lunes, 2 de junio de 2008
Las “numerosidades sociales”, de duelo
Ulloa fue un luchador por los derechos humanos, reconocido por sus conceptos teóricos y por su práctica como psicoanalista. Fue uno de los fundadores de la carrera de Psicología en la UBA. Renunció a su cátedra en el ’66 y en el ’76 se exilió en Brasil.
Por Pedro Lipcovich
Muchas “numerosidades sociales” están de duelo, porque el viernes pasado, a los 84 años, falleció el psicoanalista Fernando Ulloa. Así, “numerosidad social”, denominaba él a los distintos colectivos humanos en los que había desarrollado técnicas “para generar pensamiento crítico”, según sus propias palabras. Así trabajó para encarar conflictos en hospitales públicos, en instituciones educativas, en grupos de profesionales –el más célebre de éstos fue el conjunto Les Luthiers–, en barrios y comunidades. Recibió, preservó y acrecentó la herencia de su maestro Enrique Pichon–Rivière, y su trabajo con esas “numerosidades” lo condujo a un compromiso social y político que manifestó a lo largo de toda su vida, incluyendo su exilio bajo la dictadura militar y, con la democracia, sus aportes conceptuales y prácticos a la lucha por los derechos humanos. Puso en valor, para la teoría, nociones como la de ternura y la de crueldad, y obtuvo el reconocimiento unánime de las distintas corrientes del psicoanálisis argentino. A principios de los ’60 había sido uno de los fundadores de la carrera de Psicología en la UBA.
En la carrera de Psicología, que en esa época dependía de la Facultad de Filosofía y Letras, tuvo a su cargo la cátedra de Clínica de Adultos. Como muchos profesores, renunció en 1966, después de la Noche de los Bastones Largos, pero volvió a principios de los ’70. Lejos de plantear la psicopatología en una perspectiva individual, introdujo las “asambleas clínicas”, donde centenares de alumnos deliberaban durante varias horas: “Ellos mismos eran objeto de la clínica; se observaban como comunidad”, recordó el año pasado a este diario. El preparó a generaciones de psicólogos en la aptitud y la voluntad de trabajar en instituciones públicas.
Ulloa había nacido en Pigüé, provincia de Buenos Aires, el 1º de marzo de 1924. Estudió Medicina en la UBA. Interesado por la psiquiatría y el psicoanálisis, fue discípulo de Enrique Pichon-Rivière, de quien aprendió el valor de prestar atención a las “numerosidades”. Ingresó en la Asociación Psicoanalítica Argentina, donde llegó a ser “didacta”, luego de presentar un trabajo que, por primera vez en la historia de esa institución, se refirió no a un caso individual sino al análisis de instituciones. Años después, en 1971, se separó de esa institución como fundador del grupo llamado Documento.
El psicoanalista y analista institucional Osvaldo Saidón –uno de los autores del libro Pensando Ulloa– recordaba ayer que “ya en los ’60, Fernando Ulloa desarrolló los ‘grupos de reflexión’, en los que se ponía en juego la capacidad de un grupo de pensarse a sí mismo, con un germen de autogestión. Y fue el verdadero creador del análisis institucional en la Argentina, con rasgos distintos a los que había tenido en otros países como Francia: para Ulloa, el psicólogo institucional no es un ‘organizador’, ni menos un jefe, sino un clínico, atento sobre todo al sufrimiento de los que integran la institución”.
El golpe militar de 1976 lo obligó a exiliarse en Brasil, donde permaneció hasta 1981. Residió sobre todo en Bahía, pero también trabajó y formó profesionales en Río de Janeiro y otras ciudades. Volvió a la Argentina en 1981, y se comprometió profundamente con la lucha por los derechos humanos. En el estudio de los efectos de la represión sobre la subjetividad se vio llevado a desarrollar el concepto de la crueldad: “Yo empecé a trabajar la cuestión de la crueldad a partir de un peritaje para Abuelas de Plaza de Mayo, en un caso judicial. La pregunta que se nos formulaba a los peritos era: ¿qué consecuencias sufre un bebé cuya madre fue torturada con picana eléctrica cuando él estaba en su vientre, mantenida con vida hasta el parto y luego asesinada? Esa pregunta trazaba el paradigma de todas las crueldades”, contó mucho después a este diario. Contrapartida de la crueldad es, para Ulloa, la ternura, “el primer elemento para que se constituya un sujeto social, que comprende el abrigo, el alimento y el buen trato”.
Liliana Lamovsky –psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires–, quien trabajó con Ulloa en análisis institucional, destacó que “todas las corrientes del psicoanálisis lo han reconocido porque, en todos los ámbitos, él admitía el saber del inconsciente y, siempre, sabía escuchar: ‘Yo quizá no sea el analista más buscado, pero soy el más encontrado’, decía”.
En los últimos años de su vida, Ulloa trabajó intensamente con sus “numerosidades”; por ejemplo, asesorando a equipos de salud en barrios carenciados de Neuquén y del conurbano bonaerense. Ello lo condujo a teorizar sobre “la cultura de mortificación”, que se extiende “cuando la queja no se eleva a protesta y las infracciones sustituyen a las transgresiones”. El psicoanalista Sergio Rodríguez, quien fue su discípulo y paciente, recuerda que “Ulloa ironizaba con aquella fórmula de Heidegger, ‘ser para la muerte’, diciendo que él prefería ‘ser hasta la muerte’”.
Fernando Ulloa trabajó hasta pocos días antes de su fallecimiento, que se produjo tras una breve enfermedad. Estuvo acompañado por su esposa, María Celia, “Chichu” –con quien se había casado en 1956–, y por su hijo Pedro.
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