miércoles, 28 de mayo de 2008

La hora de un balance (Silvia Bleichmar)


Hubo un siglo en el cual se desplegaron todas las esperanzas: desde la propuesta de acabar con la miseria hasta la de expulsar los demonios psíquicos que favorecen la destrucción humana, desde la ilusión de generar una infancia libre de temores hasta la de constituir una vejez sin deterioro, casi inmortal. Hubo también un siglo en el cual se agotaron todas las esperanzas: desde la confianza a ultranza en la bondad humana como límite a toda destrucción hasta el ideal que proponía la alianza entre progreso científico y racionalidad al servicio del bienestar. Hubo un siglo cuyo legado aún no hemos recogido totalmente porque su balance no ha sido acabado. En ese siglo tuvo su despegue el pensamiento de Lacan.
Que el balance no esté siquiera iniciado no es problema sólo de los psicoanalistas, ni de los restos de dogmatismo que nos quedan, ni de las imposibilidades que nuestras propias teorías generan. Que no sepamos aún qué lugar otorgarle, veinte años después de la muerte de su creador, 100 años después de su nacimiento, no es excusa para abstenerse de una evaluación. Estamos marcados por Lacan, y esto es ineluctable; estamos marcados por el afán de universalidad que recogió no sólo de Freud sino de Levi Strauss, con el cual se ha intentado combatir toda intolerancia, toda atribución de una diferencia a “las mentes” - primitivas, occidentales, judías, musulmanas, orientales, negras, centroamericanas, glaciares, bananeras... El Edipo nos homogeneiza, y el ingreso a la cultura no pasa ya por la técnica, por la creación artística, por la confianza en Dios, o por los modales de mesa: basta con tener la prohibición del incesto, y con ello somos todos tan humanos como el mejor.
Si esto no basta para constituir una ética, sí es suficiente, al menos, para dar lugar a la democratización del imperativo kantiano: cualquier trobriandrés que sabe que no puede casarse con la hermana porque debe cederla si quiere tener un cuñado para ir a pescar, actúa en consecuencia, aún cuando no sepa que está atravesado por una ley que subordina el deseo al bien común. La ética se impone cuando a partir de esta universalidad se introduce el concepto de semejante: el otro que nos convoca, con el cual nos identificamos, y al cual inevitablemente odiamos y amamos, en el marco de una tensión agresiva que constituye el espacio que nos abstiene del aniquilamiento.
Es a Lacan, a quien corresponde, por primera vez en la historia del psicoanálisis, poner sobre el tapete esta idea que nunca ha sido formulada antes, ni siquiera por Freud: El inconciente no es un producto natural, no se nace con él, no se evoluciona a partir de su existencia preformada; es el hecho de ser hijos de otros seres humanos la condición de existencia del inconciente, tanto en lo que nos habilita para constituir representaciones que no provienen de nuestro bagaje genético y que constituyen el capital de toda inteligencia humana, como en los fracasos de la hominización. Excrescencia que abona el terreno cerebral en el cual pueden cultivarse los productos del espíritu, el descubrimiento del inconciente es irrenunciable para la humanidad en razón de que arranca de la inmediatez biológica, autoconservativa, poniendo en el centro que la sola existencia del sistema nervioso, tanto en su inacabamiento originario como en su culminación extra-cultura, es absolutamente insuficiente, impotente, desértico, para que de él pueda surgir la menor formación de pensamiento.
Es Lacan quien restaura, siguiendo a Freud, la relación del psicoanálisis con la cultura, y pone en tela de juicio que su única misión sea la de inscribirse en las artes de la cura. La filosofía post-metafísica que se propone la desconstrucción del sujeto – desde la filosofía del lenguaje al marxismo occidental, pasando por la fenomenología -, la lingüística, la literatura... Y también con la ciencia, no ya para sostener al psicoanálisis en una biología mítica sino a la búsqueda de modelos que funden su especificidad: la física – no ya la hidráulica -, las matemáticas, y en particular la topología, de la cual se sirve en aras de fijar sus descubrimientos a nivel universal: bandas de Moebius, nudos borromeos, matemas, conjuntos...
Cada uno de estos elementos constituye su aporte, pero tal vez también su mayor lastre, cuando el afán de universal hace perder de vista que el psicoanálisis se instituye sobre el horizonte de la búsqueda de determinación de las legalidades psíquicas pero que, al mismo tiempo, es imposible su implementación en la determinación de fenómenos sino es a partir del reconocimiento de la singularidad. Más que nunca, “El ascenso a la concreto”, no aquí la aplicación de la ley general, sino el descubrimiento del modo con el cual se estructura el ser humano tanto el movimiento que lo funda como aquél al cual permanentemente escapa, en el borde de la trasgresión que lo torna único, y que lo define como parte de una especie en la cual lo diferente no es accidente sino esencia misma – si es que aún es posible seguir tironeando alrededor de esta palabra que sólo empleo con afán de sacudir las fórmulas canónicas que definen la esencia sea como lenguaje, como aspiración a lo sagrado, o como sujeto social – todas ellas tan acertadas como insuficientes en razón de que toda esencialidad es imposible de ser sostenida para el caso en virtud de que es el hombre mismo el que crea y define lo que le es esencial, aún cuando lo haga bajo formas sociales, aspirando a algo más que lo autoconservativo, y comunicándose mediante el lenguaje.
Cuestiones que se arrastran en el cuerpo mismo del sistema, y que constituyen, en el interior de la reformulación fenomenal operada, su mayor lastre tanto para la práctica como para la teoría. Podemos resumirlas bajo algunos items:

