidad. De hecho, el resurgimiento d la pregenitalidad marca la terminación del periodo de latencia para el hombre. En esta época el muchacho muestra un aumento difuso de la motilidad (gran inquietud motora), voracidad, actitudes sádicas, actividades anales (expresadas en placeres coprofílicos, cualquier lenguaje obsceno, rechazo por la limpieza, una fascinación por los olores y gran habilidad en la producción onomatopéyica de ruidos) y juegos fálicos exhibicionistas. Un muchacho de 11 años que inició su análisis a los 10 años, ilustra sus desarrollos diciendo: "Mi palabra favorita ahora es caca. Cuanto más crezco, más cochino me vuelvo".
A los 14 años el mismo muchacho hizo la siguiente comparación retrospectiva: "A los 11 años mi mente estaba fija en cochinadas, ahora lo está en el sexo. hay una gran diferencia".

Recordemos aquí los comentarios de Dostoievsky sobre los muchachos de esta edad; no podemos sino darnos cuenta de la constancia del lugar y de la edad de las características preadolescentes. En Los Hermanos Karamazov encontramos este pasaje: "Hay ciertas palabras y conversaciones que son desgraciadamente imposibles de evitar en las escuelas. Unos muchachos puros en mente y en corazón, casi niños, gustan de hablar en la escuela de cosas, cuadros e imágenes de las cuales aun los soldados algunas veces evitarían hablar. Es más, mucho de lo que los soldados no tienen conocimiento o concepción es algo familiar para niños bastante chicos de nuestras clases altas e intelectuales. No hay una depravación moral, ni un cinismo interno corrompido en ello, pero parece haberlo y con frecuencia esta actitud se considera entre ellos como algo refinado, sutil y digno de ser imitado".

Las fantasías de los muchachos preadolescentes habitualmente están bien protegidas; las que mencionan con más facilidad son las de pensamientos sintónicos al yo de grandiosidad y de indecencia. Una fantasía muy bien protegida, conservada desde los 5años y empleada nuevamente a los 11 para provocar estimulación genital, fue revelada a plazos por un muchacho en análisis. Hasta 2 años más tarde reveló la sensación sexual que acompañaba a su fantasía cuando en una forma espontánea corregía su negación anterior. La fantasía era la siguiente: "Yo siempre pensé que a las muchachas se les daba cuerda con una llave que tenían a un lado de las piernas. Cuando se les daba cuerda eran muy altas; los muchachos, en proporción, sólo tenían una pulgada de altura. Se subían por las piernas de estas muchachas altas, se metían abajo de sus faldas y debajo de sus pantalones, ahí había hamacas que colgaban quién sabe de dónde; los muchachos se subían a ellas. Yo siempre llamaba a esto montar a la muchacha". De ahí que la muchacha montada adquirió una connotación muy especial, eróticamente coloreada y embarazosa.

Este ensueño, como ocurre habitualmente, fue elaborado en la preadolescencia y mezclado con eventos de la época. En el caso de este muchacho tomó la forma de una fantasía en la cual las chicas en la escuela capturaban a su mejor amigo y lo desnudaban. El tema de asesinar, someter, humillar y explotar al gigante, vg.: la mujer fálica (la imagen materna arcaica) regresaba en variaciones múltiples. La injusticia en estas batallas imaginarias entre los muchachos y muchachas mostraba claramente en este caso el miedo a la mujer, así como el propio miedo del muchacho a sus impulsos agresivos en contra del cuerpo de su madre, especialmente a los senos a los cuales se refería como: "las masas salientes", en forma derogatoria como las "tetas" o sus "órganos sexuales altos". Sentía que le impedían luchar o ser tosco con las muchachas como una forma de contener sus deseos destructivos en contra de sus senos. pensaba que las muchachas estaban protegidas porque "necesitan esas cosas"; una de sus frases en contra de las muchachas era la siguiente: "Se supone que las muchachas son tontas. Esto es una farsa. ¿por qué hay que abrirles la puerta? Ellas lo pueden hacer. En realidad son mucho más fuertes que los muchachos. Y todo esto debido a los bebés, sólo uno a la vez. Un hombre puede hacer un millón de bebés en un momento. Pero el hombre puede ser sacrificado en la guerra y ser asesinado". deseaba pegarle a los senos de las muchachas cuando sentía que no le permitían que se los tocara. Sabía el estado del desarrollo de los senos de cada muchacha de su clase. Estas fantasías y deseos estaban contrarrestados por sus afirmación: "Me da gusto que yo sea un muchacho"; en una forma defensiva colectiva se juntaba con sus compañeros.

