jueves, 5 de junio de 2008

El salvaje metropolitano Rosana Guber (cap. 4)



4. El trabajo de campo como instancia reflexiva del

conocimiento

Como vimos, el trabajo de campo antropológico se fue definiendo como la presencia directa, generalmente individual y prolongada, del investigador en el lugar donde se encuentran los actores/miembros de la unidad sociocultural que desea estudiar. Es en el contexto de situaciones sociales diversas que el investigador extrae la información que analiza durante y después de su estadía. Algunas de estas características son compartidas por otras ciencias sociales y profesiones, e incluso pueden no ser una norma dentro del campo antropológico. Varias investigaciones se llevan a cabo sin el trabajo intensivo de los analistas de datos, o se valen de equipos numerosos para hacer el relevamiento; la presencia en campo ya no es tan prolongada como pretendía Malinowski, en buena parte debido a la escasez de recursos y a las demandas de la vida académica, pero también al acortamiento de las distancias en el mundo. Sin embargo, para el antropólogo, el trabajo de campo tiene cierta originalidad que la definición citada no alcanza a expresar y que reside en la concepción antropológica de "campo" y en la relación entre los informantes y el investigador.

1. ¿Qué es el "campo"?

El campo de una investigación es su referente empírico,1 la porción de lo real que se desea conocer, el mundo natural y social en el cual se desenvuelven los grupos humanos que lo construyen. Se compone, en principio, de todo aquello con lo que se relaciona el investigador, [83] pues el campo es una cierta conjunción entre un ámbito físico, actores y actividades. Es un recorte de lo real que "queda circunscrito por el horizonte de las interacciones cotidianas, personales y posibles entre el investigador y los informantes" (Rockwell, 1986:17). Pero este recorte no está dado, sino que es construido activamente en la relación entre el investigador y los informantes. El campo no es un espacio geográfico, un recinto que se autodefine desde sus límites naturales (mar, selva, calles, muros), sino una decisión del investigador que abarca ámbitos y actores; es continente de la materia prima, la información que el investigador transforma en material utilizable para la investigación.

Tal como lo definimos, lo real se compone de fenómenos observables y de la significación que los actores le asignan a su entorno y a la trama de acciones que los involucra; en él se integran prácticas y nociones, conductas y representaciones. El investigador accede, pues, a dos dominios diferenciales, aunque indisolublemente unidos: uno es el de las acciones y las prácticas; otro, el de las nociones y representaciones.

Distintos medios técnicos permiten su conocimiento, pero ambos componen por igual el mundo singular sobre el cual trabaja el investigador (Holy y Stuchlik, 1983:109). Lo real comprende hechos pasados y presentes, a los que pueden referirse representaciones y nociones. Por ejemplo, no sólo comprende la facticidad del movimiento hippie, sino también las ideas que se expresan al comparar a los jóvenes de antes con los de ahora; no sólo el crecimiento del producto bruto interno y la movilidad social ascendente de los años cincuenta en la Argentina, sino también la noción de que, a diferencia de la situación actual, "en aquella época el dinero valía". Si bien los medios para abordar hechos del pasado son distintos de los necesarios para encarar los del presente, la diferencia entre una investigación referida al pasado y otra referida al futuro remite exclusivamente a una

1 Utilizaremos "campo" y "referente empírico" indistintamente.

cuestión de énfasis. Y ello puesto que el pasado siempre es leído desde el presente y este último reconoce su origen genealógico en el pasado.

Lo real abarca asimismo -aun cuando entren en contradicción prácticas, valores y normas formales- lo que la gente hace, lo que dice que hace y lo que se supone que debe hacer. Tanto la norma escrita como su puesta en práctica, incluso desde el distanciamiento o la transgresión directa, son parte de lo real y, por lo tanto, son abordados en la investigación de campo. Veamos, en el ejemplo siguiente, contradicciones que el antropólogo no desecha sino que estudia: es bien sabido que el curanderismo está penado por ley como ejercicio ilegal de la medicina, aun cuando son pocos los que jamás han recurrido a este sistema médico (incluso personal policial, abogados y médicos diplomados). En los primeros encuentros, los informantes suelen negar este recurso, ya que hace peligrar la seguridad del curador y, además, contraría las pautas de lo que debe hacerse. La articulación de actores y actividades es la que torna significativas las verbalizaciones y las prácticas.

