viernes, 23 de mayo de 2008

El salvaje metropolitano Rosana Guber (cap. 3)



Reconstrucción del conocimiento social en el trabajo de campo



3. El enfoque antropológico: señas particulares



1. Aportes de la antropología clásica: el trabajo de campo y la etnografía

La antropología planteada inicialmente, desde el evolucionismo como ciencia de la

diferencia sociocultural, se abocó a la tarea científica de explicar y, para ello, de describir los pueblos primitivos como supervivencias del pasado de la humanidad. En el período de entreguerras, la antropología moderna instauró su referente empírico también en los pueblos primitivos, pero como representantes de la diversidad cultural.

Finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial, la antropología reubicó su interés

por la diversidad en el interior de las propias sociedades de los investigadores e, incluso,

de las sociedades que habían sido colonias, pero entendidas como partes de un mismo

orden mundial. Así, la atención en la diversidad revirtió la investigación en sectores de

las sociedades capitalistas avanzadas y en sectores del mundo que no gozaban de las ventajas ni de la acumulación del mundo capitalista. Esos sectores, aunados por la desigualdad, eran los campesinos, los desempleados, los pobres urbanos, los marginados, etcétera. Estos estudios se extendieron a otros agrupamientos humanos y tuvieron en cuenta la singularidad de sus valores y modos de organización: comunidades migrantes, hippies, linyeras, consumidores de estupefacientes, adeptos a sectas religiosas, etcétera (Boivin, Rosato y Arribas, 1998).

Pese a las distintas ópticas teóricas, todos estos objetos empíricos tenían algo en común:

la construcción que hicieron las sucesivas gneraciones de antropólogos —se llamaran etnógrafos, etnólogos, antropólogos sociales o antropólogos a secas— de los grupos

humanos como expresiones de la singularidad sociocultural en el género humano. [67]

La antropología comparte con otras disciplinas la intención explicativa de los fenómenos sociales en proceso, pero si quiere ser consecuente con su "misión antietnocéntrica" debe reconocer cómo los actores configuran el marco significativo de sus prácticas y nociones, lo que aquí hemos llamado "la perspectiva del actor" (Geertz, 1973). Expondremos brevemente cómo se lleva a cabo este reconocimiento y las novedades que introduce en la investigación social. En principio, el investigador describe una realidad particular, animada por complejos de relaciones que atañen y vinculan distintos campos de la vida social. Las etnografías presentan un retrato vivido de los más variados aspectos de una cultura: economía, organización social y política, sistema religioso y de creencias médicas, formas de socialización de los jóvenes, tratamiento de los ancianos, vínculos con la naturaleza, relaciones con otros grupos culturales, arte, tecnología, etcétera.

Las corrientes empiristas dicen asegurar una pintura fidedigna, sin distorsiones etnocéntricas, a través de la aproximación inmediata y no teórica al campo. El naturalismo encuadra sus observaciones en el ámbito natural de los sujetos; la investigación in situ se muestra como garantía inapelable de la calidad de los datos, pues, al permanecer en su ambiente, el objeto empírico se mantiene inalterable cuando es abordado por el investigador, que es visto como un agente neutral y no contaminante.

A diferencia de lo que ocurre cuando se utilizan instrumentos tales como encuestas y

entrevistas formalizadas -que exigen a los sujetos alterar, siquiera momentáneamente,

sus actividades habituales-, el antropólogo intenta pasar desapercibido, valiéndose de

técnicas menos intrusivas de recolección de datos. Asimismo, las fuentes secundarias le

merecen alguna desconfianza en la medida en que, seguramente, trasuntan la artificialidad de los contextos en que fueron obtenidos los datos y la extrapolación de categorías pertenecientes a quien confeccionó el documento, la encuesta o el censo (Hammersley, 1984: 48).

Ciertos principios de la práctica empirista han perdurado, revelando influencias metodológicas sumamente valiosas para la práctica antropológica, que presentamos en

su forma clásica. Una de ellas es la unidad entre el recolector de datos y el analista, en

todo el curso de la investigación. Es la misma persona la que diseña el proyecto, la que

se dirige al campo, la que recoge Información, la que posteriormente la analiza y redacta

el informe final (Rockwell, 1980; Clammer, 1984; Holy, 1984). Otra es la exigencia del

registro de los múltiples aspectos que componen la vida social, cuidando de no alterar

las prioridades conectivas propias del marco de referencia de los actores. Los estudios

integrales u holísticos de la etnografía revelan las conexiones entre actividades económicas y nociones del mundo sobrenatural, entre actividades políticas y conceptos estéticos y sociales, etcétera. La [68] descripción antropológica se caracteriza, pues, por abarcar un amplio espectro, tomando en íntima relación y conjuntamente lo que, desde el medio académico, suele tratarse por separado. De este modo, por ejemplo, una práctica definida como económica adquiere sentido en relación con otros aspectos y áreas de lo social que se dan cita en la situación observada y en el conjunto organizativo de la vida social (Johnson, 1978: 11; Agar, 1980: 75). El investigador, al dirigirse al campo, no debe mantener ningún orden de prioridades preestablecido, pues su criterio de selección del material y de las conexiones significativas provendrá de aquellos a quienes estudia. Más aún, el investigador ha de detectar el sentido de prácticas y nociones en el seno del haz de relaciones que los sujetos le presentan en el contexto de la vida cotidiana en el campo.