El material clínico anterior se cita como apoyo para el modelo teórico de la preadolescencia; una interpretación de este material nos permite delinear el conflicto preadolescente típico del muchacho como de miedo y de envidia por la mujer. Su tendencia a identificarse con la madre fálica le alivia de la angustia de castración en relación con ella; normalmente se construye una organización defensiva en contra de esta tendencia. Recordemos aquí la tesis de Betterlheim (1954) de que los ritos de iniciación en la pubertad sirven a los muchachos para resolver su envidia de la mujer. En esencia se tiene que resolver una identificación bisexual (Mead, 1958). Bettelheim (1954) nos ofrece material clínico que demuestra "que ciertos ritos de iniciación se originan en los intentos adolescentes para integrar su envidia del otro sexo o para adaptarse al rol social prescrito para su sexo y abandonar las gratificaciones pregenitales infantiles".
En la fase de la preadolescencia el muchacho tiene que renunciar nuevamente, y ahora definitivamente a sus deseos de tener un niño (pecho, pasividad) y, más o menos completar la tarea del periodo edípico (Mack Brunswick, 1940). En un hombre dotado, este deseo puede encontrar satisfacción en el trabajo creativo, y cuando un hombre como éste busca tratamiento porque su actividad creadora ha dejado de funcionar, revela una organización típica de los impulsos que Jacobson (1950) describió en su artículo: "El deseo de los muchachos de tener un niño". En relación a estos pacientes Jacobson dice "que su actividad creadora muestra regularmente fantasías femeninas reproductoras". Van der Leeuw (1958) enfatiza que la envidia normal del muchacho por la madre preedípica y la importancia para su desarrollo progresivo radica en la resolución, principalmente en abandonar "el deseo preedípico de estar embarazado y tener hijos como la madre". Van der Leeuw continúa: "Los obstáculos que hay que resolver son sentimientos de coraje, envidia, rivalidad, y sobre todo, la impotencia y la destrucción agresiva que acompaña a estas experiencias. En la niñez temprana el tener hijos es vivido como un logro, una sensación de poder y una competencia con la madre; esto representa ser activo como la madre. Es una identificación activa y productora". La fijación en el nivel preadolescente da a esta fase una organización duradera de los impulsos; en algunos casos donde ocurre tal fijación, la fase de preadolescencia ha fracasado debido a un enorme miedo a la castración en relación con la madre arcaica, el cual se resuelve identificándose con la mujer fálica.

¿Cómo considera el muchacho preadolescente a la muchacha de esta edad? Ciertamente la joven preadolescente no muestra los mismos aspectos que el muchacho, ella es o una marimacha o una muchacha agresiva. Al muchacho preadolescente se le figura como Diana, la joven diosa de la caza, que muestra sus atributos mientras corre a través del bosque con un montón de perros. Empleo esta referencia mitológica aquí para enfatizar el aspecto defensivo a los impulsos pregenitales en el muchacho, principalmente al evitar a la mujer castrante, la madre arcaica. Mi conocimiento de las fantasías, de las actividades lúdicas, de los sueños, y de la conducta sintomática de preadolescencia en los muchachos, me lleva a concluir que la angustia de castración en relación con la madre fálica no es solamente una ocurrencia universal de la preadolescencia masculina sino que puede observársela como el tema central. Esta observación recurrente puede deberse, en parte, a que veo en análisis muchos jóvenes adolescente con deseos pasivos que vienen de familias con madres fuertes y dominantes; esta consideración indudablemente que requiere un escrutinio cuidadoso. Las conclusiones mencionadas serán ilustradas con algunos ejemplos de análisis de muchachos preadolescentes.

En varios sueños de un muchacho de 11 años que era obeso, sumiso, inhibido y compulsivo aparecía repetidamente la figura de una mujer desnuda; la parte inferior de su cuerpo no la recordaba bien, sino en forma vaga, con los senos el lugar adecuado, con características de pene, como órgano eréctil o urinario. Los sueños de este muchacho siempre estuvieron provocados por sus experiencias en una escuela coeducacional en donde la competencia entre los muchachos y las muchachas le ofrecía pruebas constantes de la maldad de las mujeres, de la forma tramposa de su juego. cuando obtuvo cierta seguridad con la masturbación compulsiva, ésta se interpretó en los términos de la situación preadolescente descrita anteriormente: apareció un transtorno del sueño con el miedo de que su madre lo fuera a matar durante la noche.

