La transición de la adolescencia a la edad adulta esta marcada por una fase intermedia, la postadolescencia, que puede ser reclamada con derecho por ambos, y desde luego puede ser vista desde cualquiera de estas dos etapas. Sin embargo hay razones por las que la postadolescencia se analiza aquí como continuación de proceso adolescente, o más bien como su reflujo pálido. Estas razones se aclaran cuando pongamos al desnudo los pasos esenciales en la formación de la postadolescencia que representan la precondición para el logro de la madurez psicológica, el sujeto se describe aquí como postadolescente en general y correctamente referido como un adulto joven.
Aun después de que los conflictos de bisexualidad (principio de la adolescencia) y del desembarazo de tempranas ligas de objeto (propias de la adolescencia) han encontrado bases estables, y después de que las tareas selectivas de la vida han adquirido forma, definición y articulación a través de la consolidación de los roles e identificaciones irreversibles (adolescencia tardía): aun después de que estas fases de desarrollo son atravesadas con éxito, todavía le falta armonía a la realización total. En términos del desarrollo del yo y de organización de impulsos la estructura psíquica ha adquirido al final de la adolescencia tardía una fijación que permite al postadolescente volver al problema de armonizar las partes componentes de la personalidad. Esta integración surge gradualmente. Generalmente ocurre como preparación para o como coincidencia con la selección ocupacional... siempre que las circunstancias permitan al sujeto hacer la selección. La integración va de la mano con la actividad del rol social, con el enamoramiento, con el matrimonio, la paternidad y la maternidad. La apariencia del rol manifiesto del joven adulto –teniendo un empleo, preparándose para una carrera, estando casado, o teniendo un hijo- fácilmente empaña el estado incompleto de la formación de la personalidad.De la experiencia clínica con adultos jóvenes, me inclinó a decir que uno de sus principales intereses es la elaboración de salvaguardas que automáticamente protege el balance narcisista. Este logro, desde luego, es asegurado sólo si las necesidades instintivas y los intereses yoicos, con su naturaleza frecuentemente contradictoria y sus satisfacciones inestables, han logrado un balance armonioso dentro de ellos mismos. Esto se completa si el yo tiene éxito en su función sintética. Los procesos integradores dominan la fase final de la adolescencia, y la adolescencia tardía se caracteriza por la consolidación de estos componentes, constituyentes esenciales de la vida mental que necesitan ser integrados en un todo funcional. Desde luego, el proceso puede ser llamado el logro del desarrollo en la organización de la personalidad que es específica para la postadolescencia.
Podemos resumir aquí y decir que el período que sigue al clímax adolescente de la adolescencia como tal es caracterizado por procesos integrativos. Al fin de la adolescencia estos procesos llevan a una delimitación de metas definibles como tareas de la vida; mientras que en la postadolescencia, la realización destos fines en términos de relaciones permanentes, roles, y selecciones del medio ambiente, se vuelven los más importantes. El yo fortalecido por el rechazo de los conflictos instintivos, se vuelve ahora visible y crecientemente absorbido por estos esfuerzos.
La naturaleza bifásica de la estabilización de la personalidad, que se vuelve dominante después de que los estados caóticos de la temprana adolescencia y de la adolescencia en sí han pasado, requiere escasamente alguna documentación aquí. Una observación cuidadosa probará fácilmente el punto. Es interesante en esta conexión recordar la novela evolucionista de Goethe. Wilhem Meister, que presentó en dos partes; la primera se titula Años de aprendizaje (Lehrjahre), la segunda es llamada Años de divagación (Wanderjahre). Esta división está tomada de los pasos tradicionales que se usaban en la era preindustrial para volverse un artesano y un miembro del gremio, y refleja una progresión bifásica similar a la hecha anteriormente. En la primera etapa de la novela de Goethe, Wlhelm lleva una vida aparentemente de despilfarro y de escándalo, sin metas. Empieza como un aprendiz en el negocio de la familia, pero esta carrera comercial es pronto interrumpida por un amor apasionado por el teatro y la idealización de la vida del actor. Esto es seguido por una desilusión sobria de la que es rescatado por la influencia de un hombre mayor de una sabiduría intelectual y erudita. Todos estos sucesos son entrelazados con su amor romántico por una chica en crecimiento y una serie de apasionados affaaires sexuales y platónicos. La segunda parte de la novela, en agudo contraste, está dominada por las dos ideas de autolimitación y de trabajo. El tema de la renunciación implica la dedicación a un fin limitado. Wilhelm se vuelve un cirujano. Deja de ser atraído por muchas tentaciones de la vida y reduce sus muchas inclinaciones a aquellas que importan en su existencia actual. Ha cambiado de un individuo impulsivo, buscador y seguidor de ideales en un ciudadano del mundo. Se ha enterado de sus obligaciones sociales y del sentido de dignidad, derivadas de sentirse útil a sus semejantes.
