La fase final de la adolescencia se ha considerado como una declinación natural en el torbellino del crecimiento. La analogía que usó Freud (1924) con referencia al fin del complejo de edípico puede ser aplicada también a los procesos de los adolescentes: es decir, que llegan al final por motivos filogenéticos que “que tienen que finalizar porque el proceso de su disolución ha llegado, al igual que los dientes de leche se mudan cuando los dientes permanentes empiezan a presionar.” Sin embargo, Freud (1924) también discutió determinantes ontogenéticos que son de igual importancia. Los motivos y los medios por los que la adolescencia llega a su determinación revelan que los aspectos psicológicos son los únicos en cuyos términos se puede definir la fase final de la adolescencia. Como hemos mencionado anteriormente: la pubertad es un acto de la naturaleza, la adolescencia es un acto del hombre.
La fase final de la adolescencia ha llamado más la atención que la turbulencia de las fases antecedentes durante la última década. Sabemos por experiencia que con la declinación de la adolescencia el individuo gana en acción prepositiva, integración social, predictibilidad, constancia de emociones y estabilidad de la autoestimación. Nos impresiona por lo general la mayor unificación de los procesos afectivos y volitivos, la docilidad con que nos sometemos y la regresión. Otra importante característica del fin de la adolescencia es la delineación de aquellos asuntos que realmente importan en la vida, que no toleran ni dilación ni compromiso. Esos asuntos no siempre sirven a un autointerés obvio, pero a pesar de las consecuencias, el joven adulto se adhiere a ciertas selecciones que, según su sentir en esa época, son las únicas avenidas para la autorrealización. Da la impresión de que la vida del individuo vista en perspectiva muestra continuidades definidas que se extienden desde la adolescencia hasta la adultez, al igual que discontinuidades, que de hecho marcan la línea limítrofe superior del fin de la adolescencia. La cuestión, entonces, es: ¿cuáles procesos entran en juego en la evolución de aquellos atributos noveles de personalidad que caracterizan el avance hacia la adultez o la declinación de la adolescencia? Otra cuestión concierne a las cuestiones que dan origen a los elementos de continuidad e igualdad tan familiares para el estudiante de historias de vida. El clínico añadirá una tercera cuestión: ¿cuál es la psicopatología particular que representa el fracaso del fin de la adolescencia y la etiología de estas fallas en el desarrollo? Los eventos que llevan una fase de desarrollo a su fin son más difíciles de identificar que los que la provocan. Estos problemas teóricos de la fase final de la adolescencia serán discutidos a continuación.
La adolescencia tardía es primordialmente una fase de consolidación. Con esto me refiero a la elaboración de: 1) un arreglo estable y altamente idiosincrásico de funciones e intereses del yo; 2) una extensión de la esfera libre de los conflictos del yo (autonomía secundaría): 3) una posición sexual irreversible (constancia de identidad) resumida como primacía genital; 4) una catexis de representaciones del yo y del objeto, relativamente constante; y 5) la estabilización de aparatos mentales que automáticamente salvaguarden la identidad del mecanismo psíquico. Este proceso de consolidación relaciona a la estructura psíquica y al contenido, la primera estableciendo la unificación del yo, y el segundo preservando la continuidad dentro de él; la primera forma del carácter, el segundo provee los medios. Cada componente influye al otro en términos de un sistema de retroacción hasta que, durante la postadolescencia, se adquiere el equilibrio dentro de ciertos límites de constancia intrínseca. El quicio de la vulnerabilidad muestra grandes diferencias individuales, puesto que la tolerancia al conflicto y la ansiedad varían enormemente. La intensidad y cantidad de estímulo (externo e interno) necesario para el funcionamiento afectivo revela también la variabilidad individual, un hecho que no deja de tener influencia en la organización del surgimiento del yo en el tiempo y en la adolescencia tardía: “Posiblemente haya un grado de ansiedad “óptimo” (que varía de individuo a individuo) que favorece al desarrollo; más o menos como este óptimo puede obstaculizarlo” (Brierley, 1951). Lo mismo puede decirse del mantenimiento de una organización estable del yo; a saber, que un óptimo de tensión es de valor positivo, y que da como esa tonicidad a la personalidad. Hablo de procesos integrativos generales: egosíntesis, patrones y canalización. En términos del organismo psíquico total y su funcionamiento, esto se refiere a la formación del carácter y la personalidad.
Podríamos construir un modelo de la adolescencia tardía; pero si lo hiciésemos, debería nacer en la mente que las transformaciones descritas con anterioridad son logradas solo parcialmente por cualquier sujeto. Parece, desde luego, que el aspecto comprometido de la adolescencia tardía es una parte integral de esta fase; el logro es de relativa madurez. Es adecuado recordar las palabras de Freud (1937) en conexión con esto: “En realidad las etapas de transición e intermedias son mucho más comunes que las etapas opuestas rigurosamente diferenciadas. Estudiando variados desenvolvimientos y cambios enfocamos enteramente la atención en el y resultado y fácilmente pasamos por alto el hecho de que tales procesos son generalmente más o menos incompletos, es decir, los cambios que suceden son únicamente parciales… Casi siempre hay vestigios de lo que ha sido y una detención parcial en una etapa anterior.” Parece, entonces, que los “fenómenos residuales específicos y los retrasos parciales y específicos” son causa en gran medida de las variaciones en la individuación que emerge al fin de la adolescencia. Estos aspectos, por estar más en evidencia en el adulto, pueden ser mejor estudiados en esa etapa. Lo que aquí necesita énfasis es el hecho de que la tarea relativa la desarrollote la adolescencia tardía reside precisamente en la elaboración del yo unificado que funde en su ejercicio los “retardos parciales” con expresiones estables a través del trabajo, el amor, la ideología, produciendo articulación social así como reconocimiento. “Todo lo que una persona posee o realiza, todo remanente de los sentimientos primitivos de omnipotencia que su experiencia ha confirmado ayuda a aumentar su autoestimación. (Freud 1914.)
La adolescencia tardía es un punto de cambio decisivo y, por consecuencia, es un tiempo de crisis, que frecuentemente somete a esfuerzos decisivos la capacidad integrativa del individuo y resulta en fracasos de adaptación, deformaciones yoicas, maniobras defensivas y psicopatología severa. Erikson (1956) ha hablado de esto extensamente como una “crisis de la identidad”. He descrito el síndrome de la adolescencia prolongada (1954) en términos de una reticencia para llevar la última fase de la infancia, es decir la adolescencia, a su fin. Los fracasos en el paso exitoso a través de la adolescencia tardía han traído a nuestra atención enérgicamente las tareas de esta fase. Ha sucedido muchas veces en la historia del psicoanálisis que un desarrollo desviado arroja luz sobre el desarrollo normal: una de estas instancias ha sido el estudio de las fallas de la adolescencia tardía, que ha ayudado a formular la tarea de esta fase específica.