Un muchacho de 14 años que todavía estaba en la fase preadolescente tenía dificultades psicógenas de aprendizaje, relató varios sueños repetitivos en los cuales era perseguido por un gorila en la selva o también por un monstruo que miraba en su cuarto a través de la puerta medio abierta; aunque petrificado de miedo, el muchacho decidió que podía matar al monstruo. Estos sueños llegaron a estar muy cerca de la realidad de la vida del muchacho, cuando su agresión y el miedo que tenía por su madre alcanzaron su clímax. Este evento coincidió cuando le preguntó a su terapeuta cosas sobre el sexo, que pretendía ignorar totalmente. Durante estas charlas el muchacho exclamó repentinamente: "Claro, el gorila es mi mamá". El monstruoso gorila representaba a la madre preedípica castrante y fálica. el padre era visto como sumiso y benigno y no representaba ninguna amenaza.

Otro muchacho aún en la fase preadolescente a las 14 años, cuyo desinterés en las muchachas era el tema de investigación analítica, reconoció su curiosidad escondida, así como su atracción por las muchachas pero también su terror hacia la mujer. Justificaba esta forma de esconder sus sentimientos, su indiferencia y hostilidad diciendo: "Las muchachas están listas para darle a uno en la torre aunque a uno no le está permitido tocarlas, son tan delicadas". Sentía que no era posible autoafirmarse y que el sometimiento sería la única solución posible.

Grete Bibring (1943), describió el curso del desarrollo de u muchacho que alcanzó la fase posesiva edípica sin la ayuda de un padre prohibitivo, mediante una regresión a la madre preedípica. Sin embargo, en su liga con ella tenía angustias edípicas; esta madre, la seductora, también es la bruja en la familia matriarcal. Las frustraciones preedípicas y las amenazas edípicas se concentran en la misma figura.
La angustia de castración que lleva a su declinación la fase edípica de este muchacho reaparece durante la pubertad. la angustia de castración puberal del hombre está relacionada en su fase inicial a la madre activa, poderosa y procreadora. Una segunda fase que es típica e la adolescencia propiamente será descrita después. En la preadolescencia observamos que los deseos pasivos están sobrecompensados y que la defensa en contra de ellos se ve poderosamente reforzada por la maduración sexual (A. Freud, 1936). la fase típica de la preadolescencia en el hombre, antes de que efectúe con éxito un cambio hacia la masculinidad, recibe su cualidad característica del empleo de una angustia homosexual en contra de la angustia de castración. Es precisamente esta solución defensiva en el muchacho, subyacente en la conducta de grupo, la que la psicología descriptiva llama la "pandilla"* (No debe confundirse con la pandilla de los muchachos adolescentes). La psicología psicoanalítica llama a esto "el estadio homosexual" de la preadolescencia.

Este estadio debe de separarse de una fase homosexual transitorio y más o menos elaborada de la adolescencia temprana, cuando un miembro del mismo sexo se toma como objeto de amor bajo la influencia del yo ideal. En la fase preadolescente homosexual del yo ideal. En la fase preadolescente homosexual del muchacho, un cambio hacia el mismo sexo es una maniobra evasiva; en la segunda fase homosexual -la cual merece más este nombre-, un objeto narcisista se elige a sí mismo. Las amistades con tintes eróticos son manifestaciones bien conocidas de este periodo. La diferencia en la conducta preadolescente entre hombres y mujeres está dada por la represión masiva de la pregenitalidad, que la muchacha hubo de establecer antes de poder pasar a la fase edípica; de hecho, esta represión es un prerrequisito para el desarrollo normal de la feminidad. Cuando la muchacha se separa de su madre debido a una decepción narcisista de sí misma como mujer castrada, reprime también sus impulsos instintivos que estaban íntimamente relaciones con el cuidado materno y los cuidados corporales, fundamentalmente la amplitud de la pregenitalidad. Mack Brunswick (1940) en su artículo clásico sobre "La fase preedípica del desarrollo de la líbido" afirma: "Una de las grandes diferencias entre los sexos, es la enorme represión de la sexualidad infantil en el niño. Exceptuando los estados neuróticos profundos, ningún hombre recurre a una represión similar de su sexualidad infantil."
La muchacha que no puede mantener la represión de pregenitalidad encuentra dificultades en su desarrollo. como consecuencia de esto, la joven adolescente exagera normalmente sus deseos heterosexuales y se junta con los muchachos a menudo en una forma un tanto frenética. "Paradójicamente, comenta Helen Deutsch, (1944), la relación de la muchacha con su madre es más persistente y a menudo más intensa y peligrosa y a menudo más intensa y peligrosa que la del muchacho. la inhibición que encuentra cuando se enfrenta a la realidad (en la prepubertad) la regresa con su madre por un periodo matizado por demandas infantiles de amor".

