viernes, 29 de agosto de 2008

El caso Gustavito Rudy (Parte 2)

También llamado "el pequeño Gustavo" (Parte 1)

El tratamiento

Primeras elucubraciones teóricas

Me preguntaba cómo encarar el tratamiento del pequeño Gustav. Él no era, desde luego, mi primer paciente, yo sí era su primer analista, aunque este dato no tenga, tal vez, tanto peso teórico. Ubicar a un bebé de tan corta edad en una estructura psicopatológica me parecía complicado; mucho mejor sería ubicarlo en un moisés, pero yo no lo tenía, y no podía solicitárselo a la madre. Hubiera sido como pedirle a un paciente adulto que trajera a las sesiones su propio diván. [Esto, si lo pensamos, no estaría del todo mal. El paciente se sentiría más cómodo en su propio diván. El principal problema sería el transporte, pero todo analista que se precie podría contratar algún fletero de su confianza que se transformaría en "transportador terapéutico". Dejamos abierta la cuestión para un próximo congreso]

Pero, volviendo al pequeño Gustav: ¿habría ya atravesado el estadio del espejo? ¿Sería necesario proteger el diván con alguna cobertura plástica, dado que Gustavito no controlaba sus esfínteres? ¿Cómo actuaría en su estructura el pasaje de la babysitter a mí? ¿Cómo se manifestaría la organización oral? ¿Jugaría el chupete un rol fundamental en la transferencia? ¿Tendría el pequeño Gustav edad suficiente para ser neurótico?

¿Cómo interpretar sus berrinches, su llanto, sus quejas? ¿Como un rechazo al pecho bueno? ¿Como un reclamo a la madre que no vuelve a buscarlo y me deja aquí desesperado cui¬dando a Gustavito? ¿Como una manifestación de "angustia por sentirse abandonado"? ¿Como una emergencia esquizoparanoide? ¿Como una manera de sobrevivir como sujeto barrado frente a lo inexorable de la castración?

Tantas incógnitas me parecieron demasiado para un solo bebé. Podría decir que todas juntas abarcaban más espacio que lo real del cuerpo del pequeño. De modo que decidí enfrentarme a lo que viniese, y dejar que el juego de identificaciones del pequeño Gustav se pusiera en marcha, se desplegara en el tratamiento. Me tranquilicé, dejé sobre la mesa la mamadera que estaba tomando y me aboqué a esperar al pequeño Gustav.

Las primeras sesiones

Gustavito comenzó a concurrir puntualmente a su tratamiento traído por su madre, quien lo depositaba en mis brazos. Ella hacía, de vez en cuando, algún comentario sobre lo dormido que podía estar el bebé, y me pedía que lo protegiera del excesivo frío.

Yo asentía con la cabeza, en silencio, y pensaba en lo acertado de ciertos artículos teóricos que sostenían que "son los padres, de alguna manera, los que estructuran el deseo de sus hijos; los padres no son, tampoco, los generadores de su propio deseo, sino los abuelos; éstos a su vez han sido introducidos en la cultura por los bisabuelos y éstos por los tatarabuelos; se llega, finalmente, a una descendencia que se estructura a partir de un deseo primitivo, tal vez el deseo, según la teoría de Darwin, de algún simio". [Por la cual es posible que el objeto del deseo primitivo haya sido una banana]

Gustavito no parecía tener hambre, sueño o frío, no al menos como sensación transmisible. Más bien se acurrucaba dócilmente, o dormía, hasta que luego, sin que aparentemente mediara absolutamente nada, irrumpía en llanto.

Intenté interpretar su llanto por el lado de la angustia. Jamás pensé que el llanto de un bebé pudiera angustiarme tanto. "Tal vez debería revisar mi propio análisis", me dije con certera lucidez. Pero la resistencia se interpuso y terminé revisando los pañales del pequeño Gustav. No había nada. Es decir, algo había, pero era lo que tenía que haber. Gustavito no había atravesado ningún tipo de castración. Además, no era lacaniano. Era muy pequeño para poder seguir alguna línea psicoanalítica.


El pequeño Narciso, quiero decir el pequeño Gustav, provocaba diversos impulsos en los que lo rodeaban. Y en este ca¬so quien lo rodeaba era yo. Impulsos de protegerlo, alimentarlo, contemplarlo, alzarlo, gritarle para que se callara, y todos ellos cubrían, de alguna manera, su propio deseo, impidiéndole que se manifestara, actuando a la manera de la represión.

Comencé a preguntarme (otra vez) cuál era mi lugar. [Lo de "comencé" no es cierto. Yo siempre me interrogo acerca del lugar del paciente, del analista, del lugar donde dejé mi llavero, etc] Yo soy psicoanalista, pero fui contratado como niñera. Ahora bien, ¿acaso no somos los analistas una suerte de "niñera" de nuestros pacientes? ¿Acaso no los "cuidamos", no "sacamos a pasear los aspectos infantiles dormidos en lo inconsciente"? ¿No se dice que los pacientes "crecen" en nuestra compañía? El alivio que puede producir una interpretación, ¿no puede, de alguna manera, asimilarse al cambio de pañales, al ser descubiertos, reconocidos y "puestos afuera" elementos internos?

Entonces, ser la niñera del pequeño Gustavo era, de alguna manera, ser su analista, y ser su analista era ser su niñera. Había que ayudarlo a conectarse con su deseo, a ponerlo en marcha, a atravesar su fantasma que tal vez, del susto, no lo dejaba dormir.

Le comuniqué todo esto al pequeño Gustav, pero él siguió durmiendo profundamente tal como lo venía haciendo desde hacía un rato. Seguramente yo no me había dado cuenta, metido como estaba en mis propios pensamientos. El narcisismo (de él, claro) se volvía a hacer presente.

Me preguntaba si este quedarse dormido así, profundamente, tenía que ver con mi interpretación, si era una regresión relacionada con la puesta en marcha de sus defensas frente a lo angustiante de mi discurso, o si era, finalmente, mi tono de voz monocorde.

El análisis del pequeño Gustav continuó así durante varias semanas. Gustavito en lo suyo, y yo cuidándolo. Aprovechaba sus ratos de tranquilidad para leer, [Esto es muy común entre las babysitters] por ejemplo, algunos textos como "Psicoanálisis y maternaje", que me aportaron elementos teóricos, pero no resolvieron las incógnitas que, de alguna manera, seguían pesando en el tratamiento. ¿Cómo llegar a lo inconsciente del pequeño Gustav? ¿Cómo sacarlo de su narcisismo e inscribirlo en el deseo? Y, lo más grave, ¿qué hacer si se ponía a llorar desconsoladamente como a veces hacía?

Algunas sesiones más tarde ocurrió un hecho imprevisto, nuevo, sorprendente, que sólo un analista experimentado podría haber supuesto (y yo, lamentablemente, no lo hice). Gustavito, el pequeño Gustav, dijo "gu-gu".

Cualquier ser humano con un mínimo grado de sensibilidad se derrite frente a los primeros balbuceos de un bebé. Pero yo no era cualquier ser humano, era la niñera y, más aún, era el psicoanalista del pequeño Gustav, por lo cual en primera instancia interpreté el "gu-gu" como un impactante éxito terapéutico: se había roto el narcisismo y no había quien lo arreglara. Gracias a mi espera, a mi continencia frente a su incontinencia, Gustavito rompió la barrera represiva y dijo "gu-gu".

Pero como la completud no existe, aquí tampoco mi éxito había sido completo. [Menos mal, pues si hubiese sido completo, se habría desvirtuado el concepto de la inexistencia de la completud]

Gustavito había intentado comunicarse, decirme que su nombre era Gustav, pero el bloqueo resistencial que aún perduraba le impidió pronunciar su nombre completo limitándose a la primera sílaba: "Gu".

—Gu-gu —decía.
—Sí —le respondía yo—, te llamas Gustav, eres el pequeño Gustav, pero aún no puedes decirlo, y por eso dices "gu-gu". Tal vez pronto puedas vencer las dificultades y decirme tu nombre.

El pequeño Gustav reafirmó mi señalamiento repitiendo "gu-gu", al tiempo que emitía un sonoro y oloroso impacto por vía anal.

"Comenzamos a entendernos", pensé mientras reflexionaba acerca del lugar donde podía haber dejado el desodorante que había comprado a raíz de otro caso. [Se trata de "El hombre de los chanchos".] “¡La teoría se fusiona con la clínica dando lugar a la técnica!”, exclamé con total certeza delirante. Lo certero de mi exclamación me hizo dudar de la misma. ¿Y si "gu-gu" quería decir otra cosa? [Es un método para prevenir la psicosis que he creado: consiste en dudar sistemáticamente frente a cualquier certidumbre, hasta descartarla; lo llamo "Método del descarte".]

—¡Gu-gu-o! —dijo el pequeño Gustav, reafirmando, de alguna manera, mi duda. ¿Y esa "o" que antes no estaba y ahora está? ¿Será una especie de Fort-Da? ["Notá-acatá", según la traducción española de Antonio Machado y Ballesteros] En eso estábamos cuando llegó la madre a buscarlo, por lo que di por finalizada la sesión.


Desarrollo posterior del tratamiento

En las sesiones siguientes intenté verificar, a través del pequeño Gustav, varios postulados teóricos del psicoanálisis. Lo coloqué frente a un espejo para ver cómo reaccionaba, pero el pequeño siguió durmiendo sin darle trascendencia alguna al episodio, negando, renegando, en fin, dejando de lado los postulados teóricos de Lacan.

