domingo, 1 de junio de 2008

El salvaje metropolitano Rosana Guber (cap. 8)



8. La observación participante: nueva identidad para una

vieja técnica

El trabajo de campo antropológico, como contexto más amplio de obtención de información, suele caracterizarse por su falta de sistematicidad con referencia a los procedimientos técnicos de otras ciencias sociales. Sin embargo, esta presunta asistematicidad posee una lógica propia y fue adquiriendo su identidad como técnica de

obtención de información: la participant observation que recibimos, traducción mediante, como "observación participante". En este capítulo examinaremos más de cerca su lógica e implicancias tratando de establecer, en medio de tanta heterodoxia, en qué consiste, qué tipo de información provee y qué lugar ocupa en su empleo la figura del investigador.

1. Fundamentos "clásicos"

La observación participante no dista mucho de lo que se ha dado en llamar "entrevista

etnográfica" y de otras técnicas no directivas que emplea el antropólogo. Significa, de hecho, una serie casi infinita de actividades con variado grado de complejidad: integrar un equipo de fútbol, residir en el lugar con los informantes, tomar mate, "chusmear", preparar un almuerzo, hacer chistes, ser objeto de burlas, de confidencias, de declaraciones amorosas y de agresiones, asistir a una clase en la escuela o a la reunión de una organización partidaria, etc. El eje de la supuesta indefinición y ambigüedad de la observación participante es, más que un déficit, uno de sus recursos distintivos. Su flexibilidad revela la imposibilidad que tiene el investigador de definir de antemano y unilateralmente qué tipo de actividades es necesario observar y registrar, por un lado, y a través de qué tipo de actividades se puede obtener cierta información, por el otro. Una, algunas o todas las actividades señaladas -por nombrar un puñado de ejemplos de la vida cotidiana- justifican denominar las tareas del investigador como "observación participante". Pero ¿qué es exactamente y en qué consiste? Tradicionalmente su objetivo ha sido detectar los contextos y situaciones en los cuales se expresan y generan los universos culturales y sociales, en su compleja articulación y variabilidad. La aplicación de esta técnica o, mejor dicho, conceptualizar esta serie de actividades como una técnica para obtener información, se basa en el supuesto de que la presencia —esto es, la percepción y la experiencia directas-ante los hechos de la vida cotidiana de la población en estudio -con sus niveles de explicitación— garantiza, por una parte, la confiabilidad de los datos recogidos y, por la otra, el aprendizaje de los sentidos que subyacen tras las actividades de dicha población. La experiencia y la testificación se convierten, así, en "la" fuente de conocimiento del antropólogo.

Observar versus participar ? La observación participante consiste en dos actividades principales: observar sistemática y controladamente todo aquello que acontece en torno del investigador, se tome parte o no de las actividades en cualquier grado que sea, y participar, tomando parte en actividades que realizan los miembros de la población en estudio o una parte de ella. Por un lado, hablamos de "participar" en el sentido de desempeñarse como lo hacen los habitantes locales, de aprender a realizar ciertas actividades y a comportarse como uno más, aunque esto suene un poco ideal. La participación pone el énfasis en el papel de la experiencia vivida y elaborada por el investigador acerca de las situaciones en las que le ha tocado intervenir; desde este ángulo parece que estuviera adentro de la sociedad estudiada. En el polo contrario, la observación parece ubicarlo fuera dé la sociedad, pues su principal objetivo es obtener una descripción externa y un registro detallado de cuanto ve y escucha. Es como si estuviera tomando nota a medida que se

desarrolla una película, sin desempeñar ningún papel en su argumento. Desde el ángulo de la observación, el investigador está alerta permanentemente pues, aunque participe, lo hace con el fin de observar y registrar los distintos momentos de la vida social.

Según los enfoques positivistas, al investigador se le presenta una disyuntiva entre observar y participar cuando pretende aplicar ambas técnicas simultáneamente: sucede que cuanto más participa menos [172] registra, y cuanto más registra menos participa (Tonkin 1984: 218); o, lo que es casi lo mismo, cuanto más participa menos observa y cuanto más observa menos participa.

Esta paradoja que contrapone ambas actividades confronta dos formas de acceso a la información, como si una, la observación, fuera externa, y la otra, la participación, fuera interna; como si no se pudieran llevar a cabo simultáneamente, como si no proveyeran distintos aspectos de un mismo conocimiento. Unos afirman que no es posible conocer

científicamente "siendo parte de", esto es, desde adentro; otros sostienen que lo social no puede ser conocido manteniéndose al margen o desde afuera. Según" cada postura epistemológica, la tarea de la observación participante se concibe desde ángulos prácticamente opuestos.

Adelantándonos a algunos desarrollos posteriores, diremos que tanto una como otra actividad suministran al investigador una perspectiva diferente; pero esta diferencia no es tanta como para afirmar que mediante la participación se termina siendo uno más, o que por la observación se permanece afuera como un testigo neutral. Si bien ambas actividades tienen sus peculiaridades y proveen información diversa por canales alternativos, es preciso justipreciar los verdaderos alcances de estas diferencias. Ni el investigador puede ser uno más entre sus informantes, ni su presencia puede ser tan exterior como para no afectar en modo alguno el escenario y a sus protagonistas. Este punto es decisivo para reconocer la incidencia del investigador y su reflexividad en el trabajo de campo y en la elaboración de datos a partir de la información recogida. Estos señalamientos no excluyen cierta distinción en los estilos, canales de acceso, materiales e interpretaciones, cuando se recurre a la observación y a la participación, actividades que pueden resultar complementarias a la vez que contrapuestas en su práctica concreta.