Al considerar la diferencia entre la preadolescencia en el hombre y en la mujer, es necesario recordar que el conflicto edípico en la mujer nunca se llevó a una terminación abrupta como ocurre en el hombre. Freud (1931) afirma: "La muchacha permanece en la situación edípica por un periodo indefinido; solamente lo abandona muy tarde en su vida y en forma incompleta". De ahí pues que la mujer luche con relaciones de objeto en forma más intensa durante su adolescencia; de hecho, la separación prolongada y dolorosa de la madre constituye la tarea principal de este periodo. "Un intento prepuberal de liberarse de la madre que fracasó o fue muy débil, puede inhibir el futuro crecimiento psicológico y dejar una huella infantil definitiva en la personalidad total de la mujer". (Deutsch, 1944).

El muchacho preadolescente lucha con la angustia de castración (temor y deseo) en relación con la madre arcaica, y de acuerdo con esto se separa del sexo opuesto; por el otro lado, la muchacha se defiende en contra de la fuerza represiva hacia la madre preedípica por una orientación franca y decisiva hacia la heterosexualidad. En este rol no se puede llamar a la niña preadolescente "femenina", ya que obviamente ella es la agresora y seductora en el juego de pseudo-amor; en verdad, la cualidad fálica de su sexualidad es prominente en esta etapa y le da, por periodos breves, la sensación poco habitual de sentirse completa y adecuada. El hecho de que la muchacha promedio entre los 11 y los 13 años sea más alta que el promedio de los muchachos de esta edad solamente acentúa esta situación. Benedek (1956, a) se refiere a los hallazgos endocrinos: !Antes de que madure la función procreativa y antes de que se establezca la ovulación con cierta regularidad, la fase estrogénicas dominante, como para facilitar las tareas del desarrollo de la adolescencia, principalmente el establecimiento de relaciones emocionales con el sexo opuesto". Helene Deutsch (1944) se refiere a la "prepubertad" de la muchacha como "el periodo de mayor liberación de la sexualidad infantil". Esta condición se acompaña normalmente por un cambio forzoso hacia la realidad (Deutsch) que, en mi opinión, sirve para contrarrestar la reaparición de deseos infantiles, por ejemplo, los pregenitales.

El conflicto de esta fase preadolescente de la mujer revela su naturaleza defensiva, especialmente en los casos en los cuales el desarrollo progresivo no se ha podido mantener bien. por ejemplo, la delincuencia femenina nos permite estudiar en una forma muy clara la organización de los impulsos preadolescentes en la muchacha. Estamos muy familiarizados con el hecho de que "en las muchachas prepuberales, el apego hacia la madre representa un mayor peligro que el apego hacia el padre". (Deutsch, 1944). En la delincuencia femenina, la cual, hablando en términos muy amplios representa una conducta sexual de actuación, la actuación, la fijación a la madre preedípica y el pánico que esta rendición implica. Un escrutinio cuidadoso revela que el cambio de la muchacha hacia una actuación heterosexual, que parece representar una recrudescencia de los deseos edípicos, en verdad está relacionado a puntos tempranos de fijación en las fases pregenitales del desarrollo psicosexual; la frustración, o la sobrestimación, o ambas han sido experimentadas. La pseudoheterosexualidad de la muchacha delincuente es una defensa en contra de la fuerza regresiva hacia la madre preedípica, una fuerza que es reducida intensamente porque esto significa permanecer adherida a un objeto homosexual y, por tanto, interrumpir fatalmente el desarrollo de la feminidad. Cuando se le preguntó a una muchacha de 14 años por qué necesitaba tener 10 novios al mismo tiempo, contestó muy indignada: "Tengo que hacer esto; si no tuviera tantos novios podrían pensar que soy una lesbiana". El "podrían" en esta afirmación es la proyección de los impulsos instintivos que la muchacha emplea vehementemente para contradecir su conducta exhibicionista.

