10. La entrevista antropológica: Introducción a la no
directividad
Cierta información puede obtenerse sólo parcialmente a través de la observación: los sistemas de representaciones, nociones, ideas, creencias, valores, normas, criterios de adscripción y clasificación, entre otros. Si bien advertimos que no es conveniente caer en simplificaciones, la entrevista es una de las técnicas más apropiadas para acceder al universo de significaciones de los actores. Asimismo, la referencia a acciones, pasadas o presentes, de sí o de terceros, que no hayan sido atestiguadas por el investigador puede alcanzarse a través de la entrevista. Entendida como relación social a través de la cual se obtienen enunciados y verbalizaciones, es además una instancia de observación; al material discursivo debe agregarse la información acerca del contexto del entrevistado, sus características físicas y su conducta. Sin embargo, existen muchas variantes de esta técnica, cada una con su respectivo marco, fines y modalidades. Pueden identificarse las entrevistas dirigidas que se aplican a través de un cuestionario preestablecido; las semiestructuradas, focalizadas en una temática; las entrevistas clínicas, orientadas a la interpretación sociopsicológica. Las entrevistas se emplean tanto en la investigación científica como en encuestas de opinión y de sondeo político. En este y el próximo capítulo nos ocuparemos de lo que algunos autores llaman “entrevista antropológica o etnográfica” (ethnographic interview, según Agar, 1980 y Spradley, 1979), también conocida como “entrevista informal” (Kemp y Ellen, 1984) o “no directiva” (Thiollent, 1982; Kandel, 1982 y otros autores provenientes de la sociología).1 Esta especie [203] se añade al bagaje técnico metodológico del que se ha valido la antropología para conocer otras sociedades y culturas, bajo la premisa de que ese conocimiento no caiga en perspectivas etno y sociocéntricas.
1. No hay preguntas sin respuestas (implícitas)
La necesidad de sistematizar la entrevista empleada en el trabajo de campo antropológico surgió de su progresiva diferenciación de otras variantes de esa misma técnica. La tardía justificación de su cientificidad por parte de los antropólogos fue realizada cuando comenzaba a decaer el reinado positivista de las técnicas cuantitativas, buscándose entonces otras vías que aseguraran un conocimiento más profundo y "objetivo" de lo real. Tal fue la razón para que en los años treinta irrumpieran los estudios naturalistas en barriadas, pueblos y ciudades; el investigador abandonó el gabinete y se dirigió al contexto donde se desenvolvían habitualmente los actores; allí los observó y entrevistó; tomarlos en su propio medio parecía garantizar una información confiable y veraz. A pesar de que esta perspectiva, clásica en las etnografías, llevara consigo la impronta de un acusado empirismo, su rescate es posible desde una mirada epistemológica alternativa, dado su gran aporte al conocimiento de otras culturas y de la cultura y sociedad del investigador. Revisaremos este potencial, contrastando la entrevista antropológica con la entrevista estructurada.
1 Para bibliografía referida a la entrevista en encuestas y cuestionarios más clásicamente empleada en
ciencias sociales, sugerimos consultar Boudón y Lazarsfeld (1973), Pardinas (1969), Schatzman y Strauss
(1973), Selltiz (1980), Zelditch (1982), entre otros.
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Según la metodología tradicional en ciencias sociales, el entrevistador debe suministrar un cuestionario idéntico a todos los entrevistados, con las mismas preguntas cerradas, (a responder por sí-no-no sé), abiertas (a responder en palabras del informante) y de elección múltiple (más conocida como múltiple choice, en las cuales se presenta un número determinado de respuestas optativas). Las preguntas deben ser formuladas en la misma secuencia, registrando puntualmente las respuestas (Thiollent, 1982: 79). Se supone que así todos los respondentes se encuentran sometidos a las mismas condiciones de interrogación y, por lo tanto, sus afirmaciones tienen el mismo valor.
Veamos un cuestionario suministrado a agentes oficiales y vecinos de una villa miseria para penetrar en su imagen acerca de los residentes de villas y los prejuicios sociales hacia ese sector socio-residencial. El análisis de este cuestionario nos permitirá hacer algunas puntualizaciones sobre las características de esta herramienta. Nuestra tesis es que su mayor limitación proviene de que los supuestos del investigador se proyectan en el discurso, cerrando el acceso al universo de sentidos que componen la perspectiva del actor; puede ser, entonces, una herramienta de conocimiento sociocéntrico.
Cuestionario
1. ¿Hay prejuicios contra los villeros?
2. ¿Quiénes los sustentan?
3. ¿Usted los comparte? Sí-No. ¿Por qué?
4. ¿Cómo sabe estas cosas de los villeros? (¿Directa o indirectamente?)
5. ¿Fue alguna vez a una villa? ¿Por qué? ¿Para qué?
6. ¿Tuvo algún inconveniente? ¿De qué tipo?
7. ¿Cómo fue la relación con los pobladores?
8. ¿Cómo viven?
9. ¿Qué problemas tienen?
10. ¿Son un problema las villas? ¿Por qué?
11. ¿Cómo se podrá/deberá resolver?
12. ¿Conoce algunos intentos? ¿Por parte de quiénes? ¿Han sido exitosos o fracasaron?
¿Por qué?
Estas preguntas pueden agruparse en bloques temáticos:
• la percepción/reconocimiento de los prejuicios contra los villeros (1-3);
• el carácter directo o indirecto del conocimiento que sustenta el no villero acerca del
villero (4-7);
• la villa como problema; soluciones (8-12).
La primera serie trata de establecer el grado de conciencia de los informantes con respecto a las ideas prejuiciosas. La segunda trata de establecer si el informante conoce de primera mano o si las impresiones le han sido transmitidas por terceros. Es frecuente -tanto en la teoría social como en el sentido común— que los prejuicios se conciban como juicios a priori sin conocimiento suficiente y que se identifique a este "conocimiento" con el "de primera mano" (como vemos, en el sentido común también operan premisas empiristas). La tercera serie se refiere a la villa miseria como "problema" que requiere soluciones. La confección del cuestionario responde a una concepción teórica del prejuicio, según la cual el informante puede reconocer-se sujeto de prejuicio y reconocer al villero como su objeto; también supone que el prejuicio se asienta sobre un conocimiento indirecto (y por eso insuficiente), que puede llegar a ser inmune a la confrontación empírica; en este marco las villas y sus habitantes son "un problema" y son caracterizados desde dicho ángulo; pero aún hay algo más. El uso del término "villero" predispone negativamente al informante, ya que en el sentido común y el habla corriente suele emplearse como insulto, tanto en las inmediaciones como en zonas más alejadas. Al confeccionar [205] el cuestionario, el investigador desconoce que 'vivir en una villa" y "ser un villero" son cosas diferentes para quienes no residen en estos asentamientos; la primera expresión no tiene necesariamente las connotaciones negativas de la segunda. Por eso, averiguar "si ser villero es malo" (o un problema) es casi lo mismo que preguntar "de qué color era el caballo blanco de San Martín".
¿A qué se deben estas limitaciones? ¿A una falta del investigador? ¿A su inexperiencia?
Probablemente, pero quizá su explicación más relevante deba buscarse en las bases epistemológicas según las cuales se concibe la relación cognitiva entre dos sujetos, a través de las preguntas y respuestas, en el contexto de la entrevista.
Según la concepción positivista nos hemos acostumbrado a creer que para saber algo basta con preguntar. La respuesta a una pregunta colmaría la ansiedad de conocimiento. Pero esto es sólo parcialmente cierto, ya que supone que las preguntas formuladas por el investigador pertenecen al mismo universo de sentido que las respuestas del informante.
El investigador se pone en contacto con una población cuyo universo desconoce e incorpora las respuestas directamente a su propio marco. Veamos un ejemplo.
Encontrándose Hermitte en Pinola se emprendió un censo sociocultural en el marco del Proyecto Chicago-Chiapas (1960) del cual ella participaba. La siguiente situación se produjo cuando Hermitte hizo una pregunta referida al parentesco:
—Nazario, ¿cuántos hermanos tenes?
—Ninguno.
Hermitte, por conocimientos previos, sabía que Nazario tenía cinco hermanos que habían conversado con ella en varias oportunidades. Le preguntó un poco sorprendida:
—¿Pero Antonio y Pedro qué son?
——Mis hermanitos -le contestó Nazario.
No era una broma: el malentendido, provenía de una distinción propia de la lengua tzeltal, en que se designa banquil al hermano mayor que ego y kitzin al hermano menor.
Un censista no adiestrado en estas sutilezas -que en el caso citado fue posible advertir porque la censista tenía ya un largo trabajo de campo- habría pasado por alto buena parte de la unidad doméstica.
En el proceso de conocimiento, las preguntas y respuestas no son dos bloques separados sino partes de una misma reflexión y una misma lógica, que es la de: quien interroga; el investigador. Y no se debe a que el informante responda lo que el investigador quiere oír (o no diga "la verdad"), sino a que cuanto diga será incorporado por el investigador a su propio contexto interpretativo, a su propia lógica. Al plantear sus preguntas, el investigador establece el marco interpretativo de las respuestas, es decir, el contexto donde lo verbalizado por los informantes tendrá sentido para la investigación y el universo cognitivo del investigador. Este contexto se expresa a través de la selección temática y los términos de las preguntas además de, obviamente, el análisis de datos. El sentido de “villero” puede o no ser el mismo para todos los respondentes y quizá ocurra que algunos ni siquiera emplean el término. Pero todo cuanto digan será decodificado por el investigador como respuesta a lo que él solicitó, como una categoría con lugar y valor preestablecidos. Tal desfasaje, generalmente encubierto y desconocido, se hace manifiesto cuando el investigador pertenece a un universo cultural diferente del de sus informantes. Entonces, la aparentemente unívoca pregunta "¿cuántos hermanos tenes?" expresa una distinción de parentesco propia de la sociedad del investigador, más que una primera averiguación totalmente neutral y objetiva acerca de quiénes componen la unidad doméstica del informante. Efectivamente, una pregunta alternativa podía haber sido: ¿quiénes componen la familia?, ¿con quiénes vive?, etc.
Comprender los términos de una cultura o de un grupo social, la perspectiva del actor, consiste en reconocer que el de los informantes es un universo distinto del mundo del investigador. Y esto no vale sólo para los grupos étnicos sino para todos los agrupamientos humanos, si es que les reconocemos una lógica propia para organizar su universo, en función de una específica ubicación social. Por eso es conveniente que el investigador empiece por reconocer su propio marco interpretativo acerca de lo que estudiará y lo diferencie, en la medida de lo posible, del marco de los sujetos de estudio; este reconocimiento puede hacerse revelando las respuestas que subyacen en un cuestionario hipotético. Por ejemplo, cuando se le pregunta a un oficinista y a un ama de casa: "¿de qué trabaja?", el investigador puede ostentar una noción de trabajo predeterminada, a la que casi seguramente intentará ajustar las respuestas, sin mediaciones. ¿Qué supuestos encubre esta pregunta? Que el informante desempeña una actividad consistente en una labor remunerada por las horas invertidas; sin embargo, este concepto es sólo uno de los tantos posibles. Quizá el informante comparta la misma noción pero bajo otras denominaciones y en forma de otras prácticas. Por ejemplo, ¿se considera "trabajo" la colaboración infantil en el hogar en el medio rural, las labores del ama de casa y el trabajo doméstico no remunerado, el robo sistematizado, la autoconstrucción de la vivienda propia los fines de semana o la mendicidad?
Este reconocimiento es vital para acceder a un universo diferente y peculiar de significaciones porque, de lo contrario, el investigador puede suponer que está obteniendo respuestas a su pregunta y a su universo; en realidad, esas respuestas le están siendo planteadas desde otro universo, pero el investigador las interpreta como respuestas dentro de su propio marco. Dicho de otro modo: aunque aparentemente manejen el mismo idioma, hablan de cosas diferentes pero no lo saben. El riesgo es proyectar conceptos y sentidos del investigador en las palabras del informante, corroborando lo que se proponían encontrar; no se pueden descubrir (ni sorprender) nuevas relaciones y sentidos; las investigaciones de este tipo acaban siendo meras tautologías. Que un sujeto cognoscente deba partir de su universo no significa que deba mantenerse necesariamente en él por el resto de la investigación. Ésta es la diferencia entre una investigación que busca descubrir y otra que pretende ratificar; entre un enfoque que aspira a integrar la perspectiva del actor desde los actores, y otra que proyecta en ellos los supuestos y la lógica del investigador. En síntesis, ésta es la diferencia entre una investigación sociocéntrica y otra que no lo es.
A diferencia de la observación participante, la entrevista como interacción témporoespacialmente situada, en la cual un sujeto -el investigador- obtiene información de otro -el informante- ha sido un recurso técnico relevante en otras ciencias sociales y ha debido respetar los requerimientos de cientificidad exigidos por la corriente epistemológica dominante. Así, cada técnica lleva consigo una especie de "marca de fábrica", la impronta de la epistemología que la vio nacer. La observación participante surgió amparada por una "vuelta al naturalismo" en las ciencias sociales. La entrevista fue prohijada por el positivismo, de lo cual acabamos de analizar uno de sus rasgos más salientes: la relación cognitiva entre preguntas y respuestas. Pero hay, además, otros supuestos subyacentes en la aplicación de esta técnica. La entrevista en ciencias sociales se presenta como una relación diádica canalizada por la discursividad. Ya se trate de hechos, actitudes, opiniones o recuerdos, el investigador obtiene materiales y da sus consignas al informante a través de la palabra. Estas características se fundan en una concepción de lo social basada en ciertos supuestos:
• para conocer una unidad sociocultural se puede recurrir a la interrogación de sus miembros;
• cada miembro es una síntesis global portadora de los hechos y normas dominantes de esa unidad social;
• las posibilidades de expresión discursiva son básicamente las mismas para todos los miembros de una sociedad (o de la unidad sociocultural);
• la respuesta a una pregunta expresa, directamente, los hechos y las normas dominantes;
• esa respuesta es sustentada individualmente por cada persona y revela su propia opinión;
• cada individuo puede proveer esa respuesta cuando le es solicitada.
Estos supuestos pueden agruparse en dos órdenes, uno sociológico y otro epistemológico, a su vez relacionados entre sí. Se ha dicho, sociológicamente, que la entrevista en general, pero particularmente la estandarizada para todos los informantes a través de una relación dialógica, supone que cada individuo puede expresar patrones sociales y opiniones acerca de su sociedad. Ello implicaría que los respondentes son capaces de conformar una opinión acerca de los temas que interesan al investigador.
Pero estos temas pueden no ser igualmente significativos ni tampoco haberse planteado para la discursividad en todos los sectores sociales (Menéndez, 1984). Señalamos en otra parte la distinción que introduce Bourdieu entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico. Por ocupar un lugar y tener una significación diferente en un intelectual, un comerciante y un obrero no calificado y semianalfabeto, la verbalización es un vehículo desigual según el grupo social de que se trate (Bourdieu, 1982). La mayoría de los temas abordados por las entrevistas en investigación social son cuestiones que los informantes quizá manejen cotidianamente, no reflexiva sino prácticamente, en el decurso de su vida, en sus contextos específicos.
La entrevista significa una alteración de los términos habituales de interacción social para la mayoría de los actores sociales (más aún, en los sectores y grupos étnicos estudiados por los antropólogos). La interacción aparece inclinada a la mayor discursividad del informante sobre la base de impulsos provistos por el investigador.
Sumado a que, por lo general, la gente no pide ser entrevistada para una investigación social (y mucho menos antropológica), se le solicita que se expida sobre cuestiones de las cuales puede no tener una opinión formada (Ríessman, en Menéndez T984). Sin embargo, el investigador no concluye esto de las a veces magras respuestas obtenidas, sino de un tono general de apatía, oposición o ignorancia por parte del informante. La extrapolación de temáticas y marcos interpretativos es más acusada en las encuestas pero, como vimos, no desaparece en las entrevistas con preguntas abiertas, ni en las no directivas. Y esto sucede porque, entre otras cosas, la entrevista, implica, sociológica y epistemológicamente, una relación diferencial y asimétrica. Sociológicamente, el investigador representa a un sector de status superior -económico, cultural, etc. — al del entrevistado. Pero esa superioridad puede emerger incluso si el dominio no proviene del origen social del entrevistador y el entrevistado; surge en la forma de la interacción: uno pregunta, el otro responde. Por eso, epistemológicamente, el investigador impone el marco del encuentro y de la relación, las temáticas a tratar y el destino de la información. Lilian Kandel (1982) encuadra este condicionamiento como resultado de la división social del trabajo intelectual, como la monopolización del saber y de la capacidad de preguntar por el investigador. El solo hecho de un encuentro a solas con alguien que se presenta como investigador o científico, la puntualización de temas, todo esto implica ya cierta orientación y condicionamiento de las respuestas. No pretendemos aquí resolver tamaña cuestión, sino puntualizar algunos aspectos del problema y proponer algunas formas de trabajo para advertir y controlar lo más posible sus consecuencias.2 Para ello, trazaremos el marco general y los propósitos de la entrevista no directiva desde un enfoque no empirista.
2. Límites y supuestos de la no directividad
Para evitar el etnocentrismo, la antropología apeló tradicionalmente a la presencia directa del investigador en el campo. Para estudiar la compleja articulación de las culturas cuyas pautas eran desconocidas para el mundo del investigador, éste debía, primero, acceder a una mínima comprensión de la lógica del universo de los sujetos.
Con respecto a la entrevista, la tarea se dificultaba aún más por el desconocimiento de la lengua. Así es como primero el investigador debía aprenderla y, en ese mismo proceso, iba internándose en la lógica de la cultura y la vida social. En estos contextos, la no directividad como vía para acceder a la diversidad era una medida obligatoria. En las sociedades complejas y más aún en la del investigador, esas “naturales diferencias" parecieron diluirse.
A medida que se fue acercando a su propio medio, a su sector social, a las instituciones que frecuentaba desde su más temprana socialización empleando un lenguaje que le resulta conocido "desde siempre” la distancia etnográfica se acortó peligrosamente. Para reconocerla, el investigador necesitó ubicarse en una posición de desconocimiento, sospecha y duda acerca de sus certezas, que constituían ni más ni menos que el fundamento de sus formas de actuar y concebir el mundo, los parámetros de "lo normal". La no directividad se ha resignificado en sociedades más familiares al investigador.
La diferencia cultural no es, al menos aparentemente, tan ostensible.
Combinada con el enfoque empirista, la no directividad se funda en el supuesto del "hombre invisible", como si no focalizar en un tema y no proponer consignas garantizara que el informante pudiera expresar cuestiones relevantes y significativas o, incluso, como si el investigador pudiera internarse en la mentalidad misma del entrevistado.
2 El excelente libro Learning how to Ask de Charles Briggs (1986) presenta exactamente esta perspectiva
y también sugiere algunas vías para hacer que dos competencias metacomunicativas puedan por fin
encontrarse. Su postura es que los hablantes provienen de distintas competencias; no todos tienen la
competencia de conducirse en una entrevista con fines de investigación, aunque pueden ser competentes
en otras interacciones cómo la docencia, la conversación, la seducción amorosa, la entrevista de trabajo,
la entrevista policial o judicial, etc. El investigador debe aprehender esas otras competencias y no creer
que las respuestas que obtiene a sus preguntas están en verdad en correspondencia con su competencia
comunicativa e interpretativa (véase también Guber, 2001).
¿Es ésta la solución para contrarrestar los inconvenientes de las encuestas estandarizadas y los cuestionarios que imponen problemáticas a los informantes? ¿Está acaso menos presente el investigador aplicando entrevistas no dirigidas que dirigidas? Ambas preguntas ameritan una respuesta a la vez afirmativa y negativa.
La no directividad puede ayudar a corregir la imposición del marco del investigador si, como venimos sugiriendo en capítulos anteriores, esa no directividad se entiende como el resultado de una relación socialmente determinada en la cual cuentan la reflexividad de los actores y la del investigador. Esto requiere incorporar al campo de estudio al investigador y las condiciones en que se produce la entrevista. La reflexividad en el trabajo de campo, y particularmente en la entrevista, puede contribuir a diferenciar los respectivos contextos, a detectar permanentemente la presencia de los marcos interpretativos del investigador y de los informantes en la relación, a elucidar cómo cada uno interpreta la relación y sus verbalizaciones; quizás así sea posible establecer un nexo progresivo entre ambos universos, pero no como resultado de observaciones aisladas, sino del proceso global de aprendizaje en campo. Parte de este aprendizaje comienza a dar sus frutos, como sugieren Black y Metzger, cuando el investigador puede identificar qué respuestas subyacen en sus propios interrogantes y, recíprocamente, cuando puede descubrir a qué preguntas responde implícitamente el informante (en Spradley, 1979: 86). El problema planteado es cómo descubrir e incorporar temáticas del universo del informante a la entrevista que no hayan sido previstas por el investigador. ¿Cómo incorporar las categorías [211] de los actores en la formulación de preguntas, si todavía el investigador desconoce esas categorías (como sucedía con el ejemplo del término "villero")? Si admitimos que los "universos culturales", es decir, el modo en que un grupo de personas aprendió a ver, oír, hablar, pensar y actuar en su mundo social (Spradley, 1980: 3), son "por definición metodológica" desconocidos de antemano por el investigador, aun cuando aparezcan en forma de términos y modos familiares, el acceso a ese mundo social debería tener en cuenta, por un lado, el proceso de conocimiento del investigador, y por el otro, la construcción de recursos técnicos que contemplen tanto la reflexividad del investigador como la de los informantes.
La no directividad se basa en el supuesto de que "aquello que pertenece al orden afectivo es más profundo, más significativo y más determinante de los comportamientos que el comportamiento intelectualizado" (Guy Michelat, en Thiollent, 1982: 85, la traducción es nuestra). No es extraño hallar entrevistas no directivas en los divanes de los psicoanalistas o en las sesiones de los psicólogos rogerianos; el éxito de esta intervención mediatizada y relativizada del terapeuta reside en dejar fluir la propia actividad inconsciente del analizado (Thiollent, 1982); La aplicación de este supuesto, válido con matices, a la entrevista antropológica, resulta en la obtención de conceptos experienciales -experíence near concepts, según Agar, (1980: 90) o categorías sociales, según Rockwell, 1980)- que permitan dar cuenta del modo en que los informantes conciben, viven y llenan de contenido un término o una situación; en esto reside precisamente la significatividad y confiabilidad de la información. Pero para alcanzar esos conceptos significativos, el antropólogo se basa en los testimonios vividos que obtiene de labios de sus informantes a través de sus líneas de asociación (Palmer, en Burguess, 1982:107; Guy Michelat, en Thiollent, 1982: 85). El investigador aprende a reubicar el control propio de las entrevistas estructuradas en las cuales formula las preguntas y pide al entrevistado que se subordine a su concepción de entrevista, a su dinámica, a su cuestionario y a sus categorías. En las no dirigidas, en cambio, solicita al informante que lo introduzca en su universo cultural, que le dé indicios para descubrir los pasajes que le permitan comprender su lógica y en esto se incluye un nuevo ritmo de encuentro, nuevas prioridades temáticas y expresiones categoriales (este planteó es asimilable a la transición que se opera desde participar en términos del investigador a participar en términos de los informantes). Para esto, la entrevista antropológica se vale de tres procedimientos: la atención flotante del investigador, la asociación libre del informante y la categorización diferida del investigador.
Al iniciar su contacto el investigador lleva consigo algunos interrogantes que provienen de sus intereses más generales y, por consiguiente, de su investigación y trabajo de campo. Pero a diferencia de otros contextos investigativos, sus temas y cuestionarios más o menos explicitados son sólo nexos provisorios, guías entre paréntesis que pueden llegar a ser dejadas de lado en el curso del trabajo de campo. La premisa del trabajo de campo antropológico es que, si bien conocemos desde nuestro bagaje conceptual y de sentido común en relación con el objeto de investigación, vamos en busca de temas y conceptos que la población vierte por asociación libre; esto no significa replicar la no directividad de los psicoanalistas, sino que los informantes introducen sus prioridades en forma de temas de conversación y prácticas atestiguadas por el investigador, en modos de recibir preguntas y de preguntar, donde revelan los nudos problemáticos de su realidad social tal como la perciben desde su universo cultural. Para captar este material, el investigador permanece en atención flotante (Guy Michelat y Jacques Maitre, en Thiollent, 1982), un modo de escuchar que consiste en no privilegiar de antemano ningún punto del discurso (pág. 91). Este procedimiento se diferencia del empleado en las encuestas y cuestionarios porque la libre asociación permite introducir temas y conceptos desde la perspectiva del informante más que desde la lógica del investigador.
Al promover la libre asociación, ello deriva en cierta asimetría parlante en la entrevista antropológica, con verbalizaciones más prolongadas del informante, y mínimas o variables intervenciones e inducciones por parte del investigador.
Esta tarea nada sencilla sugiere una metáfora: la de un guía por área desconocidas; la metáfora vale porque el investigador aprende a acompañar al informante por los caminos de su lógica, lo cual requiere gran cautela y advertir, sobre todo, las intrusiones incontroladas. Esto implica, además, confiar en que los rumbos elegidos por el baqueano llevarán al investigador a buen destino, aunque poco de lo que vea y suponga quede por el momento demasiado claro. Esos trozos de información, verbalizaciones y prácticas, es decir, las piedras, lianas, árboles y orillas que van atravesando a medida que se internan por la selva, pueden parecer absurdos e inconducentes, pero son el. camino que se le propone recorrer. Sin perder sentido crítico y capacidad de asombro, se trata de confiar en que sé llegará a alguna parte, es decir, que todo aquello tiene alguna lógica y que esa lógica es la perspectiva del actor. En el proceso de recepción de información, esta confianza se pone de manifiesto en el acto de categorizar. Si concebimos el trabajo de campo como un camino por lo incierto e inesperado, las piedras y lianas podrían asimilarse a los conceptos que, en tanto sentidos y relaciones sociales, transmiten los informantes y que el investigador no sabe a ciencia cierta cómo decodificar. Dicho más académicamente, "el centramiento de la investigación en el entrevistado supone que el investigador acepta los marcos [213] de referencia de su interlocutor para explorar juntos los aspectos del problema en discusión y del universo cultural en cuestión" (Thiollent, 1982: 93, la traducción es nuestra).
Llevando ya varios meses de trabajo de campo, Hermitte promediaba su investigación sobre la movilidad social en la comunidad bicultural de Pinóla; un día su trabajo tomó un giro inesperado que la obligó a reformular profundamente el tema de investigación.
Al indagar con un "natural" sobre la imagen que la población indígena tenía del gobierno ladino, surgió el siguiente diálogo (Hermitte, 1961):
H.: —¿Ycómo es el gobierno de los naturales [los indígenas]'?
I.: —Ah, ése es distinto porque los viejitos vuelan y si haces algo malo lo chingan.
H.: —¿Cómo? —preguntó sorprendida la investigadora.
I.: —Sí, los viejitos vuelan alto y lo chingan.
Al recibir el material discursivo y actuado, en forma aparentemente desordenada e ininteligible como este pasaje, se suele caer en la tentación de componerlo según, los preconceptos del investigador y ejercer entonces un control categorial de lo dicho por el entrevistado. Esta categorización a priori, y por lo tanto forzada, se opone a la categorización diferida, según Maitre (en Thiollent, 1982:95), una lectura de lo real mediatizada por el informante donde se relativizan los conceptos y categorías del investigador. Una "mentalidad inexperta", como diría Malinowski, habría seguido de largo, suponiendo que se trataba de una metáfora para, por ejemplo, indicar la sanción moral (y nada más que moral) de los ancestros. Hermitte reparó inmediatamente en esta formulación, en principio incomprensible, y comenzó a penetrarla hasta encontrar el sistema indígena de creencias fundado en el anual y la brujería como ejes de las nociones y prácticas referidas a la salud y la enfermedad. La investigadora se instaló en la mentalidad indígena, pero no desde una posición de interés general o no teórico, sino reparando en aquel argumento que le resultó incomprensible (GTTCE, 2001). Y si algo puede ser incomprensible es porque se lo refiere a otro marco. Por eso descubrir nuevas preguntas es una muestra más de la capacidad de relativizar el propio universo.
La categorización diferida se concreta, en primer lugar, en la formulación de preguntas abiertas que se van encadenando sobre el discurso del informante hasta configurar un sustrato básico, el marco interpretativo del .actor. Esté tipo de diálogo demanda un papel activo del entrevistador, por un lado, al reconocer que sus propias pautas de categorización son algunas de las posibles pero no las únicas, y, por el otro, al identificar los intersticios del discurso del informante [214] en donde "hacer pie" para penetrar en su interior, para reconocer/ instruir la lógica del actor. En segundo lugar, la categorización diferida se lleva a cabo en el registro de información que aparentemente no tiene razón de ser, que no reviste mayor sentido desde el marco interpretativo del investigador. Volviendo a uno de los ejemplos que Irnos en el capítulo anterior, la expresión "yo no me doy con la gente de acá", expresada por doña Vina en Villa Tenderos, sólo adquirió significación algunos meses más tarde. En el momento y por un disciplinamiento o conducta de antropóloga militante", me limité a registrar su réplica en mi primera presentación, pero sólo atiné a decodificarla literalmente. En este proceso simultáneo de reconocimiento-del-otro y autoconocimiento, el camino es bidireccional - del investigador al informante y de éste al investigador- pero en un sentido distinto al del cuestionario habitual. En este último, el investigador transmite preguntas y recibe las respuestas de sus informantes. En la entrevista antropológica, el investigador formula preguntas pero lo que obtiene por respuesta se transforma en sus nuevas preguntas. Categorías y conceptos, prioridades e intereses del investigador se mantienen pero se relativizan. Como ya señalamos, al comenzar la investigación es inevitable cierta dosis mínima de sociocentrismo cuya superación no tiene que ver con adoptar la alternativa empirista, sino con relativizar la propia mentalidad, contrastarla con el campo y desplazarse hacia un reconocimiento de la perspectiva del actor como independiente de la del investigador (por más que sea él quien trata de construirla
también, a partir de sus conceptos y categoría).
Para que este proceso sea factible es necesario tiempo, no en su sentido formal, sino en el de la espera paciente y confiada en que, por el momento, sólo se alcanzan a comprender algunas partes, pero que seguramente, más adelante, se podrán integrar los fragmentos aparentemente dispersos. No se trata de una espera pasiva sino activa, en la cual el investigador va relacionando, hipotetiza, confirma y refuta explicaciones. Esta característica, propia de todo el trabajo de campo antropológico, se torna algo problemática en el diálogo de la entrevista donde, supuestamente, el informante espera que se le pregunte en función de los intereses del investigador. La imagen de este camino podría expresarse en dos fases simultáneas, en parte relacionadas y en parte autónomas; una de deconstrucción/relativización del universo del investigador; otra de construcción de la perspectiva del actor. El investigador se desempeña activamente entre ambas y lo que obtiene en una lo remite a la otra; desde sus categorías aborda las de los informantes pero desde éstas redimensiona las propias. Para ello es necesario que el investigador se diferencie del informante, cosa que en principio no sabe cómo hacer porque presupone el lugar de las diferencias y desconoce la forma de sus expresiones. Si el trabajo de campo antropológico tiene por leitmotiv esta diferenciación, en la entrevista la dificultad se duplica porque se supone que el investigador debe preguntar; pero sabemos que al hacerlo utiliza y expresa categorías propias de su marco interpretativo; la dinámica de la conversación demanda respuestas y definiciones tan inmediatas que no tiene tiempo para visualizar su reflexividad y ejercer su relativización. Sin embargo, es en medio de las exigencias que impone la interacción y el intercambio donde surgen las posibilidades de nuevos nexos y la manifestación de la diversidad entre ambas perspectivas.
Este proceso no evita avances y retrocesos, turbulencias y "calma chicha". Al rechazar el empirismo, algunos investigadores sugieren que es la teoría la que pauta, punto por punto, cada paso y cada avance y que, gracias a ella, es posible encarar ese proceso de diferenciación y de conocimiento. Si bien esto es cierto en términos generales, en última instancia, cuando el investigador va al encuentro de un informante concreto y entabla una conversación difícilmente pueda hacer uso, ante cada verbalización, de las herramientas teóricas que, tiempo después, serán la base de su interpretación. En realidad, la teoría está, pero no es lo único que estructura el intercambio; intervienen también las intuiciones, los afectos, los hábitos de pensamiento del sentido común. Y aunque alguien crea que todas las reflexiones y actos del investigador dan cuenta de un solo y coherente sustrato teórico, lo cual nos parece un poco exagerado, a la hora de hacer frente al "ping pong" de la entrevista, aquel sustrato no se hace consciente, al menos de modo permanente, ante cada pregunta y cada verbalización. Existe, pues, más razón entonces para que la categorización sea diferida. En rigor, este criterio expresa el carácter provisorio de todas las herramientas cognitivas del investigador. Pero como sólo es posible conocer a partir de esta provisoriedad, es conveniente que el investigador registre sus puntos de vista, sus impresiones y explicite sus supuestos, aun cuando todavía no pueda dar cuenta total de sus implicancias.
El camino de diferenciación y reconocimiento mutuo consiste en acceder a las formas de categorización propias y del informante con respecto a la situación de encuentro, a los temas planteados, a las verbalizaciones, a las personas presentes, a otros actores sociales, a actitudes y a gestos y al ámbito de la entrevista. Quizá convenga que durante el trabajo de campo y, más tarde, en el registro, el investigador se pregunte:
¿Por qué pregunto esto?
¿Qué supongo que me va a contestar?
¿Por qué he detectado a este informante?
¿Por qué me responde?
¿A quién le está respondiendo, en verdad, mi informante?
¿Dónde estoy con mi informante? ¿Por qué? ¿Qué significado su puede tener el lugar para él?3
Los temas sobre los cuales el investigador pretende obtener información, a través de un cuestionario, surgen de su objeto de conocimiento. Estos temas, presentados ya en un nivel como para ser respondidos desde el sentido común por los informantes, expresan supuestos teóricos. Sin embargo, las conexiones explicativas del investigador no agotan la singularidad del nivel concreto, de manera que es necesario establecer las mediaciones por las cuales el problema teórico se manifiesta en el nivel de los sujetos: en qué esferas de la vida social, con qué códigos y a través de qué categorías y conexiones explicativas. El cuestionario, la encuesta y el censo limitan estas aperturas si no relativizan la expresión empírica de los temas elegidos, la terminología empleada, y si no flexibilizan la conexión y el orden entre preguntas -esto es, si el encuestador no está dispuesto a permitir que el informante introduzca sus temas, sus conexiones y sus términos significativos-. El investigador va al campo para reconocer universos de significación diferentes del propio. En el nivel de las entrevistas dirigidas y no dirigidas este proceso demanda la flexibilidad propia de las técnicas antropológicas de trabajo de campo.
En la entrevista antropológica esta flexibilidad se manifiesta en el diseño de una serie de estrategias para descubrir las preguntas (que es lo mismo que decir descubrir el sentido de las respuestas), el rastreo de diversas situaciones contextúales (en virtud de lo cual las respuestas adquieren sentido) y la búsqueda progresiva de marcos de referencia, temas y relaciones del informante que deriven en la construcción de la perspectiva del actor
3 Véase en Guber (1994) una lectura sociolingüística de una entrevista, examinando estos puntos.
3. El enfoque antropológico: señas particulares
4. El trabajo de campo como instancia reflexiva del conocimiento
8. La observación participante: nueva identidad para una vieja técnica
11. La entrevista antropológica: Preguntas para abrir los sentidos (31/7/08)
jueves, 17 de julio de 2008
El salvaje metropolitano Rosana Guber (cap. 10)
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