En esta sección indagaremos con mayor detenimiento de qué modo el positivismo y el interpretativismo conciben la contraposición entre observación y participación. En vez de seguirlas pensando como actividades separadas y antagónicas, en las secciones siguientes intentaremos fundamentar la unicidad y globalidad de la observación participante.

Participar para observar

Según los lineamientos del positivismo, el ideal cognitivo es la observación neutra, externa, desimplicada, lo cual garantizaría la objetividad científica en la aprehensión del objeto de conocimiento. Dicho objeto, ya dado en el referente empírico, debe ser recogido por el investigador tal cual es. La herramienta por excelencia es, entonces, la observación y otras operaciones de la percepción; la observación directa tendería a evitar las distorsiones introducidas por los legos que carecen de precisión científica y de preceptos metodológicos. Por eso, el trabajo de campo debe ser realizado, inexorablemente, por el investigador. La observación directa es similar a la que aplica el biólogo cuando observa especies en su medio natural, y ya vimos que los primeros trabajadores de campo de la antropología moderna eran, ciertamente, naturalistas. "El concepto de 'naturalismo' significa en términos etnográficos el compromiso de observar y describir fenómenos sociales de manera similar a como los naturalistas estudian la flora y la fauna y su distribución geográfica" (Hammersley 1984: 48). En este sentido, el antropólogo prefiere observar a sus informantes en sus contextos naturales; el campo sería su laboratorio.

La técnica preferida del investigador positivista es la observación (Holy, 1984); la participación introduce obstáculos en la objetividad, pone en peligro la desimplicación del investigador debido al riesgoso acercamiento personal a los informantes; el riesgo consiste en que esta relación se vea permeada de sentimientos y afectos, sesgando la versión de lo observado y distorsionando su pretendida objetividad. La participación se justifica sólo si los sujetos se la demandan al investigador ("Los azande no me habrían permitido vivir como uno de ellos; los nuer no me habrían permitido que viviera de forma diferente. Entre los azande me vi obligado a vivir fuera de la comunidad; entre los nuer me vi obligado a ser un miembro de ella. Los azande me trataron como a un superior; los nuer como a un igual", reflexionaba E. E. Evans Pritchard (1977: 27) haciendo una crucial distinción entre las formas de demandar participación por cada cultura concreta). También la participación se justifica si garantiza el acceso a determinados campos de la vida social.

En resumen, desde el positivismo, el investigador debe observar y adoptar, consecuentemente, el rol de observador. Si fuera imprescindible, puede comportarse como observador-participante, asumiendo la observación como la técnica prioritaria y la participación como un "mal necesario". En las investigaciones antropológicas tradicionales, la participación llevada a su máxima expresión, la corresidencia, era inevitable debido a las distancias que separaban a las unidades de estudio de la residencia habitual del investigador. Pero no sólo por esto, sino también porque, empirismo mediante, sólo a través de la observación directa y la testificación se podía dar fe de distintos aspectos de la vida social desde una óptica no etnocéntrica.

Observar para participar

Desde el interpretativismo, los fenómenos socioculturales no pueden ser estudiados como la conducta animal o los movimientos de la física; cada acto, cada gesto, por más físicos que se revelen, son esencialmente sociales y culturales en la medida en que tienen sentido para otros miembros de la misma unidad social. El único medio para acceder a esos significados que los sujetos negocian e intercambian, emiten y reciben, es la vivencia, la posibilidad de experimentar en carne propia esos sentidos, como lo hacen todos los individuos en su socialización. Y si, como dijimos en capítulos anteriores, un juego se aprende jugando, entonces una cultura y sus significados se aprenden viviéndolos. De ahí que la participación sea condición sine qua non del conocimiento de un sistema cultural. Las herramientas son, pues, la experiencia directa, los órganos sensoriales y la afectividad que, lejos de empañar, esclarecen la dinámica cultural. Para ello, el investigador debe proceder a la inmersión subjetiva; dar cuenta de esa cultura no es explicarla, sino comprenderla. El investigador comprende desde adentro a los sujetos que estudia. Por eso la denominación de la técnica debería, en realidad, invertirse: "participación con observación" o "participación observante"; el antropólogo asumiría el rol de participante-observador o participante pleno, más que de observador (Holy, 1984; Tonkin, 1984).

Involucramiento versus separación

La confrontación entre las dos actividades a las que alude la técnica de observación participante según ambos paradigmas conduce a una segunda oposición: el involucramiento versus la separación del investigador con respecto a los sujetos que estudia. Al enfatizar la participación se afirma que el investigador debe ligarse (desde adentro) con los sujetos, involucrándose, en la mayor medida posible, en sus actividades y modos de vida. Pero, señala el polo contrario, si el investigador se sumerge en otras lógicas para aprender a pensar, actuar y, por supuesto, hablar o comunicarse como sus informantes, será inevitable su fusión con ellos perdiendo la distancia mínima de la objetividad y la dimensión necesaria para no caer en la mera réplica de sus versiones y poder explicar lo que observa y registra, añadiendo sus valiosas consideraciones teóricas. ¿Cuan aconsejable es fundirse con los sujetos si se pretende discutir la teoría académica desde la teoría nativa de esa cultura y sociedad?