Metafóricamente, el segundo periodo de Wilhem describe la actividad yoica de la postadolescencia, que prepara al joven adulto para el último escalón de su asentamiento. Este último paso es dado en el tiempo cuando las variadas tareas de la vida – en términos de necesidades instintivas e intereses yoicos – han alcanzado una organización satisfactoria y relativamente armoniosa que puede ser mantenida dentro de ciertos límites con una interacción de patrón con el medio ambiente y el ser.
Durante el periodo postadolecente emerge la personalidad moral con su énfasis en la dignidad personal o autoestima, más bien que en la dependencia superyoica y la gratificación instintiva. El yo ideal ha tomado posesión en varias formas de la función reguladora del superyo, y se ha convertido en heredero de los padres idealizados de la infancia. La confianza antes depositada en el padre ahora se une al ser y todo tipo de sacrificios son hechos con el fin de sostener el sentido de dignidad y autoestima. El temor moral del periodo postadolecente está bien explicado por Joseph Conrad (1900) en Lor Jim:
Eran solemnes, y también algo ridículas, como siempre son, esas luchas de un sujeto tratando de salvar del fuego su idea de lo que debería ser su identidad moral; esta noción preciosa de una convención, sólo de las reglas de un juego , nada más, pero tan terriblemente efectiva por su atribución de poder ilimitado sobre los instintos naturales, por las horribles penalidades de su fracaso.
Después de la terminación de la pubertad, una vez que la madurez física ha sido alcanzada, persiste una tarea psicológica cuya realización frecuentemente requiere muchos años. Erickson (1956) describe este periodo (postadolecencia) discutiendo a Bernard Shaw, quien “se concedió a si mismo una prolongación del intervalo entre la juventud y la edad adulta”. A este intervalo le llama Erickson una “moratoria psicosocial”. Shaw se automoldeó como escritor durante esos años intermedios. Por autodisciplina determinada se volvió adepto al oficio mediante el cual podría llegar mejor a un arreglo del trauma residual, con residuos conflictivos , dando así forma a las tareas de su vida. Después de que estas tareas de la vida se hubieron organizado, Shaw se aplicó a articularlas en el medio ambiente. Como el dijo: “ si no te puedes librar del esqueleto familiar hazlo danzar”. La moratoria psicosocial de Erickson es definida pro el como un periodo “durante el cual el sujeto, mediante la experimentación de un rol, libre puede encontrar un nicho en alguna sección de su sociedad, un nicho que es firmemente definido pero sin embargo parece ser hecho únicamente para él. Al encontrarlo el joven adulto gana un sentido asegurado de necesidad interna e igualdad social que será un puente entre lo que él era de niño y en lo que pronto se convertirá, y reconciliará la concepción de sí mismo y el reconcomiendo que su comunidad tenga de él.
En un estudio del periodo postadolecente en el hombre, Braatöy (1934) enfatizó su mortalidad psíquica elevada; es la época en que la enfermedad mental frecuentemente alcanza un estado manifiesto. Concluyó que en este periodo que llamó “interregnum”, por ejemplo, estando entre la pubertad y la edad adulta, hace demandas integrativas en el yo que someten a un esfuerzo excesivo su ingenio en más de un adulto joven, y el resultado es un fracaso para llevar a cabo la organización de la personalidad postadolecente.
Como siempre en la progresión de los estados del desarrollo, un fracaso es cualquiera de ello es debido ya sea a un prerrequisito de desarrollo insuficientemente completado o a un obstáculo insuperable que evita el cumplimiento de la etapa.
Con esto en mente, se puede decir que un fracaso para completar el proceso adolecente ocurrirá siempre que no se logre la organización de un ser estable, o siempre que el yo deje de convertir cualquier conflicto yosintónico; estas dos constelaciones dirigen a un cumplimiento desviado de la tarea postadolecente. Un fracaso puede tomar la forma de impedir la integración de esfuerzos diversos y contradictorios, en un esfuerzo de mantener por así decirlo, las puertas abiertas para hacer muchas vidas posibles. Este atolladero evolucionista será discutido en el síndrome de la adolescencia prolongada. A lo que se ha dicho aquí debe añadirse que el cumplimiento parcial de la tarea de cada fase y la consiguiente formación de compromisos con la regla más que la excepción.
Un bloqueo típico encontrado atravesando la postadolescencia es al que me referiré como “la fantasía de rescate”. En lugar de vivir para dominar las tareas de la vida, el adolescente espera que las circunstancias de la vida dominaran la tarea de vivir. En otras palabras, espera que la solución del conflicto puede ser aliviada o eliminada por completo por el arreglo de un medio ambiente benéfico. En este caso parece que la dependencia original en el medio ambiente especialmente la madre como la extinguidora de tensiones y la reguladora de autoestima, nunca ha sido abandonada. La sobreevaluación de los padres ha sido transferida al medio ambiente, que, según su fantasía, podría si quisiera dotar de suerte y fortuna al niño elegido.
Obviamente la fantasía de rescate está íntimamente relacionada al romance familiar y a los sueños diurnos típico de la adolescencia, los que en la postadolescencia frecuentemente alcanzan una urgencia particular, persistencia y elaboración de contenido. “Si esos sueños diurnos son cuidadosamente examinados, se encontrará que sirven como cumplimientos de deseos y como una corrección de vida actual. Tienen dos direcciones principales, una erótica y una ambiciosa - la erótica habitualmente también se oculta tras la última (Freud, 1909, b ). Tales fantasías más o menos disociales son pensamientos íntimos y guardados que frecuentemente dan crecimiento a perturbaciones neuróticas. Las fantasías histéricas tienen según Freud (1908), “ Una fuente común y un prototipo normal, que se encuentra en los llamados sueños diurnos de la juventud”. Desde luego, estas fantasías saltan a la existencia tan temprano como la propia adolescencia, pero su abandono se puede volver un esfuerzo mayor de la postadolescencia.
La formación de la fantasía adolescente de rescate no debería de ser confundida con esas varias condiciones concenientes al amor descritas por Freud (1910), que son expresadas por “el impulso de recatar al amado” . la diferencia reside en el hecho de que la última fantasía está marcada por el deseo de rescatar a alguien, mientras que la fantasía del adolescente de recate que describo se refiere al deseo, o más bien, a la esperanza de ser rescatado por una persona, por circunstancias, privilegios, o por buena fortuna o suerte. Las formas de rescate adolescente son, desde luego muchas. Lo que se expresa fácilmente representa solamente el aspecto comunicable de la fantasía; la mayor parte permanece sumergida. Lo que oímos son versiones simplificadas de un proceso complejo de pensamiento, que puede tomar las formas siguientes: “si sólo tuviera un trabajo diferente”; “si sólo pudiera vivir en Europa, en el Este, el Oeste, en el campo, en la ciudad”; “si sólo tuviera un nombre diferente”, “si sólo tuviera dos centímetros más o menos”, etc. Lo que estos deseos tienen en común es una calidad global, una reducción de problemas intrínsecos a una condición singular de la que todo parece depender.
Los avances de esta fantasía poderosa pueden ser observados durante la adolescencia tardía. Si persisten, harán cortocircuito en la postadolescencia por arreglos prematuros que permiten sobrevivir a la fantasía de rescate para siempre. Aunque este fracaso en el desarrollo no produzca una enfermedad emocional manifiesta, sí es responsable de muchas restricciones e inhibiciones yoicas. El hecho de que la historia clínica de estos casos presente un alto grado de semejanza no implica que la fantasía de rescate presente contenidos homogéneos. En términos de formulaciones previas, esta fantasía puede ser considerada como el fracaso de hacer un trauma residual específico una parte integral de la organización yoica. El fracaso no estriba en la falta de la vida que impulsa, sino en la expectación de que su cumplimiento vendrá de la influencia beneficiosa de las circunstancias. La internalización del trauma ha sido deshecha y se espera su domino, como si fuera un pago reparatorio, del mundo externo. El destino específico de esta constelación depende de su amalgamación con los componentes del impulso, por ejemplo las necesidades masoquistas producirán el bien conocido “coleccionista de heridas”, (Bergler), quien busca una gratificación que justamente se le debe, pero que un mundo hostil le niega injustamente. La dificultad insuperable de la adolescencia que es descrita como fantasìa de rescate es tomada de material clínico similar a aquel que Erickson (1956) ha descrito en términos de “difusión de identidad” e “identidad yoica negativa”. La fantasía de recate es una formulación o unza fórmula útil porque permite arrojar luz sobre el proceso integrativo de la postadolescencia. Del análisis de jóvenes adultos he obtenido la impresión de que el alejamiento de los padres en la temprana infancia, o aún mejor, de la representaciones de objetos parentales, no completa hasta que ha terminado la postadolescencia. Es decir, el relajamiento de las ligas de objeto infantiles es una tarea de la adolescencia en sí, pero al alcanzar un acuerdo con intereses y actitudes parentales del yo, se hace más deliberado y efectivo durante la postadolescencia. Sólo entonces toma forma de un arreglo duradero de estas preocupaciones. El joven con su padre en la resucitación del complejo edipico durante la adolescencia, casi siempre retrocede gradualmente hasta la desaparición relativa. En los años que siguen, el postadolescente lleva a cabo una revisión de sus identificaciones rechazadas, provisionales y aceptadas. “El carácter del yo (Freud, 1923 ) es una precipitación de catexis de objeto abandonadas”. Sin embargo, no debe olvidarse que “hay varios grados de capacidad de resistencia, según muestra la extensión en la cual el carácter de una persona en particular acepta o resiste la influencia de las elecciones de objeto erótico que ha vivido”. El paso final en este proceso, aquel de la aceptación y resistencia de las identificaciones, no se da sino en la postadolescencia.
Frecuentemente observamos que después de encontrar un objeto de amor con el cual pueden relacionarse con un mínimo de ambivalencia, los jóvenes adultos se tornan selectivos, es decir, positiva o negativamente, por identificación o contraidentificación, pero definitivamente orientados hacia imágenes parentales. La libido desexualizada de ser objeto invertida en estas identificaciones puede ser ahora transformada en libido yoica o narsisista su conflicto; puede ligarse a sublimaciones estables. En una etapa como esta por ejemplo, una joven mujer que se había opuesto a las tareas domésticas ordenadas, haciendo resistencia a la identificación con la “buena madre” puede decir, sorprendiéndose ella misma, “de hecho soy bastante buena ama de casa; lo aprendí de mi madre y estoy muy orgullosa de ello”. Frecuentemente podemos ver, aunque en variaciones selectivas, que actitudes, rasgos y tendencias de los yo – parentales se convierten en atributos de personalidad duraderos en los hijos adultos. Muchas veces en este periodo el yo revive elecciones de objeto abandonada al nivel de actitudes yoicas de inventiva y combinaciones de patrones precedentes. Esto es, que la identificaciones y contraidentificación con el objeto proceden en relación con cualidades y aspectos del objeto y no en relación a totalidades objetales de sujeto. Una anotación de Grinker (1957) cuando describe las etapas tempranas de la identificación, viene al caso: “el carácter o personalidad manifiesta del objeto son vistas por el sujeto como una unión de cualidades, parte de las cuales son necesarias, útiles o peligrosas y con las cuales la identificación puede dar resultado o puede evitarse por medio de una contraidentificación. ”
Un aspecto especial de la postadolescencia que merece atención es el esfuerzo continuado de llegar a un arreglo con las actitudes e intereses del yo parental. Este esfuerzo constituye un paso decisivo en la formación del carácter después de que el impulso sexual ha sido crecientemente estabilizado por su alejamiento de amor y odio. Durante la adolescencia y la adolescencia en sí, el yo se ocupa predominantemente en dominar la ansiedad conflictiva. Como contraste, durante el periodo sucesivo, está en ascendencia ka función adaptativa e integradora del yo.
James Joyce (1916) cuya novela El retrato del artista adolescente fue citada en la sección sobre la adolescencia propiamente tal, puede, una vez más, servir como una ilustración. Esta novela empieza y concluye con el mismo tema: el padre. La frase de apertura es hablada por el padre quien le está contando un cuento al niño pequeño. La última frase del libro es una invocación de la figura del padre: “antepasado mío, antiguo artífice, ampárame ahora y siempre con tu ayuda.”. nada puede lograrse sin que uno se haya puesto de acuerdo con el padre, o bien con su imagen o representación objetal. La ocupación de vida de Joyce fue la de lograr esta tarea particular. Cuando invocó la bendición del viejo artífice, tenía 22 años, había conocido a su futura esposa, y sabía que su destino era volverse escritor. Solamente podía lograr esa meta exiliándose decididamente, reviviendo y recreando a su familia en la distancia. Joyce nunca cesó de escribir sobre un tópico: su ciudad y su gente; y al final tuvo éxito en hacer de Dublín una ciudad eterna de la literatura. Para ponerlo de otra forma, un trauma residual yosintónico nunca cesó de ejercer su influencia positiva en el yo, la que tomó en este caso de genio, la forma de creación.
Del trabajo terapéutico con adolescentes mayores, se aprende que la lucha para integrar intereses y actitudes yóicas del padfre del mismo sexo muestra ser una tarea formidable. Para alcanzar la madurez el hombre joven tiene que hacer la paz con la imagen paterna y la mujer joven con la imagen de su madre. Una falla en este punto del desarrollo resultará en soluciones regresivas, deformaciones yoicas, o una quiebra con la realidad. El estudio de erikson sobre Martín Lutero (1958) demuestra muy claro, especialmente en su material patográfico, como la falla postadolescente de Lutero para separar la libido homosexual de la imagen paterna, creo ansiedad conflictiva hasta el punto de quiebra psicótica.
La solución incompleta de esta tarea de fase específica puede frecuentemente ser soportada temporalmente hasta que se enciende otra vez durante la paternidad en relación a un niño del mismo sexo. El escrito de Jones (1913) sobre la fantasía de reversión de generaciones contiene ideas que son relevantes en el presente contexto. “No es exageración decir que, a una mayor o menor extensión, siempre hay una transferencia personal del padre al niño del sexo correspondiente... La personalidad propia del niño es así moldeada, o distorsionada, no sólo por el esfuerzo de imitar a sus padres, sino por el esfuerzo de imitar los ideales de sus padres que, en su mayoría son tomados de los abuelos del sexo correspondiente”. Por sustitución inconsciente, son estabilizadas las fallas en la tarea postadolescente, con frecuencia en forma patológica, durante la vida familiar de la generación siguiente. El típico adolescente rebelde de la adolescencia propiamente tal, no solo se vuelve contra sus objetos tempranos de amor en sus intentos de separarse de ellos; sino simultáneamente se vuelve contra la realidad y moralidad que ellos le impartieron. La liga sexual infantil tiene que ser irrevocablemente separada antes de que un acercamiento razonable entre el ser y los intereses y actitudes parentales del yo pueda ser efectuado. Unido a este proceso va una aceptación, o mejor una afirmación, de las instituciones sociales y la tradición cultural en la que aspectos componentes de las influencias parentales se vuelven, por así decirlo, inmortales. El aspecto negativo – que es la resistencia en contra del rechazo de ciertas influencias parentales- aparece en el repudio y el antagonismo hacia ciertas instituciones y tradiciones, siguiendo el mismo proceso de externalización de rendimiento impersonal que una vez fue una parte de relaciones objetales. El conservadurismo y el reformismo pueden recibir de estas fuentes ímpetu moral y emocional. De una manera similar, muchos componentes del superyo se proyectan en el mundo exterior donde en principio se originaron. Debido a este proceso, el postadolescente se ancla firmemente en la sociedad de la que él es una parte integral. En este periodo, pues, los conflictos integrativos del yo se vuelven prominentes. Como una etapa de transición, la postadolescencia tiene una función de unión como un puente; la integración descrita en los párrafos anteriores trae al proceso adolescente a su terminación. Inversamente, la edad adulta tiene un sostén inicial y firme en esta fase final.
A través de la discusión del proceso adolescente ha sido aparente que el desarrollo progresivo incesantemente efectúa órdenes superiores de diferenciación en la estructura psíquica y en la organización de la personalidad. Por procesos de integración, un estado de integración e irreversibilidad se alcanza finalmente. La plasticidad y fluidez de desarrollo, típica de la adolescencia, disminuye con el tiempo, está, desde luego, restringida a un término limitado de tiempo. La psicología de la adolescencia puede asé ser vista en términos de un sistema energético que pretende alcanzar niveles superiores de diferenciación hasta que eventualmente se estabiliza en patrones. Este concepto general de sistemas energéticos sostiene todos los proceso en la naturaleza, animados e inanimados, tal como los ve la ciencia moderna.
Parte 1
Parte 2
1 comentario:
Escuchado a muchos que dicen que la adolescencia es una etapa dificil, es una etapa un poco incontrolable , pero este blog nos aclara muchas dudas respecto a este tema tan complejo y lleno de cuestionarios,por tanto me parecio excelente el post, fue un articulo muy completo.
Publicar un comentario