jueves, 15 de mayo de 2008

Reportaje a la Dra. Silvia Bleichmar


Diario Clarín, Sección SEGUNDA, por Héctor Pavón Domingo 18/IV/99

-¿Por qué cree que los jóvenes delincuentes se muestran más violentos?
“¿Más violento que qué? La expresión “más violentos” debería ser remitida a algún patrón que posibilite la comparación: ¿Más violentos que antes? ¿Más violentos que los delincuentes adultos? O más violentos de lo que cabría esperar...
La violencia delictiva, inmisericordiosa de niños y jóvenes quebranta la esperanza que lasociedad civil deposita en el futuro, poniendo al descubierto que los daños cometidos en una época histórica no se subsanan fácilmente con un relevo generacional.
No podemos desconocer que los niños y jóvenes de nuestro país son víctimas, en su conjunto, de una herencia de impunidad en la cual se marcan claramente dos vertientes: por un lado la que proviene de la época de la represión, por otra la que remite a la corrupción que constituye el mayor motivo de desencanto a 15 años de democracia.
Impunidad y desesperanza: estas son en mi opinión las palabras claves que enmarcan la situación, y que constituyen un eje que no siempre se tiene en cuenta.

--¿Qué incidencia cree que tienen sobre la delincuencia juvenil, factores como pobreza, falta de trabajo, consumo de drogas, entre otros?
Por supuesto, que si bien esto afecta a todas las capas de la población, sus efectos no son los mismos; de ahí que cuando Ud. me pregunta qué incidencia tienen sobre la delincuencia juvenil factores como pobreza, falta de trabajo, consumo de drogas, indudablemente sean causales de primer orden, pero ellas solas no permiten explicar el modo de ejercicio de la violencia. Las profundas mutaciones operadas en ciertos modos de representación de la relación del sujeto con la sociedad no se desprende mecánicamente de la pobreza. Estas mutaciones dan origen a modos de operar que no dependen sólo de la situación social del sujeto, ni tampoco surge aisladamente de los deseos individuales, no puede ser atribuido a un factor “demonizado” como se ha hecho en ciertos casos (la televisión, por ejemplo), se trata de un modo residual de instalación de la experiencia en un sistema de representaciones que involucra tanto la conciencia presente de la situación actual como los sedimentos que ha dejado la historia sin que se haya operado un procesamiento reflexivo acerca de sus efectos.
El modo con el cual se cede a la impulsión transgresora en la infancia no es sólo efecto de la represión que el adulto ejerce, sino del hecho que la pautación tiene eficacia en razón del amor y respeto con que ese adulto es investido. Si en una familia el padre fuera un delincuente, y los hijos robaran, nadie pensaría que el padre “necesita mayor poder y autoridad” para poner orden. Esta es la paradoja en la cual se encuentra la sociedad argentina: quienes están a cargo de la represión del delito se ven cotidianamente involucrados en el mismo. Los jóvenes no sólo temen a la policía, también la desprecian, han padecido su arbitrariedad y falta de moral, y cuando se cruzan con una patrulla, por la noche, aunque no tengan nada que ocultar, aunque vengan de casa de un amigo de estudiar y se dirijan a dormir a la suya, la evitan por temor a ser humillados, maltratados, incluso robados...
Por eso la prevención del delito implica una tarea urgente: la de ofrecer un modelo en el cual la impunidad sea realmente penada, comenzando por el poder judicial, los organismos de seguridad y, por supuesto, los sectores gobernantes.
Me pregunta usted si la deserción escolar es un factor a tener en cuenta. Es más bien la resultante de lo mismo, de la caída de la esperanza en el futuro de una vida mejor. Se piensa que los niños se hacen delincuentes porque no van a la escuela y andan por la calle. Se pierde de vista que esos niños que andan en la calle han perdido toda esperanza de que la escolaridad cambie su situación de existencia, y lo más grave de ello es que sus padres la perdieron primero, antes de que estos niños nacieran, y forman parte de la oleada de marginación que la economía actual arroja todos los días. Tal vez sea audaz de mi parte afirmar que no es la pobreza la que genera la deserción escolar, sino la miseria irredenta y sin esperanza, pero no se puede descuidar el hecho de que los seres humanos no actúan movidos sólo por las circunstancias presentes – sería banal y hasta injusto proponerlo de este modo – sino por una compleja combinación de experiencias pasadas y de expectativas futuras que modelizan el presente.
Pero en el otro extremo, en el de los sectores corruptos y pudientes, la educación ha dejado de ser un valor en sí: no se puede dejar de recordar que nuestra primera dama en ejercicio fue acusada de copiarse, ¡y no con machete! sino con un complicadísimo sistema que parecería brindado por los sistemas de seguridad: transmisores, apoyo logístico, etc., dejando luego sus estudios, y representándonos alegremente mientras bosteza en todo acto de cultura al cual se ve obligada a asistir – no sin presentar previamente una encomiable resistencia.