Intenté pesquisar la angustia del octavo mes, pero el pequeño todavía no tenía ocho meses de edad, por lo que me resultó imposible. Me preocupaba la posibilidad de que tuviera algún objeto transicional, pero, si eso ocurría, debía de ser fuera de los límites de mi consultorio. Tampoco se evidenció muestra alguna de pasaje a la posición depresiva (o sea que el pequeño no era lacaniano, pero tampoco kleiniano). En cuanto a la posibilidad de un Edipo temprano, sería muy difícil de verificar pues el pequeño Gustav siempre fue muy apegado a su mamá.

Éste es uno de los casos en que los analistas nos sentimos particularmente frustrados. Los pacientes no se esfuerzan para confirmarnos la validez de nuestras teorías, y, eso es muy malo para la práctica. Hay pacientes que insisten en ser distintos de lo que los textos indican, son pacientes rebeldes, heterodoxos, que no se identifican con ningún caso de Freud, Klein o Lacan, [Hubo, según refiere la bibliografía, el caso de un neurótico obsesivo que se identificó con "El hombre de las ratas"; "El hombre del hombre de las ratas", así se lo llamó, sabía de memoria los "Original Records" de Freud, y los repetía. Además, se enojaba con su analista pues éste no le interpretaba lo mismo que Freud. Se trataba, obviamente, de un caso de "obsesión por los obsesivos". Aparentemente también hubo un caso de "fobia a los fóbicos", pero no fue escrito] y el analista lo único que puede hacer para calmar su frustración es aumentarles los honorarios.

El pequeño Gustav seguía en lo suyo. Dormía, lloraba, se hacía pis y caca y decía "gu-gu", o "gu-guo", o hasta "gu-au", lo que me hizo pensar en un matiz de fobia a los perros, pero no hubo posteriores datos que lo confirmaran. Algunas veces el pequeño Gustav parecía interesarse por algo, ya que movía la cabeza en uno y otro sentido, pero finalmente llegué a la conclu¬sión de que no se trataba de nada en particular.

Si el pequeño Gustav estaba como buscando algo, pero no se trataba de nada concreto, era nuevamente mi lugar, como analista que era, el de investigar qué buscaba. ¿Se trataría de la madre? ¿Del padre que lo separara de una madre simbiótica? ¿Del objeto transicional? ¿Del objeto a? ¿Del chupete? Tamaña duda clínica me hizo interrogarme seriamente sobre la analizabilidad del pequeño Gustav, de los bebés, de los niños, y hasta sobre la mía propia, lo que me llevó a consultar de urgencia a mi analista, quien afirmó que yo era analizable, y me preguntó si yo intentaba parecer inanalizable para evitar pagar sus honorarios. Frente a tal respuesta, decidí seguir escuchando al pequeño Gustav, porque, si yo era analizable, ¿por qué él no lo iba a ser?

Por lo demás, Gustavito no asociaba nada. Sus "gu-gu", "gu-guo" y " gu-au" no remitían a ningún sitio. Lo que sí se fue notando a lo largo de las sesiones fue cierta sensibilidad ante la llegada de su madre, a la que saludaba haciendo pis, caca, llorando o haciendo "gu-gu".

Estos "gu-gu" con los que Gustavito saludaba a su mamá son clara prueba de su estadio narcisista. Si consideramos mi hipótesis de que "gu-gu" era una manera, bloqueada por la resistencia, de decir su propio nombre; entonces, al llamar a la mamá con su propio nombre (de él), demostraba un estadio simbiótico, indiscriminado, donde él es "gu-gu" y la mamá tam¬bién es "gu-gu", siendo ambos, por lo tanto, una sola persona.

Ahora, claro, si no consideramos mi hipótesis como verdadera, todo esto termina siendo falso. Los caminos por los que nos conduce la elucubración teórica son, como se ve, variados.

Un colega me señaló, oponiéndose a mi planteo, que si el pequeño Gustav usaba el "gu-gu" cuando llegaba su madre, era, justamente, para marcar una diferenciación. "Yo 'gu-gu'; tú no 'gu-gu'; ¿tienes tú cosita de hacer pipí?" [ Algo influido por el caso Juanito, tal vez.]

Otro eminente colega me sugirió que, en realidad, el "gu-gu" era una manera de llamar mi atención, de pedirme que operara como padre, estructurando la castración.
Opté por no consultar más eminentes colegas.

Reconocí que, frente a una situación tan compleja, todo lo que debía hacer era permanecer a la expectativa, en atención flotante, esperando alguna disrupción en el discurso por la que emergiera el deseo inconsciente del pequeño Gustav.

Mal que me pese, el discurso del pequeño era por demás coherente, o no, pero las incoherencias eran indistinguibles del resto: yo no podía saber cuándo Gustavito, queriendo decir "gu-gu", decía "gu-guo" cometiendo un fallido, y cuándo, por el contrario, ese "gu-guo" era exactamente lo que quería decir. El discurso del pequeño no era fácil de comprender, era apenas algo más fácil de comprender que el mío.

Cuando el pequeño Gustav llevaba ya varios meses de tratamiento, y se comenzaban a notar los efectos (en mi consultorio), un día la madre concurrió sola en el horario de la sesión, y me comunicó que Gustavito no vendría más, ya que ella había cambiado sus horarios y se quedaría a cuidarlo. Me abonó los honorarios, me dio las gracias, y se fue.

Yo me quedé pensando en lo frecuente de este tipo de episodios. "Cuando empieza a notarse la mejoría en los niños, los padres los sacan del tratamiento."


Epicrisis

Me he interrogado varias veces [Esta costumbre de interrogarme a mí mismo en diversas circunstancias, aun en aquellas en las que hay otras personas, me ha traído cierta fama de psicótico.] acerca de las circunstancias de la interrupción del tratamiento del pequeño Gustav. "La madre eligió la simbiosis, permanecer atada al pequeño manteniendo el vínculo simbiótico-narcisista-indiscriminado" fue una de mis primeras hipótesis. Esto me dio, de alguna manera, una idea diagnóstica que me hizo pensar en la gravedad del caso, aunque, debí reconocerlo, atenuada por la edad (del pequeño), que aún no había pasado los siete meses y cuyo contacto con la madre podía ser beneficioso para él, aunque no para mí, ni para mi propio narcisismo, que se sintió algo herido.

Si la madre de Gustavito elige el encierro frente a la apertura a la cultura, ¿por qué su anterior pedido de tratamiento? ¿O se trataba sólo de un pedido de cuidado tal como el que ella había manifestado? Podría ser que no hubiera nada detrás de todo el transcurso del tratamiento, de mis conclusiones y hasta de mi propia salud mental, por lo que finalmente descarté esta hipótesis. [No sin antes encontrar elementos teórico-clínicos que me permitieran tal descarte. He decidido no extenderme en exponer esos elementos de trabajo]

Decidí volver a reflexionar sobre el abandono. Tal vez realmente el cambio en el horario de trabajo de la madre tuviera un peso mayor que el que yo le otorgaba.

Tengo que destacar, en ese caso, la fragilidad de ciertas demandas de análisis, en pacientes como éste, en los que, en realidad, no hubo demanda manifiesta. La madre no la verbalizó, y el pequeño Gustav aún no disponía de un lenguaje verbal lo suficientemente amplio como para hacerlo por sus propios medios. En situaciones como ésta se puede discernir lo delicado de ciertos vínculos. El pequeño Gustav, si la madre no lo trae, no viene. Está totalmente determinado por el Otro o, en este caso, por la Otra. Él había llegado a través de un agujero, una carencia, la producida por la falta de la niñera. La falta lo trae, al provocar un síntoma, al romper la completud de la madre que no puede hacerse cargo. Luego la madre resuelve la situación, rellena la falla, vuelve al estado de completud, ocluye la angustia, y entonces el tratamiento del pequeño se transforma en síntoma, en señal de algo que ocurrió. "¿Para qué voy a llevar a Gustavito al tratamiento si lo puedo cuidar yo?", dice la madre, obviando, como dije, que el tratamiento del pequeño fue más que un simple "cuidarlo" [Muchas madres de adolescentes, y aun de adultos, razonan de igual manera invitando a sus hijos a permanecer a su lado. "¿Quién te va a interpretar mejor que tu mamá?", les dicen. Estos casos, sobre todo si las madres tienen éxito, suelen ser más graves que el de Gustavito; por lo demás, resulta desagradable ver a un adulto siendo amamantado (aunque sea a mamadera).]. La madre evita, así, el recuerdo de su propio agujero, de la posibilidad de estar en todas, de la castración, finalmente. Se apoya en su motivo manifiesto, válido, pero en este caso sólo como excusa, como medio para tapar el deseo del pequeño Gustav, de ocluir su "gu-gu" que no llegó a ser “Gustav” (ni ninguna otra palabra), su propio nombre, su identidad. La resistencia parecía haber ganado la batalla, lo que me produjo una sensación de enojo y frustración.

Vi un par de veces más al pequeño Gustav, en el pasillo. Ha pasado un largo tiempo desde su tratamiento. Gustavito gateó, caminó, y ahora habla, corre y juega, por el pasillo.
Aparentemente da muestras de independencia, aunque a veces es un tanto insoportable.






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