2. La reflexividad en la observación con participación

Según estas dos posturas, la observación -como actividad externa del investigador respecto de sus informantes- se contrapone a la participación -como desempeño interno desde la cultura estudiada-. Según estos planteos, ambas serían mutuamente excluyentes. Sin embargo, la disputa no cuestiona las bases epistemológicas que permanecen inalterablemente empiristas, como lo pone de manifiesto la forma de plantear la demanda de presencia directa en el campo. Al revisar estos clásicos supuestos con que se ha concebido el empleo de la técnica de la observación participante, volvemos a situar la discusión en los siguientes términos: ¿es posible conocer la objetividad social de manera inmediata, es decir, sin la mediación de la teoría (por la mera percepción sensorial o afectiva)?; ¿qué papel, negativo o positivo, desempeña la subjetividad del investigador en el conocimiento social?

Ya hemos precisado que el conocimiento está siempre enmarcado por la teoría -ya se presente como un cuerpo sistematizado o fragmentado en el sentido común-. En este sentido, si no acordáramos en que el investigador aspira a conocer, de la manera más cabal posible, una "realidad social objetiva", esto es, externa e independiente de su voluntad, el rechazo de la concepción empirista -que piensa la observación participante como equiparable a la presencia directa y, por ende, como garantía del conocimiento verdadero— nos llevaría a rechazar la técnica propiamente dicha. La presencia directa es, indudablemente, una valiosa ayuda para el conocimiento social, pero no porque garantice un acceso neutro y una réplica exacta de lo real, sino porque evita algunas mediaciones de terceros y ofrece lo real en su complejidad al observador crítico y bien advertido de su marco explicativo y su reflexividad. Resulta inevitable que el investigador se contacte con el referente empírico a través de los órganos de la percepción y de los sentimientos, pero éstos se amoldarán a su aparato cognitivo –cargado de nociones de sentido común y teorías-, ya que éste será el que, en última instancia, dará sentido a lo que los afectos, la vista y el oído le informan. Además, la subjetividad es parte de la conciencia del investigador y desempeña un papel activo en el conocimiento.

Pero esta subjetividad no es una caja negra indiferenciada; a la hora de suministrar explicaciones e integrarse al trabajo de campo científico, los afectos y sentimientos que la componen se organizan siguiendo estructuras explicativas relativamente conformadas y cuyo carácter social les ha valido el nombre de teorías.

Esta forma de existencia de la subjetividad es interpelada tanto en la observación como en la participación. De subyacer en ambas actividades un mismo modelo teórico, un objeto afín -explícito o no-, el material recogido [176] y sus conclusiones serán básicamente similares aunque, quizá, con mayores o menores dosis de pintoresquismo.

La actividad específica del investigador es sólo aparente y superficial si éste no puede indagar reflexivamente de qué manera coproduce el conocimiento a través de sus nociones y sus actitudes y desarrollar la reflexión crítica acerca de sus supuestos, su sentido común, su lugar en el campo y las condiciones históricas y socioculturales bajo las que lleva a cabo su labor.

Siguiendo estos lineamientos, la técnica de observación participante no es sólo una herramienta de obtención de información sino, además, de producción de datos y, por lo tanto, de análisis; en virtud de un proceso reflexivo -entre los sujetos estudiados y el sujeto cognoscente, la observación participante es en sí un proceso de conocimiento de lo real y, al mismo tiempo, del investigador. Ello tiene las siguientes consecuencias:

• la selección, planificación y aplicación de la técnica es parte del proceso de conocimiento de los sujetos;

• el conocimiento que el investigador construye sobre sus informantes no está desprendido, sino intrínsecamente ligado al conocimiento que produce de sí mismo y al que los informantes producen de él.

De la observación a la observación con participación

Partiendo de los replanteos acerca de la presencia directa y los límites del conocimiento inmediato, es posible precisar los alcances de la observación y la participación como dos vías específicas y complementarias de acceso a lo real. Su diferencia radica en el tipo de relación cognitiva que el investigador entabla con los sujetos/informantes y el nivel de involucramiento resultante. Las condiciones de la interacción plantean, en cada caso, distintos requerimientos y recursos. Es cierto que la observación no es del todo neutral, pues incide en los sujetos observados, y es cierto también que la participación nunca es total, excepto cuando el investigador adopta, como campo, un referente de su propia cotidianidad; pero aun en este caso el hecho de que el investigador se conduzca como tal en su medio introduce diferencias en la forma de participar. Parece indudable, sin embargo, que, en tanto negociada, la presencia del investigador como mero observador exige Un grado menor de aceptación -o bien una aceptación más exterior y menos comprometida- por parte de los informantes que lo que exigiría la participación.

Y esto si concebimos la observación como la mera captación por la vista y el oído de cuanto ocurre en su presencia, y la participación como tomar parte de una o varias actividades de las corrientemente desempeñadas por los sujetos a los que se investiga.

Analicemos un ejemplo para su mejor visualización.

