viernes, 11 de julio de 2008

Identidades (Rudy)


JAMES "JIM" TRAUMENGARTEN

Primera entrevista

Estaba en mi consultorio. Era de noche. Llovía. Estaba en penumbras. Hubiera querido leer alguno de mis textos favoritos, pongamos por caso una novela de Phillip Marlowe, pero varios hechos me lo impidieron. Primero, que hacía poco tiempo había devuelto la mayoría de mis libros a sus legítimos dueños; segundo, que me resulta difícil leer en penumbras y si prendía la luz perdía todo el clima; y tercero, alguien golpeó a mi puerta y me dispuse a ver quién había sido el agresor que se había aprovechado de la imposibilidad de mi puerta de devolverle el golpe.
¡Pobre mi puerta, cuántas veces habré sido su única com¬pañía en esas noches de divanes deshabitados!
Mientras pensaba todo esto, mi puerta volvió a ser golpeada. No pude más, me paré raudo y enarbolando el tercer tomo de las Obras completas (el único que me quedó sin empeñar), abrí la puerta.
El agresor había sido un hombre de mediana edad y una es¬tatura de unos cuarenta años, más o menos, a quién increpé duramente:
—¿Por qué golpea a mi puerta?
—Es que no hay timbre.

—¿Y qué? ¿Acaso pensaba golpear al timbre? ¿No puede canalizar sus pulsiones agresivas con algún objeto que sí se pueda defender?
—No...
—¿No qué, no pensaba golpearlo o no puede canalizar su agresión?
—No pensaba golpearlo... sólo quería tocarlo...
—Ya veo, fetichista, quería usted gozar con mi timbre y ante su ausencia le echa la culpa a la puerta y la golpea...
—No, en realidad todo eso lo hacía para verlo a usted...
—Ah, ¡voyeurista! pero para que lo sepa, yo no gozo exhibiéndome, y mucho menos gratis...
—Puedo pagarle...
—Adelante, ¿qué desea? —.El tipo me cayó mejor. Alguien que piensa pagarme tan malo no podía ser.
—Consultarlo, ¿doctor Traumengarten...?
—Sí, ése es mi nombre ¿Qué más desea saber?
—No, no deseo saber, deseo que me ayude a encontrar a Charlie. ¡Estoy desesperado!
—¿Y por qué no consultó a un detective?
—Consulté, pero él fue quien me mandó aquí.
—Ya veo... ya veo... —.En realidad, no veía nada. Como ya dije, estaba en penumbras.
¿Quién sería este Charlie, y por qué estaba mi cliente tan desesperado por encontrarlo/a? ¿Sería su novia? ¿Sería su hijo? ¿Sería su padre? ¿Sería su pene? ¿Sería una alucinación? ¿Qué habría hecho que un detective privado rechace el caso, con los cincuenta jugosos, deliciosos dólares diarios más gastos que ello implicaba?
Mientras yo reflexionaba sobre el caso, el tipo se me tiró encima y me imploró:
—¡Ayúdeme, ayúdeme, tengo que encontrarlo!
Para sacarme las dudas y a mi cliente de encima, le pregunté si tenía una foto
Tenía. Sacó una foto y me la alcanzó. La miré.
—¡Una foto suya no, una de Charlie! —le grité.
—Es que ésta es una foto de Charlie —me dijo.
Era igual que él, pero más joven.
—No entiendo, ¿Charlie es su hermano mellizo más joven? —le pregunté, como si alguien pudiera tener un hermano mellizo varios años más joven.
—No, él no es mi hermano...
—¿Un hijo suyo logrado por clonación?
—Noooo, no es mi hijo...
—¿Su padre?
—No, Charlie..., Charlie es...
—¿Charlie es?
—Charlie es...
—¿Sí, quién es? —pregunté, ya harto.
—¡Yo! —respondió otra voz, detrás de la puerta. Pude reconocer el vozarrón de Marco, el encargado, que venía a cobrar las expensas. Pero mi cliente ya estaba desmayado.