Por otra parte, siguiendo la tradición de los tiempos en que sus estudios concernían,

fundamentalmente, a sociedades sin escritura, los antropólogos se entrenan en relevar normas y prácticas consuetudinarias, más que códigos explícitos y formalizados. Esto ha dado lugar a una particular destreza para detectar las pautas informales de la práctica social, ya sea lo que todos saben como parte del sentido común, sea aquello que, asimilado a la práctica, no se considera digno de ser registrado, sea el conjunto de prácticas y nociones que se alejan -por costumbre y/o contravención- de las normas establecidas. Así, los antropólogos buscan establecer, desde un enfoque holístico, la vida real de una cultura, lo cual incluye lo informal, lo intersticial, lo no documentado, más que lo establecido y lo formalizado (Rockwell, 1986: 16; Wolf, 1980). Esta tendencia abre un vasto y polémico campo de discusión, clásico en la antropología, en torno a la explicación de las contradicciones entre lo que se considera que debe hacerse, lo que se dice que se hace y lo que se observa en la práctica concreta. Las vías para dirimir esta cuestión son múltiples y dependen de decisiones teóricas. Sin embargo, el reconocimiento de ese lado oscuro demanda la presencia del investigador como condición necesaria, pero no suficiente, para la captación de los "textos y subtextos" de la vida social (Willis, 1984).

2. El papel de la teoría en la producción del conocimiento social

Las corrientes racionalistas críticas del empirismo sostienen que el conocimiento se

lleva a cabo a través de la organización cognitiva propia del sujeto y que esta organización responde a cierta anticipación o conceptualización —teórica- de aquello que se desea conocer (Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 1975; Batallan, 1985).

Según esta epistemología, toda descripción está precedida por una idea, incluso [69]

asistemátíca o incoherente, de aquello que se va a describir y, sobre todo, del sentido u

orientación explicativa en que dicha descripción se verá inscripta. Esta cuestión parece

capital en una disciplina que ha hecho de la descripción -tal la misión de la etnografíasu

piedra de toque y rasgo distintivo; ello le ha valido, no pocas veces, la calificación de

precientífica, una "mera descripción" al no tenerse en cuenta la particularidad apuntada

por Runciman (1983).

A esta altura cabe mencionar el papel que el teoricismo, como exacerbación del racionalismo, ha asignado a la teoría. A mediados de la década de 1960, a partir de una

de las tantas crisis que sufrió el empirismo en el ámbito académico y, en este caso, en el campo de la sociología, los informes y las discusiones comienzan a dar prioridad a la elaboración teórica abstracta y califican todo intento de justificación a través de la aproximación a lo empírico como vicio empirista. Así, el teoricismo se opone polarmente al empirismo, que sostiene una concepción del acceso a lo real como inmediato y ateórico, lo que lo convierte en "una ideología de la observación", como dice M. Thiollent (1982).

Empero, si bien no basta replicar la empiria tal como se nos presenta, tampoco basta con

enunciar cuerpos teóricos para avanzar en el conocimiento social. Superar el empirismo

no significa despreciar la existencia de lo real ni restar esfuerzos por mejorar las vías de

su conocimiento, cosa que hace el teoricismo al convalidar explicaciones hipergeneralizadoras a partir del prestigio de la teoría más que del conocimiento y la

contrastación con el referente empírico. Sus resultados han sido diversos y por cierto

lamentables, sobre todo para desarrollar conocimientos en realidades tan ignoradas como las que han sobrevenido en el mundo de fines del siglo XX y principios del XXI.

Uno de esos resultados fue la cristalización de los núcleos temáticos y de los enfoques

académicos y, con ello, el estancamiento del trabajo teórico mismo. La aplicación maniquea de enunciados teóricos al referente empírico condujo a una forma particular de sociocentrismo, como lo es el reforzar los prejuicios de la tribu de los científicos o, como señala Rockwell (1980: 42), "reproducir el sentido común académico en vez de transformarlo". Tal como queda planteada por el teoricismo, la teoría no abre el campo del conocimiento superando el dogmatismo sino que, por el contrario, se transforma en una serie de rótulos que expresan más bien una profesión de fe, pues las explicaciones así construidas no suelen emplearse ni contrastarse a partir de investigaciones concretas.