El investigador observa desde la mesa de un bar a algunas mujeres, a las que suele calificarse como "las bolivianas", haciendo su llegada al mercado; registra la hora de arribo, edades aproximadas y el cargamento de cada una; las ve disponer lo que supone son sus mercaderías sobre un lienzo, a un lado de la vereda, y sentarse de frente a la vereda y a los transeúntes. Luego, el investigador se aproxima y las observa negociar con algunos individuos. Más tarde se acerca a ellas e indaga el precio de varios productos; las vendedoras responden puntualmente y el investigador compra un kilo de limones. Día tras día, el hecho se repite. El investigador es para las bolivianas un comprador más, que añade a las preguntas de rigor (por los precios) otras que no conciernen directamente a la transacción; surgen comentarios sobre los niños, el lugar de origen y el valor de cambio del peso argentino y el boliviano; las mujeres entablan con él breves conversaciones que podrían responder a la intención de preservarlo como cliente. Este rol de "cliente conversador" ha sido el canal de acceso que el investigador encontró para establecer un diálogo inicial. Pero en cuanto deja de hacer su compra diaria y se limita a conversar, las mujeres comienzan a preguntarse por qué tantas averiguaciones. El investigador debe ahora explicitar sus motivos si no quiere encontrarse con una negativa rotunda ante' nuevas aproximaciones.

Aunque no lo sepa, sucede que estas mujeres han ingresado a la Argentina con visa de turista, lo que les impide trabajar; sospechan entonces que el presunto investigador es, en realidad, un inspector en busca de inmigrantes ilegales.

Si comparamos la observación del investigador desde el bar con la posterior participación en la transacción comercial, vemos que en el primer caso el investigador no incide en la conducta de las mujeres observadas. Sin embargo, éste no suele ser el caso; es más frecuente que la observación se lleve a cabo con el investigador dentro del radio visual de las vendedoras; en este caso -aunque se limite a mirarlas-, estará integrando con ellas un campo de relaciones directas, cara a cara, suscitándoles alguna reacción -sospecha, incomodidad, etc.-. Esta reacción es la que vemos aparecer en la segunda instancia de relación, cuando el investigador participa como "comprador conversador". En este momento, lo que hace se traduce en expectativas y propósitos de las vendedoras ("¿Será éste un inspector de Comercio o de Migraciones? ¿No nos convendría dejar de venir a este mercado por un tiempo?"). Estos supuestos y expectativas revierten en el investigador, quien percibe la renuencia y se siente obligado a explicar la [178] razón de su presencia y sus preguntas; decide, entonces, hacer su presentación como investigador antropólogo, o como estudiante universitario, como estudioso de costumbres populares, etc. (tal como vimos en la sección referida a la presentación, capítulo 7). La respuesta a su (presentación da continuidad a la ilación de interpretaciones de la conducta de A-comportamiento en consecuencia hacia A-, interpretación sobre comportamiento de B-comportamiento en consecuencia I lacia B-, etc.

¿Qué implicancias tiene ser observador y ser participante en una relación!1 En este ejemplo, el investigador se ve obligado a adoptar una decisión sobre su actitud sólo desdé el momento en que entra en el campo de acción de sus informantes; hasta entonces puede registrar su comportamiento y su aspecto externo, pero debe limitarse a ello; no puede hacer preguntas, ni acercarse, ni indagar sobre hechos de la vida de las vendedoras, ni sobre sus nociones y representaciones, etc. La presencia directa exige no tanto la observación desimplicada, sino una observación con distintos niveles de participación, donde las acciones que emprenden los informantes tienen su correlato en las del investigador y viceversa. Este involucramiento es, sin duda, una cuestión de grados, pero nos advierte sobre dos cuestiones: primero, que la observación para obtener información significativa requiere algún grado siquiera mínimo de participación, esto es, de incidencia en la conducta de los informantes y, por consiguiente, en la del investigador; segundo, que la reciprocidad de la relación entre investigador e informantes desempeña un importante papel en el suministro de información, siempre y cuando el investigador considere que los términos de la interacción con sus informantes son sociales y culturales, y que no los conozca de antemano, sino que los vaya develando a medida que avance la investigación.

Participación: las dos caras de la reflexividad

Los antropólogos no se han limitado a hacer preguntas sobre la mitología o a ver a los nativos emprender una expedición de caza o pesca, sino que han optado por ejercer cierto protagonismo en las actividades de sus informantes. Este protagonismo admite dos líneas posibles: o bien comportarse según las propias pautas culturales del investigador, o bien comportarse imitando las pautas de los informantes.

Al comenzar su trabajo de campo, el investigador hace lo que sabe; y lo que sabe son sus propias pautas de conducta y de reacción, según sus nociones familiares. Aunque seguramente esto le valga errores de procedimiento e infracciones a la etiqueta local, es el único mapa que [179] por el momento puede orientarlo hasta hacerse de nuevas pautas, las de sus informantes. Desde entonces va incorporando otras formas de conducta y con ello de conceptualización acordes con el mundo social en que se encuentra.