1.- El descubrimiento de que el psiquismo humano no está determinado a-priori por ninguna herencia ni biológica ni filogenética – pulsión endógenamente constituida o fantasmas universales de cuño lamarckiano – sino que se funda en el interior mismo de las relaciones sexualizantes con el semejante, ha derivado en un arrasamiento de las posibilidades de cercamiento de su constitución, de reconocimiento de los tiempos reales en los cuales tiene origen, en razón de la dilución de la diferencia entre las condiciones edípicas, de partida, y la nueva estructura de llegada, vale decir el nuevo psiquismo al cual estas dan origen.

2.- La restitución al lenguaje de su función princeps no sólo en el proceso de la cura sino en la constitución del psiquismo, posibilitando una salida de la técnica de la traducción del discurso del sujeto a sus supuestos contenidos universales inconscientes, o restituyendo la libre asociación como método privilegiado del trabajo analítico, ha producido sin embargo, en un mismo movimiento, dos efectos obstaculizantes mayores: por una parte, ha asimilado el inconciente al preconciente, destituyendo mediante la primacía del significante toda otra posibilidad de simbolización y con ella la heterogeneidad de un psiquismo que no se reduce a la palabra – aún cuando sólo por medio de ésta pueda ser plausible la producción de significación. Por otra parte, ha dejado al psicoanálisis “de frontera”, con niños y psicóticos, despojado de instrumental en razón de que se desconoce todo aquello que no siendo del orden del lenguaje puede ser desprendido por el mismo y recompuesto a partir de éste. La primacía del significante es también la primacía de la lingüística sobre la semiótica, lo cual no es muy claro en el corpus lacaniano si es efecto de una elección o de una competencia cultural, al tomar partido por Saussure contra Peirce, con el empobrecimiento que representa el desconocimiento de este último, en particular para una práctica psicoanalítica más cercana a lo real – en los límites de las formaciones segundas del lenguaje, y en particular bajo los modos traumáticos con los cuales el psiquismo se constituye y la neurosis se instaura .

3.- El afán de refundar una metapsicología, en el sentido estricto del término, como modelización de paradigmas en los cuales se articula todo conocimiento, sostenida en una racionalidad fuerte, y no derivada de la práctica ni del imaginario fantasmático del sujeto en análisis, ha llevado a la confusión entre principios generales del funcionamiento psíquico y modos de definición para su transformación. El intento, epistemologicamente correcto, de proponer que no existe la “técnica” al margen del campo teorético en el cual esta se produce, ha derivado en la subordinación de toda acción práctica al campo de la teoría o incluso de la especulación, lo cual ha liquidado la pata que sostiene al psicoanalista como artesano, vale decir como “artista”, dominador de habilidades y herramientas, y lo ha dejado en el aire apoyado sólo en la extremidad “ciencia”. En esta misma dirección, la polémica por arrancar al psicoanálisis de su “medicalización”, que constituye su mayor virtud, ha culminado en práctica sin proyecto de transformación, e incluso abstinente de todo compromiso con el dolor del otro. Tan errado desde el punto de vista teórico como inmoral desde el punto de vista de una clínica que opera en el interior mismo del sufrimiento humano.

