jueves, 5 de junio de 2008

El rostro de la histeria en análisis (David Nasio)



El rostro de la histeria en análisis

Antes de proponer una respuesta para nuestros interrogantes iniciales, dibujemos el rostro clínico de la histeria moderna. Según el tipo de mirada que le dirijamos se nos aparecerá de dos maneras diferentes. Si la consideramos desde un ángulo descriptivo y partimos de los síntomas observables, la histeria se presenta como una entidad clínica definida; en cambio, si la encaramos desde un punto de vista relacional, concebiremos la histeria como un vínculo enfermo del neurótico con el otro y, particularmente en el caso de la cura, con ese otro que es el psicoanalista.

Si nos situamos primero en el puesto de un observador exterior, reconoceremos en la histeria una neurosis por lo general latente que, las más de las veces, estalla al producirse ciertos acontecimientos notorios en períodos críticos de la vida de un sujeto, como la adolescencia, por ejemplo. Esta neurosis se exterioriza en forma de trastornos diversos y a menudo pasajeros; los más clásicos son síntomas somáticos como las perturbaciones de la motricidad (contracturas musculares, dificultades en la marcha, parálisis de miembros, parálisis faciales...); los trastornos de la sensibilidad (dolores locales, jaquecas, anestesias en una región limitada del cuerpo...); y los trastornos sensoriales (ceguera, sordera, afonía...).

Hallamos también un conjunto de afecciones más específicas que van de los insomnios y los desmayos benignos a las aliteraciones de la conciencia, la memoria o la inteligencia (ausencias, amnesias, etc.), e incluso a estados graves de seudocoma. Todas estas manifestaciones que el histérico padece, y en particular los síntomas somáticos, se caracterizan por un signo absolutamente distintivo: son casi _siempre transitorias, no resultan de ninguna causa orgánica y su localización corporal no obedece a ninguna ley de la anatomía o la fisiología del cuerpo. Más adelante veremos hasta qué punto, por el contrario, todos estos sufrimientos somáticos dependen de otra anatomía, eminentemente fantasmática, que actúa a espaldas del paciente.

Otro rasgo clínico de la histeria al que nos referiremos con frecuencia concierne también al cuerpo, pero entendido como cuerpo sexuado. En efecto, el cuerpo del histérico sufre de dividirse entre la parte genital, asombrosamente anestesiada y aquejada por intensas inhibiciones sexuales (eyaculación precoz, frigidez, impotencia, repugnancia sexual...), y todo el resto no genital del cuerpo, que se muestra, paradójicamente, muy erotizado y sometido a excitaciones sexuales permanentes.

Cambiemos ahora de puesto e instalémonos en el ángulo de mira relacional, aquel que adopta el psicoanalista cuando cumple su trabajo de escucha. Su concepción de la histeria se ha forjado no sólo a través de la enseñanza teórica de las obras de psicoanálisis, sino sobre todo merced a la experiencia de la transferencia con el analizando llamado histérico y, de modo más general, subrayémoslo bien, con el conjunto de sus pacientes. Sí, con el conjunto de sus pacientes, pues todos los pacientes que se encuentran en análisis atraviesan inevitablemente una fase de histerización al instalarse la neurosis de transferencia con el psicoanalista. Justamente, ¿qué hemos aprendido de la histeria con nuestros pacientes? Este libro aspira a ser una larga respuesta a esa pregunta; pero por el momento, quedémonos en lo siguiente: ¿qué rostro adopta la histeria en análisis?

Desde nuestro puesto transferencial, verificamos tres estados o incluso tres posiciones permanentes y duraderas del yo histérico. Más allá de la multiplicidad de acontecimientos que se suceden a lo largo de una cura, y sin perjuicio de las palabras, afectos y silencios, reconocemos efectivamente tres estados propios del yo que resumen por sí solos el rostro específico de la histeria en análisis. Un primer estado, por así decir, pasivo, donde el yo se encuentra en constante espera de recibir del Otro, no la satisfacción que colma, sino, curiosamente, la no respuesta que frustra. Esta espera defraudada, siempre difícil de manejar para el psicoanalista, conduce a la perpetua insatisfacción y al descontento de que tanto suele quejarse el neurótico. Primer estado, pues: el de un yo insatisfecho. Otra posición típicamente histérica observable en el análisis es también un estado del yo, pero un estado más bien activo de un yo que histeriza, es decir, que transforma la realidad concreta del espacio analítico en una realidad fantasmática de contenido sexual. Pronto vamos a determinar en qué consiste esa transformación y qué sentido habrá que otorgar a este calificativo de "sexual", pero ya podemos afirmar que el yo histérico erotiza el lugar de la cura. Segundo estado, pues: el de un yo histerizador. Existe además una tercera posición Subjetiva del histérico, caracterizada por la tristeza de su yo cuando debe afrontar por fin la única verdad de su ser: no saber si es un hombre o una mujer. Tercer estado, pues: el de un yo tristeza. Detengámonos un momento sobre cada uno de estos estados yoicos.

