viernes, 18 de julio de 2008

El otro (Rudy)


PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
Introducción

Mucho se ha hablado en psicoanálisis de la incidencia de otros en el mundo, en la cultura y en el mismísimo tratamiento. Tal vez queden algunos aspectos teóricos que resolver al respecto, como ser si esos otros van con mayúscula o minúscula, si es "otro" en singular u "otros" en plural, si cabe hablar de "un otro", "varios otros", "otros otros", y hasta de "otro sotros" por una deformación lingüística de ésas que tanto les gustan a nuestros colegas lacanianos. No se ha resuelto aún si el lugar del otro puede ser ocupado por uno en tanto y en cuanto le ceda el asiento ni bien el otro se haga presente, ni muchos otros interrogantes, y muchos interrogantes otros. Pero hay algo que nadie pone en duda a esta altura de la terapia: "En una relación psicoanalítica que se precie de tal, el otro siempre es el portero o encargado del edificio en el que vive el analista". Y esto, no hay escuela que haya podido desmentirlo. Al portero, digo.
Tal vez algún lector sienta ciertas dudas ante la temeridad de la afirmación que acabo de cometer. Es posible que se trate de un lector que no se analice, o cuyo analista viva en una casa, o bien, y ésta es sin duda mi opción predilecta, que quien esté leyendo este artículo y cuestione lo antedicho sea el encargado del edificio en el que vive algún psicoanalista. Y que haya comprado este libro para entender mejor a su consorcista predilecto, o a los pacientes del mismo, y piense que leyéndolo se enterará de insondables secretos de la vida del licenciado ese del 9° "G".
De todas maneras, mi intención no es polémica sino ilustrativa. El lector juzgará si, a partir de los ejemplos que he de presentar, merece el encargado la categorización por mí propuesta. Discutiremos y llegaremos a un acuerdo, como suele ocurrir entre analistas, o bien no nos pondremos de acuerdo, como suele ocurrir entre analistas.


Caso 1: Cuéntame tu vida

Un paciente se dirige al departamento de su analista. La puerta de calle está abierta pues el portero eléctrico no funciona. Pero el de carne y hueso sí.
PORTERO: ¿Adónde va?
PACIENTE: Voy al 9° "G", a lo del licenciado Neurotsky.
PORTERO: ¿Y por qué motivo va?
PACIENTE: Angustia.
PORTERO: ¿Está angustiado el licenciado? ¡Qué raro, hoy por la mañana cuando vino de la verdulería parecía estar lo más bien! ¿No me estará mintiendo usted, no?
PACIENTE: ¿Mentirle? ¿Por qué iba yo a mentirle a usted?
PORTERO: ¡Y qué sé yo! Yo no soy psicoanalista (sic). Por ahí usted me miente porque en lugar de ir a lo del licenciado Neurotsky quiere ir a lo de la rubia del 8° "G", que está fuertísima, y dicho sea de paso ¡lo tiene loco al licenciado! Él se la come con los ojos, le sale espuma por la boca, y ella ni bola le da, ¡es una histérica, esa mina; figúrese que ni a mí me da bolilla! Por ahí es eso lo que lo tiene angustiado al licenciado, ahora que lo dice...
PACIENTE: No, el que está angustiado soy yo.
PORTERO: Ah, ¿ve que yo tenía razón? A usted tampoco le da bola la rubia, y usted se angustia, y después me viene a decir a mí que quiere ir a lo del licenciado Neurotsky, ¡vaaamos!, ¿se cree que nací ayer, yo?
PACIENTE: Escúcheme, por favor, acá hay un error...
PORTERO: ¿Sabe que tiene razón, usted? Hace muy mal la rubia en no darle bola al licenciado. Él es un tipo culto, tiene su pinta, debe hacer buen dinero con la historia esa de interpretarles los sueños a los giles. Pero, entre nosotros, lo que pasa es que el tipo es muy mujeriego. Cada tanto se aparece con una mina distinta. ¡Cada bagayo! Se ve que es un desesperado, el licenciado. Si hay días que está con una, y acá abajo hay otra esperando. ¡Uy, las que debe hacer en ese diván!
PACIENTE: Mire, es mi hora...
PORTERO: Pare, pare que le termino de contar, ¿ve que usted me engaña y quiere ver a la rubia? Si de verdad tuviera hora con el licenciado, no estaría tan apurado por entrar. ¡Es más aburrido el tipo ese! Meta leer libros, fumar en pipa y hablar leeento, pausaaaado, como si cada palabra que dice fuera importante. ¡Yo no sé quién se cree que es! Pero la rubia igual no le da bola, ¡jajajá!
PACIENTE: Quiero entrar, ya perdí veinte minutos de mi sesión y...
PORTERO: ¡Eh, no se ponga así, no se angustie! Mire, la rubia por ahora está con otro tipo, y si es por el licenciado, mucho no va a notar que usted no está. Seguro que aprovecha para leerse otro capítulo de la novela esa de la mina que se llamaba Dora pero que en realidad no se llamaba Dora, que les tenía miedo a las ratas y que tenía un pibe que se llamaba Juanito pero le decían pequeño Hans, que tuvo que atra¬vesar un bosque y se lo comió un hombre lobo.
(El PACIENTE se crispa, cierra los puños.)
PORTERO: Uy, cómo se puso. La verdad es que es apasionante la novela esa. Déjelo al licenciado que siga leyendo tranquilo, déjelo aquí por hoy y vuelva el próximo martes, que por ahí la rubia está libre, ¿le parece?
(El PACIENTE se va y da un portazo.)
PORTERO: Eh, espere, que me faltaba contarle una cosa que... Parece que no le interesó lo de la rubia, ¿no será medio homosexual? Ya sé, se lo voy a preguntar al licenciado Neurotsky la próxima vez que lo vea.