4.- La tripartición en estructuras que posibilitan definir de un modo más riguroso y menos intuitivo el campo de la psicopatología a partir de formas de defensa estructural dominantes – Verdrängung, Verleugnung, Verwerfung para la neurosis, la perversión y la psicosis – han constituido un ordenador imprescindible. Sin embargo, la cosificación de la estructura como dada de una vez y para siempre, y el desconocimiento de la heterogeneidad que la articula como tal, no permite hoy avanzar ya que ha devenido un lecho de Procusto totalmente insuficiente. Si alguna virtud tiene por otra parte el reconocimiento de estos modos del funcionamiento psíquico es el hecho de que su dominancia posibilita la determinación de la estrategia de la cura, pero para ello hay que salir del imperialismo del método clásico, que ha devenido, paradójicamente, “técnica” que se aplica al margen de la estructura misma. La libre asociación no es posible sino como modo de emplazamiento del discurso en el sujeto de la represión, vale decir articulado por relación al inconciente, de modo que el reconocimiento del modo de funcionamiento dominante determina la diferencia entre método psicoanalítica y estrategias de instalación del análisis, las cuales pasan en última instancia por la posibilidad de un sujeto analizante, estructuralmente plausible de análisis, y no por los modos de la demanda, que son del orden de lo imaginario.

5.- El emplazamiento de la castración no como vicisitud del desarrollo sino como articulador que alude al reconocimiento de la incompletud ontológica tiene el mérito de des-sustancializar el deseo y, en particular, de arrancar los tiempos de la constitución psíquica de una genealogía de objetos adheridos a etapas o estadios genéticamente preformados. La impasse mayor que se arrastra es la regenitalización en psicoanálisis de todo lo que tan trabajosamente ha sido descripto como del orden de la pulsión parcial al hacer pivotear toda la teoría y la práctica sobre el elemento “falo” alrededor del cual se articulan todos los objetos de deseo. Si adecuadamente Lacan hizo entrar en crisis el concepto de pre-edípico a partir de que el Edipo no queda reducido al complejo sino que es resituado como espacio de constitución psíquica, la anulación de la diferencia entre las condiciones edípicas de determinación de la subjetividad y los movimientos por los cuales metabólicamente la cría humana se constituye en su interior ha dejado todo este proceso subordinado a la genitalidad – cómodamente subsumida bajo la premisa universal del falo – arrasando con ello todo el concepto freudiano de sexualidad ampliada – que es de hecho pregenital en el niño, aún cuando esté atravesada por la genitalidad del adulto.

6.- El modelo, constituido como sistema, que tuvo la virtud de producir una impronta fuerte de destitución tanto del pragmatismo como del biologismo previos, se sostuvo sin embargo en una mutilación de la obra freudiana para hacerla entrar al servicio de las necesidades del nuevo corpus a constituir. Porque más allá de la justeza de muchos conceptos nuevos acuñados por Lacan, no se puede operar como si fuera en continuidad con Freud, y sin someter a Freud mismo a revisión. Tarea esta indudablemente necesaria para hacer entrar en crisis los restos biologistas o innatistas que atraviesan – y no de modo secundario – su obra, y que debe ser realizado con un verdadero trabajo que no sea ni un abandono ni un supresión de las razones que lo llevaron a tomar tal o cual dirección. Si hay un argumento lamentable, que ha sido oído con recurrencia en estos años, es el de que, cuando el texto freudiano no responda a las necesidades teóricas de su lector, éste afirme, de modo impúdico “lo que Freud quiso decir...”, ya que es precisamente esta atribución traductiva la que ha sido puesta en tela de juicio, como método general, e invalidada, por el lacanismo mismo – y que retorna a fines de comodidad epistémica o de alianzas políticas, más allá de toda verosimilitud de método o de contenido.

7.- Inevitablemente, en la medida en que la práctica psicoanalítica se establece en el marco de los fantasmas y enunciados de quienes la practican – de uno y otro lado del diván – sus teorizaciones se ven impregnadas por los modos históricos de producción de subjetividad de los sujetos que la nutren. En este sentido parte de los descubrimientos de Lacan, que constituyen ya conceptualizaciones importantes de la teoría psicoanalítica en general, merecen ser revisados y despojados de los elementos de la subjetividad del siglo XX que los atraviesan. El descubrimiento de la prohibición de intercambio de goce entre el niño y el adulto no puede seguir siendo denominado “Nombre del Padre”, que es en última instancia el modo con el cual se definió, en términos generales, la implementación de la ley edípica en el interior de la familia patriarcal burguesa de Occidente. Lo cual va acompañado, inevitablemente, por otros remanentes ideológicos sostenidos en opciones teóricas falsas , y en particular por la asimilación del concepto de estructura del Edipo a la forma que asume en este mismo modelo de familia. ¿Quién puede hoy afirmar sin ruborizarse que es necesario “un padre y una madre” para garantizar la salud psíquica de un niño?