Ahora bien, al considerar que el mundo social es un mundo preinterpretado por los actores, el investigador necesita desentrañar los sentidos y relaciones que construyen la objetividad social. A ello accede en el trabajo de campo. Este acceso no es neutro ni contemplativo, pues el campo no provee datos sino información que solemos llamar, algo equívocamente, "datos". Cuando se dice que se "recolectan datos", se está diciendo que se releva información sobre hechos que recién en el proceso de recolección se transforman en datos. Esto quiere decir que los datos son ya una elaboración del investigador sobre lo real. Los datos son la transformación de esa información en material significativo para la investigación. Esta aclaración merece tenerse en cuenta tanto cuando se reflexiona sobre las técnicas de campo, como cuando el investigador elabora sus procedimientos e indaga en sus registros, inventando mejores vías de acceso a la información. La diferencia entre información y dato es crucial para entender que las técnicas no aseguran la recolección de hechos en su estado puro.

2. Trabajo de campo y reflexividad

Los datos no provienen exclusivamente de los hechos ni los replican, porque después de la intervención del investigador pasan a integrar sus intereses y a encuadrarse en su problema de investigación. Pero el antropólogo pone especial cuidado en que sus intereses y sus objetivos no diluyan incontroladamente la realidad social que quiere conocer, ya que pretende que ese conocimiento no sea ni etno ni sociocéntrico. La tensión entre el bagaje del investigador y la originalidad del campo recorre, como en otras ciencias, la totalidad de esta disciplina, pero tiene en ella aspectos distintivos, particularmente en el trabajo de campo. En la resolución de esta tensión, el trabajo de campo antropológico y las técnicas empleadas adquieren un carácter particular. En este sentido, el propósito de una investigación antropológica es doble: por un lado, ampliar y profundizar el conocimiento teórico, extendiendo su campo explicativo; y por el otro, comprender la lógica que estructura la vida social y que será la base para dar nuevo sentido a los conceptos teóricos.

El investigador interpreta el referente empírico a partir de prácticas o actividades concretas y de categorías que algunos han definido como "folk" (Ogbu, 1985: 41; Spradley, 1979). o como "emi" (Pike, 1967) y otros simplemente han llamado "sociales" (Rockwell, 1986). En vez de aplicar unidireccionalmente los modelos teóricos al referente [85] empírico, el antropólogo intenta abordarlo mediante un activo diálogo.

No pierde de vista los conceptos teóricos (parentesco, plusvalía, lucha de clases, marginalidad, solidaridad social, función, etc.) en su etapa de campo, sino que aspira a reconocer de qué modo se especifican y resignifican en lo real concreto. El bagaje teórico y de sentido común del investigador no queda a las puertas del campo, sino que lo acompaña, pudiendo guiar, obstaculizar, distorsionar o abrir su mirada. Hablar de diálogo significa eliminar, lo más posible, los monólogos tautológicos del investigador teoricista y la ilusoria réplica empirista de lo real. El objetivo del trabajo de campo es, por lo tanto, congruente con el doble propósito de la investigación y consiste en recabar información y material empírico que permita especificar problemáticas teóricas (lo general en su singularidad), reconstruir la organización y la lógica propias de los grupos sociales (la perspectiva del actor como expresión de la diversidad); reformular el propio modelo teórico, a partir de la lógica reconstruida de lo social (categorías teóricas en relación con categorías sociales o folk).

Ahora bien, estos objetivos no se concretan en etapas sucesivas -como suele plantearse cuando se le asigna al trabajo de campo un lugar diferenciado del trabajo teórico, del análisis de datos o, en general, del trabajo en gabinete-, sino a lo largo de un solo y mismo proceso. El trabajo de campo es una etapa que no se caracteriza sólo por las actividades que en él se llevan a cabo (obtener información de primera mano, administrar encuestas y conversar con la gente), sino fundamentalmente por el modo como abarca los distintos canales y formas de la elaboración intelectual del conocimiento social. Prácticas teóricas, de campo y del sentido común se reúnen en un término que define al trabajo de campo: la reflexividad.