Las fases de la adolescencia, descritas anteriormente embonan bien dentro de la teoría psicoanalítica. Pero en lo que se refiere a la fase final de la adolescencia, conceptos tales como fijación, mecanismos de defensa, síntesis del yo, sublimación y adaptación, bisexualidad, masculinidad y femineidad –estando todos envueltos en el proceso- no son en sí mismos ni suficientes ni adecuados para hacer comprensible el fenómeno de consolidación de la personalidad en la adolescencia tardía. La observación analítica ha aislado algunos de los obstáculos que están en el camino de una consolidación progresiva, tales como fijación de instintos, discontinuidades en el desarrollo del yo, problemas de identificación y bisexualidad; como quiera sea, el camino a lo largo del cual sigue la consolidación de la personalidad permanece oscuro en muchos aspectos. Los procesos integrativos son más silenciosos que los desintegrativos.
Las fases de la adolescencia traen a coalición los impulsos en sus diversas constelaciones regresivas y progresivas u organizaciones de fase específica. De hecho, podemos decir que a través de toda la adolescencia el yo está en el más íntimo envolvimiento –aunque defensivamente- con los impulsos, y a lo largo del camino ha llegado selectivamente a buen término con su intensidad, objetos, y sus metas. Fue anotado anteriormente que ninguna progresión de una fase de la adolescencia a la siguiente es siempre completada sin llevar consigo “fenómenos residuales”. Debe ser ahora añadido que estos residuos retienen una animación inquebrantable; solo durante tiempos de calma relativa en la vida adulta se someten alguna vez al dominio del yo. Por ejemplo el problema de la bisexualidad nunca es resuelto en términos de su desaparición: cede a ciertas acomodaciones y dominancias del yo sintónico. Su continuada existencia en el inconsciente es confirmada por la continua aparición de este tema en los sueños de los adultos.
¿Podemos suponer que la represión es un agente mayor que se introduce en la edad adulta, como lo hizo antes este mecanismo de defensa en la fase edípica, cuya secuela inició el período de latencia? Obviamente esta es una solución demasiado simple; por supuesto no ofrece una explicación para la gran variabilidad de adaptaciones individuales o acuerdos aparentes al final de la adolescencia. Lo que debemos encontrar es un principio operable, un concepto dinámico que gobierna el proceso de la consolidación de la adolescencia tardía y rinde sus diversas formas comprensiblemente: primero, el aparato psíquico que sintetiza los diversos procesos adolescentes específicos de la fase los convierte en estables, irreversibles, y les da un potencial adaptativo; segundo, la fuente de residuos específicos de períodos anteriores del desarrollo que han sobrevivido a las transformaciones adolescentes y que continúan existiendo en forma derivada, contribuyen con su parte a la formación del carácter; y finalmente, las fuentes de la energía que implica ciertas soluciones hacia el primer plano, deja otras en estado latente, presta así al proceso de consolidación una calidad de decisión e individualidad. Estas cualidades, que frecuentemente traen consigo sacrificio y dolor, no pueden derivar completamente del impulso de maduración. Sospecho que otras fuerzas combinan sus esfuerzos dentro de este proceso.
El concepto de trauma debe ser introducido en este punto. El término trauma es relativo, y el efecto de cualquier trauma en particular depende de la magnitud y de lo imprevisto del estímulo, y de la vulnerabilidad del aparato psíquico. El trauma es un fenómeno universal de la infancia. Ya sea que el trauma sea causado en mucho o en poco por la propia constitución o por el medio ambiente no tiene relación en el efecto del trauma en la vida individual. Aquí quiero enfatizar sólo en el hecho de que el dominio del trauma es una interminable tarea de la vida, tan infinita como la prevención de su recurrencia. Esta autoprotección es proporcionada a la fuerza del yo y a la estabilidad de las defensas. “Desde luego, nadie hace uso de todos los mecanismos posibles de defensa; cada persona solamente selecciona algunos de ellos, pero éstos se fijan en su yo, estableciéndose como modos habituales de reacción para ese carácter en particular, los que son repetidos durante toda la vida siempre que ocurra una situación similar a aquella que originalmente las evocó". (Freud, 1937).
Por otro lado, los efectos posteriores de un trauma inducen a situaciones de vida que de algún modo repiten el original; por lo tanto el trabajo en la resolución del trauma, el intento de dominarlo, continuará. Las experiencias de la vida que tienen su origen en este tipo de antecedentes proceden de acuerdo a la repetición compulsiva. Lo que fue experimentado originalmente como una amenaza del medio ambiente se vuelve el modelo de peligro interno. Al adquirir el status de un modelo. El peligro principal tuvo que ser reemplazado por representaciones simbólicas y equivalentes sustitutivas que corresponden al desarrollo físico y mental del niño en crecimiento. Al fin de la adolescencia la amenaza original o un componente de ella reaparece nuevamente siendo activada en el medio ambiente; su resolución o quietud es buscada entonces dentro de un sistema de interacción altamente específico. Consecuentemente el individuo experimenta su comportamiento como significativo, evidente, urgente y gratificante.
El dominio progresivo de los traumas determina el intercambio transaccional prevaleciente entre el individuo y el medio ambiente, al igual que entre el yo y el ser. El desembarazarse de la influencia dañina del mundo exterior que se precipita y que ha llegado a ser parte del mundo interno es una tarea psíquica para toda la vida. Una porción considerable de esta tarea se lleva a cabo en la adolescencia. Anna Freud (1952) comentó sobre la posible “reversión adolescente de las actitudes del superyó y del yo aunque aparentemente estas actitudes habían sido totalmente a la estructura yoica del niño en estado de latencia.” En los casos en que se logra la nueva integración, presenciamos una transformación parcial del adolescente por medio de la persistente distonicidad del yo en relación a ciertas propias de él. De cualquier modo, siempre se llevan a la vida adulta remanentes específicos no asimilados; de hecho, ejercen su demanda de continua expresión a través de la organización de la personalidad misma.