Caso 2: Psicoanálisis muy profano

La señorita Ramírez está por tomar el ascensor rumbo a la sesión con su analista, el doctor Supositoire.

PORTERO: ¿Adónde va?
SEÑORITA: ¿Cómo que adonde voy? Voy al 4° "G".
PORTERO: ¿A lo del doctor? Qué raro, porque todos los martes a esta hora suele venir una mujer.
SEÑORITA: Yo soy una mujer.
PORTERO: Sí, ya lo sé, pero yo decía otra, una morocha, con pelo lacio y cara...
SEÑORITA: Yo era morocha y de pelo lacio. Me teñí y me hice la permanente. ¿Qué iba a decir de mi cara?
PORTERO: ¿Y la estética, también se hizo la estética? Le pregunto porque la veo muy mejorada, ¿sabe? Porque, entre nosotros, cuando usted empezó a venir, yo me dije... humm, esta mina está más loca que una cabra, pobre doctor los pacientes que le tocan; seguro que ésta es psicópata, esquizofrénica o por lo menos melancólica con tendencias autodestructivas incoercibles.
SEÑORITA: ¿De dónde sacó eso?
PORTERO: De su manera de tocar el timbre. Usted sabe, yo soy muy psicólogo, y tanto estar acá en este edificio lleno de analistas, neuróticos y algún que otro perverso polimorfo, uno se va formando, va adquiriendo práctica. Además, tengo un supervisor de primera.
SEÑORITA: ¿Supervisor?
PORTERO: Sí, Rodríguez, el encargado del edificio verde que está ahí en la esquina, ¿lo ve? Rodríguez ya es nuestro didacta, todos los encargados de la cuadra supervisamos con él. Y alguno de los analistas, también, no le voy a mentir, pero hablemos mejor de usted: la lleva bien el doctor, ¿no?
SEÑORITA: Bueno, sí, el doctor es como un padre para mí...
PORTERO: ¿Usted lo dice en el sentido edípico, o simplemente porque se hace cargo de sus angustias y frustraciones, a la vez que le pone límites que le permiten y al mismo tiempo le prohiben desarrollarse como persona? Porque no es lo mismo, ¿vio?
SEÑORITA: Mire, yo preferiría no hablar de esto porque...
PORTERO: Sí, sí, claro, la resistencia, ya lo veo. Usted se comporta conmigo como si yo fuera su madre que la va a retar por algo que usted imaginó con el doctor Supositoire, que vendría a ser su padre, es decir como si usted ocupara el lugar que en realidad me corresponde a mí, por eso le da culpa y se oculta, y actúa ese deseo de ocultarse haciéndose la permanente y tiñéndose el pelo, que por otra parte no le quedaba nada mal antes, le daba un aspecto psicótico muy atractivo.
SEÑORITA: ¡Escúcheme!
PORTERO: No hace falta que me lo pida como un niño a su madre. Yo ya la estoy escuchando.
SEÑORITA: Usted está actuando como si fuera el doctor y...
PORTERO: ¡Lindo truco, el suyo! Yo le dije primero que usted actuaba conmigo como si yo fuera su madre y el doctor su padre edípico; ahora usted me pone a mí, su madre, en el lugar del doctor, su padre, con lo que las figuras quedan indiscriminadas, ya no se sabe quién es mamá y quién es papá, y encima después usted me interpreta esto poniéndose usted misma en el lugar del doctor y a mí en el lugar suyo, con lo que quedamos los tres aglutinados en una pelota que...
SEÑORITA: Pare, pare, que a usted nadie lo metió en nada. Yo me atiendo con el doctor, ¡y listo! (Toma el ascensor.)
PORTERO (desde abajo, le grita enojado): ¡Y yo qué soy, el portero excluido soy!