Nos referiremos a ella en dos sentidos paralelos y relacionados. Por una parte, aludimos a la reflexividad en un sentido genérico, como la capacidad de los individuos de llevar a cabo su comportamiento según expectativas, motivos, propósitos, esto es, como agentes o sujetos de su acción. En su cotidianidad, la reflexividad indica que los individuos son los sujetos de una cultura y un sistema social: respetan determinadas normas y transgreden otras; se desempeñan en ciertas áreas de actividad, y estas acciones, aunque socialmente determinadas, las desarrollan conforme a su decisión y no por una imposición meramente externa (llámese estructural, biológica o normativa). Es, en buena medida, el material que recogerá el investigador para construir la perspectiva del actor. Lo dicho vale obviamente para quienes toman parte en el trabajo de campo, sea como investigadores o como informantes. A partir de la iniciación de la relación de campo, la reflexividad de cada una de las partes deja de operar independientemente, y esto ocurre por más que cada uno lleve consigo su propio mundo social y su condicionamiento histórico. En un segundo sentido, más específico, aludimos a la reflexividad desde un enfoque relacional, no ya como lo que el investigador y el informante realizan en sus respectivos mundos sociales, sino como las decisiones que toman en el encuentro, en la situación del trabajo de campo. Por una parte, el investigador adopta ciertas actitudes, selecciona determinados individuos que se transforman en informantes, se presenta con un elaborado discurso, etc., lo que constituye los canales de que dispone para acceder al mundo social de los sujetos. Por la otra, los informantes se conducen reflexivamente ante el investigador. De modo que, en la situación de campo, el investigador no es el único estratega, y las técnicas de obtención de información tienen como eje esta premisa.

Si caracterizamos al conocimiento como un proceso llevado a cabo desde un sujeto y en relación con el de otros sujetos cuyo mundo social se intenta explicar, la reflexividad en el trabajo de campo es el proceso de interacción, diferenciación y reciprocidad entre la reflexividad del sujeto cognoscente -sentido común, teoría, modelo explicativo de conexiones tendenciales— y la de los actores o sujetos/objetos de investigación. En la tradición intercultural, el referente empírico ha venido incidiendo en el cuerpo de conocimientos y en la postura del investigador. Es casi un vicio de la antropología relativizar cualquier afirmación de las otras ciencias sociales y cuando, por ejemplo, la economía lanza afirmaciones acerca del consumo familiar, la antropología pregunta inmediatamente: "¿pero de qué familia? y ¿a qué se llama consumir?". O cuando se habla del gobierno en la sociedad, el antropólogo pondera: "habría que ver a qué gobierno, a qué sociedad se refiere usted". Estas respuestas aspiran premeditadamente, o no, a hacer explícito el lugar de enunciación del emisor, es decir, a establecer desde qué cuerpo de conocimientos, desde qué perspectivas y con qué objetivos se pronuncian los científicos acerca de lo social. Se cuestiona, así, la neutralidad y el carácter absoluto de las afirmaciones. Sin embargo, a la hora de analizar la labor propiamente antropológica, es frecuente encontrar que se visualiza al trabajo de campo como independiente de su contexto, como determinado sólo por decisiones de tipo científico. En los hechos, la reflexividad ha quedado limitada a la de los informantes. La reflexividad del investigador no se ha tomado en cuenta, poniendo de manifiesto una concepción en la cual ella no desempeñaría ningún papel relevante para el conocimiento. De ahí que los avalares y decisiones del investigador en campo generalmente permanezcan en la oscuridad. Así, se ha secundarizado el sentido específico de la reflexividad en situaciones de campo, dentro de la relación entre investigador e informantes.

Tal como lo concebimos, el trabajo de campo implica un pasaje de la reflexividad general, válida para todos los individuos en tanto seres sociales, hacia la reflexividad de aquellos que toman parte en la situación de trabajo de campo, desde sus roles de investigador o informantes. Pero este pasaje no es meramente secuencial, es decir que el investigador no dispone y conoce primero su propia reflexividad y después accede a la de los informantes. Su propia reflexividad, al contrastarse con la de los sujetos que estudia, se resignifica y encuentra un nuevo lugar. A los efectos del grado de conocimiento, es muy probable que el investigador sepa más de su reflexividad después de haberla contrastado con la de sus informantes que antes del trabajo de campo. Este proceso está íntimamente ligado con el aprendizaje de perspectivas no sociocéntricas.

En un principio, el investigador sólo sabe pensar y orientarse hacia los demás y formular interrogantes desde su propio esquema cognitivo. A lo largo del trabajo de campo, aprende a tener en cuenta otros marcos de referencia y, paralelamente, a establecer otras diferencias entre los demás y él mismo.

El antropólogo y la población provienen de dos universos de significación, de dos mundos sociales diferentes. Esto sucede aun cuando el investigador pertenece al mismo grupo o sector que sus informantes, y ello porque el interés del primero –la investigación-difiere del de sus interlocutores, y su mirada no es como la de alguien en la cotidianidad. En un comienzo, no existe entre ellos reciprocidad de sentido con respecto a sus acciones y nociones (Holy y Stuchlik, 1983:119). Ninguno puede descifrar cabalmente los movimientos, elucubraciones, preguntas y verbalizaciones del otro. El investigador se encuentra con comportamientos y aseveraciones inexplicables que, a los fines de la exposición, distinguimos en dos órdenes: por una parte, el mundo social y cultural propio de los sujetos cuya lógica el investigador intenta dilucidar; por la otra, las reacciones y conductas de la situación de campo propiamente dicha. El primero es, en definitiva, el que ha venido investigando la antropología a lo largo de su historia casi centenaria. Ahora, nos detendremos en el segundo orden.

Al producirse el encuentro, la reflexividad del investigador se pone en relación con la de los individuos que, a partir de entonces, se transforman en sujetos de estudio y eventualmente en informantes. La reflexividad adopta, sobre todo en esta primera etapa, la forma de la perplejidad. El investigador no alcanza a dilucidar el sentido de las respuestas que recibe, ni las reacciones que despierta su presencia; puede sentirse incomprendido en sus propósitos, o que molesta y frecuentemente no sabe qué decir ni preguntar. Los informantes, por su parte, desconocen qué desea el investigador al instalarse en su vecindario, o cuando conversa con su gente, al tiempo que no pueden remitir [88] a un común universo significativo las preguntas que aquél les formula.

Estos desencuentros se plantean fundamentalmente en las primeras instancias del trabajo de campo como inconvenientes en la presentación del investigador, obstáculos en el acceso a los informantes, intentos de superar sus prevenciones y lograr la aceptación o resistencia a la asignación de roles. Todo ello incide en los modos de aplicar las técnicas de obtención de material empírico, en el tejido de la red de informantes, en el valor asignado a los datos producidos, en la selección de temas de conversación y en los criterios para establecer y llevar a cabo la corresidencia (cf. capítulo 9).

Ante estas perplejidades o, como las llama Willis (1984), "crisis de comunicación", el investigador ha hecho varias conjeturas: la más frecuente es creer que lo que ve es la inmediata respuesta a sus incógnitas, garantizada por la presencia directa en campo.

Pero como hemos visto, la presencia in situy la recolección de primera mano, si bien amplían los canales de acceso a la información, no aseguran resultados de por sí verdaderos; creerlo de ese modo implicaría suponer que "es posible colocarse de tal manera de experimentar la realidad de modo pleno e inmediato" (Hammersley, 1984: 51). El subproducto de esta creencia es forzar los datos hacia modelos clasificatorios y explicativos, realizando traducciones aventuradas. Se adopta así un enfoque unilateral y "la información obtenida en situación unilateral es más significativa con respecto a las categorías y las representaciones contenidas en el dispositivo de captación que con respecto a la representación del universo investigado" (Thiollent, 1982: 24). La unilateralidad consiste en acceder al referente empírico siguiendo acríticamente las pautas del modelo explicativo abstracto. Se fuerzan los datos, desconociendo los sentidos propios de ese mundo social, como en el citado caso en que el antropólogo registra la práctica agrícola de dejar la parcela en barbecho y rotar los cultivos, mientras olvida el ritual para provocar la lluvia, asignándole, aunque no lo explicite, un valor casi nulo, de vana superstición. Otra forma de encarar un trabajo de campo unilateral es proyectar las pautas de sentido común -con cierto trasfondo teórico- del mundo social del investigador, haciéndolas aparecer bajo el disfraz de teorías consolidadas. Así, los atributos elegidos para identificar "marginados", según ciertas versiones de la teoría de la marginalidad (Germani, 1960), ubican como polos no relacionados al ciudadano medio y al "marginado", asignándole a éste ciertos rasgos contrarios a los que corresponden a los sectores medios urbanos de origen europeo y que son definidos por falta o carencia de (hacinamiento, baja escolarización, vivienda de desechos, ocupación ilegal de la tierra, desnutrición, recurso a prácticas médicas curanderiles, etc.). El sociocentrismo de esta teoría consiste en [89] describir y explicar las condiciones de marginado exclusivamente a partir de los valores y prácticas sustentados por otra clase o sector social, en vez de buscar el sentido de dichos atributos en un modo de vida coherente y lógico, aunque degradado por la miseria y la explotación.

La dificultad de hacer frente al proceso de conocimiento de una manera no egocentrada reside en que la diversidad está desafiando el propio sistema de clasificación, significación y comprensión (y en buena parte el modo de vida) que sustenta el investigador. En el campo, estos modelos, que no son sólo teóricos sino también políticos, culturales y sociales, se confrontan inmediatamente —se advierta o no— con los de los actores. Si bien en la tarea científica ambos modelos no son equiparables ni tienen el mismo valor explicativo, la forma no sociocéntrica en que el modelo teórico se hace cargo de los modelos folk consiste en que éstos no se diluyan ni se vean forzados por aquél. En la instancia del trabajo de campo, el investigador pone a prueba no sólo sus conceptos teóricos, sino fundamentalmente sus patrones de pensamiento y de acción más íntimos. Esta puesta a prueba tiene lugar en varias instancias: la organización de la vida cotidiana en campo, el acceso y la relación entablada con los informantes, la apertura y el tipo de canales para obtener información cada vez más extensa y sistemática sobre aspectos previstos o inesperados (Robert Cresswell diría que —"hay que saber qué se busca, pero hay que buscar más de lo que se encuentra"-, 1981:24).

Para que estas instancias sirvan al conocimiento y no terminen en meras traspolaciones es necesario encarar, un control permanente por el cual el investigador reconozca y explicite el origen de los supuestos, de las inferencias y de los datos. Este control se funda en el concepto de trabajo de campo como la instancia privilegiada del conocimiento social en la investigación empírica. En primer lugar, porque el investigador no está aislado en el gabinete, sino en constante relación con los sujetos que estudia y, por lo tanto, en permanente diálogo con ellos. Este diálogo entraña un complejo circuito donde son más frecuentes las contradicciones, los malentendidos y los contrastes, que los acuerdos y las revelaciones inmediatas. Estas disrupciones no sólo proceden, como decíamos más arriba, del hecho de que investigador e informantes pertenecen a dos mundos socioculturales diferentes, sino también de que tienen objetivos propios: el conocimiento particularmente teórico, el investigador; la práctica social, los informantes.

Ello resulta en distintas definiciones de la situación de campo (Goffman, 1971), lo cual demanda al investigador ponerlas de manifiesto, considerando cómo se negocian y cuál hace prevalecer, cuestiones que no se dirimen sino a lo largo del trabajo de campo; pero

sea como fuere, debe quedar claro que es con esto [90] con lo que se encuentra el investigador que sale al terreno y es a partir de esto que construye sus descripciones y explicaciones. De ahí que, desde esta perspectiva, el trabajo de campo aparezca como la

instancia mediadora imprescindible del conocimiento social entre investigador e informantes.

A diferencia de la tesis empirista, postulamos que el conocimiento de lo real está mediatizado por la reflexividad del sujeto cognoscente y de los sujetos a conocer en la situación de encuentro en campo. En esta situación se producen, además de las respectivas experiencias y expectativas, elementos propios de la relación de campo que, a su vez, corresponden tanto a las pautas del trabajo de campo investigativo como a una relación social propia del contexto mayor. Por un lado, la relación investigadorinformante suministra un importante material para conocer el mundo social y cultural de los informantes, que siempre aparece mediatizado por ciertas pautas del trabajo de campo académico (que, al comenzar, sólo el investigador conoce y que los informantes irán descubriendo, también modelando, a medida que avance la relación). Por el otro, si bien el trabajo de campo tiene sus códigos y sus principios, su realización no es del todo autónoma: implica la singularización de relaciones sociales propias del contexto estudiado, relaciones que encuadran y afectan decisivamente el tono y los contenidos del vínculo entre investigador e informantes. Ello ocurría, por ejemplo, cuando el investigador proveniente de la metrópoli estudiaba a una población de los dominios coloniales; en efecto, que el antropólogo haya sabido asumir la parte del colonialismo no significa que llevara un látigo y obtuviera información por métodos virulentos, ni que ejerciera una premeditada labor de espía, como suelen plantear algunas perspectivas ingenuas; significa, en cambio, que la relación que integraba con sus informantes estaba sobredeterminada por una estructura mayor que establecía los límites y características sociales de dicha relación.

Lo que saben y hacen informante e investigador en la situación de campo aparece mediatizado por su interacción, interacción pautada en tanto está estructurada socialmente y no como una mera improvisación azarosa. De ahí que el trabajo de campo no sea sólo un medio de obtención de información, sino el momento mismo de producción de datos y elaboración de conocimientos. Esta premisa que impregna cada técnica e instancia de la investigación empírica permite asignar al trabajo de campo y sus vicisitudes un nuevo lugar en el conocimiento: de eventualidades y anecdotarios pueden rescatarse las huellas del proceso cognitivo y las vías para su construcción.

3. Estilos de trabajo de campo

A título de esquema lo suficientemente exhaustivo, presentamos un cuadro que resume una clasificación cíe Clammer (1984) sobre los diferentes estilos de trabajo de campo.

Su interés reside en que se trata de una tipología que facilita el análisis y el ordenamiento de las tendencias de trabajo, que no son excluyentes ni se presentan en forma pura en la investigación. En efecto, la opción por un estilo determinado resulta de un conjunto de factores, entre ellos: los presupuestos ideológicos y filosóficos, la concepción metodológica, la naturaleza del problema a investigar y las características individuales del investigador.

4. Técnicas de campo para un conocimiento no etnocéntrico

Parte de la mitología que rodea el trabajo de campo de los antropólogos proviene, sin duda, del hecho de que nadie sabe a ciencia cierta qué hacen realmente. La imagen de un periodista consiste en la de alguien que interroga a los demás sobre hechos recientes, munido de un grabador; la de un sociólogo se vincula a cuestionarios sobre el nivel de

instrucción formal, ingresos, ocupación, etc. ¿Y los antropólogos? Se los puede imaginar merodeando aldeas y poblados, internándose en la selva o la montaña, pero ¿qué hacen una vez allí? Su inmediata asociación con sitios remotos implica asimismo lo remotas que aparecen sus actividades; más allá de que se sabe que llevan consigo una cámara fotográfica y una libreta de notas, pocos, muy pocos, pueden precisar cómo trabaja este profesional. Entre otras cosas, esta diluida imagen afecta a la tribu de los antropólogos, en virtud de una noción de trabajo de campo entre privada y esotérica, que sólo ha comenzado a replantearse y discutirse públicamente en tiempos más recientes.2

2 En las universidades anglosajonas, las técnicas de campo han integrado excep-cionalmente los

programas de estudio formales. La etnometodología de los años cincuenta y el giro posmoderno de los

ochenta han contribuido a su incorporación a la reflexión académica y a los cursos. Pero el lema de rigor

en la transmisión del quehacer antropológico era el "swim or sink" (nadas o te ahogas). Una estudiante se disponía a hacer su trabajo de campo para la graduación y preguntó al decano de la antropología

norteamericana, Alfred L. Kroeber, cómo proceder. Él le respondió lacónicamente: "Le sugiero que

compre una libreta de notas y un lápiz con punta" (Agar, 1980: 2).

La actitud empirista frente a las llamadas técnicas de campo es ambivalente. Por un lado, no necesita problematizarlas, pues el referente empírico se funde con los datos y se revela tal cual es al investigador. La consecuencia de este planteo es que no se ha dado a las técnicas un lugar [92] especifico de reflexión. Pero aunque muchos antropólogos, desde importantes corrientes, han sostenido que sólo miraban, escuchaban y registraban, en realidad lo han hecho desde una activa elaboración no explícita, teórica y perceptiva.

Por el otro lado, el empirismo deposita en el recurso técnico la plena confiabilidad de la información obtenida y, en ella, la validez de sus conclusiones. Así, desplaza numerosas decisiones de orden teórico a una cuestión de "herramientas" técnicas. Los datos que no encajan, las diferencias entre lo que la gente dice que hace y lo que hace realmente, entre las pautas formales y las informales, suelen atribuirse a errores y al subjetivismo.

Desde esta perspectiva, se habla de "interferencias del investigador en la recolección de

datos". La consecuencia de esta formulación es que las técnicas se cristalizan en series de recetas cuyo cumplimiento garantiza una buena réplica de lo real, es decir, una buena recolección de datos. Este punto resulta fundamental puesto que, en primer término, los procedimientos técnicos se toman inmunes a los planteos teóricos y a la elaboración conceptual. En segundo lugar, su éxito resulta independiente de quien lo aplique, pues basta que se lo haga correctamente. Pero ¿qué significa "correctamente" cuando también quedan implicadas características personales en una interacción? ¿Es mejor estar serio que sonriente, ser expresivo que retraído? ¿Un retraído no puede hacer trabajo de campo?

Nuestro abordaje de las técnicas de campo en antropología pretende incorporarlas a la problemática más general de esta disciplina: la explicación de la diversidad social, a través del reconocimiento de la perspectiva del actor. Con las técnicas antropológicas de campo, aspiramos a conocer el mundo social de los actores en sus propios términos para proceder a su explicación según el marco teórico del investigador. Como diría Fierre Bourdieu (1982), "las técnicas son teorías en acto" y no escapan, por lo tanto, a una ilación íntima con el contexto teórico que estructura la investigación. La técnica no es una receta o instrumento neutro o intercambiable, sino que "debe utilizarse como dispositivo de obtención de información, cuyas cualidades, limitaciones y distorsiones deben ser controladas metodológica y teóricamente" (Thiollent,1982:22).

Pero las técnicas tampoco le hacen decir a lo real lo que se nos dé la gana. Su uso debe estar efectivamente controlado si se busca la producción de nuevos conocimientos sobre lo real en sus rincones más inesperados. Al mismo tiempo, el problema de las técnicas no se resume ni se agota en "el problema de la teoría", sino que posee sus aspectos propios y su dinámica irreductible. Así como la teoría general no da cuenta de la singularidad, tampoco un modelo explicativo nos dice de antemano en qué observables indagar conceptos, o en qué categorías sociales de los informantes se verá traducido nuestro objeto de investigación.

Encuadradas en el trabajo de campo, las técnicas son las herramientas del investigador para acceder a los sujetos de estudio y su mundo social; dentro de una reflexividad en sentido específico, las técnicas son una serie de procedimientos, con grado variable de formalización -y ritualización-, que permiten obtener información en una situación de encuentro, en el marco de una relación social. Sin embargo y como ya señalamos, pocos antropólogos y no antropólogos podrían definir esos procedimientos como replicables por otros investigadores, aunque esto ocurra de hecho. En la tradición de la disciplina, se habla de "observación participante", "entrevista no estructurada" o "etnográfica".

Generación tras generación ha recogido el guante, llevando a cabo tareas que, dentro de ciertos márgenes, podrían concebirse corno observación participante y entrevista etnográfica, aunque sus contenidos específicos varíen [95] notablemente. ¿En qué sentido, entonces, podemos efectivamente seguir hablando de técnicas de campo antropológicas? ¿Qué nos permite distinguir entre una conversación casual entre dos legos, un manojo de conductas improvisadas y una serie de técnicas empleadas por un investigador frente a sus informantes? Pues bien, en el trabajo de campo antropológico las técnicas ayudan a obtener información y, sobre todo, a que esta información no sea etnocéntrica. Pero esto no se logra por decreto ni por declaración jurada, sino a través de un proceso de elaboración teórica personal, que encuentra en la reflexividad su mejor expresión. El empleo reflexivo de técnicas antropológicas puede dar lugar al reconocimiento del mundo del investigador y de los informantes, a la elucidación de los contenidos de esta relación, al reconocimiento de los supuestos teóricos y de sentido común que operan en el investigador.

