viernes, 1 de agosto de 2008

Un típico caso de paranoia y las especulaciones teóricas pertinentes ("caso Erika") Rudy


DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN
TEXTO ESTABLECIDO POR: RUDY

Prrróloco

El sekimiento de éste kaso cllínnico me ha llevado a plantearrr algunas dudas, lo kie me hitzo sentirr muyy ancustiada, al punto tal kie estuve pensando serriamente la posibilidad de psicoanalizarrrme, tal como me lo sugirrierra varias veces mi colega y amigo herr prrofesorr Karl Psíquembaum.
Lueco de haberr kónsultado a varrrios kólegas, ninguno me convenció, ya quié, dada mi condición de experrimentadísima psikanalista, requerrirría un prrófesional de kran experriencia, adecuados conocimientos y kie no me kobrarra honorrarios.
De modo kie, finalmente, decidí kie la amustia erra contrratrransferrencial, y se debía a cierta proyección de mi paciente, kie prrovokaba una térrrrible pikazón en mi pecho cada vez kie comenzaba una sesión de su tratamiento.

Este piekazón de mi pecho bueno, erra, en realidad, la kausa de mi ancustia y muís dudas. ¿Erra una sómatizacion mía?. ¿Erra una proyección? ¿Errran pulkas? ¿¡Errran piojos!? ¿¡Errra sarrrrrrrna!'?
A falta de analista, kónsulte con un derrrmatólogo, kien me explico kie erra una problema psíkiko, y me recomendó un analista parra mí y otrro parra mi paciente.
No le hice caso y seguí investigando.


Fynalmente krrreio haber descubierrto serrrios elementos quie sin duda énriqueceran la teorría psikanalítica, laprráctika y la klínica, porr lo kie decidí publicar este kaso.
Kónvencida porr mis amñigos, he kóntratado un kórrektor para kie adekue el texszkto de este caso a la órtocrafiya castellana.



Las entrevistas

Nunca voy a olvidar la primera entrevista con Erika. [Así decidí llamar a mi paciente para mantener el secreto profesional. En realidad, se llamaba Dora] Tampoco voy a recordarla nunca, porque me provoca escalofríos. Erika llegó sin que yo lo notase, pues estaba durmiendo la siesta en mi sillón favorito, que, casualmente, es el mismo que utilizo para atender.


En un momento dado desperté y la vi sentada junto a mí, lo que me hizo lanzar un contratransferencial aullido de terror. Esto me hizo pensar que Erika tenía mucho miedo a su primera entrevista conmigo; que por dentro estaba sumamente asustada, aunque parecía estar de lo más tranquila.


Me refregué los ojos y bostecé, también contratransferencialmente. Erika intentaba tapar su terror mostrando aburrimiento.


"Típico caso de paranoia", pensé. "Erika disimula terror con aburrimiento y lo proyecta en mí."
Me maravillé por mi rapidez diagnóstica y decidí aumentar los honorarios, dada mi eficacia profesional. Luego recordé que Erika estaba presente y le pregunté su nombre.


—Dora —me dijo.
"Típico caso de fijación histérica", pensé. Ella dice llamarse Dora como la famosa paciente de Freud que inspiró el "caso Dora¨ (Que, en realidad, no se llamaba así), pero para mí que se llama Eduviges.
Decidí llamarla Erika.
—¿Qué edad tiene, Erika? —le pregunté.
No me respondió.
Su silencio era por demás elocuente. Erika estaba angustiada frente a este nombre impuesto por mí, tal como la angustiaba cualquier tipo de norma, límite o regla impuestos por la sociedad, que se le tornaba totalmente persecutoria.


"Típico caso de paranoia", volví a pensar.


Erika permanecía en silencio, tal vez esperaba algo de mí. Yo también permanecía en silencio, como esperando algo de ella. Al fin y al cabo, ella era mi paciente y nadie la había obligado a venir.


"Típico caso de primera entrevista", pensé.
Decidí que esta competencia de "quien se queda más tiempo sin hablar, gana" no tenía sentido (Algunos analistas ortodoxos sí les otorgan sentido a estos verdaderos "torneos de resistencia", en los que demuestran tener aun más resistencia que el paciente. Conozco un caso en el que, luego de tres años de silencio, el analista decidió reclamar sus honorarios, y el paciente, que era mudo, abandonó el tratamiento. No era sordo.) y opté por hablar yo.


—¿Qué le ocurre? —pregunté.
—¿A quién? —respondió.


Su respuesta era por demás elocuente. Típico caso de paranoia, insistí; la paciente se escinde de la pregunta cual esquizofrénica, proyecta hacia otros como paranoica, permanece indiferente cual histérica, y evita responder a la mejor manera de una fóbica.


"Típico caso complicado", pensé.( En realidad, lo único claro es que el de Erika es un caso típico) Erika, con su silencio y sus respuestas esquivas no ayuda a mi labor interpretativa, lo que puede pensarse como una clara resistencia a nivel transferencial. "Vaya una a saber quién soy yo para el inconsciente de Erika", pensé. "Vaya una a saber quién soy yo", seguí, presa de una crisis de identidad en la que Erika me metía, tal vez proyectando transferencialmente su propia crisis de identidad.


Decidí dar por terminada esa entrevista. Miré mi documento para recordar mi nombre, y me volví a dormir.


Segunda entrevista

A la segunda entrevista Erika no vino.
Me senté a esperarla en el horario convenido y, pese a la somnolencia que me aquejaba, intenté pensar acerca de lo que había ocurrido en la entrevista anterior (Para evitar pensar en su ausencia. Me ponen muy triste las ausencias) y llegué a la conclusión de que algo le pasaba a Erika. Algo le debía estar pasando, por lo cual no venía, y debía ser algo muy grave; sólo así podía comprenderse su ausencia en este momento en el que tanto necesitaba mi ayuda. Mi agudo olfato profesional me hizo oler algo muy raro. Me dirigí hacia la cocina de mi casa y apagué el horno que había dejado encendido por error, dentro del cual había una torta quemándose.


"Esta torta", pensé, "bien podría ser Erika, quemándose simbólicamente a causa de que yo la dejé abandonada en el horno, a lo que ella respondía ausentándose. Típico caso de paranoia".
Esta brillante interpretación fue interrumpida por un bostezo. Otra vez los aspectos simuladores de Erika intentaban llenar la escena de sueño para evitar la angustia.


Fue en ese preciso momento cuando me empezó a picar el pecho bueno, lo cual me llamó poderosamente la atención e hizo que dejara de preocuparme por la ausencia de Erika. Se me ocurrió que ella trataba de compensarme de su ausencia con la picazón, proyectándola en mí. Otra típica proyección paranoica —por lo demás, terriblemente molesta—. Decidí dar por terminada la segunda entrevista.


Tercera entrevista

Llegada la hora de la entrevista de Erika, ella no vino, pero la picazón de mi pecho se hizo presente. Comencé a preguntarme qué aspecto del inconsciente de Erika podía estar jugando en este síntoma que se reproducía contratransferencialmente en mi cuerpo. Llegué a la conclusión de que se trataba de una "imago picarona", pero sólo como hipótesis.


Le interpreté a Erika que por algún motivo le resultaba muy difícil venir (Diría que imposible), como tal vez le había resultado difícil esperar a que su madre le diera de mamar cuando ella lo solicitaba con urgencia. La interpretación dio en el blanco, pero Erika no estaba allí. La única respuesta fue el silencio. Yo opté por tomar este detalle como un dato más, y como un elemento resistencial a tomar en cuenta. Propuse trabajar dos veces por semana y, como Erika no respondió, interpreté su silencio como acuerdo.


Recordé las palabras de mi amigo y colega Karl Psíquembaum (No deseo aclarar en qué circunstancias me lo dijo): "Es frecuente que los pacientes ausentes no respondan a nuestras interpretaciones".


Pero Erika fue más allá. Se quedó en silencio durante todo el contrato, lo que pudo haber tenido graves consecuencias en su tratamiento si yo no lo hubiese tenido en cuenta.


El tratamiento

Durante las primeras sesiones siguió manifestándose la terrible picazón del pecho bueno que coincidía con el lapso correspondiente a la sesión de Erika. Ella, por su parte, no vino nunca.
Es claro que Erika trataba de evitar que yo me angustiara, lo que en realidad era una manera de evitar, identificada conmigo, su propia angustia frente a su madre ausente cuando ella, bebé, quería mamar.


Sólo así podía entenderse la constante picazón que me aquejaba y la permanente ausencia de Erika, que, por lo demás, ni siquiera venía una vez por mes a pagar mis honorarios. Parecía ignorar mi existencia. Más de una vez, dada la elevada suma de dinero que me debía, pensé en suspender su tratamiento.


Pero en esos momentos la teoría acudió en mi ayuda y reconocí que eso hubiera sido un acto psicopático, un acting, sería repetir una escena traumática infantil, el abandono de una beba, tal como lo había hecho su madre (Y la mía).
El tratamiento de Erika prosiguió su accidentado curso.


Fragmento de una sesión

Rasc-rasc. Froto mis uñas contra mi pecho. El escozor calma. Le pregunto a Erika:
—Así que tampoco has venido hoy, ¿eh?
Erika sigue sin responder, sin venir, sin nada. Opto por llamarla por su nombre de pila, Dora (Un colega me señaló una posible explicación del caso, mediante una condensación del nombre "de pila, Dora" con "depiladora", y me dijo que tal vez ése fuera el trabajo de Erika, y que, al tener que trabajar en su horario de sesión, no pudiese venir. No lo creo; es muy complicado), y hasta "Dorita", o "querida Dorita", pero no obtengo respuesta.
El silencio ausente me hace sospechar un mutismo esquizofrénico, pero mi experiencia clínica me dice que debo esperar, que debo respetar el tiempo de esta paciente, y que algún día volverá. Yo no debo ser una madre castradora, ni una abuela represora, ni una tía autoritaria, ni siquiera una vecina chismosa.


"Típico caso de paranoia", volví a pensar. Evidentemente, mis pensamientos se repetían merced a la red transferencial tejida por Erika, y al sueño contratransferencial que me invadía. Di por concluida la sesión.


Fragmento de otra sesión

La sesión comienza en silencio. Hoy se cumplen 234 sesiones sin que Erika haya concurrido a una sola. La picazón es muy grande y me tienta rascarme. Estoy segura de que Erika no lo notará si lo hago; claro, no se dará cuenta a nivel consciente, pero ¿y lo inconsciente? ¡Ah, ésa es la pregunta! Es claro que a nivel inconsciente Erika percibe que me pica y, peor aún, si me rascara, lo tomaría como un hecho compensatorio a consecuencia del daño que ella, en su fantasía proyectada, le infligiera a mi pecho, que en realidad es el pecho de su madre, que en realidad es su propio pecho, que en realidad es un pecho pero no se sabe de quién es... Perdón, ¿alguien vio un pecho por ahí?


"Típica situación esquizo-paranoide", pensé. Decidí no rascarme, verbalizar la transferencia en lugar de actuarla.
—¿Te molesto si me rasco? —le pregunté, interpretando su angustia.
Erika se mantuvo en total, hermético silencio. Sin embargo, la interpretación trajo cierto alivio, ya que, después de verbalizarla, me rasqué durante varios minutos, con la consecuente disminución de mi picazón.


Erika permanecía indiferente. En realidad, no permanecía.
Di por finalizada esta sesión.


El seguimiento

Seguí investigando el caso y mis asociaciones sobre Erika me ayudaron a aproximarme a sus fantasías inconscientes.(Tuve que usar mis asociaciones, porque no disponía ni siquiera de una de Erika)


—¿De modo que tú ves en mí a una madre que no te alimenta? —deliré.
El silencio de Erika, más que elocuente, fue silencioso. Una vez más mi interpretación había dado en la tecla, aunque yo no sabía en cuál. Lo importante es que la picazón cedió.
Era evidente que Erika proyectaba transferencialmente hacia mí la bronca hacia la madre que no la alimentaba. Era algo así como: "Yo la odio (porque no me da de mamar) —> Ella me odia —> Yo me rajo".