Cuando se hace referencia a la "participación" como técnica de campo antropológica, se alude más bien al hecho de comportarse según las pautas de los informantes. Veamos las reflexiones del fundador del trabajo antropológico de campo, Malinowski: Poco después de haberme instalado en Omarakana empecé a tomar parte, de alguna manera, en la vida del poblado, a esperar con impaciencia los acontecimientos importantes o las festividades, a tomarme interés personal por los chismes y por el desenvolvimiento de los pequeños incidentes pueblerinos; cada mañana al despertar, el día se me presentaba más o menos como para un indígena [...] Las peleas, las bromas, las escenas familiares, los sucesos en general triviales y a veces dramáticos, pero siempre significativos, formaban parte de la atmósfera de mi vida diaria tanto como de la suya [...]. Más avanzado el día, cualquier cosa que sucediese me cogía cerca y no había ninguna posibilidad de que nada escapara a mi atención (Malinowski, 1986:25).

El autor destaca aquí la íntima relación entre la observación y la participación, dado que el hecho de estar allí lo involucraba en actividades y en el ritmo de vida, tornando significativo el orden sociocultural nativo. Malinowski se fue integrando gradualmente al ejercicio pleno de la participación: aquel por el cual se comparte y se practica la reciprocidad de sentidos del mundo social. Pero esto no habría sido posible si el mismo investigador no hubiera valorado cada hecho cotidiano como un aspecto digno de análisis y registro. Esta transformación de los -hechos en datos puede hacerse, como veremos en otro ejemplo, por el contraste reflexivo de lo familiar y lo exótico. Lo que nos parece crucial es pensar en las dos acepciones de la participación, o sea, no como etapas sucesivas ni como formas excluyentes: el pasaje de una participación en términos familiares a otra participación en términos desconocidos significa, de por sí, que el investigador está avanzando y profundizando su conocimiento sobre esa sociedad. Además de impracticable y vanamente angustiante, en un primer momento del trabajo de campo, la participación correcta (es decir, hacer "buena letra" y cumplir con las normas y valores locales) no es ni la única ni la más deseable en este aprendizaje; la transgresión (o lo que entendemos por un error) es, tanto para el investigador como para el informante, un medio imprescindible para problematizar distintos ángulos de la conducta social y evaluar su significación en la cotidianidad de los informantes. En este pasaje de la participación en términos [180] del investigador a la participación en términos del informante existima serie de requerimientos y de situaciones que pueden o no favorecerlo, y en las que puede verse más o menos desprotegido y amenazado.

En el uso de la técnica de observación participante, la participación requiere desempeñar ciertos roles locales. Este desempeño tiene un par de consecuencias cuya tensión estructura el trabajo de ampo antropológico. En primer lugar, implica un esfuerzo del investigador por integrarse a una lógica que no le es propia. Ello puede resultar, desde la perspectiva de los informantes, en una doble lectura. Por una parte, es el intento de hacer suyos los sentidos prevalecientes en esa unidad; de este modo, sus prácticas y nociones se vuelven más inteligibles y se facilita la comunicación. Estando en Pinola, la aldea maya mexicana, Esther Hermitte cuenta que: [...] a los pocos días de llegar a Pinola, en zona tropical, fui víctima de picaduras de mosquitos en las piernas. Ello provocó una gran inflamación en la zona afectada -desde las rodillas hasta los tobillos-. Caminando por la aldea, me encontré con una pinolteca que después de saludarme me preguntó qué me pasaba y, sin darme tiempo a que le contestara, ofreció un diagnóstico. Según el concepto de enfermedad en Finóla, hay ciertas erupciones que se atribuyen a una incapacidad de la sangre para absorber la vergüenza sufrida en una situación pública. Esa enfermedad se conoce como "disipela" (keshlal en lengua nativa). La mujer me explicó que mi presencia en una fiesta la noche anterior era seguramente causa de que yo me hubiera avergonzado y me aconsejó que me sometiera a una curación, la que se lleva a cabo cuando el curador se llena la boca de aguardiente y sopla con fuerza arrojando una fina lluvia del líquido en las partes afectadas y en otras consideradas vitales, tales como la cabeza, la nuca, las muñecas y el pecho. Yo acaté el consejo y después de varias "sopladas" me retiré del lugar. Pero eso se supo y permitió en adelante un diálogo con los informantes de tono distinto a los que habían precedido a mi curación. El haber permitido que me curaran de una enfermedad que es muy común en la aldea creó un vínculo afectivo y se convirtió en tema de prolongadas conversaciones (Hermitte, 2002:272-273).

Una segunda lectura de esta cita nos muestra que el esfuerzo de la investigadora por integrarse a una lógica diferente deriva en una consideración especial y un respeto hacia ella. Este punto asume una importancia crucial cuando el investigador y los informantes ocupan posiciones desiguales en una estructura social asimétrica, como ha ocurrido tradicionalmente entre los antropólogos procedentes de las metrópolis y sus informantes habitantes de las colonias. Pero vuelve a aparecer en las investigaciones con sectores subalternos de la misma [181] sociedad del investigador. Desde Malinowski no son pocas las ocasiones en que el antropólogo narra una experiencia que se transforma en un punto de inflexión en su relación con los informantes. No se trata de exaltar las situaciones de riesgo físico y personal, ni de emprender simulaciones para acceder a la confianza, sino de reparar durante el ingreso del investigador -generalmente a través de situaciones casuales y rutinarias— en la lógica de los sujetos, en sus formas de resolver problemas y hacer frente a la cotidianidad. Lo relevante de la "disipela" de Hermitte no fue su sufrimiento por la inflamación, sino que aceptara interpretarla en el marco del sistema local de creencias sobre la enfermedad y en el seno de sus relaciones sociales.