Una ruptura en el desarrollo emocional progresivo en la mujer, provocada por la aparición de la pubertad, constituye una amenaza más seria a la integración de la personalidad que una situación similar en el muchacho. El siguiente resumen de un caso nos ilustra la actitud delincuente de la organización de los impulsos en una mujer preadolescente y revela la naturaleza crucial de la tarea emocional, que la muchacha debe lograr antes de que pueda entrar a estadios más avanzados de la adolescencia. Nancy, cuyo caso se describe en forma más detallada en el capítulo VII, es una magnifica ilustración de la preadolescencia femenina y de sus vicisitudes.

Nancy, una muchacha de 13 años, era una delincuente social. En forma indiscriminada tenía relaciones sexuales con muchachos adolescentes y atormentaba a su madre con sus cuentos sobre estas relaciones. Desde que era muy pequeña, en su niñez, tenía sentimientos de soledad y acusaba a su madre por sentirse tan infeliz. Nancy creía que su madre nunca la había deseado y además hacía demandas incesantes e irracionales. Nancy estaba obsesionada con la idea e tener un niño. Todas sus fantasías eran alrededor del tema "madre-hijo" y básicamente con una intensa necesidad oral. Tuvo un sueño en donde tenía relaciones sexuales con muchachos adolescentes; en el sueño tuvo 365 niños, uno al día por un año, de un muchacho a quien mató después de que pudo lograr esto. Esta actuación sexual desapareció en forma gradual cuando Nancy estableció una relación con una mujer casada de 22 años que tenía 3 niños, estaba embarazada, y que era promiscua sexualmente. En su amistad con esta amiga-madre, Nancy encontró la gratificación para estos deseos orales y maternales, y además estaba protegida en contra de la rendición homosexual. Actuaba como madre con los hijos de esta amiga y cuidaba de ellos mientras la madre salía a pasear. De esta amistad, Nancy emergió a los 15 años como una persona narcisista y presumida. Se interesó mucho en ser actriz y empezó a hacer lo necesario para trabajar en este campo; pero fracasó en su búsqueda de un objeto heterosexual genuino.

En resumen, podemos decir que en el desarrollo femenino normal, la fase preadolescente de la organización de los impulsos está dominada por una defensa en contra de una fuerza regresiva hacia la madre preedípica,. Esta lucha se refleja en dos de los conflictos que surgen en este periodo entre madre e hija. una progresión hacia la adolescencia propiamente dicha en la mujer, está marcada por la emergencia de sentimientos edípicos que aparecen primero disfrazados y finalmente son extinguidos por "un proceso irreversible de desplazamiento" tal como Anny Katan (1937) lo ha designado: "remover al objeto".

Ya que hemos definido la organización de los impulsos en la preadolescencia en términos de posiciones preedípicas, consideremos el primer análisis de una joven adolescente llamada Dora (Freud, 1905). Dora tenía 16 años cuando visitó a Freud y 18 cuando inició su tratamiento. El material de la historia, el cual revisaremos aquí, se refiere a la organización preadolescente de los impulsos en esta joven. Su fijación materna preedípica probó ser de intensidad patogénica y representó un obstáculo invencible en el camino del desarrollo progresivo de la adolescencia.