Aparecen entonces criterios del marxismo, por ejemplo, mezclados con criterios positivistas. La teoría se va transformando en una cuestión partidista. El investigador no

sabe cómo, cuándo y para qué emplearla, pero se sienta a esperar sus efectos mágicos,

como si la teoría por sí sola le fuera a señalar qué investigar, cómo hacerlo y con quién,

además [70] de garantizarle (esto es fundamental) resultados inapelables. Si esto es así,

seguramente más que conocimiento nuevo obtendremos una tautología. Los conceptos teóricos resultan estériles si sólo nos llevan a una reafírmación solipsista de nuestros presupuestos, que le hacen decir cualquier cosa a la realidad.

Por otro lado, una "confesión teórica no especifica la totalidad de la realidad social en

una región determinada. Incluye una pauta general pero no una explicación específica

(en lo que atañe al cómo y al grado de determinación externa de una región dada).

Tampoco anticipa el significado particular del futuro flujo de datos" (Willis, 1984: 8).

Es decir, atañe a lo universal pero no a lo singular. Esta precisión introduce la necesaria

bidireccionalidad del proceso de conocimiento, la retroalimentación entre conceptos del

investigador y referentes de los actores, ya que cualquier observador tiene sus propios

marcos de referencia que le posibilitan desde la mera observación hasta la organización

posterior de los datos, desde la selección del ámbito de trabajo hasta el tipo de registro

sobre el cual asentará su posterior descripción. Pero de no explicitarlos, esos marcos

permanecerán subyacentes a su conocimiento. Las pruebas de esto son múltiples y las atenderemos en los sucesivos capítulos de este libro. Por ahora, trazaremos los lineamientos generales del conocimiento antropológico, concebido desde un enfoque en el cual se contemple la activa intervención teórica del investigador en la producción de conocimiento y la explicación de lo social. Con esto aspiramos a retomar los rasgos empiristas que han caracterizado a la investigación antropológica y al trabajo de campo, pero desde otra perspectiva epistemológica.

Para explicar, el antropólogo parte de algún paradigma teórico que es compartido con

otras ciencias sociales —marxista, funcionalista, estructuralista, etcétera-. Ahora bien,

un paradigma guarda una correspondencia con lo real que no es directa, sino que requiere de sucesivas mediaciones en las que se manifiesta el mundo de los actores. A este mundo no se accede directamente por la percepción sensorial del investigador, sino por un constante diálogo con su modelo teórico que es lo que le permite ordenar sus prioridades y criterios selectivos para la observación y el registro. Por consiguiente, la perspectiva de los actores es una construcción orientada teóricamente por el investigador, quien busca dar cuenta de la realidad empírica tal como es vivida y experimentada por los actores. Ello no excluye el reconocimiento de la lógica de los actores, sino que hace posible una mirada progresivamente no etnocéntrica.

El investigador emplea sus propios marcos de referencia para interpretar, en un principio, qué sucede en el sistema estudiado. Pero los irá modificando gradualmente, en busca de un marco que dé cuenta de la lógica de sus actores. De lo contrario, se estaría imponiendo [71] un marco de referencia ajeno a ese grupo social, y violentando aquello que se estudia.

Esto es lo que sucede cuando se ofrece una explicación que no contempla el contexto significativo de los sujetos sociales en cuestión. Suele afirmarse, por ejemplo, que los

habitantes de las villas miseria y otros sectores de escasos recursos económicos conciben a sus hijos sin plan ni previsión. Esta interpretación es creencia corriente del sentido común estatal y de sectores medios, que visualiza a aquellos sectores como una remora del salvajismo rural y aborigen, proclives a comportamientos instintivos casi animales. El investigador debería profundizar en las prácticas y discursos, así como en la teoría sustentada por dichos sectores acerca de su propio modo de vida, para relevar qué sentidos asignan a la reproducción, a la familia numerosa, a los hijos, a la maternidad, a la paternidad. Y si en efecto comprobara que no se dan cuenta de lo que hacen, debería entonces preguntarse en qué consiste ese "no darse cuenta" y qué indicadores se han tomado para llegar a esta conclusión. Estas cuestiones pueden indagarse a través del trabajo empírico y su puesta en relación con el mundo del investigador y su marco teórico. De lo contrario, la interpretación social incurriría en dos errores: en primer lugar, no diferiría de la realizada por un biólogo sobre la reproducción de las ratas. La diferencia es, precisamente, que —hasta donde sabemos— las ratas no poseen una conducta reflexiva, esto es, no asignan sentido a sus actos ni a los de sus congéneres; en segundo lugar, el investigador se estaría haciendo eco, acríticamente, de la premisa de sentido común según la cual los habitantes de villas miseria son precisamente animales, seres naturales y, por consiguiente, se comportan instintivamente, sin darse cuenta de lo que hacen. Como es obvio, estas conclusiones tienen consecuencias directas en las políticas públicas.