Marco entró agitando unos papeles con aspecto de recibo o de boletas impagas. Le di otras que ya tenía, para que las tirara todas juntas a la basura, pero no cayó en la trampa. Soy muy mal psicópata, y él es de los buenos.
—Vea dotor, o me paga o le rompo todo el consultorio.
—Rompa tranquilo, Marco, que acá no queda nada por romper. Mi diván es imaginario, los sillones están tan rotos que otro corte no les haría nada, y el retrato de Lacan que puse cuando empeñé el de Freud, también está empeñado.
Marco miró para todos lados, y finalmente agarró el tercer tomo de las Obras completas y se lo llevó.
—Cuando me pague se lo devuelvo, dotor... Mientras tanto voy a leerles un cuentito a mis hijos... A ver éste... "Los que fracasan al triunfar"...
Y se fue. Intenté reanimar a mi paciente-cliente, a quien la impresión de alguien dijera ser Charlie le había provocado tremendo desmayo.
Finalmente recobró el conocimiento, más otros conocimientos que nunca había tenido
—¿Ése... era Charlie?
—No, era Marco.
—Menos mal...
—¿Cómo "menos mal"? ¿No era que usted quería encontrar a Charlie? ¿No hubiera sido una suerte que justo Charlie estu¬iera aquí? —le pregunté, aunque enseguida entendí. Si Charlie hubiera sido Marco, habría sido muy distinto del de la foto. Hubiera sido como buscar otro Charlie. U otro marco.
—No... —sollozó—. ¡Charlie con otro, no!
—Pero no entiendo, ¿Charlie es...?
—No es lo que usted piensa, doctor! —me dijo, pero yo pen¬saba diez mil cosas, había que ver cuál de esas diez mil no era.
—A ver si me lo dice de una vez. ¿Quién es Charlie?
—¡Yo!
—¿Usted es Charlie?
—Bueno, no exactamente yo, digamos mi yo; no, a ver, tal vez se podría decir que es mi narcisismo, mi ideal del yo, mis identificaciones, si fuéramos lacanianos diríamos mi moi o mi "je", o bien podríamos decirle mi self... hace tiempo que lo he perdido, no tengo narcicismo, ni personalidad ni nada, estoy... ¿Entiende por qué me puse tan mal cuando apareció Marco? ¡Era como si me hubiera robado el "yo"!
—Mire, Marco es capaz de hacer cualquier cosa para que le paguen, pero jamás llegó a llevarse el narcicismo de nadie, tranquilícese, Charlie.
—¿"Charlie"? ¿Usted me acaba de llamar "Charlie"?
—Sí, ¿no dijo que usted era Charlie?
—Doctor, no me haga bromas... ¡le estoy diciendo que me he perdido, que no tengo yo, que no tengo narcisismo!
—¿Tiene como para pagar cincuenta dólares dos veces por semana?
—Sí.
—Entonces no está todo perdido —le dije. Y le propuse iniciar tratamiento.


Primeras sesiones

El tratamiento de este caso no fue simple, sin duda. El paciente llegaba, me preguntaba si había alguna novedad, me pagaba y se iba. Bueno, tampoco era demasiado complicado, pero yo me preguntaba si quería tener ese tipo de tratamiento con un paciente. Y me respondía que sí, ya que en poco tiempo más podría recuperar mi diván, mi retrato de Lacan, mi retrato de Freud (al que había reemplazado con el de Lacan) y, tal vez, hasta pagar el alquiler del diploma, y comprarme un sandwich.
Pero había algo en este caso que me incomodaba. Era un clavo en mi silla. Con un martillo lo arreglé, y seguí pensando.
Tampoco tenía demasiado que hacer, así que finalmente me fui a dar una vuelta.
Era de noche. Nublado, frío, con un diez por ciento de probabilidades de mejoría, la visibilidad ambiental reducida. Decidí entrar en el primer boliche que encontrara.
El boliche en el que entré se llamaba "Narcisismo". Un gorila desaliñado que estaba en la puerta no me quería dejar entrar, pero cuando me vio de cerca creyó que se trataba de él mismo (éramos increíblemente parecidos) y me permitió el acceso. Yo ya sabía que no era fácil la introducción al "Narcisismo", pero lo había logrado.
Se me acercó otro matón.
—Quiero hablar con el jefe —le dije.
—Con él estoy hablando —me contestó.
¿Cómo? ¿Entonces el jefe de este lugar era yo? No entendía nada. Le mostré la foto de Charlie.
—¿Conocés al yo de este tipo?
—Aquí no entra ningún yo... —me contestó—. Éste es un lugar desente (sí, lo pronunció con "s"), o sea, de deseos.
—Querrás decir "deseante".
—-No se haga el analista conmigo... Si dije "desente" es porque quise decir eso.
—Mirá, amigo, yo estoy buscando al yo de este hombre y...
—Yo no soy tu amigo, la amistad es la sublimación de pulsiones homosexuales, coartadas en su fin —me respondió—. Y ¡si te vuelvo a ver por acá te mato! ¡Nadie me trata de homosexual!
Éste era realmente un sujeto peligroso, y no tenía objeto seguir interrogándolo, así que me fui.
Intenté volver por la puerta de servicio, al costado. Ese lugar me parecía sospechoso.
Entré. Estaba lleno de chicas, señoras, señores, ancianos y niños. Todos eran iguales a mí.
Salí nuevamente, porque temí que si me quedaba en ese sitio, sería para siempre.
En un callejón cercano me pareció ver al yo de mi paciente corriendo. Lo corrí, pero cuando llegué no había nadie.
Esto me resultó sospechoso. Entonces agarré por la solapa al primer transeúnte que pasaba y le dije:
—Cantá.
Y el tipo cantó un tango. No me gustó.
"Acá debe estar metida la mafia", pensé, "pero si mi paciente siente que la mafia secuestró a su yo, la cosa le va a resultar muy cara, digamos varios años de tratamiento".
Una bella mujer se me cruzó en el camino.
—Cincuenta dólares —me dijo.
—Es lo que cobro yo —le respondí.
—No me vas a comparar —dijo—. Yo tengo piernas mucho más interesantes.
—Sí, pero yo sé mucha técnica.
—Yo tengo lo mío, y también sé mucho —dijo.
Entonces le mostré la foto.
—¿Quién es ése, tu mejor cliente, que llevás la foto? —me preguntó, sin imaginar cuán cerca de la verdad estaba.
—¿Has visto al yo de este tipo? —le pregunté.
—Ni al yo, ni al pene —me respondió.
Seguí mi camino.
Dos matones se me cruzaron. Uno me agarró de la solapa, el otro me pegó, y me dijo:
—Te recomendamos no interferir.
—¿En qué?
—En nada.
—Pero...
—No opongas resistencia, o no podrá seguir el tratamiento, ya lo sabés —me dijeron. Y se fueron.
Decidí ir al bar de Tom a pensar con cierta tranquilidad. Aluciné un taxi, me subí a él, y empecé a caminar rumbo al bar.
Mientras caminaba me puse a pensar en las elucubraciones teórico-técnicas de un caso como éste.