UN YO INSATISFECHO

Para el psicoanálisis, la histeria no es una enfermedad que afecte a un individuo, como se piensa, sino el estado enfermo de una relación humana en la que una persona es, en su fantasma, sometida a otra. La histeria es ante todo el nombre que damos al lazo y a los nudos que el neurótico teje en su relación con otro, sobre la base de sus fantasmas. Formulémoslo con claridad: el histérico, como cualquier sujeto neurótico, es aquel que, sin saberlo, impone al lazo afectivo con el otro la lógica enferma de su fantasma inconsciente. Un fantasma en el que él encarna el papel de víctima desdichada y constantemente insatisfecha. Precisamente este estado fantasmático de insatisfacción marca y domina toda la vida del neurótico.

Pero, ¿por qué concebir fantasmas y vivir en la insatisfacción, cuando en principio lo que buscamos alcanzar es la felicidad y el placer? La razón es clara: el histérico es, fundamentalmente, un ser de miedo que, para atenuar su angustia, no ha encontrado más recurso que sostener sin descanso, en sus fantasmas y en su vida, el penoso estado de la insatisfacción. Mientras esté insatisfecho, diría el histérico, me hallaré a resguardo del peligro que me acecha. Pero, ¿de qué peligro se trata? ¿De qué tiene miedo el histérico? ¿Qué teme? Un peligro esencial amenaza al histérico, un riesgo absoluto, puro, carente de imagen y de forma, más presentido que definido: el peligro de vivir la satisfacción de un goce máximo. Un goce de tal índole que, si lo viviera, lo volvería loco, lo disolvería o lo haría desaparecer. Poco importa que imagine este goce máximo como goce del incesto, sufrimiento de la muerte o dolor de agonía; y poco importa que imagine los riesgos de este peligro bajo la forma de la locura, de la disolución o del anonadamiento de su ser; el problema es evitar a toda costa cualquier experiencia capaz de evocar, de cerca o de lejos, un estado de plena y absoluta satisfacción. Por más que se trate de un estado imposible, el histérico lo presiente como una amenaza realizable, como el peligro supremo de ser arrebatado un día por el éxtasis y de gozar hasta la muerte última. En suma, el problema del histérico es ante todo su miedo, un miedo profundo y decisivo que en verdad él no siente jamás, pero que se ejerce en todos los niveles de su ser; un miedo concentrado en un único peligro: gozar. El miedo y la tenaz negativa a gozar ocupan el centro de la vida psíquica del neurótico histérico.

Ahora bien, para alejar esta amenaza de un goce maldito y temido, el histérico inventa inconscientemente un libreto fantasmático destinado a probarse a sí mismo y a probar al mundo que no hay más goce que el goce insatisfecho. Así pues, ¿cómo alimentar el descontento si no creando el fantasma de un monstruo, monstruo que nosotros llamamos el Otro, unas veces fuerte y supremo, otras débil y enfermo, siempre desmesurado para nuestras expectativas y siempre decepcionante? Cualquier intercambio con el Otro conduce inexorablemente a la insatisfacción. La realidad cotidiana del neurótico se modela, en consecuencia, según el molde del fantasma, y los seres cercanos a los que ama u odia desempeñan para él el papel de un Otro insatisfactorio.

El histérico trata a su semejante amado u odiado, y en particular a su partenaire psicoanalista, de la misma forma en que trata al Otro de su fantasma. ¿Que cómo se las arregla? Busca —¡y siempre encuentra!— aquellos puntos en que su semejante es fuerte y abusa de esta fuerza para humillarlo; y los puntos en que su semejante es débil y, por esta debilidad, despierta compasión. Con agudísima percepción, el histérico descubre en el otro la señal de una potencia humillante que lo hará desdichado, o de una impotencia conmovedora que le suscita piedad, pero a la que no podrá poner remedio. En síntesis, se trate del poder del otro o de la falla en el otro, con el Otro de su fantasma o con el otro de su realidad, lo que el yo histérico se empeñará en reencontrar como su mejor guardián, será siempre la insatisfacción. El mundo de la neurosis, poblado de pesadillas, obstáculos y conflictos, se convierte en la única muralla protectora contra el peligro absoluto del goce.

UN YO HISTERIZADOR

El histérico nunca percibe sus propios objetos internos o los objetos externos del mundo tal como se los percibe comúnmente, sino que él transforma la realidad material de estos objetos en realidad fantasmatizada: en una palabra: histeriza el mundo. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué significa histerizar?

Acabamos de ver que, para asegurarse un estado de insatisfacción, el histérico busca en el otro la potencia que lo somete o la impotencia que lo atrae y lo decepciona. Dotado de una aguda sensibilidad perceptiva, detecta en el otro la mínima falla, el mínimo signo de debilidad, el más pequeño indicio revelador de su deseo. Pero, a semejanza de un ojo penetrante que no se conforma con horadar y traspasar la apariencia del otro para encontrar en él un punto de fuerza o una fisura, el histérico inventa y crea lo que percibe. El instala en el cuerpo del otro un cuerpo nuevo, tan libidinalmente intenso y fantasmático como lo es su propio cuerpo histérico. Pues el cuerpo del histérico no es su cuerpo real, sino un cuerpo sensación pura, abierto hacia afuera como un animal vivo, como una suerte de ameba extremadamente voraz que se estira hacia el otro, lo toca, despierta en él una sensación intensa y de ella se alimenta. Histerizar es hacer que nazca en el cuerpo del otro un foco ardiente de libido.

Modifiquemos ahora nuestro lenguaje y definamos de un modo más preciso el concepto de histerización. ¿Qué es histerizar? Histerizar es erotizar una expresión humana, la que fuere, aun cuando por sí misma, en lo íntimo, no sea de naturaleza sexual. Esto es exactamente lo que hace el histérico: con la máxima inocencia, sin saber, él sexualiza lo que no es sexual; por el filtro de sus fantasmas de contenido sexual —y de los que no tiene necesariamente conciencia—. el histérico se apropia de todos los gestos, todas las palabras o todos los silencios que percibe en el otro o que el mismo dirige al otro.

A esta altura debemos hacer una precisión que se tendrá en cuenta cada vez que utilicemos en este libro la palabra "sexual". ¿De qué sexualidad se trata cuando pensamos en la histeria9 ¿Cuál es el contenido de esos fantasmas? ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que el histérico sexualiza? Empecemos por aclarar que el contenido sexual de los fantasmas histéricos no es nunca vulgar ni pornográfico, sino una evocación, muy lejana y transfigurada, de movimientos sexuales. Se trata, estrictamente hablando, de fantasmas sensuales y no sexuales, en los que un mínimo elemento anodino puede obrar, como disparador de un orgasmo autoerótico.

Debemos comprender, en efecto, que la sexualidad histérica no es en absoluto una sexualidad genital sino un simulacro de sexualidad, una seudogenitalidad más cercana a los tocamientos masturbatorios y los juegos sexuales infantiles que a un intento real de concretar una verdadera relación sexual. Para el histérico, sexualizar lo que no es sexual significa transformar el objeto más anodino en signo evocador y prometedor de una eventual relación sexual. El histérico es un creador notable de signos sexuales que rara vez van seguidos del acto sexual que anuncian. Su único goce, goce masturbatorio, consiste en producir estos signos que le hacen creer y hacen creer al otro que su verdadero deseo es internarse en el camino de un acto sexual consumado. Y sin embargo, si existe un deseo en el que el histérico se empeñe, es el de que tal acto fracase; para ser más exactos, el histérico se empeña en el deseo inconsciente de la no realización del acto y, por consiguiente, en el deseo de permanecer como un ser insatisfecho.

El marco habitual del análisis, el diván, el ritual de las sesiones o el tono particular de la voz del psicoanalista, así como el vínculo transferencial. constituyen condiciones de las más favorables para que se instale este estado activo de histerización. La palabra del analizando, hombre o mujer —se lo diagnostique o no como "histérico"—, en determinado momento de la sesión puede cargarse de un sentido sexual, suscitar una imagen fantasmática y provocar efectos erógenos en el cuerpo, sea el cuerpo del psicoanalista o el del propio analizando.

El relato de una analizanda nos permitirá ilustrar la forma en que un elemento anodino de la realidad puede ser transformado en signo erótico.

Ejemplo de histerizacion: "Cuando al llegar oigo el toque de la puerta principal del edificio, cuando usted me abre pulsando el botón del portero automático, siento que su dedo pulsa mi piel a la altura de los brazos. Y en ese momento me río de mí misma. A decir verdad, sólo me reí la primera vez que me pasó; ahora no me río más, mis sensaciones me absorben. Cada vez que estoy atenta al más ligero movimiento de otro, lo recibo en la piel, lo siento, siento un calor en el cuello o en el corazón. Siento incluso como una excitación cuando oigo el simple ruido de la respiración de un hombre junto a mí. En ese momento algo llega directamente al cuerpo, sin ninguna barrera. Ante los menores ruidos que usted hace, siento inmediatamente una sensación de placer en la piel. Soy muy sensible a sus movimientos, que resuenan en mi piel. Imagino lo que sucede en usted como si yo fuera su propia piel, envolviéndolo. Siento sus movimientos en mi piel porque yo soy su piel." Después de un silencio, añade: "Pensar esto y decírselo me tranquiliza, y me da un límite. El razonamiento mismo es el límite."

Vayamos ahora al tercer estado del yo histérico, el yo tristeza.

UN YO TRISTEZA

Es de imaginar hasta qué punto el yo histérico, para histerizar la realidad, debe ser maleable y capaz de estirarse sin discontinuidad desde el punto más intimo de su ser hasta el borde más exterior del mundo, y cuán incierta se torna entonces la frontera que separa los objetos internos de los objetos externos. Pero esta singular plasticidad del yo ínstala al histérico en una realidad confusa, medio real, medio fantaseada, donde se emprende el juego cruel y doloroso de las identificaciones múltiples y contradictorias con diversos personajes, y ello al precio de permanecer ajeno a su propia identidad de ser y, en particular, a su identidad de ser sexuado. Así pues, el histérico puede identificarse con el hombre, con la mujer, o incluso con el punto de fractura de una pareja, es decir que puede encarnar hasta la insatisfacción que aflige a ésta. Es muy frecuente comprobar la asombrosa soltura con que el sujeto adopta tanto el papel del hombre como el de la mujer, pero sobre todo el papel del tercer personaje que da lugar al conflicto o, por el contrario, gracias al cual el conflicto se resuelve. El histérico. desatando el conflicto o despejándolo, sea hombre o mujer, ocupará invariablemente el papel de excluido. Precisamente, lo que explica la tristeza que suele agobiar a los histéricos es el hecho de verse relegados a este lugar de excluidos. Los histéricos crean una situación conflictiva, escenifican dramas, se entrometen en conflictos y luego, una vez que ha caído el telón, se dan cuenta, en el dolor de su soledad, de que todo no era más que un juego en el que ellos fueron la parte excluida. En estos momentos de tristeza y depresión tan característicos descubrimos la identificación del histérico con el sufrimiento de la insatisfacción: el sujeto histérico ya no es un hombre, ya no es una mujer, ahora es dolor de insatisfacción. Y, en medio de este dolor, queda en la imposibilidad de decirse hombre o de decirse mujer, de decir, simplemente, la identidad de su sexo. La tristeza del yo histérico responde al vacío y a la incertidumbre de su identidad sexuada.

En suma, el rostro de la histeria es una cura de análisis y. fuera de ésta, en cualquier relación con el otro, se presenta como un lazo insatisfactorio, erotizador y triste, enteramente polarizado alrededor de la tenaz negativa a gozar.

Es oportuno precisar ahora que esta tenaz negativa a gozar aparece igualmente en los fundamentos de esas otras neurosis que son la obsesión y la fobia, pero adoptando entonces modalidades bien específicas. ¿Cuáles son las modalidades obsesiva y fóbica de la negativa que el neurótico opone al goce? Y, comparativamente, ¿cuál es la modalidad específica de la negativa histérica? De esto vamos a tratar a continuación.



Organización del material:

El rostro de la histeria en análisis

Diferencia entre la histeria, la obseción y la fobia


Las causas de la histeria

La vida sexual del histérico

Los fantasmas histéricos

El útero en la histeria: un fantasma fundamental

Diferencia entre los fantasmas histérico, obsesivo y fóbico


El deseo del neurótico es un deseo de angustia

Retratos imaginarios del histérico

El tratamiento psicoanalítico de la histeria y el fin del análisis

Puntuaciones

Preguntas y respuestas sobre la histeria

La ceguera histérica según las teorías de Charcot, Janet, Freud y Lacan

Extractos de las obras de S. Freud y de J. Lacan sobre la histeria







No hay comentarios: