viernes, 20 de junio de 2008

Historia del pago en análisis. Rudy (Parte 1)

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBUM
Para comprender la conflictiva actual referida al "pago" en análisis, y la discusión que se genera entre las distintas escuelas para ver quién cobra más, es importante conocer, así lo creo yo, la historia del pago en análisis, llamándose "pago" no al pueblo en el que uno ha nacido [Clásica expresión de los psicoanalistas del interior de la Argentina.] sino a la cantidad de dinero que se le entrega al analista mes a mes, a cambio de... a cambio de...; bueno, no toda entrega de dinero implica necesariamente cambios.
Hagamos entonces un breve pero muy extenso recorrido por la historia de esta cuestión: pagar o no pagar, o, mejor aún, ¿cuánto pagar?


Primeras aproximaciones

Hay quienes dicen que el psicoanálisis pago empezó con Freud, que antes los analistas no cobraban por sus consultas. Otros discuten directamente la existencia de los "prefreudianos", afirmando que se trataba de alucinaciones de pacientes que deseaban desesperadamente analizarse pero no tenían con quién. Nosotros preferimos coincidir con investigadores como Wolfgang Apfelstrudell, quien, en su libro Patienten uber alles (citado en el artículo "Las crisis del psicoanálisis") nos dice: "Antes de Freud era muy difícil conseguir analista". (Por otro lado, da prestigio coincidir con un investigador de apellido alemán)

De todas maneras, los primeros indicios de labor psicoanalítica, y, por cierto, paga, los encontramos en el antiguo Egipto. Fue allí donde José, esclavo hebreo, le interpretó los sueños al faraón, y éste le pagó otorgándole la libertad. (Extraña paradoja de la condición humana: ¿cómo puede ser visto esto del analista esclavo de sus pacientes, que obtiene la libertad a partir de interpretaciones exitosas?)

Algunos se oponen a ver en esta práctica un ejercicio del psicoanálisis, ya que, dicen, José no le pidió al faraón asociaciones acerca del sueño, sino que se limitó a interpretar el contenido manifiesto; hasta hay quienes suponen que lo de José fue pura sugestión.
Por esta acción, José es recordado como el creador del psicoanálisis. Sin embargo, hay quienes otorgan dicha creación al padre de José, Jacob (o Jacques, en francés) quien habría sido el autor de los primeros escritos del tema. Quienes siguen esta línea aclaran que los escritos de Jacob eran absolutamente incomprensibles por haber sido redactados en arameo antiguo, y que fue Alain, yerno de Jacob, quien los tradujo e hizo inteligibles para la humanidad. Este tema, a pesar de haber pasado varios milenios, se sigue discutiendo.

Veamos, entonces: hay quienes dicen que el creador del psicoanálisis fue José. Otros dicen que fue su padre, Jacob. Otros, que fue su cuñado Alain, esposo de Judith, quien llevó el mensaje de Jacob. Finalmente hay quienes comentan que en esos días pasaba por Egipto otro profeta hebreo, Sigmund, y que José tomaba clases con él.

Pero si José fue quien introdujo el psicoanálisis en Egipto, y el primero en percibir honorarios por dicha práctica, será luego Moisés quien desarrolle una verdadera revolución al provocar el éxodo de todos los analistas, (En los textos bíblicos e históricos se habla del éxodo de los hebreos, lo que tampoco es una falsedad, ya que en esa época casi todos los analistas eran de ese origen) a causa de lo bajo que se abonaban las sesiones, producto de un decreto faraónico dictado en un momento de gran resistencia.

Sin embargo, el faraón no quería que los analistas abandonasen Egipto, ya que estaba en transferencia con uno de ellos. Tampoco aceptaba aumentarles los honorarios. En una de las reuniones de la EPA (Egyptian Psychoanalitic Asociation), se estableció lo siguiente: "Si los analistas no pueden fijar la suma de honorarios que perciben, quedan encadenados a los caprichos del faraón y, desde lo simbólico, son esclavos". Fue Moisés quien decidió el camino de la liberación, estimulando la llegada de las diez plagas inconscientes, entre las que se encontraban el masoquismo, el sadismo, la repetición de sueños hasta el hartazgo, las alucinaciones, la fobia, la anorexia, la bulimia, y hasta la castración del hijo mayor. Angustiado hasta la depresión más profunda, ansioso, temeroso, el faraón tomó una doble decisión: expulsó a los analistas de Egipto, y, a la vez, les permitió que se fueran. Ese faraón fue conocido como "Psicopathón, el ciclotímico". La única condición que exigió a cambio fue que se le diera el alta.

Los hechos producidos por Moisés marcan una verdadera divisoria de aguas en la historia del psicoanálisis pago. Durante cuarenta años los analistas vagaron por el desierto, rumbo a la "teoría topográfica prometida", ya que se sentían, a partir de lo dicho por Moisés, una "profesión elegida", destinada a regir los destinos inconscientes de la humanidad. Para impedir que se desarrollasen diferentes líneas teóricas, clínicas y religiosas, Moisés legó a los analistas las "diez reglas básicas para el ejercicio de la profesion", conocidas dentro del gremio como "los diez mandamientos". Citamos algunos: "No interpretarás la transferencia en vano", "No codiciarás a los pacientes de tu prójimo", "Honrarás a tus padres, más allá de cualquier sentimiento edípico", "No sugestionarás", "Cobrarás las sesiones a las que el paciente no concurra", "Del uno al cinco cobrarás, y luego indexarás", etcétera.

El psicoanálisis fue evolucionando con los hebreos, pero no quiero dejar de señalar algunas de las marcas de su influencia que quedaron registradas en Egipto: para empezar, las pirámides son un claro rasgo de la preminencia del falo en la sociedad. Y además, el famoso templo de la diosa Psiquis, muy frecuentemente visitado por los fieles, que permanecían durante cincuenta minutos, y pagaban también por las ceremonias a las que no concurrían.

Por el lado de los hebreos, recordemos el episodio de Sansón, quien pierde sus fuerzas, o sea se deprime, al serle interpretado el corte de pelo como símbolo de la castración. Luego David, quien logra vencer al gigante Goliat con el solo empleo de una interpretación precisamente disparada, que causó el efecto de una piedra mortal. Tomemos luego a Salomón, a quien concurrieron a ver dos mujeres a la misma hora, y cada una decía que ése era su horario de sesión. Salomón dijo entonces que quien era la paciente de esa hora tendría que pagarla, provocando el renunciamiento altruista de ambas mujeres.

Además, tuvieron un especial papel en la difusión de la práctica analítica, ya que fueron invadidos por casi todos los pueblos del mundo, que acudían a Judea en búsqueda del supuesto saber de los hebreos, los que enseguida les interpretaban la invasión como un recurso proyectivo para evitar la angustia, que en realidad no querían invadirlos, y que por qué mejor no se volvían a sus respectivos lugares, no sin antes abonarles la sesión.


El análisis entre los griegos y los romanos

Si hay un pueblo en el que se puede decir que floreció el psicoanálisis, ése fue Grecia, o, para ser más exactos, Tebas, donde, para comenzar, cada individuo que lograba entrar burlando a la Esfinge lo primero que hacía era consultar a un analista para sacarse la angustia que dicho monstruo le había provocado. (Hay hasta quienes sospechan que la Esfinge estaba en sociedad con algunos terapeutas, y que entregaba tarjetas de los mismos en las puertas de la ciudad.) Pero no todo era tan fácil para los analistas griegos. Primero, porque había mucha competencia con los oráculos, adivinos y demás sabios en esto del arte de la interpretación de sueños, y segundo, por todos los mitos que en esta civilización se generaron. Por si esto fuera poco, los atenienses tenían los mismos problemas económicos que cualquiera, y no era extraño escuchar a fin de mes: "Licenciado, pagarle me significa un verdadero dracma" siendo éste y no otro el origen de la denominación de la moneda. (Fue en esta época cuando Cálculos, joven analista, formuló la ecuación "dinero = heces", ecuación que los analistas aceptaron en toda ocasión, menos en el pago de sus honorarios.) Tenemos también el ejemplo de Arquímedes, que en medio de una sesión exclamó "¡Eureka!", para luego asociar: "Todo cuerpo humano sale mojado del vientre de su madre", en una excelente reconstrucción del trauma de nacimiento.