3. Dos conceptos clave: diversidad y perspectiva del actor

Si la antropología social no ha desaparecido con la progresiva extinción del "salvajismo", si sus objetos de estudio empíricos son hoy más que diversos en el mundo contemporáneo, es porque su objeto de conocimiento es de naturaleza teórica. A lo largo de las páginas precedentes, hemos venido sosteniendo que el antropólogo social como elaborador de conocimiento científico se ha ocupado fundamentalmente de distancias culturales -que son también sociales-; no ha sido un mero coleccionista de rarezas, sino que se ha revelado profundamente preocupado en familiarizarse con mundos diversos y, más recientemente, en exotizar los mundos familiares, para lograr un conocimiento superador de sociocentrismos y etnocentrismos. En resumen, el antropólogo social ha buscado empírica y teóricamente [72] dar cuenta de la alteridad que le permita superar los límites tanto del sentido común como de los siempre perfectibles paradigmas teóricos. El antropólogo social se ocupa de producir la diversidad, gracias al descentramiento de sus propios parámetros.

Lo dicho significa que la diversidad no es sino una construcción teórica que la antropología social ha explicado desde distintas corrientes teóricas: la evolución humana, el relativismo, las relaciones sociales de producción, la integración funcional del sistema, etcétera. En su intento por dar cuenta de los procesos sociales y sus transformaciones, desde la relación diversidad-unidad del género humano, la antropología se propone reconocer la particularidad de los procesos y la intervención en ellos de los hombres y mujeres a través de su práctica. Insistimos entonces en que cuando hablamos de "diversidad" no aludimos a meras diferencias empíricas —por ejemplo, formas de vestir, de elegir a un jefe, de sanar a un paciente-, aunque estos referentes constituyen la materia prima de la investigación antropológica. Aludimos, más bien, a la construcción teórica que asigna a la diversidad algún papel en la explicación. No postulamos que la diversidad existe como porción de lo real-empírico, sino que el investigador es quien construye una diversidad relevante desde su

perspectiva teórica y para sus fines investigativos. Frente a un análisis de los armenios en la Argentina, por ejemplo, es el investigador quien, desde su enfoque teórico, encara la diversidad desde un ángulo étnico, político, económico, religioso, o bien plantea que a través de lo étnico se expresan cuestiones económicas y políticas.

Ahora bien, el componente fuertemente teórico del concepto de diversidad no excluye una dimensión complementaria en el análisis de la realidad social: las manifestaciones empíricas en que se arraiga dicha diversidad. Y estas manifestaciones son siempre de índole social, aun cuando a veces se revelen como meros artículos materiales pintorescos, puesto que los sujetos llevan a cabo sus relaciones a través de prácticas y verbalizaciones que expresan nociones y representaciones. Esta noción de diversidad está profundamente imbricada en nuestra concepción de la naturaleza del mundo social y en la importancia que otorgamos al papel de la perspectiva del actor en la explicación socioantropológica, porque describir y analizar el proceso social en su diversidad y singularidad implica rescatar la lógica de la producción material y simbólica de los sujetos sociales.1 En efecto, puesto en [73] su tarea investigativa, el antropólogo se encuentra ante una determinada configuración

1 Michel-Rolph Trouillot, en su libro sobre la historia como proceso social, se preguntaba quiénes eran

sus sujetos, y se respondía: "la gente [people] en tres capacidades diferentes: 1) como agentes u ocupantes

histórica de acciones y nociones; sólo

dentro de ella, el mundo social cobra sentido para quienes lo producen y, a la vez, se

reproducen en él. Dicha configuración es el resultado de una permanente tensión entre

la continuidad y la transformación; no está cristalizada ni es siempre igual a sí misma;

está en proceso pero es reconocible para sus miembros, que obran y piensan según las

opciones que ofrece y que, como ya hemos dicho, no es exterior a ellos, pero tampoco

su producto intencional. Los actores se conducen en su mundo social de acuerdo con las

reglas y las opciones posibles (aunque esto no signifique que respondan automáticamente a ellas). Es en el entramado significante de la vida social donde los sujetos tornan inteligible el mundo en que viven a partir de un saber compartido - aunque desigualmente distribuido y aplicado-, que incluye experiencias, necesidades, posición social, modelos de acción y de interpretación, valores y normas, etcétera. Las prácticas de los sujetos presuponen esos marcos de significado constituidos en el proceso de la vida social (Geertz, 1973).

Con ello queremos decir que, por un lado, el mundo natural existe para hombres y

mujeres desde el momento en que ellos lo reconocen como significativo para su propia

existencia. Así lo prueba la lingüística: algunos pueblos distinguen una docena de términos para referirse al hielo -según su espesor, su constitución, su coloración, etc.—, mientras que otros distinguen sólo uno o dos (el hielo, por su parte, no tiene nada que decir al respecto). Esas distinciones permiten que los hombres se relacionen con este fenómeno natural haciendo uso de él, evitando accidentes, transformándolo en vía de comunicación o en material de construcción. Su significación surge del complejo de la vida social. Por otro lado, los hombres se vinculan a otros sujetos. En esta relación, el reconocimiento de sus posibles cursos de acción es primordial. Un sujeto se relaciona con otros a través de una asignación y expectativa recíprocas de sentidos, en lo que hace a sus acciones y verbalizaciones. Para que un movimiento físico se transforme en acción, es decir, tenga valor social, su ejecutante y otros a quienes la acción está destinada directa o indirectamente deben otorgarle alguna significación (Weber, 1985; Holy y Stuchlik, 1983; Giddens, 1987; Geertz ,1973).

"Los significados desarrollados por los sujetos activos entran en la constitución práctica

[del] mundo" y por eso se trata de un "mundo preinterpretado" (Giddens, 1987: 149). A

ese universo de referencia compartido -no siempre verbalizable— que subyace y articula el conjunto de prácticas, nociones y sentidos organizados por la interpretación y actividad de los sujetos sociales, lo hemos denominado "perspectiva del actor". La perspectiva del actor no está subsumida exclusivamente [74] en el plano simbólico y en el nivel subjetivo de la acción, puesto que tomamos la acción en su totalidad, es decir, considerando el significado como parte de las relaciones sociales. Los significados se organizan según el marco de referencia común a determinado grupo social, dado por sentado entre actores que se suponen competentes en el contexto de la interacción –lo que Giddens llama "conocimiento mutuo" y Schutz "sentido común" (Giddens 1987: 108)-. Eso no significa que la perspectiva del actor sea un marco unívoco igualmente compartido y apropiado por todos, pero sí que determina el universo social y culturalmente posible, así como las acciones y nociones que estarán referidas y enmarcadas en él. Al igual que la diversidad, la perspectiva del actor tiene existencia empírica, aunque su formulación, construcción e implicancias

de posiciones estructurales; 2) como actores en constante interfase con el contexto; y 3) como sujetos,

esto es, como voces conscientes de su vocalidad" (1995: 23; la traducción es nuestra). En este volumen

estoy utilizando el concepto "perspectiva del actor" para incluir estas tres dimensiones.

estén definidas desde la teoría.

Este marco de conocimientos presupuestos sobre el mundo social no es ni indeterminado ni inmanente, sino que está circunscrito sociocultural e históricamente y necesita ser explicado en relaciones que vinculen esos universos significantes al proceso social general. Este punto nos parece decisivo en el caso de una de las disciplinas que más se ha ocupado de descubrir lógicas y racionalidades allí donde otras sólo encontraban irracionalidad y desorden. Se trata del punto de partida para erradicar el conocimiento etno-y sociocéntrico.2 El etnocentrismo puede expresarse en formas diversas, algunas muy sutiles. Una de ellas es escindir las acciones de las nociones que esgrimen los actores sobre ellas, sustituyéndolas por las nociones del investigador (como hemos visto en el ejemplo de las familias numerosas). Esta escisión se produce sutilmente al determinar -explícita o implícitamente- qué prácticas y qué nociones son racionales y cuáles irracionales, por ejemplo, a través de la selección de prácticas relevantes para la observación y la explicación. Eso es lo que ocurre cuando, frente al llanto del bebé, la madre recurre a una curadora y simultáneamente a un médico matriculado y el investigador interesado en relevar las prácticas médicas, en vez de considerar ambas alternativas para la descripción y explicación, sólo registra una -la

tradicional o la científica—. Así mutila, según sus prioridades de exotista o racionalista, el hecho social que inicialmente incluía a ambas. En un ejemplo más clásico de la antropología citado por Holy y Stuchlik (1983:42), el investigador registra cómo un pueblo suele adoptar la práctica de dejar en barbecho la tierra y la de rotación de cultivos para incrementar la fertilidad, pero olvida anotar los rituales mágicos [75] para la lluvia que esos agricultores practican puntualmente en ciertas fechas.

Sus acciones son lo que son porque la gente tiene reglas específicas para ellas y razones específicas para ejecutarlas. Estas nociones no pueden ser simplemente falsas o verdaderas: forman parte indivisible del fenómeno que estudiamos. Evaluarlas como falsas, por ejemplo, y reemplazarlas con explicaciones que consideramos verdaderas significa, en términos prácticos, negar su relación con las acciones observadas. Y en última instancia, negar su existencia. Si hacemos esto, estaremos reemplazando la realidad de la que son

parte por una realidad que hemos modelado para nuestros propósitos y razones. Esto conduce, finalmente, a la negación de los hechos observados en sí mismos; esto significa legislar sobre la realidad social, no estudiarla (Holy y Stuchlik, 1983: 42; la traducción es nuestra).

Decíamos más arriba que el antropólogo ha desarrollado cierta destreza en estudiar lo

no documentado, lo implícito, lo no formalizado. Su capacidad para detectar lo intersticial no es, sin embargo, solamente una remora de los tiempos en que estudiaba pueblos sin escritura; es también la capacidad de descubrir desfasajes y contradicciones internas en una cultura, entre lo que los actores dicen que hacen y lo que hacen realmente. Esta distinción ha llevado a algunos autores a optar entre uno u otro aspecto, cayendo en la visión normativa o en la pragmática de la cultura. En ambos casos se mutila la totalidad del hecho social, lo cual conduce, inexorablemente, a conclusiones parciales y, sobre todo, esquemáticas y caricaturescas, esto es, ofensivas. Desde distintas posturas teóricas se han

2 Obviamente, no fue ni es la antropología la única rama del saber que ha luchado contra las perspectivas

sociocéntricas. Algunas corrientes dentro de la sociología, la psicología, la historia y particularmente el

psicoanálisis han hecho muchos aportes.

suministrado variadas respuestas a la naturaleza de la relación entre lo informal y lo formal, relación que suele caracterizarse como estructurada, no caótica, a la que hay que desentrañar y explicar. Las vías para dirimir esta cuestión son múltiples y dependen, como en casos anteriores, de esas decisiones teóricas.

La relación a veces discordante entre lo formal y lo no formal es una de las fuentes más

comunes de desconcierto para el investigador. Es en este punto inesperado, sin referencias teóricas ni coincidencias con la cultura del investigador, donde se producen los quiebres con lo familiar y lo conocido. Y es aquí donde se manifiesta antropológicamente el movimiento de desnaturalizar lo naturalizado, descotidianizar lo cotidiano (Lins Ribeiro, 1998), o exotizar lo familiar (Da Matta, 1998). Es en el campo donde esa perplejidad puede y debe ser alimentada, instalando el proceso cognitivo en las contradicciones, las rupturas y las interrupciones en la comunicación. Entonces, el investigador se dispone a encarar dicho proceso no tanto a partir de identificaciones con los sujetos -como proponen las teorías [76] de la comprensión— sino a partir del conflicto que le despiertan, por la distancia social y cultural, ese cúmulo de nociones y prácticas no compartidas. El investigador habría podido apartar su atención de los datos que no encajan, tratando de forzarlos, o bien suponer que no ha mirado bien y revisar los procedimientos técnicos. Pero sin embargo, los toma como una fuente de conocimiento: es "un momento de incertidumbre creativa" (Willis, 1984: 11). Ello lo conduce a concientizar y explicitar el cúmulo de ideas, decisiones y comportamientos que asume en este proceso, sometiéndolos "al análisis en los mismos términos en que [lo hace con] los demás participantes" (Hammersley, 1984:45).

La elaboración teórica tiene sentido si se contrasta y reformula desde las categorías de los actores y los avatares del trabajo empírico. La construcción final de una explicación de lo social deja de ser sociocéntrica si se han atravesado uno o varios momentos de deconstrucción de la lógica original para "construir sobre la reconstrucción de momentos condensados, selectos y significativos experimentados en campo" (Willis, 1984: 8). En suma, si se ha procedido a una constante puesta en relación entre lo universal y lo singular.

Para acceder a la perspectiva del actor y construirla para relevar aspectos informales o

no documentados y establecer contradicciones y relaciones entre verbalizaciones y prácticas, para evidenciar la articulación entre los distintos aspectos de la vida social, para ampliar y descentrar la mirada sobre los sujetos, la presencia directa en el campo (pilar de las concepciones empiristas) es condición necesaria pero no suficiente. A ello se añade, ahora, la elaboración teórica y del sentido común que, desde el principio al final, permite apropiarse de la información, transformarla en dato y organizaría en una explicación. La antropología suministra un medio por demás adecuado para llevar a cabo estas tareas, pero entendiendo a ese medio no como un determinado cuerpo teórico o un bagaje técnico especializado, sino como un enfoque totalizador para el cual la perspectiva del actor es, a la vez, un punto de partida -pues hay que comenzar por conocerla—y de primera llegada -pues constituye una parte de la explicación de lo real-.

Concebimos el conocimiento reflexivamente, lo cual significa incorporar al investigador al campo de análisis y poner en cuestión su mundo académico, cultural y social, que es su condicionamiento, a la vez que su posibilidad de conceptualizar la objetividad social.

4. Características de la investigación socioantropológica

La vida social se expresa en nociones, actividades, representaciones, prácticas y contextos. Pero la enunciación de sus conexiones significativas, [77] de los atributos que integran una descripción, su interpretación o su simple registro, responden en buena medida a la organización cognitiva del investigador.

Si bien existen sujetos reales de investigación, sólo es posible conocer su mundo a través de conceptos. El marco teórico incide entonces en dos instancias: en el proceso general de investigación y en el proceso particular del trabajo de campo. En cuanto a la primera, la postura teórica orienta la selección de la problemática y de la batería de conceptos, y define un rango general de premisas metodológicas en el cual se establecen el ámbito y la identidad de los sujetos de estudio, los indicadores que permitirán indagar la problemática planteada, la relación de ésta con su entorno mayor, los aspectos que estructuran la descripción y la orientación explicativa del informe final. La incidencia de la teoría en esta instancia ha sido generalmente reconocida, aunque ocasionalmente se llegara a postular que su control era posible a través de principios metodológicos neutrales. En cuanto a la segunda instancia, la del trabajo de campo, el papel de la teoría no es tan claro en el proceso concreto de recolección de información, la aplicación de técnicas heterodoxas y aparentemente no sistemáticas para producir datos, la selección de temas a registrar, observar e interrogar, los campos significativos de focalización, el contacto con quienes proveerán información -los informantes-, la delimitación del o los roles que desempeñará el investigador y la opción por un lugar de residencia.

Al afirmar que el mundo social está preconstituido por marcos de sentido propios de quienes en ellos se desenvuelven (Schutz, 1974; Weber, 1985), suponemos que ese mundo y esos marcos existen como objetividad social. Pero el investigador accede a ellos a través de la contrastación crítica y permanente entre su bagaje teórico y de sentido común, por un lado, y el mundo empírico de la realidad social, por el otro, focalizando particularmente en la perspectiva del actor. La elaboración teórica no es ni anterior ni posterior a la tarea de recolección de información, sino soporte del conocimiento mismo y, por lo tanto, acompaña todo el proceso. Veamos de qué modo.

Concebimos el proceso de investigación como una relación social en la cual el investigador es otro actor comprometido en el flujo del mundo social y que negocia sus propósitos con los demás protagonistas (Hammersley, 1984: 45). El investigador traza un diseño general para iniciar su labor, pero éste es sólo un bosquejo que necesariamente va a ser alterado a medida que se desarrolla la investigación. Ninguna teoría, ni técnica, ni procedimiento metodológico lo protegen de estos avatares que, dicho sea de paso, no son obstáculos o peligros que deban evitarse; gracias a ellos es posible producir un conocimiento no dogmático ni mecanicista, que se revela más profundo y menos [78] etnocéntrico por ponerse en diálogo con la realidad que estudia y estar descentrado del mundo del investigador. Para no incurrir en profecías autocumplidas, con datos que sólo avalen sus presupuestos (o confirmen sus hipótesis), el investigador no puede partir de un modelo teórico acabado fundado en categorías teóricas preestablecidas, porque esto sería desconocer las formas particulares en que la problemática de su interés se especifica y singulariza en el contexto elegido (Rockwell, 1980: 42). La única vía de acceso a ese mundo desconocido son sus propios conceptos y marcos interpretativos, que necesariamente tienen alguna dosis de sociocentrismo. Pero esto puede ser corregido con el avance de la investigación y, más aún, en la medida en que el investigador esté dispuesto a dejarse cuestionar y sorprender, a contrastar y reformular sus sistemas explicativos y de clasificación, a partir de los sistemas observados y la lógica o perspectiva de los actores que los viven, experimentan, modifican y reproducen (Holy y Stuchlik, 1983; Willis, 1984). En ese contraste el investigador, como señala Rockwell (1980: 42), "suspende el juicio momentáneamente" no como concesión al empirismo sino como apertura al referente empírico y a la revisión de los conceptos sociocéntricos, ya provengan del marco teórico o del sentido común.

Dado que el investigador es quien lleva a cabo todo el proceso desde la concepción inicial de la investigación hasta la redacción final, no es posible separar la tarea de reflexión teórica de la obtención de información. La tradición de elaborar datos de primera mano y de desechar o utilizar críticamente los obtenidos por otros recolectores (ayer misioneros, funcionarios coloniales o cronistas; hoy agentes estatales, asistentes sociales, personal médico y escolar, periodistas y agencias noticiosas o encuestadores y censistas) obedece a que es en el mismo proceso de recolección que el investigador va internándose en la lógica del grupo en estudio gracias al simultáneo reconocimiento de sí mismo (de su sentido teórico y común).3 A través de la difícil tarea de deslindar categorías propias y categorías nativas, en el aprendizaje del empleo de conceptos locales y la formulación de interrogantes significativos, el antropólogo recoge materiales pero, además, va construyendo el complejo descriptivo-explicativo del mundo social en estudio. [79] El proceso de investigación es flexible, creativo y heterodoxo, porque se subordina a esa constante y paralela relación entre la observación y la elaboración, la obtención de información y el análisis de datos. Así planteado, este proceso permite producir nuevos conceptos y conexiones explicativas sobre la base de los presupuestos iniciales, ahora reformulados y enriquecidos por categorías de los actores y sus usos contextualizados en la vida social. Las ciencias sociales deben por eso respetar los "niveles de adecuación" (Schutz, 1974) por los cuales los conceptos teóricos dan cuenta, al incorporarlas, de las categorías del lenguaje natural, es decir, de los actores. Si el investigador aspira a penetrar el sentido, el carácter significativo de la acción y las nociones, "las explicaciones deben realizarse en el contexto terminológico de los actores" (Giddens, 1987: 153).

Para incorporar las categorías de los sujetos estudiados (y no nos referimos solamente a

las discursivas), el investigador debe ampliar el ángulo inicial de su mirada. Si la significación de una práctica, de una verbalización, reside no tanto en la clasificación a priorí del investigador, sino en la integración específica de la vida social, y si esta integración es desconocida por el investigador hasta tanto realice su trabajo de campo, la tarea consiste en abordar y registrar los aspectos más diversos, pues en cualquiera de ellos puede estar potencialmente la fundamentación de una práctica que se desea explicar. Volviendo al ejemplo que citamos más arriba acerca de las prolíficas familias pobres, no se sabe anticipadamente si la razón de la concepción numerosa responde a un cálculo racional de tipo económico, a una estrategia de redes sociales, a un mandamiento religioso, a una pauta familiar "tradicional" o a todas estas causas juntas.

Para saberlo necesitamos información acerca de estos y otros aspectos que componen la compleja trama de la vida de los pobres urbanos. La acumulación de datos no es,

3 Insisümos en que el investigador necesita no sólo reconocer su bagaje teórico aprendido en su

socialización profesional, sino también explicitar "sus actitudes hacia el mundo social, sus relaciones

sociales y sus determinaciones fundamentales" (Willis, 1984), ya que ellas también estarán modelando

sus descripciones, conceptos, repulsiones y pautas políticas. La explicitación que se exige no significa

hacer un racconto de experiencias personales, como ha sucedido tan frecuentemente desde el

acometimiento de la llamada "antropología posmoderna"; significa, en cambio, analizar su papel en el

conocimiento de la perspectiva del actor.

simplemente, un mayor acopio de información, sino de información relevante; tal es el

sentido de las pretensiones holísticas que sugieren, desde otro marco epistemológico, relevar todo. Creemos que es válido insistir en esta consigna no como un requerimiento que pueda ser cumplido efectivamente, sino como una disposición general del trabajo (Rockwell, 1980: 42). El investigador va entrenando su organización cognitiva y conceptual en un abordaje de lo real que, gradualmente, va descentrando su marco de

referencia etnocéntrico hacia el universo de relaciones propio de los actores. Su reconocimiento requiere una particular modalidad de recolección de información que aparece en los primeros trabajos antropológicos: ningún dato tiene importancia por sí mismo si no es en el seno de una situación, como expresión de un haz de relaciones que le dan sentido. Esto es: los datos se recogen en contexto, porque es en el contexto donde cobran significado y porque definen el contexto. El holismo [80] llama la atención sobre la naturaleza sistémica, plural e interrelacionada de la vida social, lo cual no necesariamente debe equipararse con indeterminación. Como afirma Rockwell (pág. 42), "el proceso consiste en pasar de ver poco a ver cada vez más, y no al revés". Pero esta ampliación de la mirada del investigador no es ni acrítica ni ateórica. Al reconocer los primeros indicios de un marco de significado, de lógicas propias de los actores, el antropólogo puede, mediante análisis, guiar su búsqueda hasta encontrar las piezas faltantes del rompecabezas (o, por lo menos, saber que quedan piezas sueltas). Esta búsqueda puede conducirlo por caminos inesperados, hacia esferas de la vida social que no sospechaba pertinentes.

Lo dicho hasta aquí obliga a reformular el sistema clasificatorio académico de lo económico, lo político, lo social, lo simbólico, como esferas separadas. Pues un acto aparentemente de tipo económico, por ejemplo, puede tener fundamentos y/o implicancias políticas, religiosas, etc.; más aún, un acto de tipo económico se constituye de modo que lo económico no preexiste a lo político y a lo simbólico. Una clasificación de este tipo existe sólo analíticamente y especialmente en la lógica académica. Ahora bien, indagar la integración peculiar de estas esferas tal como es experimentada por sus actores no implica agotar la explicación. El holismo -cuya premisa es observar y registrar todo para establecer luego relaciones dinámicas entre los campos de la vida social- se encuadra y explica, a su vez, por los fundamentos teóricos que marcan las determinaciones del proceso social. El holismo asegura una mirada abierta y no dogmática de la teoría; la teoría, por su parte, asegura una mirada reflexiva y orientada al material empírico, articulada con la teoría social general y el conocimiento de la universalidad. A través de este incesante ida y vuelta, el investigador puede acceder a nuevos significados, a nuevas relaciones contextúales y, por lo tanto, a nuevas interpretaciones.

Las investigaciones antropológicas requieren de algunos ajustes a la metodología más

general de las ciencias sociales y que afectan a todo el proceso de conocimiento, no sólo a su etapa empírica de recolección de información sino también al tratamiento de los datos, a la elección del tema y de los sujetos a los que se habrá de estudiar. [81]











4. El trabajo de campo como instancia reflexiva del conocimiento (acá)




8. La observación participante: nueva identidad para una vieja técnica (acá)



10. La entrevista antropológica: Introducción a la no directividad (acá)



11. La entrevista antropológica: Preguntas para abrir los sentidos (31/7/08)



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