Al final del capítulo, "El estado patológico", Freud introduce un elemento sobre el cual dice: "Puede tan sólo desvanecerse y enturbiar el bello conflicto poético que suponemos en Dora. Detrás de la serie de ideas preponderantes que giraban en derredor de las relaciones del padre con la mujer de K., se escondía también un impulso de celos, cuyo objeto era aquella mujer; un impulso, pues, que sólo podía reposar en una inclinación hacia el propio sexo." Podemos parafrasear el final de esta frase diciendo: que sólo podía estar basada en una afección de la muchacha hacia su madre. Freud describe las relaciones de Dora con su institutriz, con su prima y con la señora de K., la cual tuvo "un gran efecto patogénico", más que la situación edípica, la cual "trata de utilizar como pantalla" para el trauma más profundo de haber sido sacrificada por su íntima amiga la señora K., "sin un momento de vacilación para que las relaciones de ella con su padre no se vieran afectadas". Freud concluye que "la línea de pensamiento más relevante en Dora, la cual tenía que ver con las relaciones de su padre con la señora K., estaba designada no solamente con el propósito de suprimir su amor con el señor K., que en una ocasión fue consciente, sino para esconder su amor por la señora K., que en un sentido profundo era inconsciente". Estamos familiarizados con el hecho de que los deseos edípicos son más francos y conspicuos en la adolescencia que en las fijaciones preedípicas, las cuales son sin embargo de una importancia patogénica , más profunda. En el caso de Dora el análisis llegó a su terminación "antes de que pudiera aclararse este aspecto de su vida mental".

Una y otra vez los adolescentes nos muestran en forma desesperada la necesidad de un ancla en el nivel edípico -una posición sexual adecuada-, antes de que fijaciones tempranas puedan ser accesibles a la investigación analítica. En relación con esto el caso de un joven adolescente pasivo parece relevante. Durante 3 años de análisis, desde los 11 hasta los 13, mantuvo en forma terca la imagen de su padre sometido como el hombre fuerte e importante de la familia. Esta imagen del padre poderoso le sirvió como defensa en contra de su angustia de castración preedípica. El muchacho nunca se permitió criticar o dudar del analista; según él, el analista siempre tenía razón. No se permitió ver el reloj por miedo de insultar al analista. El análisis de la transferencia puso en claro el miedo de este muchacho hacia el analista; el miedo a la venganza y a ser herido. El análisis de su angustia de castración edípica abrió la puerta para angustias aún más intensas, en relación con la madre preedípica; el descubrimiento de fijaciones tempranas produjo una reevaluación realista del padre, aunque decepcionante. este caso indica que el mantener una situación "edípica ilusoria" encubre una intensa fijación preedípica. La definición de preadolescencia que he sugerido sobre las bases de la organización instintiva, no parece coincidir con las subdivisiones elaboradas por Helene Deutsch (1944) en relación con la mujer. Se refiere a la primera fase de la adolescencia como prepubertad (edades de 10 a 12 años), que es la época "prerrevolucionaria" cuando la muchacha experimenta "la mayor libertad de la sexualidad infantil". En este estadio la muchacha muestra una orientación decisiva hacia la "realidad" y un proceso intensivo de adaptación a la realidad, el cual está caracterizado por "gran actividad". "Su actuación" y su actitud "masculinoide" testifican sus "renuncias a la fantasía infantil"; su "interés cambia de las diferencias anatómicas a los procesos fisiológicos". El eje alrededor del cual surge este desarrollo es, en pocas palabras, la "liberación de la madre".

Esta formulación cabe muy bien en el modelo que he descrito; sin embargo, sospecho que la "gran actividad" que en las muchacha precede al aumento de la pasividad es un intento para dominar activamente lo que ha experimentado pasivamente cuando estaba siendo cuidada por su madre; en lugar de tomar a la madre preedípica como objeto amoroso, la muchacha se identifica temporalmente con su imagen fálica activa. esta ilusión fálica transitoria en la muchacha da a este periodo una actitud vital exaltada que no escapa al peligro de provocar una fijación.

Esta fase aparece con gran claridad en el análisis de aquellas muchachas que "están locas por los caballos" durante sus años preadolescentes. El análisis de sus sueños indica que el caballo es apropiado por la muchacha como un equivalente fálico y tratado con devoción y gran cariño; como parte de un todo representa al padre edípico. El amor por el caballo es narcisista, a diferencia, por ejemplo, del amor de la niña por su perro, que es maternal y de compañía. Esta devoción transitoria hacia los caballos en la preadolescencia bien puede constituir un estadio normal en el desarrollo femenino; pero en donde interfiere con la progresión libidinal, representa una fijación a este nivel.

La fuerza con la cual la muchacha se aleja e la fantasía y de la sexualidad infantil es proporcional a la fuerza del impulso regresivo en dirección al objeto de amor primario, la madre. Si ella se rinde, actúa su regresión por desplazamiento o regresa a los puntos tempranos de fijación preedípica, y dará como resultado un desarrollo adolescente desviado.

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