(Creo innecesario destacar que se trata de un caso típico de paranoia. A esta altura del relato, los lectores avispados ya se habrán dado cuenta.)


Erika se sentía perseguida por su madre y, transferencialmente, por mí. Para evitar ser dañada, y, proyectivamente, dañarnos, se ausentaba, tomaba distancia, se borraba.
Una vez más, había acertado. Me felicité y prometí gratificarme con una porción de torta de chocolate ni bien finalizara la sesión. Le comuniqué todo esto a Erika, menos lo de la torta, y ella no me respondió. "El que calla, otorga", pensé. ( Frase tomada del refranero psicoanalítico. [Cfr. Jean-Delaparole: Les refrans et sa relation avec l'inconsdence])
Le di el alta a Erika, ya que habíamos resuelto los nudos más complejos de su personalidad, pero, así como no había venido, tampoco se fue.


Por ese motivo hubo que dedicar algunas sesiones al duelo por la finalización del tratamiento. Más que algunas sesiones, fueron varios años, ya que Erika continuaba sin irse. Finalmente, opté por citar a otro paciente en el horario de Erika. Éste se recostaba en el diván sin notar la ausencia de Erika, y así se fue elaborando el duelo.


Epicrisis

Casos como el de Erika no se presentan a menudo en nuestra práctica. Ausencias que dicen todo lo que una posible presencia podría ocultar. Relaciones transferenciales persecutorias e interpretaciones que caen en el vacío total. A veces, los poetas se adelantan, con sus fantasías, a la ciencia. Vean, si no, esta frase de Pablo Neruda: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Podría adaptarse perfectamente al caso Erika, aunque aquí diríamos: "Cuando estás ausente, callas". Erika, la ausente; Erika, la perseguida; Erika, la que en realidad se llamaba Dora, o Eduviges, o, por qué no, Epicrisis.


Erika buscó una salida histérica a una paranoia, haciéndose llamar Dora. Cuando mi brillante interpretación de la primera entrevista puso esto al descubierto, mostró lo que en realidad era, un ser vacío, ausente, abandonado, que proyectaba esta situación abandonando a los demás.
Es difícil trabajar con estos típicos pacientes paranoicos, porque a menudo interrumpen el tratamiento.
De todos modos, caben unas últimas reflexiones sobre la problemática de Erika. Sin duda, la madre la trataba como si ella estuviera ausente, no acudía a sus llamados pidiendo ser alimentada, le daba lo mismo que Erika estuviera o no. Del padre podemos decir que Erika no lo mencionó nunca, lo que nos habla de una figura ausente que, junto a la madre abandónica, lleva a esta joven a una problemática edípica que la conduce a la paranoia.
Nunca más supe nada de Erika.


Apéndice del doctor Jean-Jean Dusignifiquant

Para comenzar, diré que me parece extraordinario el relato de la doctora Traumengarten, colega con la que tengo el gusto de compartir cursos, conferencias y pacientes.


Su transcripción es de un discurso vívido, que transmite totalmente lo por ella sentido durante el caso, al punto tal que los bostezos que ella dio al comienzo de la primera entrevista me fueron transmitidos a lo largo de todo el relato, impidiéndome en algún momento seguirlo atentamente.
La claridad con la que nos muestra lo ocurrido a Eduviges (¿por qué llamada Erika? Es totalmente arbitrario) es, por momentos, brillante, y en los otros momentos, tal vez los más extensos, no.


Un primer detalle que quisiera articular es el hincapié que hace la doctora en la contratransferencia. Más que hincar el pie, lo mete hasta el fondo. Esto la lleva a considerar válidos un montón de señalamientos e interpretaciones realizados a una paciente que, en realidad, no estaba allí, no existía como paciente, no asociaba, ni nada. ¡Ni siquiera daba cuenta de los honorarios!


Por otro lado, es por demás elocuente la omisión de un detalle que cualquier alumno de primer año de mi escuela hubiera advertido: la metáfora.


¿Qué otra cosa, sino la metáfora, nos permite conocer a Eduviges?
Eduviges se fue. Eso quiere decir que "se las picó". Se las picó bien picadas, y este irse, al no ser verbalizado por la analista, es el motivo de "la picazón" que aqueja a la doctora en el pecho por ella llamado "bueno". El irse simbólico no verbalizado vuelve entonces desde lo real del cuerpo de la analista.


Si esto hubiera sido dicho, nada hubiera pasado.
Quiero terminar mi intervención volviendo a señalar la riqueza de este relato, y agradeciendo a la doctora Traumengarten por llamarme para que le señalara los errores, humildemente.


Apéndice del doctor Karl Psíquembaum

No creo que sea correcto titular de esta manera este trabajo, pues, para hacer honor a la verdad, mi apéndice lo he perdido en una operación, cuando contaba con la tierna edad de diez años. Pero vayamos al trabajo. He leído con particular detenimiento el texto de la doctora Traumengarten, colega y amiga, y la no menos brillante acotación del doctor Dusignifiquant, no menos colega ni amigo. ¡Cuán brillantes me resultan ambas ponencias! ¡Qué orgulloso me siento de que hayan seguido mis enseñanzas! Sin embargo, hay ciertos detalles que escapan en este "Caso Ernestina" (¿por qué llamada Eduviges, o Erika?) a la preclara intuición y profesionalísimo accionar de ambos colegas.


Anafreudiana no se preocupa porque Ernestina se haya ido, y repite de alguna manera lo que ella misma denuncia en la epicrisis: se hace cargo, en la transferencia, del rol de madre a la que no le importa si su hija está presente o no.


Jean-Jean denuncia algo semejante a esto, pero remite toda la picazón, síntoma sin duda peculiar, a una mera metáfora: "Yo me las piqué, ahora a ti te pica", redice el brillante analista francés. Pero la picazón que aquejaba a Anafreudiana era insoportable, y nada metafórica. Le picaba en serio, según me comentó.
Pensemos un poco. ¿Qué es la picazón?


La definición nos lleva a separar dos componentes. Por un lado, el “prurito”, aspecto que simboliza la represión. "Prurito" se usa vulgarmente como sinónimo de "prejuicio": "No hice tal cosa por prurito", se dice.


Por el otro lado, es una sensación de escozor que invita a rascarse. Es una sensación relativamente agradable, relativamente molesta, más suave en todo caso que el dolor. Hay suavidad, placer, dolor y tensión en la picazón, sobre todo si se debe esperar para poder satisfacerla, como en este caso. Se produce cada vez más placer, tensión y molestia, hasta que de pronto, con gran placer, cede. Además, "invitación", término que le otorga una cualidad "compartida" a la picazón. Uno invita, otro rasca.
A esta altura de los hechos y la teoría, no podemos dejar de otorgarle a la picazón un contexto sexuado. O sea, la sensación de Anafreudiana era claramente sexual, ubicada en su pecho bueno.
Pero el caso es que los pechos son dos, y si a ella le molestaba uno solo, bien podríamos sospechar que en realidad no era el pecho a lo que inconscientemente afectaba esta "picazón" (que a esta altura bien podríamos denominar "calentura").


Si aplicamos la ecuación pecho = pene, asociados además por la silaba “pe” con la que ambos comienzan, resulta que la doctora Traumengarten sentía claros deseos de penetrar a su paciente (calentura inconsciente en su pene, del cual ella carece, pero su inconsciente no lo sabe). Anafreudiana estaba entonces enamorada de Ernestina, y le resultaba, como a cualquier otra enamorada, insoportable la ausencia de su amada.


Así, la espera de Anafreudiana se entiende como la de una amante desesperada que sufre su soledad.


Debo destacar finalmente la excelente calidad de este relato, que lleva a la discusión psicoanalítica a su más alto nivel.



1 comentario:

Insight dijo...

No sé quién haya escrito esto, pero es una de las mejores cosas que leí en mi vida. Me reí muchísimo. Mil gracias por aportar estos materiales que alivian un poco el padecer de tener que estudiar este tipo de teorías.