Aunque será tema de los próximos capítulos, adelantamos dos premisas generales acerca de las técnicas: las técnicas antropológicas de campo no son recetas, aunque puedan ser formalizadas; las técnicas antropológicas de campo no son la aplicación mecánica de un corpus teórico. Es así como la. flexibilidad ha sido una de las características más desconcertantes y enriquecedoras del trabajo de campo antropológico. Ni su grado de formalización ni la estandarización de su contenido están predeterminados más allá de amplios criterios, pues sus pautas se van construyendo a lo largo de la investigación. Esto es, se subordinan a la reflexividad de la relación entre los miembros de la situación de campo. Presentamos las técnicas no en forma de un manual de lo que hay y no hay que hacer, decir y preguntar, sino como una serie de criterios para establecer, en cada investigación y en cada situación, qué hacer, decir y preguntar.

Esta formulación poco sistemática da lugar al descubrimiento de formas de acceso a lo social y de expresiones particulares que asume el proceso en estudio, lo que permite e

implica la interpretación del sentido específico de este último en contextos determinados (Rockwell, 1980:42).

Por su parte, la no directividad incide en la posibilidad de registrar distintos aspectos de la vida social (holismo). Para ampliar la mirada es necesario utilizar rigurosamente técnicas de obtención de información, pero con el margen suficiente para que el investigador pueda reparar en lo no previsto y, en general, en la perspectiva del actor.

Ese margen lo brinda la flexibilidad de las técnicas, que no es asimilable a improvisación. El invesügador recurre a técnicas flexibles en el sentido de que su empleo se amolda a la dinámica de la relación con los informantes y el campo. Pero esta dinámica no le es dada al investigador más que a través de un aprendizaje, el que lo lleva a ampliar progresivamente la mirada. Entonces, la utilización [96] de técnicas y el aprovechamiento reflexivo de su flexibilidad son, en sí mismos, el proceso por el cual el investigador aprende a ampliar la mirada y los sentidos y a distinguir y categorizar de un modo no etnocéntrico. Por eso las técnicas antropológicas de campo no se aplican ni de manera homogénea ni más o menos correctamente. La corrección y el rigor se juzgan desde el proceso de aprendizaje del investigador y por el modo en que progresivamente va explicitando sus propios supuestos y su posición de enunciación, y en el que va diferenciando sus inferencias de los sentidos verbalizados y actuados por sus informantes. El investigador aprende, entonces, a distinguir su reflexividad de la de sus informantes, y la reflexividad creada en el seno de la relación. Ésta es la mediación que le permitirá acceder más profundamente al mundo social de los actores.

La principal consecuencia del vínculo reflexivo entre investigador e informantes asentado en las técnicas es que éstas aportan información sobre los demás tanto como sobre sí mismo, haciendo del investigador el principal instrumento de acceso a lo real.

Las sucesivas opciones acerca de qué hacer y cómo, son las instancias en las cuales el investigador aprende a diferenciar sus categorías, modelos y supuestos de aquellos que pertenecen a los actores. Las técnicas antropológicas de campo son, entonces, algo más que una serie de actividades; son una determinada operatoria entre los miembros de la relación de investigación de campo, que se produce en un ámbito y en un lapso temporal determinado.

Y es tanto la índole de la relación como la peculiar combinación entre las dimensiones espaciales y temporales lo que redunda en el delineamiento específico de la técnica adecuada. En el próximo capítulo trabajaremos sobre la dimensión espacio-temporal del trabajo de campo y la magnitud de la población elegida. Posteriormente nos abocaremos a los dos polos propiamente dichos de la investigación: el informante y el investigador, en situaciones de campo. Pasaremos luego a considerar las técnicas de observación participante y la entrevista antropológica en sus características e instancias más

relevantes.









3. El enfoque antropológico: señas particulares



8. La observación participante: nueva identidad para una vieja técnica


10. La entrevista antropológica: Introducción a la no directividad






11. La entrevista antropológica: Preguntas para abrir los sentidos (31/7/08)



2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Que significa la abreviatura "PA"? TC es Trabajo de Campo.

Anónimo dijo...

Bue, ya lo encontre por mi misma. Era "Perspectiva del actor"...por si a alguien le sirve...