Dudas teórico-técnicas

Ayudar a un sujeto a encontrar su yo que se ha perdido, es sin duda un trabajo difícil. Vaya a saber si el yo ha sido secuestrado, asesinado, o simplemente huyó con otra persona que lo tratara mejor, le prometiera más sexo, o simplemente un superyó menos exigente y un ello más imaginativo. Nada semejante parece existir en la casuística de Freud, ni en los archivos de la policía. No es común que un individuo llame al comando radioeléctrico para denunciar que le robaron el yo. Si se tratara de un objeto, todavía, pero ¿el yo?
Por otro lado, técnicamente me encontraba con una dificultad. Suelo llamar a mis pacientes por un nombre en particular. En general, es su propio nombre. Y, si el caso llegara a ser publicado, cambio el nombre por otro. Pero en este caso, mi paciente declaró que su nombre había huido junto a su yo, que no tenía más nombre. Por lo tanto, no podía usar su nombre verdadero. Y tampoco un nombre falso, porque corría el riesgo de que el nombre que yo eligiera como falso terminara siendo el verdadero del paciente.
Tal vez un lector avezado me dirá que el nombre del paciente debe ser "Charlie", ya que así llamó a su yo. Pero ¿y si él usó a su vez un nombre falso?
Decidí que lo mejor para este caso sería un buen interrogatorio.
Me pregunté a quién interrogar. Mientras tanto, había llegado al bar de Tom. Le pagué al taxista imaginario con billetes tan imaginarios como el taxi, y fui hacia una mesa.
Me pregunté el por qué de la alucinación del taxi. Me dije que era por la crisis, la falta de dinero, y me prometí que la próxima vez alucinaría un subte.
Tomé la foto de Charlie, y con ella en el bolsillo me dirigí a la mesa. Pensé en pedir otra vez mi trago favorito, el "whisky a crédito", pero recordé que Pete, el mozo, me había alertado que en ese bar el whisky era bueno, pero el crédito no. Finalmente no pedí nada, le dejé a Pete la habitual propina (no suelo dejarle nada) y cuando vino a recriminarme, lo tomé de la solapa, y le dije:
—¿Dónde está Charlie?
—Ah, sí, el jueguito ése... Pero ¿no se llamaba Dónde Está Freddy?
¡De modo que era Freddy y no Charlie el nombre de mi paciente! ¡Me había engañado todo el tiempo! Decidí volver a mi consultorio y atenderlo. ¡Ya vería ése quién era yo! ¡Y ya vería yo quién era él, o al menos lo intentaría!
O como dijo el esquizofrénico: "¡Ya va a ver ése quiénes soy yo!".


Sesión siguiente

Entra el paciente y lo saludo:
—Hola, Freddy, haz de cuenta de que aquí hay un diván y recuéstate.
—No, eh, mire, soy yo... No sé si me equivoqué de consultorio, de hora o de cuerpo, pero yo no soy Freddy.
—Ah, ¿no? ¿Y entonces, quién eres?
—Charlie.
—¡Lo sabía, siempre lo supe, habías estado todo el tiempo allí! Nunca dejaste a mi paciente y pretendías engañarme!
—Oh, yo... Es que... no, digo, eh...
—¡Ponte de acuerdo, que eres fóbico, no obsesivo!
—Bueno, sí, es verdad, mi yo soy yo.
—¿¡Por qué lo hiciste!?
—Bueno, es que... me sentía solo, y...
—Ya veo —dije—, ahora vete de aquí y no vuelvas nunca más.
—Pero... ¿y el tratamiento?
—Oh, ya veo... Todo esto era un truco para poder contactarte conmigo e iniciar tratamiento... Debías esconder tu demanda de análisis detrás de una excusa que engañara a tu propio yo y sorteara las defensas para...
—No, no es eso, es que no sabía si usted me atendería si yo no le daba un motivo lo suficientemente angustiante.
—Pero Charlie, hay un motivo de análisis mucho más simple que podías haber traído y a mí me hubiera conmovido des¬de un principio.
—¿Cuál?
—Cincuenta dólares la sesión...




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