Aunque Hermitte no hubiera previsto que iba a ser picada por mosquitos, que se le inflamarían las piernas y que encontraría a una pinolteca locuaz que le ofrecería un diagnóstico, mantenía una actitud abierta y dispuesta a permitir que sus informantes categorizaran y explicaran qué le sucedía y a aceptar de ellos una solución. Esta incorporación a la lógica nativa entraña, necesariamente, el conocimiento de prácticas - curativas, vecinales, etc.-y sentidos -vergüenza, "disipela", enfermedad—.

La segunda consecuencia del desempeño de roles locales es que la participación puede cerrar puertas, en vez de abrirlas. Desde la práctica de la observación participante concebimos la participación como un puesto de observación desde donde es posible divisar prácticas y sentidos, por ejemplo, en un campo de actividades, en un haz de relaciones sociales, en el funcionamiento institucional, etc. Pero cuando el antropólogo pretende acceder a la cultura y a la sociedad globales, aspira, siquiera idealmente, a no quedar encerrado en ninguna sección o delimitación que le impida mirar desde otros puestos, es decir, desde otros roles de la unidad estudiada.

Para que la participación sea posible es necesario efectuar un tránsito gradual, crítico y reflexivo desde la participación en términos del investigador, a la participación en términos de los actores; pero una no existe sin la otra. El investigador necesita hacer consciente la lógica de sus reacciones, conductas y decisiones en la primera etapa de campo para comprender, en su propio marco teórico y de sentido común, cuál es el valor y las modificaciones que introducen las pautas de los informantes. Veamos un ejemplo de estos puntos. Una tarde de trabajo de campo acompañé a Graciela y su marido, Pedro, a la casa de una mujer mayor, Chiquita, para quien Graciela trabajaba por las mañanas haciendo la limpieza y algunos mandados. La breve visita tenía por objetivo buscar un armario que Chiquita iba a regalarles. Mientras Pedro lo desarmaba en piezas transportables, Graciela y yo manteníamos una conversación casual con la dueña de casa. Recuerdo este pasaje:

Ch.: —El otro día vino a dormir mi nietita, la menor, pero ya cuando nos acostamos empezó que me quiero ir a lo de mamá, que quiero ir a lo de mamá; primero se quería quedar, y después que me quiero ir. Entonces yo le dije: bueno, está bien, ándate, vos ándate, pero te vas sola, ¿eh? Te vas por ahí, por el medio de la villa, donde están todos esos negros borrachos, vas a ver lo que pasa...

G.: —Hmmmm...

Yo, con cara funesta, terminantemente prohibida en el manual del buen y equidistante trabajador de campo.

Apenas salimos de la casa, le pregunté a Graciela por qué no había replicado y me contestó: 'Y bueno, hay que entenderlos, son gente mayor, gente de antes".

¿Qué datos construí sobre esta experiencia? Mi primer interrogante era por qué Graciela no había defendido a sus vecinos y a sí misma, por qué no había respondido, como suele hacerse en las villas, que la gente habla mal del villero pero no de quienes cometen inmoralidades iguales o mayores en sectores económicos más pudientes ("del villero se dice que está 'en pedo', del rico que está 'alegre' "; "el pobre se mama con vino, el rico con whisky", etc.). No habría podido sorprenderme ante semejante aceptación por parte de Graciela de no haber sido porque conmovió mi sentido más íntimo del respeto por el prójimo, y porque a todas luces identificaba la actitud de Chiquita con una absoluta falta de ética y una alevosa manifestación de prejuicios. Si para mí era tan claro, debía serlo más aún para Graciela y, por qué no, para Chiquita. Desde esta distancia entre mi conceptualización de la situación y la que manifestaban Chiquita y Graciela, en su práctica, bajo la apariencia de una tácita complicidad pasé a indagar el sentido, no tanto de la actitud de Chiquita como de la de Graciela; pero esta indagación pudo plantearse y encararse a partir de y en relación con una reflexión sobre mi punto de vista, mis intereses y preocupaciones, humanitarios en general, no sólo de la investigación.

Ahora bien, mi gesto mostró una participación en términos que pueden ser adecuados en sectores medios profesionales progresistas y, más aún, universitarios, a los que yo pertenezco, pero no entraba dentro de la participación en términos de los vecinos de un barrio colindante a la villa, habitado por una vieja población de obreros calificados y pequeños comerciantes, amas de casa y jubilados. Tampoco parecían integrar la batería de reacciones posibles de los pobladores de la villa. La pregunta era entonces en qué consistía el sentido de "villero" y la conducta hacia este actor en ese escenario concreto e, implícitamente, dónde residía la diferencia con mi propio sector social. Esto se puso en evidencia cuando una semana más tarde Graciela me transmitió los comentarios negativos de Chiquita sobre mi mueca: "¿Ya ella qué le importa? Si no es de ahí... [de la villa]". Desde su perspectiva no le faltaba razón, pero tampoco estaba errada Graciela con su actitud: tiempo después entendí qué cosas tenía en juego con Chiquita –un armario, un empleo y otros beneficios secundarios-como para enfrentársele por una cuestión de principios. A partir de aquí, comencé a observar las reacciones de otros habitantes de Villa Tenderos ante estas actitudes prejuiciosas y descubrí que una misma persona podía obrar de distinto modo según la situación. Los contextos que revelaban una marcada e insuperable asimetría forzaban a los estigmatizados a guardar silencio y, de ser posible, a ocultar su identidad; si la situación no remitía a esta desigualdad, la reacción podía ser abiertamente contestataria.