--¿Por qué los delincuentes juveniles aparecen más jugados, como si no tuvieran conciencia de que pueden perder la vida desde el momento en que empuñan un arma?
Los jóvenes en general son generosos con su vida y descuidados con la vida ajena; esto puede llevarlos a los más grandes actos de egoísmo o a las mayores atrocidades. Es extraordinario cómo la misma sociedad que pensaba que los jóvenes que murieron en Malvinas eran seres extraordinarios, se horrorice del poco respeto que tienen los niños y jóvenes que cometen actos delictivos por su propia vida o por la de los otros.

-Se habla del crecimiento del delito y en particular de los cometidos por adolescentes o jóvenes. Sin embargo, no existen cifras que prueben esto. ¿Por qué cree que surgen estas afirmaciones y se reproducen infinitamente en los medios?
No lo sé, pero si es así tal vez haya que tener en cuenta el efecto brutal que produce el hecho de que aquellos que están destinados a reparar todos los males y sufrimientos del pasado, los “inocentes” de una sociedad, aquellos a quienes debemos proteger y no de quienes debemos cuidarnos, se transformen en portadores de la maldad. Algo se subvierte profundamente en las representaciones colectivas, dando cuenta del malestar en juego en las condiciones de vida actual y produciendo una vivencia del orden de lo siniestro.

--¿Cómo juega en el joven su núcleo familiar y su entorno social para que se transforme en un delincuente?
Gran parte de los niños que participan hoy de acciones delictivas importantes han constituido familias de pares, en las cuales los roles de protección y pautación están dadas por el grupo de pertenencia, muchos de ellos comandados por adultos. Cuando un grupo de seres humanos se reúne, lo que importa no es que compartan un techo, sino la ideología, valores, modos de representación del mundo que se transmiten entre ellos, y en este sentido tomar el argumento de la “desintegración familiar” es tan banal como falso. La delincuencia juvenil, o infantil, es el síntoma más preocupante de nuestra sociedad actual, ya que pone de relieve el fracaso no de la familia individual, sino de las instancias “parentales” del país, vale decir de protección: judiciales, legislativas, de gobierno, en su carácter de entorno constituyente y protector de la sociedad civil. Remitirlo a la responsabilidad de la familia individual es un nuevo modo de desresponsabilización de quienes deberían sentirse responsables.

--¿Cree que bajar la edad de imputabilidad puede solucionar los problemas de inseguridad que hoy se viven?
En absoluto. Y aún cuando fuera posible que una parte importante de los delitos de menores estén comandados por adultos que se escudan en la inimputabilidad ofrecida por la edad, bajar la edad de penalización no resolvería nada, ya que siempre se podrían encontrar ejecutores más jóvenes, a partir de la edad en la cual un niño pueda sostener un arma y tenga la destreza motriz para apuntarla hacia el lado previsto. No pueden ser confundidos los reclamos de mayor seguridad con lo de mayor represión; esta es una de las encerronas más viejas que ha sufrido la sociedad argentina, y siempre se nos han quedado los pies encerrados en la trampa que armamos





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