Caso 3: Consorcio terminable o interminable

El licenciado Freudenlerner, joven analista, abre la puerta de calle del edificio en el que tiene su consultorio, y antes de que tome el ascensor, llega el portero.

PORTERO: Ay, licenciado, tengo una mala noticia para usted.
FREUDENLERNER: ¡No me diga que cortaron la luz!
PORTERO: Si fuera eso nomás. No, lo que le quiero decir es que su paciente de las 16, vio, ese medio neurótico con ciertos rasgos adictivos, bueno, ése, no va a venir más al tratamiento.
FREUDENLERNER: ¿Y usted cómo lo sabe? ¿Acaso mi paciente vino y habló con usted?
PORTERO: Pero no, licenciado. ¿Cómo va a hacer eso? ¿Y el secreto profesional? No, lo que pasó es que hace un par de horas, cuando creía que nadie lo veía, pero yo lo vi, solicitó una entrevista con el licenciado del 5° "J".
FREUDENLERNER: ¡¿Goldstein?! No puedo creerlo. ¿Cómo me va a hacer una cosa así? ¡Si estudiamos juntos, fuimos al mismo grupo de Lacan, hasta tenemos ciertos acuerdos teóricos alrededor de la transferencia y las pulsiones! ¡La de noches que habremos pasado meta pipa y catarsis hasta que nos echaban del bar! ¡Y encima con ese caso tan atractivo!
PORTERO: Así son las cosas, licenciado, el analista es siempre el último que se entera. Todo parece estar muy bien, hasta que un día la transferencia se disuelve y el paciente se va sin dejar huellas mnémicas. Pero recuerde que los lacanianos no lloran.
FREUDENLERNER: Se ve que usted sabe de esto, ¡eh!
PORTERO: Es que acá se ve cada cosa. Mire, conocí pacientes que dejaron a sus analistas por otros, analistas que dejaron a sus pacientes por otros, pacientes que se analizan entre ellos, tipos que practican el análisis con sus propias cuñadas, sobrinas o consuegras. Tipos que se analizan con dos al mismo tiempo. Analistas que no reconocen a sus pacientes. Tipos que se analizan en el ascensor. Altas o interrupciones antes de tiempo. Mire, hubo uno que se analizaba con el licenciado del piso 15°, pero un día que no andaba el ascensor conoció a una licenciada del primer piso, y ahí están, ¡cada vez que se corta la luz el pobre de arriba cree que su paciente falta por causa justificada y no le cobra la sesión, y el otro aprovecha y se recuesta en el diván de ella! ¡Mire si no habrá casos!
FREUDENLERNER: Me convenció, voy a dedicarme a vender zapatos, como quería mi papá. (Se va.)
PORTERO (por el portero eléctrico): Hola, ¿Gómez? Sí, mire, voy a tener un departamentito apto profesional como el que quería para su cuñada, se está por desocupar, ¿le interesa?


Tal vez estos casos alcancen, tal vez no, pero creemos que como pruebas son más que fehacientes. Y si no, baje y pregúntele al portero.





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