8.- Dentro del mismo orden, pero con alcances polémicos de peso en la actualidad, el hacer girar toda la estructuración psíquica alrededor del eje de la asunción de la castración concebida en el marco de la diferencia anatómica de los sexos, ha empobrecido el concepto de alteridad en razón de que todo el reconocimiento de la diferencia quedó abrochado a esta última. Las consecuencias son severas tanto para la clínica como para el reconocimiento del psicoanálisis en el campo más general de la producción de ideas del siglo XXI, ya que la estigmatización de la homosexualidad es el derivado directo de una teorización que considera que lo diferente es diferencia de sexos, y no modos más generales de determinación de la elección amorosa. Al reducir toda diferencia a “la Diferencia”, y luego, en un mismo movimiento, considerar a esta anulación de “la Diferencia” como efecto del desconocimiento de la castración, la homosexualidad queda del lado de la perversión y el narcisismo concebido como anobjetal, vale decir, definido por la imposibilidad de diferenciar al objeto de amor como otro.

Si existió Lacan en un siglo que valió la pena ser vivido, falta aún al psicoanálisis redefinir los términos con los cuales se insertará en la historia que comienza. Tanto su capacidad de hacer frente a nuevos problemas como la confianza decisiva en su fecundidad, son motivo de los párrafos que anteceden. No hay en ellos, indudablemente, la menor propuesta de una agenda de debate para la realización de un balance, pero sí la convicción de que la herencia teórica debe ser resguardada de sus mayores riesgos: su dilución en el interior de un campo empobrecido material y teóricamente, así como su enquistamiento empobrecedor a partir del desgaste de un pensamiento crítico que la remoce. La restauración histórica no viene hoy de la mano de la polémica sino de la dilución de los enunciados que produjeron lo mejor del pensamiento que hemos recibido: soslayar a Lacan, como soslayar a Marx, son las formas larvadas del autoaniquilamiento de los intelectuales. Someter a discusión la vigencia de la herencia teórica recibida es el primer paso para comenzar nuestra propia recomposición ante las difíciles condiciones imperantes.


Notas
1 Empleo acá la expresión “hombre” basándome en las palabras de Castoriadis cuando definiera que es imposible en francés, y también en español, soslayar la cuestión en razón de que no poseemos las categorías diferenciales de “homo antropus” para el universal y vir y fémina para el género. Esto me obliga a atenerme al modelo clásico, porque cualquier modificación corre el riesgo de introducir nuevas discriminaciones: hombre-mujer, burgués-proletario, argentinos-extranjeros, categorías binarias que eluden el universal fundante que hace a la categoría de “lo humano”.
2 Fue en el Coloquio de Bonneval donde J. Laplanche abrió por primera vez la polémica al respecto, para plantear una posición que opuesta a la fenomenología restituyera al inconciente su posición de estructura segunda, realista y constituida por una materialidad que no sólo se sustrae al campo de la conciencia sino que se constituye tópicamente más allá de ella.
3 Tal vez sea J. F. Lyotard uno de los pocos que logró romper esta primacía del significante, ya en los 70’s con Discurso, figura.
4 ¿Cómo conciliar este afán universalista con tal nivel de subordinación sin dejar entrever el pensamiento – hegeliano desde el punto de vista filosófico, colonial desde la perspectiva política - que considera a la Francia de las luces (con su región negra ensombreciéndola) como la culminación de la Historia de la Humanidad?¿ Por qué no llamar “metáfora del tío” o “del cuñado”, o del “jefe tribal”, o, incluso, de la “amazona principal” al significante con el cual se introduce la ley de cultura en el hiato que arranca al niño de su captura originaria y lo precipita a la circulación?


5 No puede, en modo alguno, ser destituido un enunciado teórico por razones ideológicas, por muy válidas que estas sean. En todo caso, será necesario someter a la prueba de racionalidad teórica el enunciado, y ver luego cómo se resuelve su modelización en el interior del sistema de ideas de quien lo trabaja. Lo verdadero no puede ser subordinado a lo justo, pero lo verdadero, por otra parte, es verdadero en el interior de un universo de posibilidades, y no eternamente verdadero o universalmente verdadero, más allá de las condiciones que lo producen. La teoría de la gravedad es absolutamente verdadera, pero no se cumple en el espacio exterior, y la ley de prohibición del incesto entre padre e hija es estructurante, y esto es verdadero al menos en las condiciones de producción de subjetividad que conocemos dentro de un determinado sector de la humanidad en el cual nos ha tocado vivir.


Fuente: Emule

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