Pero estábamos hablando de los mitos griegos, y es aquí donde caben varias puntualizaciones respecto del pago. Comencemos por Edipo. Debía ser muy difícil cobrarle la sesión. Es más, dicen sus detractores que Edipo no sólo no le pagaba a su analista, sino que le exigía derechos de autor. Un día, ofuscado, el analista lo envió al mismísimo útero materno, a lo que, muy suelto de cuerpo, contestó el muy hijo de Layo: "¡Ya fui, ¿por qué cree que estoy acá?!".

Pero a Edipo hay que comprenderlo. No a todo el mundo le pasa eso de ir a la primera entrevista y decir: "Licenciado, estoy angustiado, maté a mi papá y me acosté con mi mamá", y luego escuchar: "Bueno, cálmese, todo el mundo se culpa con lo mismo, son fantasías, cuénteme un poco más", etcétera. Y claro, había que poder ser el analista de Edipo, que además era hermanastro de sus propios hijos, abuelo de sus sobrinos, cuñado de su yerno, nieto de su suegra y padrastro de sí mismo. ¡Pavada de historia familiar, tenía!

Parece que el analista supervisaba con el oráculo de Delfos, que estaba de moda y cobraba carísimo. La cuestión es que a Edipo cada sesión le salía un ojo de la cara. Sólo pudo ir a dos. Y tuvo que pagar el tratamiento de Yocasta, que entró en una tremenda depresión cuando descubrió que era suegra de sí misma, y no podía disimular su edad cuando sus hijos le decían "abuelita". Y no sólo eso, también tuvo que pagar el tratamiento de Antígona, que tenía un flor de Edipo con Edipo, y los dos varoncitos, Eteocles y Polinices, que se pasaban todo el día peleándose hasta que reventaron. ¡Qué presupuesto en terapias, Dios mío! (Vale decir: ¡Zeus mío!)

Pasemos ahora a Narciso. ¿Cuánto se le puede ofrecer a un tipo que se pasa la sesión mirándose a sí mismo? Es difícil sostener el lugar de analista frente a alguien mitológicamente condenado a muerte si ve su propia imagen. En este caso, el analista debió abstenerse absolutamente de actuar como espejo. Es más, debió retirar todos los que hubiera en el consultorio. ¿Y cómo interpretar la transferencia? "Usted se mira como si fuese yo, como si yo fuese usted, o como si usted fuese usted mismo y yo mismo, o algo así." Y el otro, con minúsculas, ni pelota. Tal vez en este tipo de tratamiento sea indicado hacer notar la presencia del analista cobrando honorarios elevados. Pero Narciso sacaba los billetes del bolsillo y se los metía en el otro, siempre con minúsculas. Es decir, como no podía ver al otro (con minúsculas) se los metía en el otro bolsillo, como manera de ver al otro con minúsculas en él mismo. Finalmente, cuentan que Narciso estableció transferencia consigo mismo, y abandonó el tratamiento.

Era difícil ser analista en Grecia. En Esparta, por ejemplo, los hombres debían interrumpir constantemente sus tratamientos para ir a la guerra, y rara vez los retomaban después, en el hipotético caso de que volvieran vivos. Pese a ello, hay una famosa anécdota en la cual un guerrero que obedecía al rey Leónidas abandonó el campo de batalla en pleno combate de las Termópilas y, tras increíble maratón, llegó, con el último suspiro, puntualmente a sesión. Luego explicó: "Es que, si no, me la cobraban igual".

En Atenas la cuestión tampoco funcionaba demasiado fluidamente. La APA (Asociación Psicoanalítica Ateniense) sólo admitía filósofos en sus sueños, negándoseles la entrada a los psicólogos con la excusa de que éstos aún no existían. Al parecer, esto desató un verdadero conflicto, estuvo a punto de arder Troya y, al parecer, todo ocurrió por culpa de Paris. Luego los griegos ofrendaron un caballo, siendo ése el origen de algunas fobias dos milenios más tarde (fobias estudiadas por Freud en el famoso caso Juanito). Pero más allá de los psicólogos y troyanos, en Grecia se cocían habas, y para un psicólogo entrar a la APA era una verdadera Odisea.

Sócrates, analista de moda, cobraba caras las sesiones en que hablaba, y más caras aún aquellas en las que permanecía callado. Fue en esa época cuando se discutió en la APA si se aceptaba o no el ingreso de dramaturgos a la institución. Sófocles amenazó con volver a escribir la tragedia edípica y cambiar todo si no lo dejaban entrar. Esquilo, en cambio, volvió a su trabajo con las ovejas, al que debe su nombre.