El alcance con que el trauma obstaculice el desarrollo progresivo constituye el factor negativo del trauma; y el alcance con que el trauma promueva e impulse el dominio de la realidad es el factor positivo; esta idea fue desarrollada por Freud (1939) en uno de sus últimos estudios: “Los efectos de un trauma tienen dos caras, positiva y negativa. La primera son intentos de revivir el trauma de recordar la experiencia olvidada, o aún mejor, de hacerla real – de revivir una vez más su repetición; si fue una relación afectiva temprana, es revivida en un contacto análogo con otra persona. Estos intentos se resumen en términos de “fijación del trauma” y “compulsión a la repetición”. Los efectos peden ser incorporados al así llamado yo normal y, en forma de tendencias constantes le prestan rasgos de carácter inmutable… Las reacciones negativas persiguen la meta opuesta; aquí, nada se debe recordar o repetir del trauma olvidado. Pueden ser agrupadas como reacciones defensivas. Pueden expresarse para evitar impresiones, una tendencia que puede culminar con inhibición o fobia. Estas reacciones negativas también contribuyen considerablemente a la formación del carácter”.
Dentro del problema de consolidación del carácter al final de la adolescencia, debemos incluir el problema del trauma como parte del proceso total, La fijación e irreversibilidad del carácter tiene un efecto favorable sobre la economía psíquica; al igual que los rasgos compulsivos agrandan la distancia entre el yo y el impulso. Entonces, un rasgo de carácter que se forma con lentitud al final de la adolescencia debe su calidad especial a la fijación de un trauma particular o del componente del trauma. La traumática focal resiste las alteraciones del adolescente, a través de las transformaciones emocionales que permite la adolescencia; estas le dan al proceso de consolidación de la adolescencia tardía una afinidad selectiva a ciertas elecciones. Además, le proveen de una fuerza implacable que dirige al adulto joven hacia cierto modo de vida que llega a sentir como de su propiedad. Los remanentes de los traumas relacionan el presente con un pasado dinámicamente activo y establecen esa continuidad histórica en el yo que provoca un sentimiento de certeza, dirección y armonía entre el sentimiento y la acción. Un joven paciente que tuvo un colapso nervioso en la adolescencia tardía dijo, al sentir el impacto de su pasado reedescubierto sobre el sentido cambiante de su ser, “parece ser que se puede tener futuro solo si se ha tenido un pasado”.
Uno se pregunta por qué el recurrir a la fijación del yo y a los instintos no es suficiente para hacer comprensibles la especificidad de elección, los arreglos definitivos del yo y del superyó, y las demandas de los impulsos de la adolescencia tardía. La fijación busca el mantenimiento de una posición estática; resiste los cambios. Sin embargo, el aspecto positivo del trauma reside en el hecho de ejercer una fuerza implacable para llegar a un acuerdo con sus residuos nocivos, a través de su reactivación constante en el medio ambiente. No hay duda de que las fijaciones de impulso y del yo colaboran en la consolidación del carácter y contribuyen a la organización de la personalidad. Pero una fijación dada es solo uno de tantos aspectos entre los componentes que son unificados por la integración.
Volviendo a las preguntas que nos hicimos con anterioridad, es obvio que la institución psíquica donde se lleva a cabo la consolidación del proceso adolescente es en el yo (síntesis del yo). Las fijaciones proveen la especificad de elección en términos de necesidades libidinales, identificaciones prevalentes y fantasías preferidas. El trauma residual provee la fuerza (compulsión a la repetición) que impulsa las experiencias no integradas en la vida mental, para su eventual dominio o integración al yo. La dirección que toma este proceso –su énfasis preferente hacia la descarga de impulsos, sublimación, defensa, deformación del yo, etc- , es controlada en gran parte por influencias del yo ideal y del superyó. La forma que toma este proceso es influida por el medio ambiente, por las instituciones sociales, la tradición, las costumbres y los sistemas de valores. Obviamente, todo el proceso opera dentro de los confines que imponen los factores constitucionales, tales como las dotes físicas y mentales.
Llegamos, entonces, a la conclusión de que los conflictos infantiles no son eliminados al final de la adolescencia, sino que se restituyen específicamente, se tornan yo-sintónicos, por ejemplo, se integran al reino del yo como tareas de la vida. Se centran dentro de las autorepresentaciones del adulto. Cualquier intento del dominio del yo-sintónico de un trauma residual, frecuentemente experimentado como conflicto, incrementa la autoestimación. La estabilización de la autoestimación es uno de los mayores logros de la edad adulta. “La autoestimación es la expresión emocional de la autoevaluación y la correspondiente catexis libidinosa o agresiva de las autorepresentaciones… La autoestimación no refleja necesariamente la tensión entre el superyó y el yo. Definida superficialmente, la autoestimación expresa la discrepancia o concordancia del concepto del deseo del ser y las autorepresentaciones”. (Jacobson, 1953). El restablecer esta concordancia y eliminar la discrepancia por medio de una interacción sensata con el medio ambiente, se convierte en un esfuerzo de por vida para el yo.
Esta presentación esquemática es tomada como modelo de la última fase de la adolescencia como tal, no hace justicia a los muchos problemas que afloran en la adolescencia. En términos de todo el periodo adolescente, se puede decir que el proceso adolescente asume rasgos crecientemente individualistas, que en la adolescencia propiamente dicha alcanzan un clímax en el resucitamiento del conflicto edípico y el establecimiento del placer previo, con el efecto consiguiente en la organización del yo. La resolución del complejo edípico resucitado durante el período adolescente es, cuando más parcial. La parte que resistió la resolución adolescente se convierte en el centro de un esfuerzo continuado hacia este fin; procede dentro de los confines de selecciones personales, tales como trabajo, valores, lealtades, amor. Lo que observamos al fin de la adolescencia es un proceso autolimitativo, la demarcación de un espacio de vida que permite movimiento sólo dentro de un área psicológica restringida. Aquellos elementos de igualdad y continuidad que abarcan la niñez, la adolescencia y la vida adulta, subrayan el hecho de que la nueva formación mental que se ha modelado perpetúa las tendencias familiares antecedentes en la personalidad del adulto.
Recordamos aquí la fase edípica en que los residuos de fases previas fueron integradas, por así decirlo, a la modalidad genital. La declinación del complejo edípico lleva a la formación de compromisos, pero, sobre todo, a la estructuración decisiva de una institución psíquica, el superyo. Durante la adolescencia propiamente dicha, la solución del conflicto y dilema del complejo edípico, inclusive de las fijaciones pregenitales, son nuevamente transferidas a la modalidad genital, esta vez en busca de acomodo dentro del reino de la heterosexualidad no incestuosa. Los fracasos en esta tarea llevan a procesos disociativos que dan resultados patológicos. Pero más allá de la reorganización de impulsos que es característica de la adolescencia, aún permanecen remanentes edípicos que no fueron llevados por el camino del amor al objeto. El fin de la adolescencia implica la transformación de estos restos edípicos en modalidades yoicas. La importancia del trabajo para la economía de la libido fue claramente establecida por Freud (1930): “El acentuar la importancia del trabajo tiene un efecto mayor que cualquier otra técnica del vivir para conectar al individuo más íntimamente con la realidad; la comunidad humana. El trabajo no es menos valioso por la oportunidad que él mismo y las relaciones humanas conectadas con él proveen para una descarga considerable de los componentes de impulsos libidinales, narcisistas, agresivos y aún eróticos, como por que es indispensable para la subsistencia y justifica la existencia en una sociedad.”