Estas observaciones me dieron algunos indicios acerca de cuál era el manejo que, concretamente, se hacía de los prejuicios de clase en las relaciones sociales, y me ayudaron a no caer en explicaciones exteriores o simplistas como, por ejemplo, que los miembros de las clases subalternas replican -como si hubieran sufrido un lavado de cerebro- la llamada "ideología dominante". En todo caso, parecía más apropiada una explicación de tipo transaccional, en una articulación subordinada de los residentes de una villa miseria respecto de otros actores sociales (Guber, 1994). Según estas explicaciones era comprensible, aunque estuviera fuera de lugar, mi gesto antipático hacia Chiquita, al punto que podía haber lesionado los términos de negociación en que se habían ubicado Graciela y su marido. Por otra parte, cuando tiempo después decidí hacer entrevistas con no villeros acerca de su concepción de los residentes de Villa

Tenderos, hubiera querido encontrarme con Chiquita, pero mi evidente y espontánea toma de partido lo hizo imposible de modo que, también en este caso, quedé encerrada en el puesto de observación "villero" y perdí el acceso a una perspectiva más global que incluyera la posición contraria.

En resumen, la observación participante ha sido replanteada en su lógica interna, en tanto técnica de obtención de información y metodología de producción y elaboración de datos; en una y otra el investigador desempeña un papel central que se orienta a registrar -por cualquier vía- material del referente empírico. Si la participación es entendida como una instancia necesaria de aproximación a los sujetos, que entraña la reciprocidad de comunicación y de sentidos, no tiene por qué ubicarse en las antípodas de la observación, la cual puede ser entendida, a su vez, como la disposición general del investigador hacia lo real: su conocimiento. Hablaremos, pues, de la observación participante concibiendo a dicho conocimiento no como una captación inmediata de lo real, sino como una elaboración reflexiva teórico-empírica que emprende el investigador en el seno de relaciones con sus informantes.

La participación revisited1

Según venimos afirmando, la participación es el ingrediente característico del trabajo de campo antropológico. Veamos a continuación en qué consiste. Dentro de sus múltiples posibilidades, el acto de participar abarca un amplio espectro que va desde un simple estar allí como un testigo mudo de los hechos hasta el hecho de realizar una o varias actividades de distinta envergadura y con distintos grados de involucramiento personal, político y social. En sus distintas modalidades la participación implica grados de desempeño de roles locales. Según su peculiar articulación, diversos autores (Junker, 1960, entre ellos) han formulado un continuo que va desde la pura observación hasta la participación plena. Podemos retomar esta tipificación si tenemos presente que hasta la observación pura, lejos de ser neutral, reviste alguna incidencia en los actores observados.

En algunos casos resulta imposible estudiar a un grupo social sin ser parte de sus miembros, ya sea por susceptibilidades, prevenciones, actividades secretas, tradición, conocimientos esotéricos, etc. Al no poder explicitar sus propósitos, el investigador debe optar por lo que parece el único camino posible, lo cual requiere mimetizarse con el ambiente.

El antropólogo adopta entonces el rol de participante pleno (Golde 1970), sin dar a conocer sus motivos últimos, superando algunos inconvenientes que presentaría su acceso y priorizando, además, un modo de conocimiento fundado en la inmersión. Si bien este rol tiene la ventaja de obtener material inaccesible por otras vías, ser participante pleno resulta inviable cuando el o los roles válidos para esa cultura o grupo social son incompatibles, por ejemplo, con ciertos atributos del investigador. Pongamos como ejemplo que una mujer desea estudiar un ámbito predominantemente masculino; o un joven aun grupo de ancianos; o cuando el blanco y rubio investigador pretende fundirse en una población predominantemente morena. El mimetismo aquí no es posible. Otro inconveniente de la participación plena reside en que desempeñar íntegramente un rol nativo puede significar el cierre hacia aquellos otros roles estructural o coyunturalmente opuestos y diferenciados del que se ha adoptado. Tal es el caso de un investigador que pasa a desempeñarse como empleado o como obrero en un establecimiento fabril, quedando automáticamente fuera del alcance de los niveles administrativos y superiores de la jerarquía empresaria. A lo sumo puede acceder al tipo de trato, de relación que los estratos superiores dispensan a los trabajadores y analizarlo desde la posición de estos últimos.

1 En la tradición antropológica, una localidad o poblado son estudiados por un solo investigador. Son

escasos los estudios de la misma comunidad por otro investigador. Una de las primeras experiencias al

respecto fue en la localidad mexicana de Tepoztlán, trabajada inicialmente por Robert Redfield y luego

por Osear Lewis. Para designar su reestudio, Lewis se refería a "Tepoztlán revisited".