Era complicadísimo ser psicólogo en la antigua Grecia. A tal punto, que no quedaron datos de ninguno. La APA se ceñía rigurosamente a la doctrina socrática, según el siguiente silogismo: "Sócrates es hombre, luego todos los hombres son mortales, entonces la sesiones se deben cobrar caras".

El que tenía complejo con respecto a su miembro era Pitágoras. Recién luego de varios años de tratamiento pudo decir: "No me importa tener un pene pequeño, pues está comprobado que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos". Tales de Mileto también se trataba, dada su impotencia: "No logro que mi miembro se ponga transversal, está siempre horizontal y paralelo a mi cuerpo, y como segmento correspondiente lo veo poco proporcional".

Así le iba al psicoanálisis en manos de los filósofos. Por suerte, la cosa cambió.
No hay datos acerca de quién fue el primer analista en Roma, pero se sabe fehacientemente que los primeros pacientes fueron Rómulo y Remo. Se les indicó una terapia familiar, que no prosperó porque no consiguieron llevar a la loba. De todas maneras el tratamiento terminó muy mal. En una discusión acerca de quién se hacía cargo de los honorarios, Rómulo mató a Remo, y el analista no se atrevió a interpretárselo ni a cobrarle.

Durante la República hubo un auge del análisis. A los terapeutas se los conocía como los "idus de febrero", por ser ése el mes en que tomaban vacaciones. Un general, Melanius, llevo el análisis a Britania, y otro Lacanius, lo difundió por la Galia. En cuanto a la forma de pago, los romanos desarrollaron un sistema muy práctico y original. Convenidos los honorarios por sesión, el paciente los abonaba mensualmente.

Antes de que este sistema se estableciese, reinaba el caos. Un paciente podía pagar cada sesión cuando había luna llena, o cada vez que el oráculo así lo establecía, o cada muerte de obispo (esto último perjudicaba al analista enormemente ya que aún no había obispos), etc.

Lo que era anhelado y temido a la vez era ser el analista del César. Cada fin de mes el emperador concurría a sesión acompañado de un gladiador. Si el César se sentía en transferencia positiva, elevaba el pulgar y el gladiador abonaba al analista una gruesa suma de sestercios. Pero si se hallaba en transferencia negativa, o atravesando una fase especialmente sádica, inclusive por formación reactiva, el César podía apuntar el pulgar hacia abajo, y el analista iba a tener que interpretarle muy eficazmente su agresividad a los leones, si no quería terminar sus días atrapado en la oralidad de éstos. Ser analista del César daba al terapeuta en cuestión fama y gloria, aunque a menudo efímera.

Cayo Julio, el primero de los Césares, fue conocido por su gran resistencia. En efecto, abandonó a la primera sesión y saliendo del consultorio, comentó: "Veni, vidi, vinci" (fui, vi, vencí). Se dio el alta solo y se fue a conquistar las Galias. A Bruto, en cambio, el análisis no le sirvió para matar simbólicamente a su padre, por lo que tuvo que hacerlo en la realidad.
Los filósofos no tuvieron en Roma la incidencia institucional que sí tuvieron en Grecia. Se recuerda sólo un caso, el de Cicerón, quien, ofuscado con su analista tras doce años de tratamiento, le espetó: "Quosque tándem, Catilina, abutere patientia nostra?", lo que quiere decir: "Y, Catilina (el nombre del analista), ¿cuándo me das el alta?".

Existían en Roma varias categorías de analistas, que, por supuesto, percibían honorarios de distinto tipo. Los analistas jóvenes, recién ingresados a la práctica, atendían esclavos (propios, ya que los ajenos no se dejaban analizar), luego atendían a clientes, patricios y senadores. Sin embargo, no era fácil conseguir que les derivaran un senador, pues los analistas de mayor trayectoria solían derivar a sus esclavos (aclaración importante: al hablar de sus esclavos, me estoy refiriendo a aquellos hombres que trabajaban para ellos en relación de esclavitud, lo que no incluye de ninguna manera a los analistas jóvenes).

Como se ve, desde el analista José, esclavo de su faraónico paciente, hasta los analistas romanos, que tenían sus propios esclavos, las cosas habían cambiado. (Edad media Parte 2)





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