Los interese yoicos altamente idiosincrásicos y la catexis, preferentes de la adolescencia tardía constituyen un nuevo logro en la vida del individuo. En la misma medida las autorepresentaciones asumen una fijación estable y segura. La definición específica de la fase de la adolescencia tardía podría ser formulada en estos términos. La declaración de Freud de que el heredero del complejo edípico es el superyo, podría parafrasearse diciendo que el heredero de la adolescencia es el ser. (Para la discusión del concepto del ser ver Capítulo V, El yo en la adolescencia.)
Para demostrar mediante un ejemplo clínico el proceso de consolidación de la adolescencia tardía se requiere el repaso de la historia de la vida. Como éste es el mejor modo que he descubierto para ilustrar mis conceptos con referencia a la fase final de la adolescencia, haré una relación esquemática del desarrollo psicológico relevante de un individuo. Los datos están basados en el recuerdo y la reconstrucción durante un análisis de un hombre de 35 años; el análisis del periodo de la adolescencia jugó un papel prominente en el tratamiento de la neurosis de carácter de este paciente.
John era el hijo menor su hermano era 5 años mayor. Desde su nacimiento, John fue el favorito de su madre. Ella vio en el niño la realización de sus propios sueños artísticos. Todo contribuyó a una fijación en el nivel pasivo-receptivo. Tanto la madre como la nana lo mimaban. El niño habló y caminó algo tarde, era afecto a soñar y a juegos solitarios. Tan pronto como fue capaz de caminar corrió y se volvió bastante independiente. Sintió profundamente la rivalidad con el hermano mayor cuya capacidad envidiaba. En esta lucha John aprendió a tomar ventaja de su apreciada naturaleza, que lo hacia favorito con las mujeres. Su seguridad al complacer a las mujeres y evitar a los hombres (padre, hermanos) en conjunción con la temprana realización de la ventaja de su hermosura, eran sus técnicas prototípicas para evitar displacer; las elaboró durante tres décadas. Con estas armas derrotaba a su voluntarioso hermano y lo eliminaba del afecto de su madre. Esta estratatagema de comportamiento con un rival masculino desviando el encuentro nunca cesó de operar en situaciones análogas.
La primera infancia de John, entonces, mostró un fijación en la modalidad oral pasivo-receptiva. El rendimiento sumiso de los orificios del cuerpo y s control siguieron fácilmente. La pasividad era dominante en el balance activo-pasivo. Intervino un periodo (a los 3 años) durante el cual la movilidad (descarga agresiva de impulso) era ascendente, pero este intento de vencer la temprana pasividad se acabó y fue sucedido por un periodo exhibicionista en el que la apariencia y el encanto fueron usados como equivalentes fálicos. Dentro de esta constelación el niño se aproximó a la fase edípica. La evasión de rivalidad con el hombre le dio al complejo de Edipo una designación negativa. El padre era tan temido como admirado, y el ser amado por él se volvió un secreto pero duradero e inapetecible anhelo. La relación hacia el padre alcanzó un destino negativo en términos de una evasión de identificación; en relación con la madre, una sumisa, narcisista y afectuosa unión persistió largamente en los años de latencia.
John aisló la ansiedad de castración mediante un rendimiento pasivo a la madre fálica. Ella se volvió la fuente de ansiedad pero al mismo tiempo la proveedora de seguridad durante todo el tiempo que John vivió –o aparento vivir- como la imagen de un hijo prometedor y especial. Este papel y la pretensión se convirtieron en los únicos guardianes de sus necesidades de seguridad, aún cuando tuviese o no los medios para llenar estas vagas y excitantes expectaciones. La rivalidad con los hombres, ya hecha a un lado anteriormente en relación con su hermano, sufrió una derrota definitiva en la lucha con el padre edípico. Algunas inclinaciones fálicas tentativas fueron rápidamente anuladas por un sentimiento de incompetencia (ansiedad de castración) seguido por medidas regresivas: el órgano de modalidad pasivo-receptiva de la fase oral se manifestó a sí mismo en el nivel edípico en una modalidad del yo pasivo-receptiva. Su autoimagen se moldeó por rasgos y cualidades atribuidos; el principio de realidad habló con una voz escasamente perceptible.
El complejo de Edipo de John fue resuelto por la represión sexual, la magnitud de la cual sólo se volvió aparente en la adolescencia. Además de las influencias restrictivas e inhibitorias del padre, el superyo contenía suficiente seducción narcisista de la madre reminescente de la “corruptibilidad del superyo” de Alexander 81929) a través de su alianza secreta con el ello. El padre quedó como una figura amenazante; sueños de ansiedad (ladrones, gigantes) acompañaron y siguieron a la fase edípica. John se entregaba en las manos de las mujeres –madre, nana y sustitutas- que se volvieron las ejecutoras de su yo al hacer para él lo que él era incapaz de hacer para sí mismo. Él no titubeaba en acreditarse los logros de sus sustitutos. Su conciencia siempre tenia una disculpa: sentía que era un niño especial, un “príncipe adoptado”.
Esta constelación de los impulsos, el yo y el superyo no era un buen augurio para el periodo de latencia. Aparecieron perturbaciones severas en el estudio, que eran encubiertas en la escuela elemental por una nana devota, quien aprendió a imitar la escritura del niño para poder hacer su tarea. S u trabajo de la escuela era hecho, y bien hecho, mientras él jugaba y soñaba. En forma mágica, entonces, él era capaz de entrar en competencia sin ansiedad, sin riesgo de frustración y sin gritarle al principio de realidad. Su hermano era un vehemente estudiante con una mente lógica, inquisitiva y práctica, pero John sentía que ser privilegiado era superior al trabajo. Una afluencia de libido narcisista salvó al yo de sentimientos de insuficiencia e incompetencia que en esencia eran derivados de la ansiedad de castración. Este componente narcisista se añadió al encanto del niño y dio surgimiento a una mente imaginativa pero soñadora. John no era embotado ni estúpido excepto en la escuela.
La pubertad trajo consigo una completa represión sexual. No se evidenciaban ni sensaciones genitales ni masturbación. Una fijación en el impulso de organización de la preadolescencia duró toda la adolescencia: esto es, un miedo de castración por la madre fálica. Las inhibiciones sexuales eran racionalizadas como para evitar enfermedades venéreas; en realidad tenían sus raíces en conceptos tales como la cloaca y la vagina dentada. El joven atravesó el típico periodo homosexual de amistades idealizadas, luego se aproximó a las muchachas como un “estribo a la heterosexualidad”. Sus muchas amigas fueron tratadas con tierno amor; nunca urgencias o sentimientos sexuales llegaron a empañar la pureza de estas uniones.
El hecho de que John nunca dejara la posición narcisista causó su prolongada adolescencia. Finalmente se volvió un “intelectual” para complacer a sus padres; era capaz de cumplir con las demandas educativas sólo hasta un cierto punto, a pesar de estar dotado con un inteligencia excelente. Avanzada ya la adolescencia vino a demostrar un prometedor talento artístico.
El proceso de consolidación de la adolescencia tardía articuló estas distintas tendencias en una configuración yo-sintónica. John decidió volverse un maestro de niños pequeños, y un muy moderno educador. Al escoger esta carrera evitaba, en primer lugar, la competencia con su padre y hermano, ya que ambos eran personas cultas con grados académicos avanzados. John se vanagloriaba de ser un rebelde y menospreciaba las tradiciones familiares al denunciar su pasado educativo. Sostenía que el ser maestro, le dejaría suficiente tiempo para continuar con sus esfuerzos artísticos – que representaban el vínculo secreto hacia su madre. Además, el interés de John por los niños era decididamente maternal, y ofrecía una salida sublimada para sus necesidades femeninas de criar, que tenían su raíz en la identificación con la madre activa. Abogando por métodos educativos contrarios aquellos por los que él fue educado, John mantenía una tendencia de oposición que era sublimada por el éxito. Estas tendencias se combinaban para hacer de John un educador notable y exitoso.
La represión sexual masiva en la pubertad eventualmente le llevó a síntomas de conversión, tales como perturbaciones digestivas. Éstas se aplacaron bajo la influencia de masturbación genital a la edad de 19 años. La elección de John de un objeto de amor heterosexual tenía una marcada disimilaridad con la madre edípica. John podía amar sexualmente a una joven sólo si esta era sumisa, pasiva, simple y no intelectual y no demandante. La madre edípica reapareció en la vida de John en la constante búsqueda de mujeres que eran poderosas, por posición social, intelecto, fama o fortuna y en sumisión a ellas. De hecho la dependencia de John de mujeres como éstas, obstruyó s desarrollo profesional su matrimonio. Cuando estos afectos de su vida se vieron amenazados por el deterioro, buscó ayuda psicoanalítica.
El resumen de este caso indica que la síntesis de John de la adolescencia tardía fue dominada por tendencias narcisistas, y que la fijación en la modalidad pasivo-receptiva había influido el desarrollo de su yo y de su impulso. Por medio de su elección vocacional intentó resolver su posición yo-distónica a través de la identificación con la madre activa; su oposición a rendirse se mantuvo por su cruzada en pro de los métodos modernos de educación infantil. La identificación con los niños le permitió un camino institucionalizado hacia la reparación de sus fragmentos del yo infantil en un “John, el educador”. El conflicto edípico adolescente fue resuelto sin éxito dividiendo a la madre edípica en un objeto degradado y en un poder fálico sobrevalorado. La propensión de John a la receptividad pasiva asumió proporciones traumáticas durante la fase edípica cuando la rendición fálica destruyó la capacidad de competencia masculina con su padre por medio de estabilización identificatoria. El camino hacia este resultado había estado preparado ya por sus fieros celos y admiración hacia su hermano mayor. L posición homosexual pasiva en relación con el padre fue reprimida más profundamente que ningún otro conflicto, y la fijación de éste afecto libidinal resultó en una identidad masculina defectuosa. La fuerza dinámica detrás del impulso y del patrón del yo de la adolescencia tardía se derivaba de este trauma y resultaba en esfuerzos implacables e infinitos para dominar la propensión a la rendición pasiva, o simplemente para estar en paz con el padre edípico.
Pueden añadirse aquí algunos comentarios de índole más generalizada. Una característica predominante de la adolescencia tardía es no tanto la resolución de los conflictos instintivos, sino más bien lo incompleto de esta resolución. Adatto (1958) sugirió en un estudio clínico que la decisión que toman los pacientes que están en la adolescencia tardía para terminar su tratamiento analítico coincide con la resolución del conflicto edípico o el hallazgo de nuevos objetos de amor . Este punto de camino introduce un “periodo de homeostasis”, una fase de “ integración del yo que es normal en este periodo de desarrollo”.De su estudio se entiende también que una “ función restauradora del yo” es típica de la adolescencia tardía, que se asemeja a su función durante el periodo de latencia. Prefiero hacer énfasis en el hecho de que la estructuración del impulso no resuelto y las fijaciones yoicas en una unidad no organizada, saca el mejor partido de una mala situación; aunque esto plantea el problema un poco por la tangente. Aquello que fue un impedimento y un obstáculo para la maduración se convierte precisamente en lo que da a la madurez su aspecto especial. En el caso de John, la facilidad de identificarse con los niños le dio la oportunidad de sobrellevar y reparar sus propias fijaciones yoicas infantiles que se habían manifestado en su humillante dificultad en el aprendizaje. Consecuentemente, el papel de educador se vio dotado con un gran celo de dedicación y creatividad imaginativa, que a su vez le proporcionaron reconocimiento social y profesional. Este status adquirió amplio la esfera libre de conflictos del yo e instigó una diferenciación progresiva de procesos mentales adaptativos. Esto nos recuerda un comentario de Anna Freud (1952): “Sabemos por experiencia que los intereses yoicos que se originan en tendencias narcisistas, exhibicionistas, agresivas, etcétera, pueden persistir por toda la vida como sublimaciones valiosas a pesar del destino del instinto original que los provocó.”
La lucha de toda la vida con remantes no resueltos de conflictos infantiles y adolescentes ha sido estudiada en la vida de personalidades creadoras. El punto de interés en estas investigaciones biográficas y patográficas ha sido dirigido a la vida instintiva infantil, y muy poca atención se ha prestado a la contribución de la adolescencia para la estructuración de conflictos en relación con componentes regresivos y progresivos del impulso del yo. Una excepción fue Erikson (1958) en su estudio de Martín Lutero. Otros estudios psicoanalíticos de personalidades creadoras enfatizan el esfuerzo persistente para atar la ansiedad conflictiva y para integrar la fijación y trauma infantil dentro de la organización madura del yo.
La persistencia con que los remanentes conflictivos de la adolescencia extienden su influencia a la edad adulta, es descrita en una carta que escribió Freud a Rolland. Esta carta contiene un autoanálisis de una alteración de la memoria en la Acrópolis. El estado de ánimo que acompaño la realización de uno de los fervientes deseos adolescentes de Freud, el de estar algún día en la Acrópolis, fue causado por un sentimiento triunfante pero yo-distónico y depresivo que Freud (1936) resumió con estas palabras: “Debe ser que un sentimiento de culpa se añadió a la satisfacción de haber llagado tan lejos: algo no estaba del todo bien, algo que había sido prohibido desde tiempos anteriores. Algo tenía que ver con el criticismo del niño hacia su padre, con la devaluación que tomó el lugar de la sobreevaluación de la infancia temprana. Parece que la esencia del éxito era haber llegado más allá que el padre de uno, y como si el exceder los logros del padre de uno fuese algo prohibido.”
La objeción que puede oponerse es que experiencias como estas pertenecen sólo a personalidades excepcionales, a hombres de talento extraordinario. Pero ¿cómo explicar el interés sensible que muestran la mayoría de las personas ante la creación de un artista? ¿No es está pasión participante prueba suficiente de que hay autointerés vitales envueltos y que en a mayoría de los adultos existen deseos y conflictos correspondientes o equivalentes a los que el artista da expresión e términos de escucha más universales? El papel del artista creador en sus diversas formas, tanto en los tiempos modernos como en todas las eras, da prueba de los residuos de necesidades infantiles inconscientes que no pueden ser expresadas en la vida adulta sino por medio de regresiones comunales institucionalizadas “al servicio del yo”. (Kris, 1950).
Estas formulaciones son vagas; recurriremos a otros datos para aclararlas. En la adolescencia tardía emergen preferencias recreacionales, vocacionales, devocionales y temáticas, cuya dedicación iguala en economía psíquica la dedicación al trabajo y al amor. En vez del concepto de Kris de la “regresión al servicio del yo” estas meditaciones de un hombre no meditabundo pueden ser adscritas más correctamente a la modalidad de experiencia que se deriva del juego de un niño. Winicott (1953), en su estudio de “objetos de transición “describió el antecedente genético de una actividad mental en la vida adulta que no era bien comprendida anteriormente. Habla de un área “mental” intermedia de experiencia en que la realidad interna y externa se combinan, “un área que no es desafiada; un lugar de descaso para el individuo ocupado en la perpetua tarea humana de mantener la realidad interna y externa separadas pero a su vez interrelacionadas...Se acepta aquí que la tarea de aceptación de la realidad nunca es completada, que ningún ser humano esta libre del esfuerzo de relacionar la realidad interna y externa, y que un aligeramiento de ese esfuerzo es provisto por un área intermedia de experiencia que no es definida (arte, religión, etc.), esta área intermedia esta en continuidad directa con el área de juego del niño pequeño que se “pierde” en el juego”.
La resolución del proceso adolescente en la adolescencia tardía esta preñada con complicaciones que fácilmente someten a esfuerzo excesivo la capacidad integrada del individuo, y que puede conducir a maniobras de postergación (“adolescencia prolongada”), o a fracasos reiterados (“malogro de la adolescencia”), o adaptaciones neuróticas (“adolescencia incompleta”). El resultado no puede asegurarse hasta que la adolescencia tardía se estabiliza. La adolescencia tardía es el tiempo cuando los fracasos adpatativos toman su forma final, cuando ocurre el quiebre. Erikson (1956) se refiere al periodo de consolidación de la adolescencia tardía como el periodo de “crisis de la identidad” conceptualiza el quiebre en la adolescencia tardía en términos de fracaso para llevar a cabo la tarea de maduración de esta etapa, el establecimiento de la “identidad del yo”.
Siempre que la deformación temprana del yo , con diferenciaciones incompletas entre el yo y la realidad, es la razón del fracaso de la adolescencia (síntesis yoica defectuosa) el quiebre aparece como el límite o la enfermedad psicótica. En el tratamiento de estos casos debe uno regresar a las fases pregenitales: a la dependencia oral y a la agresión oral, y a las vicisitudes de la “confianza básica” (Erikson, 1950). Clínicamente, reconocemos los defectos de la función sintética del yo y la agresión preambivalente dirigida a objetos o autorepresentaciones en las deficiencias persistentes de la constancia de objeto con las consiguientes perturbaciones afectivas y cognitivas. Usando la expresión de Brierly (1951) el quiebre esta relacionado con los objetos distorsionados internalizados y debe producir “sadismo infantil proyectado”. El proceso de consolidación se complica además por la necesidad que hay en la adolescencia tardía de asignar a objetos de amor y odio en le mundo externo catexis agresivas y libidinales que originalmente se fundan en representaciones de objeto. Estos arreglos yo-sintónicos producen estabilidad de actitudes, sentimientos y prejuicios. En circunstancia normales y benignas, son causantes de las pequeñas inquinas, pequeñas quejas, pequeños odios, etc., de las personas; son de gran importancia para la economía psíquica. El desarrollo del carácter neurótico o la formación de síntomas en la adolescencia tardía representa un intento de “autocuración” después de fracasar en la resolución de fijaciones infantiles articuladas al nivel del complejo de Edipo. La vida amorosa del adolescente tardío demuestra clínicamente las varias condiciones de amor que se basan en la persistencia del complejo de Edipo. Fueron descritas por Freud (1910): 1)la necesidad de una tercera persona ofendida; 2)el amor a una prostituta; 3)una larga cadena de objetos; 4)el rescate de una persona amada; 5)una hendidura entre la ternura y la sensualidad. A esta lista puede añadirse la “exogamia neurótica” de Abraham.
Durante la adolescencia tardía la identidad sexual toma su forma final “de los 18 a los 20 años – según observó Spiegel (1958)-, parece ser que la selección sexual evidente se efectúa; al menos he observado que un número de homosexuales masculinos han empezado a considerarse durante ese periodo como permanentemente homosexuales”. Freud (1920) hizo la misma observación; estableció que la homosexualidad en las muchachas toma una forma decisiva y final durante los primeros años después de la pubertad. Continua diciendo:”Es posible que algún día este factor temporal pueda demostrarse como uno de gran importancia.” Sin lugar a dudas, la formación de una identidad sexual estable y reversible es de la mayor importancia en términos de la organización de impulsos específicos de la adolescencia tardía.
Puede describirse el proceso de consolidación de la adolescencia tardía en términos de compromisos abortivos y practicables o de síntesis yoica, y de adaptaciones positivas y negativas a condiciones endopsíquicas y de medio ambiente. Los fracasos para dominar la realidad interna y externa, pueden catalogarse en 2 categorías. Por un lado, los fracasos se deben a 1) un aparato defectuoso (yo); 2) una capacidad deteriorada para estudio diferencial; o 3)una proclividad a la ansiedad traumática (pánico de la pérdida del yo). Estos casos que comprenden condiciones limítrofes esquizofrénicas y psicóticas, pueden ser llamados casos de adolescencia mal. Lograda, por el otro lado si los fracasos se deben a: 1) perturbaciones entre los sistemas: 2) bloqueos al aprendizaje diferencial (como tipo de inhibiciones): o 3) evitar ansiedad conflictiva (formación de síntomas), entonces podemos hablar de adolescencia incompleta o de perturbación neurótica. No presentamos esta división como un intento de clasificación, sino más bien como la delineación de dos formas esencialmente diferentes de esfuerzos abortivos para superar las crisis adolescentes. Estas representan los extremos del desarrollo desviado; la observación clínica presenta mezclas y combinaciones sin fin.
La pseudomodernidad en los standares sexuales es en gran parte responsables de muchas complicaciones en el desarrollo de la feminidad. El cambio del estándar doble al sencillo no ha dado a la joven la libertad expansiva que espera adquirir. Este desarrollo social ignora el hecho de que el impulso sexual femenino está mucho más íntimamente ligado a sus intereses yoicos y a sus atributos de personalidad que en el hombre. “en el niño, como opuesto a la niña, al fin del conflicto entre el instinto y el mecanismo de defensa, el instinto sexual emerge muy independiente de sus sublimaciones” (Deutsh, 1944). La niña reacciona a la diferencia de los sexos con un bien reconocido resentimiento que es una expresión del “complejo de masculinidad”. En un intento de formular las cualidades esenciales de la feminidad. Helene Deutsh (1944) mencionó “La secuencia constituida por: 1) mayor propensión a la identificación; 2) fantasía más fuerte; 3) subjetividad; 4) percepción interna; 5) intuición, nos lleva de vuelta al origen común de todos estos rasgos: la pasividad femenina.”en es esfuerzo para asimilar características masculinas que tienen su raíz en la fisiología y anatomía masculina, la joven a adquirido una superficialidad de sentimientos y ha primitivizado su feminidad. Benedek (1956, b), que investigo esta condición, dice: “...la organización de la personalidad de la mujer moderna, a través de la integración de aspiraciones y sistemas de valores masculinos, adquiere un estricto superyo. Consecuentemente la mujer puede responder con reacciones de culpa a la regresión biológica de la maternidad. Muchas mujeres no se permiten ser pasivas: reprimen sus necesidades de dependencia ...” no se vuelven una parte integral de la pasividad femenina, la necesidad de dependencia puede llegar a no desprenderse de la madre; en ese caso la joven puede transferir a los hombres su hostilidad defensiva hacia la madre. Este desarrollo era aparente en el caso de Judy.
Durante la adolescencia tardía la predisposición a tipos específicos de relaciones amorosas se consolida. Con mucha frecuencia estos tipos contienen mezclas de compromisos entre fijaciones edípicas positivas y negativas. En una ocasión observe en el análisis de un hombre joven post adolescente que su amor por una mujer era determinado por su identificación con la madre, quien era rechazada por el padre como lo era él mismo. Rogando aceptación y amor por su compañera inafectiva, sexualmente fría y egoísta, el paciente fue llevado por el deseo edípico implacable, por el amor de su distante y demandante padre la relación de amor –de hecho, el matrimonio- llego al mismo fin desastroso, como había llegado el conflicto edípico, debido a su designación positiva extremadamente débil y fuertemente negativa: las tendencias homosexuales dominan la relación. Otra forma de consolidación fue en el caso de una joven postadolecente, quien imprimió su primera relación heterosexual con profundos anhelos con una madre protectora, preedipica, y por la felicidad de unificarse con ella. La joven dijo “quiero que Don sienta exactamente, como yo, siempre, y que esté conmigo siempre que lo necesite. De otro modo me siento desesperada y perdida, completamente perdida. No, lo quiero dominar dictándole sus sentimientos, no. Lo que si quiero es solamente entroncarme en su vientre”. De este caso podemos decir que la consolidación de la adolescencia tardía ocurrió prematuramente debido con la fijación en la fase preadolescente. Otra joven descubrió el cambio de la rivalidad competitiva con los muchachos a los que ella llamaba “igualdad femenina” cuando me gustaba un muchacho –dijo ella- siempre estaba en competencia con él, con ninguna otra choca de ningún modo quería yo igualdad masculina, sólo dos muchachos queriéndose uno al otro. Antes de una cita tenía afilados mis cuernos y mis dientes. En mi amor por Bruce es diferente: no me siento igual a él, no estoy compitiendo con él, lo admiro. Nunca antes pensé querer igualdad femenina; toda la idea es nueva para mi. Pensando en matrimonio siempre tuve dos alternativas en mente, o me caso con un hombre joven y compito con él, o me caso con un hombre mayor, con el que no habría competencia porque esperaría yo que me tratara paternalmente.” En estos tres casos aparece por igual la consolidación de un compromiso sin la terminación de un paso satisfactorio a través de las fases adolescentes. Condiciones como estas auguran generalmente un desarrollo desviado; dichas desviaciones influyen la selección de objetos, en la vida adulta y, dentro de ciertos límites, pueden estabilizarse recíprocamente por el matrimonio.
Ahora debemos mencionar una falla en la resolución en el proceso adolescente que proviene de un origen diferente: la sexualización de las funciones yoicas. En estos casos estamos tratando con la integración aparentemente exitosa de selecciones vocacionales e intereses yoicos que son invadidos secundariamente por instintos componentes – por ejemplo, la escoptofilia y el exhibicionismo. Si su sublimación no se mantiene más agobiaran al yo con excitación sexual y fantasías inconscientes que producen una actividad yoica muy inestable, y que finalmente conducirán a la inhibición. Esta condición ha sido estudiada especialmente con referencia a la inestabilidad de elección vocacional en los jóvenes en la adolescencia tardía, y también en relación con las inhibiciones y síntomas de los artistas. La sexualidad de las funciones yoicas debilitaba objetividad, la comprobación de la realidad y la autocrítica: parte de la actividad basada en la fantasía se vuelve yo-diatónica. “la fantasía yo-diatónica contribuirá a la pauta de la organización del yo y sufrirá mas modificaciones de desarrollo junto con el yo, mientras que la fantasía yo-diatónica puede formar el núcleo de un sistema disociado y por lo tanto potencialmente patógeno”(Brierley 1951). El caso de Tom. (Pág. 177) demuestra que la sexualidad de su interés en la historia echaba a perder la maniobra defensiva (intelectualización) y constantemente despertaba sentimientos de culpa y vergüenza. La sexualización de las funciones yoicas las convierte en inestables, intratables y desconfiables; se tornan inútiles para el mantenimiento de la armonía interna y la formación de patrones de hábitos de trabajo. Estas funciones yoicas son sexualizadas son pobres ejecutantes de los intereses yoicos y se comportan –usando una expresión de Freud- como la cocinera que al entrar a un affaire con el amo se rehúsa a hacer su trabajo en la cocina. (freud, 1926).
La consolidación de la personalidad al fin de la adolescencia trae mayor estabilidad y nivelación al sentimiento y la vida activa del joven adulto. Se efectúa una solidificación de carácter: es decir “una cierta constancia prevalece en las formas que el yo escoge para resolver sus tareas” (Fenichel, 1945 b,). La mayor estabilidad de pensamiento y acción se obtiene a cambio de la sensibilidad introyectiva tan característica del adolescente: el florecimiento de la imaginación creativa se opaca durante la adolescencia tardía. Los intentos de imaginación, de aventura y artísticos declinan hasta que gradualmente desaparecen por completo. Por supuesto el verdadero artista es la excepción; pero no nos ocuparemos de su desarrollo por el momento.
La mayor capacidad para el pensamiento abstracto, para la construcción de modelos y sistemas, la compacta amalgama de pensamiento y acción, dan a la personalidad de la adolescencia tardía una calidad más unificada y consistente. La aplicación de la inteligencia permite al hombre poner orden en el mundo a su alrededor; pero no debe pensarse que la objetividad adulta es en todo superior al pensamiento del niño, al permitir contradicciones en las operaciones mentales, es capaz de hacer observaciones escoto misadas por el adulto lógico: “sabemos que el primer paso hacia el dominio intelectual del mundo en que vivimos es el descubrimiento de principios generales, reglas y leyes que llevan orden al caos. Por medio de operaciones mentales como estas simplificamos el mundo de los fenómenos, pero no podemos falsificar al hacerlo... (Freud, 1937), el proceso de consolidación de la adolescencia tardía es un proceso de agotamiento, limitación y canalización. Esto esta bien expresado en la autobiografía del poeta ingles Richard Churd (1956), que dice así mismo a la edad de 17 años, “de repente estaba armado... la poesía era mi arma.”
He enfatizado que en la adolescencia tardía no se ha llevado a cabo la resolución total de los conflictos infantiles. Los residuos de fijaciones y represiones saltan a la vida en forma de derivados; retan al yo y le exigen esfuerzos continuos, para dominar estas influencias perturbadoras; y esos esfuerzos dan propósito, forma y calor a la vida adulta según se desenvuelven .
El proceso de consolidación nunca es de tensiones desequilibrantes, sino más bien de su organización en términos de patrones o sistemas. Las interferencias con su estabilidad se derivan mas bien de “demasiado poco, o demasiado” –es decir de aspectos cualitativos Freud (1938) expresó su punto de vista conferencia a las transformaciones de la pubertad diciendo: “La situación se complica por el hecho de que los procesos necesarios para lograr un resultado final están o no completamente presentes o completamente ausentes: como una regla están parcialmente presentes, así que el resultado final depende de relaciones cuantitativas. Así la organización genital será lograda pero será debilitada respecto a esas porciones de la libido que han seguido tan lejos pero han permanecido fijas a objetos y direcciones pregenitales” hacia el fin de la adolescencia tardía los patrones han sido formados epitomizando las esenciales tensiones desequilibrantes, que tienen que volverse una parte integral de la organización del yo. Esta idea aparece en una carta de Freud a Ferenzci un hombre no debería esforzarse por eliminar sus complejos, sino ponerse de acuerdo con ellos: ellos son legítimamente los que dirigen su conducta en el mundo” (Jones, 1955.)
El proceso de delimitación de la adolescencia tardía es llevado a cabo a través de la función sintética del yo. Es una aceptación final y el establecimiento de las tres antítesis en la vida mental llamadas: sujeto-objeto, activo-pasivo, y placer-dolor. Una posición estable con referencia a estas tres modalidades antitéticas se manifiesta subjetivamente a sí misma como un sentido de identidad. La identidad del yo de Erickson (1956), con la realización especifica de la fase de la tardía adolescencia, describe una experiencia subjetiva de variables estados del yo, de fluctuaciones de libido debido a crisis conflictivas y de maduración: en conclusión es el resultado de procesos psicológicos heterogéneos que se combinan acumulativamente en un estado de yo descrito mejor como sentido de identidad, identidad del yo, o sentido del ser. La representación mental del ser. La representación mental del ser al fin de la adolescencia es una formación cualitativamente nueva, y refleja como un todo organizado las variadas transformaciones que son especificas a la fase de la adolescencia tardía. (Véase “El yo y el Ser”, pág. 276.)
Después de que una fijación a sido establecida entre las tres antítesis aun varían en combinación y énfasis, dependiendo de los variados roles que el sujeto asume en la vida. La fijación de roles, así como la necesidad especifica de gratificación que alcanzan estos roles dentro de un vector circunscrito, de interacción entre el sujeto y el medio ambiente, es una realización esencial de los procesos mentales adaptativos. En los roles de madre y esposa, de sujeto que gana un salario y del que no lo gana, para no mencionar “el inexpugnable lugar de reposos”, el “área intermedia” de Winnicott (1953), en todos estos roles el sujeto persigue diferentes fines, que no están siempre en armonía unos con otros; aun así están relacionados y unificados por un impulso hacia la autorrealización.
Muchos niveles de autorrealización coexisten tranquilamente en Orlando, novela sobre la transformación en mujer, Virginia Wolf, (1928) escribió acerca de los variados roles que el ser en maduración aprende para vivir:
¿Orlando?, y el Orlando requerido puede no presentarse; estos yo que nos forman , uno apilado encima del otro, como los platos apilados en la mano del mozo, tienen lazo en otra parte simpatías, pequeños códigos y derechos propios, llaméense como quiera ( y para muchas de estas cosas no hay nombre)de modo que alguno de ellos no acude sino a los días lluvias, otro en un cuarto de cortinas verdes, otro cuando no esta Mrs. Jones otro si le prometen un vació de vino –etcétera; porque nuestra experiencia nos permite acumular las condiciones diferentes que exigen nuestro yo diferentes – y otros son demasiado absurdos para figurar en letras de molde.
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