Los roles de participante observador y de observador participante2 constituyen una combinatoria sutil de observación y participación. El participante observador es aquel que se desempeña en uno o varios roles locales, habiendo explicitado el objetivo de su investigación. El observador participante hace centro en su carácter de observador externo, tomando parte de actividades ocasionales o imposibles de eludir.

El contexto puede habilitar al investigador a adoptar roles que lo ubiquen como observador puro, por ejemplo, en el registro de clases en una escuela, tomando notas a un lado y diferenciado de los alumnos por la edad. Sin embargo, su presencia afecta el comportamiento de los observados y de cuanto sucede en la escena; en este sentido, el observador puro es más un tipo ideal que una conducta practicable en el contexto, como ya lo hemos señalado.

Estos cuatro tipos ideales de articulación entre observación y participación son posibilidades hipotéticas que, en los hechos, el investigador asume conjunta o sucesivamente a lo largo de su presencia en el campo.

Recordemos que la observación no "interfiere" menos en el campo que la participación. Cada modalidad no difiere de las otras por los grados de distancia entre el investigador y el referente empírico en virtud de su participación, sino por una relación particular y cambiante entre el rol de investigador y otros roles culturalmente posibles. Entonces, la verdadera opción por uno u otro tipo concierne a la relación entre el espectro de roles cristalizados en la estructura local y el rol de, investigador. El participante pleno es aquel que oculta su rol de antropólogo y desempeña íntegramente alguno de los disponibles en su unidad de estudio. En este caso su involucramiento en el puesto asumido es casi total, ya que de abandonarlo no podría explicar su presencia en un lugar alternativo. Cuando los informantes descubren que no se trataba de uno más se decodifica inmediata y necesariamente como engaño y traición, con las lógicas [186] y frecuentemente inmediatas consecuencias para el investigador. Sin embargo, cuando no hay opción, se debe correr el riesgo. Y de ser descubierto, el investigador debe proceder a reformular su rol o a abandonar el campo.

El observador puro, en cambio, es aquel que se niega explícitamente a adoptar otro rol que el propio de (en tanto que) investigador; este desempeño es llevado al extremo de evitar todo pronunciamiento e incidencia activa en el contexto de observación; su presencia es pasiva, lo cual no significa neutra ni no incidente. Recordando el caso de Evans Pritchard, concluimos que las distintas opciones no resultan solamente de una decisión del investigador, sino de su relación con los informantes. Los azande lo reconocieron siempre como un superior británico (en forma de investigador pero también de comandante militar); los nuer, en cambio, nunca dejaron de considerarlo un representante metropolitano, enemigo y transitoriamente a su merced.

La participación provee conocimientos sobre una unidad sociocultural a través del desempeño de roles y la consiguiente interacción con sus miembros. ¿Cómo se producen dichos conocimientos si, como decíamos más arriba, no es la presencia directa la que lo garantiza? El comportamiento hacia los demás implica la decodificación de sus propósitos. Los motivos de una acción y las razones para actuar de determinada manera

2 Es en este sentido que puede hablarse de "participante". La expresión "observación participante"

reseñada como técnica, aunque sintetiza los ingredientes de la observación con participación, presenta

confusiones entre el rol y la técnica y no permite jugar con los matices entre los términos que componen

la expresión. ¿Podríamos hablar de "participación observante"?

suelen remitirse a un saber raramente explicitado: el conocimiento mutuo (Giddens, 1987). Considerado de sentido común, integra las prácticas cotidianas y hace inteligible la conducta social. Este conocimiento se integra en modelos expresivos o prácticos, que son modelos para actuar. Difieren de otros modelos, los interpretativos o modelos de lo que sucede (Schutz, 1974). Generalmente, los actores están inmersos en la lógica de modelos para actuar y, en tanto tales, no pueden ser teorizados ni abstraídos y, a veces, tampoco verbalizados. Pero el investigador indaga en esos modelos tratando de organizar un modelo, esta vez interpretativo. En una primera aproximación y sin pretender agotar la explicación de los hechos observados, el investigador puede acceder a los modelos de acción sumergiéndose en su lógica, esto es, actuando según sus reglas. Si bien es cierto que estas reglas y los condicionamientos de la acción son para el investigador diferentes de los de los informantes (pensemos en un trabajo de campo con sectores pauperizados cuyo rigor de vida no sólo no es compartido históricamente por el investigador, sino que éste puede regresar a su sector social cuando lo desee), hay modos de aproximárseles que pueden ensayarse, así como contextos más propicios para estos ensayos; la corresidencia ha sido y es la instancia más relevante, pero pueden serlo también el desempeño de distintos roles, la evaluación de sucesivas presentaciones del investigador y la empatía con el informante. La participación es, pues, no sólo una herramienta de obtención de información, sino el proceso mismo de conocimiento de la perspectiva del actor, pues éste es el que abre las puertas y ofrece las coyunturas culturalmente válidas para los niveles de inserción y aprendizaje del investigador.













3. El enfoque antropológico: señas particulares



4. El trabajo de campo como instancia reflexiva del conocimiento



10. La entrevista antropológica: Introducción a la no directividad




11. La entrevista antropológica: Preguntas para abrir los sentidos (31/7/08)



No hay comentarios: